Presentación de Casa de cuentos. En la mesa, Caridad Tamayo, Inés Casañas y Enrique Pérez Díaz
Había una vez una casa grande, inmensa y abierta como el infinito, una casa alta y llena de recovecos como un gran castillo de sueños, una casa que parecía estarse mirando en el mar el año entero.
Era una casa con voluntad de ser mundo, planeta, galaxia; de unir lo distante como un puente. Una casa con más de cien puertas y ventanas. Con mil sueños que viajaban entre sus paredes y pasillos. Con la promesa de un mañana luminoso para cuantos se adentraran en ella.
Sus fortalezas y sueños eran tales, que sin estar amurallada, la Casa poseía un vigor extraordinario, que le permitía acortar las distancias entre tiempo y espacio, sumar voluntades y abrir sus puertas a todos.
Me han contado que en esa casa grande habitó un hada. Ella la había visualizado desde mucho antes, la había soñado en un tiempo oscuro y lleno de desesperanza, se la fue reinventando muchas veces y cada vez la iba haciendo mejor.
La casa se abrió a lo más vivo del pensamiento contemporáneo. Encontró caminos, franqueó muros y valladares, voló sobre los océanos profundos y los cielos más luminosos u oscuros y consiguió ir sumando más y más personas que a ella aportaban sus anhelos, sus afectos, sus creaciones y su deseo de cambiar el mundo.
Se llamó desde su nacimiento Casa de las Américas, pero no se atuvo a un solo continente; su proceder le permitió tejer alfombras mágicas que volaban tan lejos como sus ideas de unir al planeta.
En esa casa se escuchaba música, se leían poemas, hablaban las grandes y sabias voces que llegaron desde cualquier parte. En sus paredes, hermosos cuadros daban un fresco del arte contemporáneo.
Esa casa era como una gran colmena. De la cera que nacía en sus panales se creaban velas y velones para encender la llama de la pasión de muchas personas. La miel que producían sus abejas era la esperanza, la solidaridad, el amor, el deseo –repito— de mejorar el mundo.
Y un buen día, no contenta con cuantos tesoros como había regalado a la Humanidad, la Casa se puso a pensar en el futuro y dibujó un concurso, para convocar a muchas voluntades a que escribieran sus mejores textos con el deseo de difundir la verdad del continente, remirar la historia, los ancestros, el devenir de cada sueño y del pensamiento y regalar de hermosas historias a los más pequeños.
Como ya tenía su Premio, ahora la casa mágica pensaba en la infancia y entonces ahí nació un premio que reconocía a quienes escribían para los niños. Año por año, iban llegando, desde cualquier geografía, las historias más hermosas que integraron ese inmenso catálogo de cuentos luminosos, de novelas apasionantes y de versos sonoros que hacían a la niñez ver el mundo con ojos renovados.
Dentro de esa Casa siempre hubo un hada sencilla, pequeña y solitaria, que volaba con su aliento de flor entre las paredes y pasillos, rielaba sobre escaleras y balcones, entre cuadros y repisas, a través de libros y revistas, e iba guardando todo en una gran carpeta –también mágica como la casa— para preservar la memoria del futuro.
Esa hadita, llamada Inés Casañas, soñó hace mucho tiempo el libro que presentamos hoy: Casa de cuentos para niños. No podía llamarlo de otro modo porque, sencillamente, como dijera José Martí, nuestro Maestro, nuestro guía y pensador del siglo xix, la forma de hablarles a los niños debe ser sencilla y sincera, vehemente y segura.
En Casa de cuentos para niños se recopilan los mejores momentos de la historia del Premio Casa pensado para la infancia. Hay cuentos del Caribe, los Andes y pampas, de las selvas y mares en que se mira nuestro crisol de razas. Son cuentos que, por más de cuarenta años, nos han marcado también el devenir, cierta manera de escribir y pensar.
Inesita los fue guardando con celo y pasión, siempre con certeza y renovada esperanza, con la fe de estar haciendo algo útil y hoy entrega a la infancia este libro hermoso que ha producido el eficiente colectivo de la Editorial Casa de las Américas.
Solo quedaría decir que en este libro encontraremos las voces más entrañables que durante décadas acunaron los sueños de muchos niños. Entre sus páginas hay princesas indígenas y güijes traviesos, hay criaturas fantasmales y personas que enfrentan la muerte en su camino a la libertad. Este es un libro martiano como pocos que yo haya visto alguna vez, un libro al que uno entra, igual que si penetrara a la casa mágica de que les he contado, con el asombro de una primera vez y con la certeza de quedar por siempre cautivo entre sus paredes (si hablamos de la casa) o entre sus páginas (si pensamos en el libro).
Gracias, Haydeé Santamaría, hoy más que nunca –y por siempre— por esta Casa hermosa que un día soñaste para todo el planeta. Gracias Mariano Rodríguez. Gracias Roberto Fernández Retamar. Gracias a tantos trabajadores conocidos o anónimos de la Casa de las Américas, por creer en la infancia y defenderla siempre.
Gracias a todos los escritores que enviaron lo mejor de sí mismos al Premio Casa y se sumaron —sin saber que lo harían— a estas páginas y gracias —de nuevo y otra vez— a Inesita, esa hada buena que también ha dedicado su vida entera a la Casa de las Américas y que desde hace muchos años soñó, página a página, con esta joya que hoy ponemos en manos del lector. Gracias a todos ustedes y visitemos, por una y muchas veces, esta Casa de cuentos para niños.
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