Cultura local vs. Cultura cubana. Camagüey (III)


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Iglesia y Plaza de La Caridad.

Con el presente artículo se da cierre a la historia cultural de la ciudad de Camagüey como tributo a la Jornada por la Cultura Cubana, una aproximación a la construcción del sistema sígnico y su significación desde una perspectiva patrimonial. En esta ocasión el centro de atención será el contexto del siglo XX, período de sustanciales giros en la historia cultural de la nación en la que, como intentaré demostrar, Camagüey, lejos de minimizar su patrimonio como signo identitario de la cultura regional y nacional, apostará por un enriquecimiento que le permitirá, en la primera década del presente siglo, inscribir un área de su Centro Histórico en la Lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad.

III) El Camagüey moderno.

Con la llegada del siglo XX y el período republicano, Camagüey, como el resto de las urbes cubanas, se erigirá en documentos de franca polémica entre tradición y modernidad; de modo que como la Isla toda, o casi toda, repliega su patrimonio de olor hispano para abrazar los nuevos horizontes culturales. En primer orden, a partir de 1898, resignifica sus espacios urbanos con una toponimia en honor a los principales protagonistas del proceso independentista, entre ellos José Martí, Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo, Máximo Gómez y Calixto García.

En su tejido social, recibe nuevas oleadas de inmigrantes españoles, principalmente provenientes del reinado de Cataluña, quienes desde la arquitectura inscribirán a El Camagüey entre las ciudades modernas. Junto a ello, se consolida la red de establecimientos comerciales que bajo la influencia de los inmigrantes chinos dan a la ciudad un carácter de servicios sin precedentes hasta entonces. Múltiples proyectos y aspiraciones individuales y colectivas vieron la luz en un espacio geográfico cuyas huellas culturales se remontan al siglo XVI. Fueron catalanes los encargados de construir las iglesias Sagrado Corazón y San José; la Escuela de Oficios y engalanaron con el Art Noveau la casona colonial que seguía —y sigue— en función de sede del gobierno municipal, el Teatro Apolo, la fachada de la casona familiar de los Robirosa en la se ubica hoy el Centro de la Diversidad Cultural y la gruta del Casino Campestre; fueron ellos los que integraron al estilo Neocolonial la actual Biblioteca Julio Antonio Mella.

Casa de la Diversidad Cultural.

Fue en este periodo en el que, al abrigo de otra gran mujer, Olivia Zaldívar; esposa del joven Mella y madre de su única hija, Natacha, nació en el territorio la primera academia de Ballet al propiciar los estudios de esta manifestación a su hermana Gilda Zaldívar, fundadora de esta enseñanza en el arte de la danza en Camagüey, base de una de las más genuinas expresiones de la región.

La ciudad de las iglesias no era un reconocimiento muy a tono para las nuevas coordenadas, entonces sacaron al espacio urbano el tinajón, y engalanaron con él parques, calles y los jardines de las racionalistas casas que proliferaron en los nuevos barrios, accionar que presentó a la ciudad como la De los tinajones, ella que por siglos había sido reconocida como la de las Iglesias. Pero la incipiente modernidad no borró la tradicional procesión del Santo Sepulcro, ni la fiesta de La Caridad, ni el San Juan camagüeyano, ni el voceo tan enraizado en sus habitantes; pervivió el “abur”, como signo de “hasta luego”, “hasta pronto” o simplemente “adiós”.

A partir de los años 40 su pasado afloró con fuerza y los medios de comunicación sirvieron a Jorge Juárez Cano, a Jorge Gustavo Sedeño, a Abelardo Chapellí para, tras desempolvar la memoria, retomar el legado de los Obispos, de los viajeros, de Tomás Pío, del Lugareño, de José Ramón Betancourt y de Juan Torres Lasqueti. La ciudad se sintió interesante, o al menos diferente al resto de sus hermanas, las otras primeras villas. La Plaza de San Juan de Dios, La Plaza del Carmen y la Casa Natal del Mayor, pasaron a ser objeto de análisis para ser declaradas Monumentos Locales, Provinciales y Nacionales.

Otra sacudida le vino encima con un proyecto sociocultural de alcance inimaginable, sobre todo para ella que había estado marcada por la tradición.  El triunfo revolucionario se pronunció por el progreso y la igualdad social con connotación particular en una enseñanza laica asumida por exalumnas de las Teresianas y Salesianas, muchas de ellas egresadas de la Escuela Normal para Maestros y Maestras, la Escuelas del Hogar o el Instituto de Segunda Enseñanza. Hubo espacio para todos y cada uno de sus hijos se proyectó desde el pasado, desde sí, desde su particular mosaico cultural.

