El fantasma de William Walker


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En el prólogo a Versos sencillos, José Martí mencionaba a Walker como parte de los planes imperialistas para América Latina.

Una vez un estadounidense se proclamó presidente de la república de Nicaragua: William Walker. Había nacido en 1824 en Nashville, Tennessee, Estados Unidos; hijo de un banquero escocés y de una mujer originaria de Kentucky, fue el mayor de cuatro hijos de esa pareja de puritanos. Tranquilo en su niñez y adolescencia, y de modales tan refinados que en más de una ocasión ha sido catalogado de “afeminado”, según estereotipos que aún se mantienen en cualquier sociedad, se destacó en el estudio de la Biblia y la literatura clásica, y sus compañeros lo eligieron presidente de la Sociedad de Debates de su universidad. Estudió Medicina en Pennsylvania y continuó la formación en París, cuyo ambiente consideró pervertido. En sus viajes por Europa empezó a interesarse por la política y al regreso a Estados Unidos decidió estudiar Derecho. Abogado en Nueva Orleans, allí ejerció el periodismo con tendencia antiesclavista y liberal, como un yanqui en el sur, en una época en que todavía se hablaba de la anexión de Cuba. William, aún delgado y tímido, se enamoró de Ellen Galt Martin, una joven sordomuda distinguida por su belleza e inteligencia; el matrimonio no se concretó porque Ellen murió de fiebre amarilla en 1849. Desde entonces el joven se transformó en paranoico y proclive a emprender acciones atrevidas sin calcular resultados. Fue conocido como “El predestinado de los ojos grises”, y, también, como un vulgar filibustero.

Hacia mediados del siglo xix en Estados Unidos estaba en su apogeo la doctrina del Destino Manifiesto, política imperialista que apoyaba la expansión al oeste, al norte y al sur del hemisferio —no por gusto el país se llamaba Estados Unidos de América. No fue suficiente haberse apoderado de los extensos y riquísimos territorios de Texas o California en el oeste, o pretender colonizar parte del inmenso Canadá; también intentaron la compra de Cuba y la adquisición de otros espacios mexicanos, continuar hacia América Central, y no parar hasta la Tierra del Fuego. La explicación resultaba sencilla: los yanquis son superiores a los “mestizos” y estos debían ser “regenerados”, pues era una orden de dios. Aunque había diferencias sobre cómo hacerlo: mediante el mantenimiento de la esclavitud o por el cambio hacia ciudadanos en sociedades de “democracia y libertad”, según nociones hasta hoy casi inalterables, pues se trata de la democracia y la libertad convenientes para mantener el estatus de explotación a favor de los intereses imperiales. Esta política estimuló a jóvenes como Walker a enrolarse en expediciones para reconquistar América.

Durante años se generó un nuevo tipo de filibusterismo u obstrucción parlamentaria que en las débiles repúblicas americanas interpretaba interesadamente las leyes a favor de la potencia extranjera, o incluso de algún magnate que pagara, no solo a los parlamentarios, sino a ejércitos mercenarios que podían ser entrenados por organizadores de cuerpos militares privados que causaban conflictos y emprendían campañas desestabilizadoras, con el propósito de recolonizar las zonas más indefensas o vulnerables. Diversas expediciones de filibusteros llegaron a Sonora, bajo algún desacuerdo entre población y autoridades; en realidad, la zona fue tomada como “de tránsito” durante la fiebre del oro californiana a mediados del siglo xix, y ello era razón suficiente para considerarla un territorio estratégico y disputado. Joseph C. Moorehead se abalanzó contra Sonora en 1851 y fue derrotado en ese mismo año en el que Charles de Pindray creó una colonia francesa sin éxito; al año siguiente un grupo de franceses al mando de Lepine de Segondis tomó Santa Cruz con el pretexto de combatir a los apaches.

El aristócrata Gaston de Raousset-Boulbon intentó tomar Hermosillo, Sonora, y armó otra expedición; terminó fusilado en 1854 por el ejército federal mexicano. Walker ejercía como periodista en San Francisco y después de un duelo en que fue herido levemente en una pierna y convertido en “héroe local”, había intentado unirse a Raousset-Boulbon, pero este rechazó su petición por la aversión de los mexicanos a la colonización estadounidense; no obstante, llegó a México en 1853 y fue devuelto a su lugar de origen por las autoridades de ese país. Más adelante organizó una expedición para invadir Sonora y Baja California, con la intención de fundar una nueva república y anexarla a Estados Unidos. Reclutó medio centenar de vagabundos y aventureros, y zarpó a bordo del Caroline, a despecho de la ley de neutralidad. Luego de derrotar a un pequeño contingente mexicano, proclamó la “libertad, soberanía e independencia” de esos territorios, cuya bandera ostentaba dos franjas rojas con dos estrellas; después se le sumaron 230 aventureros más que llegaron a bordo del bergantín Anita. Posteriores insubordinaciones condujeron a que en 1854 la recién creada república se dividiera, y Walker se autoproclamó presidente de Sonora, con un código civil traído de Luisiana. Al firmarse un tratado leonino entre el gobierno de Estados Unidos con el presidente mexicano Antonio López de Santa Anna, quien había tenido que ceder territorios al gobierno norteamericano, Walker quedó como un transgresor y terminó acusado ante un tribunal estadounidense por violar leyes federales, pero no fue declarado culpable. 

