Como centro de algo mayor


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Amelia Peláez (Yaguajay, 5 de enero de 1897 - La Habana, 8 de abril de 1968).

De quien fuera alumna del maestro Leopoldo Romañach, no se podía esperar otra cosa que el que adquiriera las buenas prácticas, impulsara su obra y se convirtiera en una figura relevante dentro del arte cubano.

Los colores del trópico dejaron una impronta en su hacer enriquecido con estudios complementarios realizados en Europa y Estados Unidos renovaron así, su lenguaje artístico. Fue esa formación académica y sus posteriores vínculos con la modernidad, que hicieron que resaltara los valores más significativos de la cubanía en su obra, así como la resistencia a cánones sociales.

Cincuenta y dos años se cumplen del fallecimiento de Amelia Peláez, artista cubana que dejó un fecundo legado a la cultura de las Américas.  En la que, temáticas alegóricas a la mujer, la arquitectura colonial, la flora y la fauna, afloran en sus lienzos, pero desde la mirada otra de temas caribeños que le inspiraban no a solo a hacer una representación fotográfica del objeto, sino en como la realización del motivo influye en su personalidad, y el poder ejerce sobre este para estimular emociones, encontrando en el color un universo de expresión.

La recreación de sus obras iba hacia los vitrales de medio punto donde confabulan los tonos del trópico, entonces el azul, rojo, amarillo y verde asomaban con gran brillantez, realzados en composición por las líneas negras que se hicieron dominantes en sus pinturas y servían de nexo, a la vez de límites entre las zonas planas de color. Entre tanto, el regodeo metálico fue otra vertiente que recreaba en los giros de las rejas y las columnas que señoreaban en portales, así como emblemáticos bodegones con flores y frutas. Todo un hacer que indagaba en las formas geométricas, otras en las manchas de color.

Amelia al igual que Wilfredo Lam, René Portocarrero, Mariano Rodríguez entre otros, devinieron en un quehacer muy fuerte que legitimó la cerámica artística cubana. Con un nuevo lenguaje se adentraron en el movimiento de artistas modernos que trabajaban realizando desde pequeñas vasijas y recipientes de arcilla, hasta una prolífica producción a escala ambiental de placas y losas destinadas a la construcción de murales.

En su práctica artística, Amelia dio sentido a lo simple al elevar el valor del objeto utilitario, dotándolo de una decoración que unida a su estructura trascendió a lo artístico. Lo que hizo que el trabajo sobre el volumen y la ejecución de la cerámica fuese más variada, reformulando los ambientes de interiores, deudores de lo artístico.

La búsqueda de soluciones la llevó a explorar nuevas posibilidades como medios expresivos, que no la hicieron alejarse de los diseños extraídos de sus lienzos, en tanto la naturaleza muerta, los perfiles de mujer y los frutales aparecen en estos nuevos soportes adaptados a otras problemáticas artísticas, estableciendo así, una conexión en todas sus obras, sea cual fuese el soporte que utilizara.

Solidez y fuerza, es el detonante de sus piezas, y el entorno caribeño la tomó como centro de algo mayor, por ello René Portocarrero dijo – “…ella fue la primera que supo recoger nuestro color local y trasladarlo a cuadros de enorme belleza y a obras maestras en la plástica...”.

 


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