Cierto comentario, de esos que abundan en las redes sociales, llamaba la atención acerca de la lírica en la música cubana de hoy. El autor de tales líneas –que hubieron de llegarme por una de esas tantas cadenas que hoy son parte del entramado en la comunicación de estos tiempos— tomaba como punto de partida algunas letras de la música popular bailable y del (siempre necesario a la hora de ejemplificar) reguetón y su variante “el reparterismo”; como si esas fueran las expresiones hoy determinantes en el gusto de todos los cubanos.
Sus afirmaciones, dizque dominadas por esa generalidad a ultranza que genera el fanatismo y algunas barricadas culturales contemporáneas que se esgrimen desde una supuesta visión elitista de lo popular (una versión de la enfermedad infantil del posmodernismo); tenían como punto de partida la siempre inagotable referencia a las décadas anteriores; a “los años de gloria de la música cubana, que fueron alejadas por la chusma proletaria y sus seguidores”, finalizaba el texto de marras. Y como complemento de sus elucubraciones musicográficas y musicológicas exponía una relación de nombres, discos y temas como ejemplos ilustrativos.
Confieso que coincidí en lo relativo a los discos, temas citados, nombres de intérpretes y hasta algunas citas literarias. Mas, el síndrome de la desconfianza se hizo patente cuando en uno de sus párrafos lanzaba el reto a que se le expusieran al menos tres ejemplos de propuestas que hoy continúen esa tradición de vasos comunicantes entre la tradición y la actualidad y que escaparan a los límites que imponía.
Cierto es que el “síndrome de las malas letras” ha sido por momentos el talón de Aquiles de la música popular bailable en determinados momentos. Es innegable que la música refleja el contexto social en que se crea y es, además, la expresión de uno o varios sectores, estratos o grupos sociales (hoy le llaman tribus); por lo que las vivencias de los músicos en particular, reflejan una poética determinada por su contexto, cultura, experiencias y la más importante: el proceso de retroalimentación con el destinatario final de su trabajo.
Nadie pone en dudas la desaparición de una poética que determinó parte importante y fundamental de la música en casi todos los ámbitos hasta mediados de los años noventa; por lo que generalizar no debe ser ni la norma ni la razón fundamental.
Sin embargo; ese proceso en los años que han dado comienzo a este siglo, en sus dos primeras décadas en particular, comienza a revertirse y me atrevería a citar dos ejemplos que representan –musicalmente hablando— dos segmentos de seguidores de la música popular bailable cubana hoy (y que a su vez son reflejos de dos estratos sociales de la Cuba de estos tiempos): Alain Pérez y Alexander Abreu y Habana de Primera. El primero tiene entre sus mayores seguidores a un público medio alto (más light), mientras que el segundo es la voz del resto de los bailadores, que son mayoría y habitan repartos, barrios y ciudadelas de este país. Lo anterior no significa que se contradiga la máxima de Nicolás Guillén al afirmar “… todos mezclados…”.
Hay otros nombres que bien pudieran incorporarse a esta relación, pero estos son los que están en boca de todos ahora mismo, y que sienten sobre sí el peso mediático del escrutinio público.
Ahora bien; se ha convertido en una voluntad de la discografía nacional –sobre todo por parte de algunos productores y especialistas en A&R, pienso en productores como José Manuel García y Elsida González, y en productores como Emilio Vega o Manolito Simonet, por citar nombres— salir a la búsqueda de propuestas musicales que se aproximen a una poética que establezca un equilibrio entre la tradición, la vanguardia y el gusto de los diversos públicos; siendo esto último un gran dolor de cabeza, o un intento de jugar a la ruleta rusa en música; sobre todo a partir de la desaparición en la música cubana de una figura crucial: el compositor per se.
Para nadie es secreto que el tema autoral es fuente de ingresos nada despreciables hoy en la música, a partir de la diversidad de formas de reproducción y ejecución. La industria reporta cada año cifras billonarias, por lo que dividir el pastel con extraños no siempre constituye una opción para los directores/dueños de orquestas, bandas y un largo etc.
Esa dinámica, es también motor y combustible de la ausencia de propuestas literarias enriquecidas y hasta notables, pues en la larga batalla por pegar temas y su consiguiente popularidad, implica concesiones estéticas que conducen, por momentos, a cruzar esa delicada e invisible línea que separa lo popular de lo populachero, lo ingenuo de lo vulgar.
Con estos argumentos, y otros más personales, tome la alternativa de escuchar el disco Manigua (BIS MUSIC 1292) del sonero Maykel Dinza y su orquesta Soneros de Juventud.