En medio de la guerra civil en Nicaragua, Walker apoyó el denominado bando “democrático”, con asiento en León y favorable al capital norteamericano, contra los “legitimistas”, con mayoría en Granada y cercanos a los intereses británicos; los dos grupos aspiraban a derrocar al presidente designado Fruto Chamorro Pérez. Implicado en otro duelo y con un balazo en un pie, Walker viajó en 1855 a León junto con 58 individuos conocidos como Los Inmortales, y fue investido por ellos con el rango de coronel; tomó por sorpresa el poblado de Rivas y otras poblaciones, que, bajo el terror, la ejecución y la crueldad, se le unieron. Estos triunfos fueron celebrados por la prensa en su país, que estimuló a más voluntarios para que se le sumaran. Por sus influencias y relaciones, incluidos los esclavistas del sur, su tropa le propuso la presidencia; sin embargo, fue desautorizado por el gobierno norteamericano a raíz de las disposiciones del tratado Clayton-Bulwer, un acuerdo para neutralizar la influencia de Inglaterra en los asuntos de los países de América Central: todos condenaron el filibusterismo —en Costa Rica, el presidente Juan Mora Porras, a quien apoyaba el Reino Unido, calificó a este ejército como “horda de bandidos”.

En medio de una epidemia de cólera en toda la zona centroamericana y de la huida del presidente provisional de Nicaragua Patricio Rivas, el norteamericano proclamó la abolición de ese gobierno e instaló a Fermín Ferrer como presidente; posteriormente fueron celebradas elecciones con muchas irregularidades —The New York Times afirmó que en algunas poblaciones la cifra de votantes cuadruplicaba la de sus habitantes— y resultó electo Walker. En su discurso inaugural manifestó el interés de formar un gobierno federal que abarcara América Central, y en un futuro, Cuba; enseguida recibió apoyo del representante de Estados Unidos en Nicaragua, instruido por su secretario de Estado para establecer relaciones diplomáticas. Honduras, El Salvador y Guatemala firmaron un Tratado de Alianza para reconocer a Patricio Rivas como presidente de Nicaragua y rechazar el intervencionismo yanqui —Costa Rica en ese momento estaba diezmada por el cólera, pero después se sumó. En 1856 los “democráticos” y los “legitimistas” firmaron un pacto y decidieron luchar todos contra el filibusterismo. Las fuerzas de Walker sufrieron una importante derrota y aunque recibieron más ayuda y emprendió un contraataque que destruyó a Granada, no pudieron detener la ofensiva y el ejército se rindió sin la presencia de su jefe.

La fuerza naval estadounidense lo retiró a bordo del St. Mary’s hasta Nueva Orleans. Como la capitulación no fue realizada por Walker ante representantes de las autoridades centroamericanas, él no se consideraba rendido; culpó de su derrota al secretario de Estado, a los abolicionistas y a los británicos, aseguró que los nicaragüenses eran incapaces de gobernarse, y reclamó apoyo para americanizar el territorio. Fundó clandestinamente la Liga Centroamericana para financiar una nueva expedición a Nicaragua, y aunque tuvo tropiezos por la depresión económica de 1857, logró algunos fondos para embarcarse con 270 hombres en el vapor Fashion. Fragatas estadounidenses y británicas impidieron su movilización y tuvo que capitular: todos regresaron a Estados Unidos; Walker fue juzgado de nuevo por violar las leyes de neutralidad, pero otra vez el caso fue desatendido por el fiscal del distrito. Su personalidad no le permitía claudicar: escribió el libro La guerra en Nicaragua y se convirtió al catolicismo. Como persistía en su empeño, reunió otra tropa de casi un centenar de hombres y zarpó de Nueva Orleans hacia Trujillo, Honduras, donde tomaron la fortaleza y declararon la ciudad “puerto libre”, con el propósito de dañar la economía hondureña y recaudar dinero.

Un barco británico le reclamó la rendición y huyó con 65 hombres, perseguidos por el ejército hondureño. Herido y con fiebre, Walker se rindió ante las autoridades británicas, a quienes aseguró que era el presidente de Nicaragua, lo cual no evitó que lo entregaran a la justicia hondureña. Fue sentenciado a muerte y ejecutado el 12 de septiembre de 1860, en las cercanías de Trujillo. La muerte de Walker fue recibida con indiferencia por la opinión pública y las autoridades de Estados Unidos. Hay quienes plantean que estos sucesos provocaron un fuerte nacionalismo nicaragüense y, hasta hoy, sentimientos antiestadounidenses en algunos círculos centroamericanos. Este aventurerismo, vinculado, sin duda, al imperialismo norteño, es parte inherente del sistema, capaz de incubar personajes como estos, mantenidos en “reserva” para cuando hagan falta.

En el prólogo a Versos sencillos José Martí, en New York, 1891, mencionaba a Walker como parte de los planes imperialistas para América Latina: “¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo en que el águila de Monterrey y de Chapultepec, el águila de López y de Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de la América?” (José Martí. Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 6, p. 143). Martí estaba convencido de que el fantasma de Walker alentaba los intentos imperiales de apoderarse de las tierras latinoamericanas, aunque para esos momentos su imagen de filibustero no era la más conveniente. En la actualidad se prefieren los nativos para hacer el trabajo de Walker. Después tantos intentos para derrocar al gobierno legítimo de Venezuela —en un año se han usado todas las variantes posibles, excepto la invasión armada directa—, tal vez en la Casa Blanca añoren a William Walker. Pero desde su época hasta hoy las cosas han cambiado mucho. Los yanquis siguen sin comprender que el apoyo popular es lo esencial para mantener a un gobierno; se engañan y se siguen engañando con la política de engaño que diseñan para los demás. Y… por otra parte, ya existió Playa Girón


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