En muchas ocasiones sea por conmemoración, sea por el fallecimiento de algún miembro del equipo de filmación, o sencillamente por un recuento histórico de la producción del cine cubano, se menciona la historia de El Mégano. Y efectivamente tratándose de la historia El Mégano, filme dirigido por Julio García Espinosa, con la colaboración de Tomás (Titón) Gutiérrez Alea y la participación de Alfredo Guevara, José Massip, Jorge Haydú, Pedro García Espinosa y Juan Blanco, se considera la obra cinematográfica a partir de la cual nace un nuevo cine cubano, un cine que responde a la realidad, a la vida del momento de los cubanos.
Algún cine ya se había producido en el país, pero ahora lo que se trataba era de mostrar nuestra identidad, la realidad de la vida de muchos cubanos, en este caso de los carboneros de los alrededores del surgidero de Batabanó.
Nacido de la corriente del neorrealismo italiano, que más que un estilo o una forma de hacer cine, se trataba de un movimiento que proponía un giro en el cine que se estaba haciendo en el mundo, su objetivo era transformar el cine y la vida.
Así surgió El Mégano (1955) en Cuba, Tire Dié (1960) en Argentina, Río cuarenta grados (1955) en Brasil, Araya (1959) en Venezuela, le seguirían La hora de los hornos (1960), Dios y el diablo en la Tierra del sol (1964) entre otros, era la fuerza iniciática del movimiento que luego se llamaría: Nuevo Cine Latinoamericano.
El Mégano como en más de una oportunidad declarara su director, una pequeña obra que implicó mucho trabajo, mucho sacrificio del joven equipo que viajaba todos los fines de semana a los alrededores de Batabanó para filmar al grupo de laboriosos hombres y mujeres que cada día producían carbón para recibir un miserable pago que apenas daba para la comida de la familia. El guion del propio García Espinosa había sido el elegido de todos los presentados al concurso, porque ofrecía la posibilidad de practicar varios aspectos de realización: dirección de actores sin ser estos profesionales, documental en tanto mostraba aquella realidad, y permitía que trabajaran todos los miembros del grupo. Por ejemplo, Pedro García Espinosa construiría el primer dolly del cine cubano en su condición de escenógrafo del filme.
Fueron meses de viaje a la zona de filmación. Al terminar el rodaje Manuel Barbachano Ponce, productor mexicano, amigo entrañable de los cineastas cubanos (no se puede contar la historia del cine cubano sin hablar del papel fundamental que jugó este hombre desde antes de El Mégano) ofreció la sonorización del filme: diálogos, efectos y la música de Juan Blanco.
La película se mostró en dos ocasiones solamente: en el Anfiteatro Varona de la Universidad de La Habana y en el Retiro Odontológico. Inmediatamente García Espinosa fue preso por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y obligado a entregar la copia de la película. Tendría que esperar hasta 1959 que la Revolución triunfante le permitiera reencontrarse con la película guardada en las bóvedas del SIM.
Esto es en síntesis la historia de El Mégano, pero ¿qué significa hoy este pequeño filme para el público en general, para los jóvenes y sobretodo para los que intentan transitar los caminos de la realización del audiovisual cubano? Me remito a algunos fragmentos de un texto del propio García Espinosa que escribiera a propósito de los cuarenta años de la película, precisamente el 6 de junio de 2005, pero su vigencia es indiscutible:
Hoy la guerra fría terminó. Existe ahora una especie de paz fría. El mundo, de nuevo, no está para espectáculos. Salvo para aquellos que quieren celebrar una fiesta que la propia realidad les niega. El neorrealismo parece tocar de nuevo a nuestras puertas. El Mégano puede conmemorar su 40 Aniversario en paz pero no con tranquilidad. Nuestro país tampoco está para espectáculos. Lo menos que necesita ahora son espectadores, en el sentido más pasivo de esta palabra. Zavattini, ese hijo directo de Rabelais, nos saluda otra vez. Ese hombre, que hace apenas seis años murió, ese gran artista capaz de fabular hasta con la nada, ese maestro que nos dejara algunas de las obras más imperecederas de la historia del cine, no descansa en paz en estos momentos. ¿Cuál fué su principal grito, su mirada de alarma, su mano solidaria? Que desconfiáramos, que no todo lo que brillaba era oro, que desconfiáramos de las fachadas de los edificios, de esas fachadas que mientras más bellas, más esconden el laberinto de sus interiores.
En un mundo donde cada vez se divorcian más la belleza y la verdad, donde la división entre belleza y verdad se ha vuelto aberrante, donde la belleza se logra al precio de ignorar la verdad, donde la belleza quiere deslumbrarnos por sobre todas las cosas, es necesario volver a hacer de esa dicotomía una realidad indisoluble, una unidad indivisible, es urgente, indispensable, llevado a sus extremos, hacer de la verdad la más legítima fuente de toda belleza.
El Mégano me provocaba estas reflexiones y no tenía mejor manera de conmemorarlo que devolviéndoselas.
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