En mis archivos consta una breve reseña sobre su trabajo que incluye su presencia como bajista de la agrupación Yuly y Habana C y una estancia en la orquesta de Manolito Simonet –el Trabuco— en la que se desempeñó como cantante y desde donde dio el salto a la creación de su proyecto orquestal actual. Debo decir, en honor a la verdad, que fue Paquito Cruz, el manager de esa orquesta, quien llamó mi atención sobre las cualidades de sonero e improvisador de Dinza, e incluso me llevó a la grabación de uno de sus temas con la orquesta; aclarando siempre que: “…este muchacho trae el son y la loma en la voz y en lo que escribe…”
Manigua es un disco de sones de estos tiempos que para nada entra en contradicciones con la tradición sonera, tanto es así que la formación que lo acompaña estructuralmente está diseñada como un Conjunto sonero, enriquecido con una breve cuerda de metales (un Sax y un trombón); es decir Maykel Dinza rompe con el presupuesto y el argumento de muchos de su generación que prefieren una banda como forma para expresar su propuesta.
Alguien podría decir que el formato elegido está desfasado en estos tiempos; pero debemos reconocer su funcionabilidad cuando Adalberto Álvarez no ha renunciado a él, lo mismo que muchas formaciones salseras conocidas. Esta elección habla de su vocación sonera y de arriesgada propuesta para existir en un panorama musical donde el peso recae en la timba, sea esta light (Alain Pérez) o de salón (Habana de Primera).
Con este antecedente como pilar fundamental, entonces es hora de enfrentar el otro por ciento importante que define este disco: los textos, es decir la poética que habrá de calar, o no, en los bailadores y seguidores de la música cubana.
En este fonograma el peso de las composiciones recae en el talento de Dinza, quien apuesta por contar historias comunes, vivencias personales y lo más importante: la presencia constante de Santiago de Cuba, los giros del habla en aquella urbe y sus personajes como centro de los mismos. Si nos remitimos al carácter cíclico de la historia, diríamos que la referencia recurrente es el año 1979 y la aparición del Conjunto son 14 dirigido por Adalberto Álvarez. Este paralelismo estará presente a lo largo de todo el fonograma y ha definido parte importante de su trabajo.
Si el disco (LP) A Bayamo en coche fue un parte aguas en la música cubana, Manigua está predestinado a cumplir ese mismo rol en estos tiempos, tanto en lo musical como literario, y es que ya era hora de que aquel camino –que influyó en todo el mediterráneo caribeño de su época— fuera retomado.
Los textos de Manigua son ligeros, pensados para que el bailador se identifique con los personajes que le sirven de guía; cada uno puede ser reflejo de ese otro yo que quiere escapar y necesita saber que hay otro camino más allá de esas zonas grises con las que hoy convivimos y que ya saturan; Dinza piensa en todos los públicos posibles y un poco más allá.
Sones, rumbas, boleros y guarachas, con todos los ingredientes de estos tiempos –sin la constante pacatería de “la modernidad o los aires actuales”— se pueden escuchar en esta propuesta musical que desde principio a fin está pensaba para el buen goce.
Los coros propuestos se alejan de los lugares y citas comunes de estos tiempos. No hay llamados a levantar las manos (esa necesidad de rendición musical que invita al aburrimiento), a preguntarse dónde están las mujeres (la alfamanía de algunos). Los coros de Dinza recrean el ambiente festivo santiaguero al decir: “…si tú quieres conga abre que ahí viene el cocoyé…” (Pá la conga); o su homenaje a los clásicos de la música campesina: “…controlen al guajiro que está enamorao…” (Papelazo); y qué decir cuando apuesta por el changüí al invitarnos “… al sitial a bailar changüí… hasta que se te partan los pies…”. Aunque la apoteosis musical de sus coros y del mismo disco, llegan con el tema Chicharrones, su homenaje al barrio santiaguero de igual nombre, su barrio; una rumba al estilo matancero; es entonces cuando Dinza asume su cubanía más raigal al reconocerse como parte de un grupo social, al afirmar que “…yo me quedo en Chicharrones…”, y todo esto con la fuerza que aportan Los Muñequitos de Matanzas.
Cierto filósofo popular cubano al que muchos rinden culto y que conocemos por Tiburón Morales hace cuarenta años afirmó: “…Santiago de Cuba tiene por orgullo y tradición además de pregones sus soneros…”. Maykel Dinza es parte de esa estirpe y ojalá sus sones sean siempre reflejos de un mundo lírico que enaltezca a esa ciudad y al más universal de nuestros ritmos.
Esta propuesta es un primer paso; esperemos que el futuro no le juegue una mala pasada para evitar una nueva cadena que juzgue indebidamente a los poetas que nos hacen bailar.
Manigua es un disco de redención en estos tiempos del son cubano. Adalberto Álvarez y el resto de los soneros estarán de acuerdo conmigo.
Deje un comentario