Aniversario 70 de la TV Cubana: Ernesto Daranas, Eduardo Moya y Rudy Mora


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 Ernesto Daranas y el actor Armando Valdés Freire durante la filmación de Conducta.

Enamorado de la radio escribió varios programas, en la televisión hizo entre otras propuestas  Los últimos gaiteros de La Habana, el gran premio del Primer Festival de la Televisión Cubana y Premio de Periodismo Rey Juan Carlos, y con el teledrama ¿La vida en rosa?, también obtuvo galardones. Es un especialista reconocido del audiovisual y el cine le ha abierto los brazos.

Como guionista ¿qué placeres y malos momentos has sentido?

— Los buenos momentos los he tenido en la misma medida en la que he ido asumiendo la realización de lo que escribo y compartiendo el resto sólo con aquellos directores que me interesan. Y como que disfruto lo que hago, los malos momentos se olvidan filmando, escribiendo.

 “En el audiovisual, el guión es mucho más abarcador”, afirmaste en una entrevista,  ¿por qué?

— Un guión tiene el poder de condicionarlo todo. Para empezar, viene a ser, digamos… como “el Eleguá” de una propuesta audiovisual, en tanto es la primera referencia de cuánto vale o no la pena arriesgar en un proyecto que debe tener la capacidad de comenzar por conmover a alguien tan pragmático como un productor o tan quisquilloso como un programador.

El guión determina, además, la estructura y la dinámica internas de cualquier espacio, desde un dramático hasta un informativo; desde un documental hasta un musical. Condiciona, incluso, la calidad artística de un colectivo, pues es lo primero con lo que exige confrontar un actor o un especialista de puntería antes de aceptar formar parte de cualquier obra o programa.

Un buen guión es, también, el mejor detector de un mal director mucho antes de que se concrete la obra. Un mal director comenzará invariablemente por  modificar la historia y simplificar la propuesta hasta rebajarla al terreno en que sus limitaciones artísticas lo hacen sentirse cómodo; el bueno, la llenará de entrelíneas, búsquedas y connotaciones que trascienden y complementan al texto.

¿Qué exige la pequeña pantalla para que sea gigante en sus propuestas culturales?

— No puede -o al menos no debe-  hacerse una Televisión cuya primera premisa no sean las necesidades y particularidades del  Público. En nuestro caso específico; casi tres lustros de limitaciones económicas y de inevitables transformaciones sociales, han afectado las alternativas recreativas, culturales y de ocio del ciudadano medio, multiplicándose con ello el rol de la Televisión como opción cultural y de entretenimiento por excelencia del cubano.

Se ha multiplicado también entonces el nivel de prioridad que este Medio merece hacia la totalidad de su programación y no sólo hacia una parte de ella. Ante esta perspectiva; ¿cómo hacer converger de manera productiva y armónica las pretensiones educativas, informativas y de entretenimiento que animan al quehacer televisivo?  ¿Cómo perfilar una propuesta culturalmente eficaz que tenga en cuenta las expectativas y necesidades reales de nuestro variopinto destinatario?

Una buena señal ha sido asumir finalmente que los estudios de audiencia, lejos de documentos clasificados, son la única herramienta que posibilita un acercamiento objetivo a los intereses, carencias y necesidades de cualquier Público, y que al margen de esto, no existen mediums capaces de intuir lo que la gente necesita, clarividentes a menudo atrincherados en dos posiciones igual de riesgosas.

La primera; la que entiende que el gran rol de la Televisión ante su destinatario es el de instruirlo y educarlo a ultranza. La segunda; propugnando que ese rol es, por el contrario, de mero entretenimiento. Es “el yin y el yang” de los Medios y, como en el taoísmo, la búsqueda del equilibrio entre ambos extremos se perfila como el propósito principal y más complejo. Un propósito que debe eludir esa cara, reiterada y estéril pretensión de desconocer -o reinventar- nuestra realidad, cultura e idiosincrasia mismas.

Cada paso que pretendamos dar ignorando este hecho representará, a la postre, un retroceso. Nuestro público (como el de cualquier parte) buscará por otras vías aquello que no sepamos ofrecerle de manera inteligente, equilibrada y atractiva. Hay quienes suponen que el rol de la Televisión en nuestro contexto es el de arquitecto de una burbuja mediática que proteja al receptor de toda la basura pseudo cultural que se produce.

No ha de extrañarnos entonces su sorpresa al percibir que ese mismo televidente al que se le comenta casi cada película, cada documental, cada concierto, cada video clip y cada suceso que ocurre en este mundo, de repente sucumba a la virosis del reguetón o al de la telenovela mexicana del banco de video.

Sucede que, más que satanizar o canonizar modos y modas,  corresponde ser capaces de ofrecer opciones; un concierto de calidad y diversidad hábilmente articulado a una estrategia cultural que se imponga por su coherencia con la realidad, con nuestra idiosincrasia, tradiciones y valores, y no sólo por sus buenas intenciones.

