A un año de su aprobación, en noviembre de 2019, por el Consejo de Ministros, el Programa nacional contra el racismo y la discriminación racial ha definido una proyección para el abordaje de un problema que, solo desde la integralidad de sus propuestas y la responsabilidad compartida de todos los implicados, podrá erradicarse.
Destaca, en primerísimo lugar, la voluntad política de la dirección del país. La comisión gubernamental que dirige el programa está encabezada por el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, y a ella tributan 18 organismos estatales e igual número de organizaciones de la sociedad civil. En la coordinación directa de las acciones intervienen los ministerios de Cultura, de Relaciones Exteriores y de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, así como la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Significativos resultan, de igual modo, los fundamentos científicos y las bases conceptuales sobre los cuales se ha ido perfilando el programa, a partir de un diagnóstico cuya versión inicial fue sometida al análisis de los integrantes de la comisión.
El diagnóstico tuvo en cuenta los aportes de las Ciencias Sociales, abundante información estadística de diversas fuentes, numerosas observaciones por parte de los organismos y organizaciones, así como la experiencia y los criterios de expertos, intelectuales y activistas.
Asimismo, incorporó las pruebas aportadas por el estudio de la población cubana, acometido por el Centro Nacional de Genética Médica, que demuestra científicamente que, si étnica y culturalmente somos un pueblo mestizo, con independencia del color de la piel, la presencia de genes ancestrales europeos, africanos y nativo-americano-asiáticos en nuestro genoma, es evidencia irrefutable de que biológicamente también somos mestizos.
Se trata de una mirada poliédrica e integral a problemas que afectan transversalmente a la sociedad cubana, y que exigen, para su definitiva erradicación, políticas públicas y medidas puntuales.
El racismo, bien lo sabemos, es una construcción cultural de larguísima data en la evolución de la humanidad. Ha sido y es un sistema de ideas que intenta justificar la explotación y opresión de un grupo humano sobre otro.
En Cuba, como en Estados Unidos y en otras tierras del continente, el empleo forzado y brutal de mano de obra esclava arrancada a la fuerza de África para el despegue económico de las colonias, en favor de las metrópolis europeas y las nacientes oligarquías locales, tenía necesariamente que sustentarse sobre bases racistas: un color de la piel sobre otro presuponía la dicotomía irrevocable e irreversible entre superioridad e inferioridad, inteligencia e incapacidad, virtudes y vicios, belleza y fealdad.
Pero en Cuba, a diferencia de Estados Unidos, a las bases estructurales e institucionales del racismo se les dio un golpe demoledor con el proceso de transformaciones revolucionarias a partir de 1959, que heredó el legado antirracista de Carlos Manuel de Céspedes, José Martí y Antonio Maceo –los padres fundadores de la nación vecina no se plantearon la abolición de la esclavitud–, de intelectuales y luchadores sociales–cómo no recordar a Juan Gualberto Gómez, Gustavo Urrutia, Nicolás Guillén y Fernando Ortiz– que en las seis primeras décadas del siglo XX comprometieron acciones y pensamiento contra el racismo, y los muchísimos cubanos y cubanas que, en el curso de las diversas etapas de las gestas de liberación, contribuyeron a estas sin que el color de la piel fuera razón excluyente.
A diferencia de Estados Unidos, en Cuba la nación se fragua y reconoce, desde su diversidad de orígenes, por su carácter único, en tanto construcción cultural.
El pensamiento antirracista del Comandante en Jefe Fidel Castro, de profundas raíces martianas y maceístas, las contribuciones del General de Ejército Raúl Castro, y la tradición combativa encarnada por la vanguardia revolucionaria e intelectual, constituyen fortalezas del programa, también sustentado por la Constitución y el Código Penal vigentes.
Sin embargo, el propio Fidel, al dirigirse a la audiencia reunida el 8 de septiembre de 2000 en un acto solidario efectuado en la iglesia Riverside, en el barrio neoyorquino de Harlem, admitió: «No pretendo presentar a nuestra patria como modelo perfecto de igualdad y justicia. Creíamos al principio que al establecer la más absoluta igualdad ante la ley y la absoluta intolerancia contra toda manifestación de discriminación sexual, como es el caso de la mujer, o racial, como es el caso de las minorías étnicas, desaparecerían de nuestra sociedad. Tiempo tardamos en descubrir, se lo digo así, que la marginalidad, y con ella la discriminación racial, de hecho, es algo que no se suprime con una ley ni con diez leyes, y aún en 40 años nosotros no hemos logrado suprimirla totalmente».
