De regreso al callejón de los suspiros VII: haciendo ebbó
De camino al callejón de los suspiros VI: cita con ángeles
De camino al callejón de los suspiros V: enconsortado con la rumba
De camino al callejón de los suspiros IV: los eggún que me acompañan
De camino al callejón de los suspiros III: cuando nace un poeta
De camino al callejón de los suspiros II: La gente del barrio
De camino al callejón de los suspiros I: Los caminos
Eloy Machado o simplemente El Ambia, tenía por costumbre recibir de modo efusivo, a veces casi superlativo, a aquellas personas a las que les profesaba amistad y/o respeto cuando llegaban a su Peña. El grito de guerra se resumía en una breve frase que antecedía al nombre del recién llegado.
Lo mismo ocurría cuando quería destacar algún suceso u otro percance que lo involucrara: aquel grito a todo pulmón de “…yo soy El Ambia…”, también se podía interpretar como un llamado a la guerra cuando las noticias no eran muy halagüeñas o el asunto era peliagudo.
Fue en una de aquellas Peñas de comienzos de los años noventa cuando, antes de empezar a sonar la rumba, El Ambia tomó el micrófono en sus manos y se dispuso a leer para todos los presentes una página del libro que sostenía y que validaba la tesis de que se le podía considerar “…uno de los poetas cubanos contemporáneos más interesantes, por su cosmovisión de los elementos folklóricos y su relación con el mundo del hombre marginal…”; para terminar leyendo a viva voz que “…su autenticidad era equiparable a la de Georgina Herrera, Jesús Cos Causre y Nancy Morejón…”
Él, en su alegría infantil –rasgo que le abría las puertas del cariño de muchos— solo atinó a decir: “…Ambia, estos blancos me acaban de descubrir y me invitan a su universidad a dar una muela bizca sobre mi poesía y la rumba”.
Y no era para menos. Una universidad europea –italiana en este caso—organizaba un programa de literatura caribeña contemporánea y los elegidos para representar a Cuba eran Eloy Machado, Georgina Herrera y Cos Causse. En una segunda etapa sería Nancy Morejón la invitada de honor.
Tras la lectura solo atinó a preguntar: “¿…Ambia, entonces voy a fastear…?”
La posibilidad de viajar por vez primera al extranjero, de que fuera invitado a hablar de su poesía en una universidad europea, fue la comidilla de aquella tarde de rumba. Y lo más importante, debía hacer una selección de toda su poesía, la publicada y algo inédito, para un libro que se editaría mientras durara el curso, es decir, cinco semanas.
Días después comenzó la odisea de ayudarlo a preparar su viaje. Necesitaba todo lo necesario, al menos “para lucir como un poeta de verdad”. Necesitaba cambiar su indumentaria, sin renunciar a su pulóver de Malcolm X y poner en cintura sus pies, pues andar en sandalias no era recomendable, sobre todo porque viajaría en pleno invierno.
Y qué pasaría con la Peña en ese tiempo. Serían semanas sin su rumba, sin sus ocurrencias y sus invitados inesperados. Él lo dejó todo dispuesto: “…para eso estaba El Goyo, Ambia… y si había problemas también estaba Lengua dulce (así llamaba al musicógrafo Helio Orovio)…”.
El Ambia se fue de viaje y se le extrañó. También se especulaba entre los asiduos al Hurón Azul y a su Peña, cuáles serían las historias que habría de contar y cómo reaccionaria el claustro de aquella universidad –la de la ciudad de Florencia, supimos después que era la interesada—cuando él apelara a su arsenal popular para expresar ideas o simplemente comunicarse.
Cinco semanas después regresó y no vino solo. Traía como compañeros de viaje al Rector de la Universidad, a dos profesores y unos quince estudiantes para que vivieran la experiencia del mundo marginal de La Habana. Traía, igualmente, una edición de sus poemas impresa a todo lujo; sin olvidar sus anécdotas y ocurrencias.
Había triunfado en aquel recinto universitario, tanto que tenía previsto regresar con “…los yumas que lo jinetearon para aprender y vivir el mundo de la rumba…” cuando terminaran su trabajo investigativo.
Fue entonces que se supo la verdad de esta historia. Todo había comenzado accidentalmente en una de sus peñas cuando un profesor de literatura de esa universidad había asistido por accidente y quedó fascinado ante la propuesta. El hombre indagó e investigó y en el camino se encontró con Nancy Morejón –de la que era estudioso— y ella le recomendó a El Ambia, a Georgina y a Cos Causse.
Eloy Machado, El Ambia, regresó nuevamente a Italia dos meses después, solo que ahora con más experiencia de la vida y con un buen programa académico que había “cocinado” con Guillermo Rodríguez Rivera y Helio Orovio. El asunto consistía en mantener su autenticidad humana y literaria, y su vínculo con la rumba y el solar como las principales motivaciones de su poesía y de su actuar intelectual.
Corría el año de 1992…, las cosas comenzaban a ponerse complejas en el escenario económico del país y el Hurón Azul y, muy especialmente, La Peña de El Ambia comenzaban a ser un reducto cultural, social y humano para las carencias que se avecinaban y que comenzábamos a vivir. Fue un tiempo en que curiosamente Eloy Machado se convirtió en sujeto y objeto de al menos cinco tesis de aquella universidad que lo acogió por casi tres meses y en la que, según supimos después, también organizó un par de rumbas… con los ambias que en ese entonces comenzaban a fundar y a expandir la moda de bailar rumba y casino entre los hombres y las mujeres de aquel país…

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