Satanizar es, también, una forma de categorizar y hasta de priorizar. La batalla frente a la banalidad no es una cruzada evangelizadora. Es el pan de cada día. Un bregar constante que no se ruboriza de nuestra verdadera esencia y que ha de ser guiada, ante todo, por esa mirada cultural firmemente comprometida con ese ser que es el cubano, con su espiritualidad, sus conflictos, aspiraciones, carencias y  atavismos.

Ante esta certeza, ¿cómo pasar por alto el detalle esencial de que, cada día, 11 millones de nosotros buscamos vernos realmente reflejados en ese pequeño espejo oscuro que requiere ser iluminado de alegría, razones, cultura, diversidad y buen entretenimiento?

Una Televisión realmente cubana es algo más que una televisión hecha por nosotros, es, sobre todo, una Televisión concebida para nosotros. Una Televisión que no por ello deje de ser universal y abierta a lo mejor del arte, la cultura popular y el pensamiento contemporáneos.

Una Televisión enraizada en sus mejores tradiciones; que reconoce a la emoción como vehículo de la idea, al arte como mensajera de los valores; puntual con sus horarios de emisión y que sabe priorizar en ellos los intereses y necesidades reales de su Público.

Una Televisión que asuma que su rol no es el de esbozar una alternativa de nuestra realidad, sino el de comprometerse con ella, consciente de que mucho más importante que el realismo es la veracidad, en tanto “realismo” es simple reproducción, y “veracidad” implica una elaboración ética, artística y comunicativa eficaz, portadora de valores y generadora de pensamiento.

Eduardo Moya

Eduardo Moya (izquierda) y Juan Castillo Vázquez. Foto: Alberto Borrego/Granma.

A este  polémico director se  le deben piezas como  Algo más que soñar y Los comandos del silencio entre otras propuestas que  merecieron el aplauso de la crítica y el publico

 Lo primero que hiciste fueron programas musicales, y en 1967 Mientras tanto. ¿Esperabas que a la larga ese programa hiciera historia? ¿Por qué?

—Yo fui durante dos años asistente de Manolo Rifat, un extraordinario director de musicales de la televisión, y una gran persona que le agradezco y lo recuerdo mucho. Rifat era un innovador audaz, en condiciones muy difíciles en aquellos años. Él encontraba soluciones estéticas innovadoras, y por lo tanto era muy cuestionado por los tradicionales. Yo desde luego lo apoyaba.

Cuando terminó el curso intensivo de director comencé a hacer musicales, influido mucho por la línea estética que Rifat tenía. Allí conocí a Silvio Rodríguez en el programa Música y estrellas, que dirigía Manolo, y que todas las semanas presentaba una figura nueva al público. Inmediatamente supe que ese joven, vistiendo todavía el uniforme verde olivo, era tremendo talento.

En esas circunstancias nació Mientras tanto. Pretendíamos hacer un programa que se separara de la concepción establecida para el espectáculo televisivo, que tuviera un peso cultural y estético diferente. Así coincidimos Víctor Casaus, el diseñador Ascuy, Silvio y yo. En ese tiempo

Silvio era un manantial inagotable de canciones. Componía a veces varias en una semana, y las grabábamos todas semanalmente.

También nos separamos de la forma de vestir que usaban los intérpretes por la televisión en esos tiempos. No usábamos trajes lujosos ni lentejuelas. Eso era interpretado mal en aquellos tiempos; es decir, era un programa iconoclasta que estaba en armonía con la situación de entonces. Para no hacer muy largo este relato, el programa tuvo una connotación tremenda y era de cierta manera polémico. La dirección de la televisión lo sacó del aire porque desde él se defendió la música que hacían Los Beatles, entre otras cosas.

No me imaginaba que el programa tenía una influencia fuerte entre los jóvenes compositores. Era inaudito para la burocracia de entonces que un joven desconocido fuera la estrella de un espacio musical y que además tuviera éxito. Así fui a parar a la Redacción Dramática. Me pusieron a trabajar en las Aventuras, después de un despido casi definitivo.

¿La mayoría de tus obras han estado dirigidas a adolescentes y a jóvenes?

—Sí, siempre pienso en los jóvenes cuando escribo y dirijo, pues ellos deben continuar la obra iniciada en 1868 y resucitada el 26 julio de 1953 hasta hoy. Deben conocer la historia nuestra y la de América Latina para saber, sobre todo las generaciones actuales, la suerte que han tenido de nacer en un país que se ha liberado para siempre de la esclavitud y la dependencia en todos los planos.

¿Qué importancia le concedes hoy a la televisión?

Creo que la televisión es hoy el instrumento más importante en la lucha ideológica y cultural que libra nuestro pueblo. El mundo está sometido hoy a la tiranía de la comunicación controlada por el imperialismo. Fabrican mentiras continuamente, y como la gente no tiene puntos de referencia, las engañan y las llevan al matadero. El control mediático es absoluto. Tienen a sus pueblos y a otros engañados.

La realidad es terca y se manifiesta por medio de las contradicciones existentes. Ahora bien, aún no estamos haciendo la televisión que necesita nuestro país y la humanidad. Hay tontos que copian los esquemas estéticos que le imponen al mundo.

