Elito Revé y Samuel Formell durante la presentación a la prensa del álbum, fruto del megaconcierto, De Revé a Van Van. Dos Leyendas, sello Bis Music. Foto: Gustavo Rivera
“… dale dos, que a ellos les gusta/dale dos, se lo merecen…”
Los padres fueron el árbol fundacional. La vida y la música les entroncaron; aunque fuera por un breve tiempo; persiguieran el mismo fin: hacer bailar a sus compatriotas. Eran los convulsos años sesenta y la música cubana pedía a gritos nuevos aires. Uno puso la orquesta y el sonido del changüí; el otro el talento y la voluntad de innovar, de abrirse al mundo, de aceptar de una vez por todas que el son y todos sus parientes son organismos vivos. Prestos a mutar, a combinarse, a renacer.
Sus caminos se bifurcaron. Cada uno tomó su ruta vital y musical en el momento adecuado. Así pasaron los años, la vida y los bailadores. Estos últimos se fueron multiplicando y alineando, aunque en el fondo compartieran el mismo espacio social. Uno fue definido como “El fabuloso tren musical”; el otro asumió el epíteto de “El Charangón”; y cada uno con su estilo se nos fue metiendo en la sangre.
Era el Changüí o el Songo. Es el Songo o el Changüí. Somos hombres de más de una orquesta, de más de un ritmo. Somos por encima de todo bailadores que fanáticamente defienden su música y a sus músicos. Somos hijos del son, de la timba, de la rumba.
Pasaron los años. Paso la vida. La vida que, injusta cuando menos se le espera, condujo a los padres fundadores al Olimpo y dejó en manos de sus hijos continuar la obra; acrecentar las leyendas; acompañar y cuidarla legión de seguidores; de alimentar los sueños de una nación por medio del baile. Desde allí aconsejan y guían.
A la derecha del camino está El Charangón de Revé, a la izquierda “el tren” que son los Van Van. Juan y Elio. Elio y Juan. Y entre ellos y su música una nación que sabe equilibrar sus pasiones. Que repite cada estribillo; que alimenta cada día la historia más hermosa que ha vivido: amar su música. Este es un escenario que nunca olvidaremos, que nos acompañara hasta el fin de los días, que alimentará nuestra leyenda.
Es un domingo de diciembre del año 2017. Ha llovido a cántaros en la Habana horas antes. Son las nueve de la noche y los bailadores no dejan de llegar. En el escenario los instrumentos de las orquestas. Vanvaneros y charangoneros se miran sin recelo, comparten el mismo espacio. La lluvia amenaza nuevamente.
Luces. Música. A bailar. Es lo que pide el cuerpo, es lo que espera la gente, la que no se puede aguantar, la que quiere un ritmo caliente. La gente. A una sola voz todos cantan, repiten una y otra vez los estribillos conocidos. Murmullan los temas que no dominan, los que se estrenan esta noche.
Hoy en un mismo escenario se encuentran dos leyendas de la música cubana. Frente a ellos una ciudad; una nación; un país. De un extremo a otro la vida y la música fluyen. Esta noche no se repetirá jamás.
Entre el Songo y el Changüí les vemos sudar, vivir, amar y sonreír al futuro. Entre el songo y el changüí, vigilantes están los padres fundadores, están sus hijos y los hombres que hace votos de fidelidad a la música. Estamos nosotros.
Entre el Songo y el Changüí están las dos leyendas; está Cuba.
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