No fue duro el trabajo de la Comisión Provincial de Patrimonio para divulgar en 1964 los principales hitos urbanos y arquitectónicos de su patrimonio cultural; bastaba asomarse al legado de Tomás Pío Betancourt, Juárez Cano, Juárez Sedeño, y otros tantos para reconocer en ella un documento histórico y cultural con centro en su trazado urbano, en la mixtura de su lenguaje arquitectónico, en el andar y comportamiento de sus habitantes. Algunos edificios se resignificaron, pero con agudeza, en sus estructuras y detalles, podía entenderse el pasado. Antes de 1978, cuando su centro histórico recibió la condición de Monumento Nacional, sus ilustres hijos ya tenían estudiadas las más legendarias reliquias y en primer orden estaban las iglesias y sus plazas, luego las plazuelas y en todos los casos, los inmuebles que los rodeaban; testimonios de diferentes condiciones económicas y sociales quedaban legitimados. Entre historia, arquitectura, urbanismo, sociología, esta era una obra de arte, y las verdaderas obras de arte son siempre hijas de su tiempo. Camagüey no olvidó ninguno de sus tiempos, quizás por eso devino el Centro Histórico más extenso de Cuba.

Plazuela del Pozo de Gracia.

Nuevas esperanzas le llegaron con la creación de instituciones responsabilizadas con su pasado, y asistió la ciudad al debate de su fecha de fundación como si un día, un mes, un año, una fecha cualquiera del calendario, bastase para construir el tesoro cultural acumulado. Su red comercial hizo gala de esplendor económico en los años 70 y 80, y huellas del deterioro a causa de la escasez de recursos marcaron su imagen en lustros posteriores.

Otro momento de dicha y esperanza apareció en la historia cultural con la Oficina del Historiador de la Ciudad como protagonista esencial de la gestión de su patrimonio y bajo su égida se realizaron importantes proyectos de intervención en el patrimonio edificado tales como la rehabilitación del parque Mario Aróstegui y la Plaza Joaquín de Agüero; pero ninguno tan vital como la remodelación del parque Ignacio Agramonte.

                        Parque Mario Aróstegui.                                                                                       Parque Ignacio Agramonte.

En la ciudad de Camagüey encuentra la cultura nacional un exponente singular, propiedad que subraya las paradojas implícitas en la relación entre signos y significados culturales, tales como 1) la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced es la más “capaz” y una de las más académicas de todas, aunque en el sistema jerárquico de las instituciones religiosas solo es auxiliar de la Iglesia de Nuestra Señora de la Soledad, templo que parece estar eternamente designada a mostrar una estética de corte francamente popular en su categoría de Iglesia parroquial desde 1701; 2) el edificio sede de la Asamblea Municipal del Poder Popular, antiguo Ayuntamiento, posee una imagen arquitectónica que no supera en su lenguaje arquitectónico a las típicas casonas coloniales de la región, posición que subraya un emplazamiento diagonal  al espacio urbano de mayor significación simbólica de la ciudad, el parque Agramonte; 3) sus calles han sido bautizadas una y otra vez con nombres modernos, en la mayoría de los casos inexistentes en la praxis cultural de sus habitantes, pero si en ellas no quiere perderse el forastero, deberá conocer los nombres primigenios, aquellos cuyo fundamento se encuentran en el santoral católico o la cultura popular.

De la excepcionalidad de la ciudad de Camagüey no cabe dudas, la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad a un área de su Centro Histórico es suficiente aval en ese sentido. De su dinámica se ha de dudar menos aún; no ha de pasar por alto que, en el año de su inscripción en la lista del Patrimonio Mundial, recibió la beatificación de Fray José Olallo Valdés o Padre Olallo, como se le conoce popularmente, uno de sus hijos adoptivos.

Esta es la ciudad del Puerto del Príncipe, la de corsarios y piratas, la de Camagüebax, la de las iglesias, la de los tinajones, la de Agramonte, este es, El Camagüey; un fragmento de la cultura cubana; o más bien, como en el caso de las historias de vida, la historia de la cultura cubana entre el Tínima y el Hatibonico.

 

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