A este fenómeno no le prestamos la debida atención, pues nos presentan o pretenden presentarnos las formas generadas por ellos como las únicas válidas. Así está pasando lamentablemente en otras manifestaciones artísticas. Algunos siguen ligando el éxito al mercado y a la posesión de riquezas.

Veo la televisión como un arma fundamental de la cultura cubana que defienda la identidad nacional, que es plural, en constante desarrollo, y que ayude a nuestros compatriotas a comprender el mundo en que viven y el futuro que tienen que construir.

Rudy Mora

Foto: Abel Rojas Barallobre/Juventud Rebelde.

El reconocido Rufo Caballero, afirmó una vez que Rudy Mora era un ejemplo de director de la televisión de autor. Su obra lo demuestra: La otra cara, Doble juego, Diana y Conciencia. Su modo de hacer lo distingue

 Cuando te preguntaron por qué Doble juego gustó tanto, respondiste: “Porque ha habido una búsqueda del realismo, no sólo en el tratamiento de los temas sino además en la actuación, en la atmósfera que rodea la serie, desde las casas hasta las ambientaciones y la recreación visual de nuestra propia realidad”. ¿Le aplicas ese concepto sobre el gusto a todo el producto televisivo? ¿Por qué?

—No, sería hablar de un público homogéneo. Me referí al resultado conseguido en el tratamiento de temas contemporáneos en donde es necesario, más que realistas, ser verosímiles, por el hecho que las referencias comparativas están al alcance del público potencial del seriado. Desafortunadamente en las ficciones para la TV no siempre conseguimos ser creíbles.

Es sabido que el “gusto” está dado por disímiles factores socio-culturales, y el espectador acepta o no lo que recibe a partir de sus necesidades. Pero el conflicto principal en la actualidad nace de una contradicción: por una parte, el espectador desea seguir “amando” la producción nacional que durante años lo satisfizo; más ahora está cautivado con los “atractivos” de los productos extranjeros que nos invaden y que deslealmente compiten con los del patio, ocupando cada vez más espacio en la programación y modificando el “gusto” hacia nuevas tendencias y niveles.

El espectador seguirá siendo un pequeño niño emocionado con un juguete nuevo, no importa quién se lo da ni de dónde viene.

Has dicho: “No me gustan las telenovelas. Prefiero las series que se acercan más al mundo cinematográfico”. ¿Y si pudieras filmar una telenovela cercana al séptimo arte; es decir, con tiempos de producción adecuados a una mayor posibilidad de búsquedas formales?

—Preferiría cambiar en esa frase el “gustan” por “interesan”, porque se acerca más a lo que pienso. La radionovela devenida telenovela —me refiero a la clásica—, nació en un medio específico y con sus códigos de comunicación, por lo que el asunto no estaría en su forma productiva ni tecnológica… Aunque vale decir que un cambio radical, al menos hacia lo elemental en ambos factores dentro de la producción nacional, posibilitaría una mejor factura y podríamos pensar en ser competitivos… pero sin olvidar el “¿qué estás haciendo?”. Si se rodara una telenovela con tiempos de producción similares al cine, sería otra cosa, tal vez con el mismo nombre.

En mi caso, el asunto está en la estructura y en los niveles estrechos de “artisticidad” que inevitablemente condiciona el género, aún con buenas condiciones productivas.

En Cuba se suman dos elementos importantes: las “super-exigencias” del público, que espera todo junto (lo nuevo, lo viejo y lo divino) en el espacio… y en los últimos tiempos mucho más, por la baja producción. El otro, lo son las instituciones, que exigen un reflejo ideal de sí y de sus intereses, utilizando las telenovelas como promotor.

Así se crea una suerte de “quedar bien con todos”, no siendo posible quedar bien en nada, y el realizador tiende, con excepciones, a perder la orientación, sin definir si quiere hacer una Telenovela posmoderna, una Serie convencional, o una Teleclase con actores.

Existe una subvaloración institucional con las series. El tema sigue siendo debatido, pero no se ha encontrado solución… Y es que siendo estas capaces de elevarse estéticamente, el modo actual de producir es único e inamovible, por lo que se mutilan propósitos artísticos. Esa ha sido mi batalla y creo que lo será por largo tiempo.

¿Cuánto le debes al video clip en la concepción de tus obras dramáticas?

—Mucho… Fue un taller y sigue siendo una de mis escuelas. Comencé haciendo los primeros junto a Orlando Cruzata, desde el año 1993 hasta hoy, y sigo encontrando en el género el lugar ideal donde probar imaginerías audiovisuales, porque el clip es una gran bolsa creadora donde interactúan nuevos y viejos conceptos sin que deje de entrañar una responsabilidad con el resultado, con el artista publicitado y con el productor que deposita su confianza. Afortunadamente mi generación tuvo el clip; muchos, en otros lugares, se han servido de la publicidad.

(Tomado del Portal de la Televisión Cubana)


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