Dos años antes, durante el VI Congreso de la Uneac, en diálogo con varios escritores y artistas que plantearon el tema, Fidel lo abordó del siguiente modo: «Parecía que dándole oportunidades a todos y abriendo aquellos clubes aristocráticos a toda la población y el acceso a las playas y las escuelas, a las universidades a todos, todas las posibilidades, estábamos logrando hacer desaparecer la discriminación. Pero hemos comprendido que el problema es mucho más serio. Creíamos que incluso desapareciendo las clases y los explotadores y los ricos, se iba a crear la verdadera igualdad de oportunidades para todos. Pero después nos dimos cuenta de que la discriminación era un aspecto social y cultural».
En el diagnóstico se ponen en evidencia desventajas históricamente acumuladas, asociadas al color de la piel: los puntos de partida para la realización de sus proyectos de vida, por las personas negras o pardas, han sido distintos y distantes, en la inmensa mayoría, de las de piel blanca. De tales desventajas se derivan asimetrías económicas y sociales, y vulnerabilidades medibles y perceptibles en la realidad cubana actual, aunque requeridas de más exhaustivas indagaciones, tal como concluyó la sesión de la comisión dedicada a pasar revista al estado de las investigaciones sociales.
Entre los factores subjetivos se hacen notar una insuficiente toma de conciencia acerca del arrastre de prejuicios y percepciones distorsionadas sobre el verdadero perfil del etnos cubano; así como carencias y vacíos en la sistematización y consistencia de la introducción del antirracismo como valor sustancial en la labor política-ideológica revolucionaria, que redunde en la concientización de que los prejuicios raciales son totalmente incompatibles con el proyecto socialista cubano. No es fortuito el hecho de que, en estos momentos, el tema sea objeto de análisis por parte de los organismos responsabilizados con la formación de las actuales y venideras generaciones.
Antes de que finalice 2020, el programa tendrá expresión territorial en las provincias del país, y se propone avanzar en la aplicación de la estrategia de comunicación aprobada. Ambas tareas apuntan a la más amplia socialización e irradiación pública de los objetivos del programa y su implementación.
Como referentes para el trabajo realizado, pero más aún para lo mucho que queda por hacer, están las palabras pronunciadas por el Presidente Díaz-Canel en el lanzamiento del programa: «Todo el mundo reconoce que nuestra Revolución ha sido posiblemente el proceso social y político que más ha aportado a eliminar la discriminación racial, pero subsisten todavía algunos vestigios, que no están por política en nuestra sociedad, pero sí en la cultura de un grupo de personas. Tenemos todo el derecho y la posibilidad de hacer algo coherente, de impacto, que nos ayude a resolver estas problemáticas en nuestra sociedad y mostrar una vez más el nivel de justicia y de humanismo de la Revolución».
PRECISIONES
- El Programa nacional contra el racismo y la discriminación racial se ha concebido para combatir y eliminar definitivamente los vestigios de racismo, prejuicios raciales y discriminación racial que subsisten.
- El programa incluye la lucha contra el regionalismo y la discriminación por el origen étnico y nacional, manifestaciones asociadas también al racismo.
- Ideado como un programa de Gobierno, su seguimiento se integra al sistema de trabajo del Presidente Díaz-Canel. Para coordinar las tareas se creó una comisión gubernamental, encabezada por el Presidente.
- Entre sus objetivos se incluyen identificar las causas que propician las prácticas de discriminación racial; diagnosticar las posibles acciones a desarrollar por territorio, localidad, rama de la economía y la sociedad; divulgar el legado histórico-cultural africano, de nuestros pueblos originarios y de otros pueblos no blancos como parte de la diversidad cultural cubana, y fomentar el debate público organizado sobre la problemática racial dentro de las organizaciones políticas, de masas y sociales, así como su presencia en los medios de comunicación.
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