El parte del doctor Durán


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El Doctor Francisco Durán. Foto.Gabriel Guerra Bianchini.Cubadebate.

 

Todas las mañanas desde que comenzó la pandemia de la Covid-19, la mayoría de los cubanos, estén donde estén, se acomodan frente al televisor —ahora a las 9 a.m. —para escuchar el parte que emite el doctor Francisco Durán, director de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública (Minsap) de Cuba. Entre otras muchas razones puestas de manifiesto en estos momentos tan difíciles, hay que felicitar a las autoridades cubanas por convertir en “vocero oficial” de la pandemia, a la persona más indicada, a cuyas calificación y experiencia se suman las dotes como comunicador y un humanismo que ni el nasobuco puede ocultar. El parte no lo dan los políticos, como en otros lugares, donde algunos de ellos, apurados por cerrar eventos, recomiendan o sugieren tonterías; ni un funcionario del gobierno, que como no es médico entrenado en el manejo epidemiológico, no puede responder con precisión casi ninguna interrogante; del parteen Cuba se ocupa quien posee la preparación y actualización para hacerlo, y se encuentra en óptimas condiciones para responder minuciosamente no solo las preguntas de los medios cubanos y extranjeros acreditados en la Isla, sino las de ciudadanos “de a pie”, algunos de los cuales llevan las estadísticas de la enfermedad con la misma pasión que las de la pelota. En ocasiones, muy pocas en verdad, se han colado preguntas que parecieran dirigidas al compañero Pero Grullo, pero el doctor Durán y su joven y educado anfitrión mantienen la compostura, y gracias a ellos recibimos una información diaria, responsable y oficial. “La perfección no es de este mundo”, solía decir un viejo amigo, pero en este parte se puede confiar porque lo preside la verdad, hasta donde es humanamente posible hallarla.

¿Pero quién es el doctor Durán? Por un trabajo de Ana María Domínguez Cruz titulado con precisión “Como un familiar cercano”, publicado en Juventud Rebelde, nos enteramos de que este santiaguero de pura cepa, traía en el ADN la vocación científica, pues el padre fue psiquiatra y la madre, estomatóloga. Luego de cursar los primeros años de la carrera en el Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, continuó en la Facultad de Ciencias Médicas del hospital Calixto García en la capital; más adelante, de vuelta a Santiago, se desempeñó de manera exitosa en la batalla por la erradicación del aedes aegypti durante la epidemia de dengue en 1981,estuvo al frente del Departamento de Desinfección y Control de Vectores y del Programa de Prevención y Control del Sida, y fue rector del Instituto de Ciencias Médicas; con ese entrenamiento lo designaron en 2003 viceministro del Minsap en el área de Docencia Médica, cumplió misión médica en Angola, y de regreso a Cuba, su ubicación como vicedirector primero del prestigioso Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK) completó una formación de altísimo nivel científico. Hace casi seis años es el director de Epidemiología del Minsap.

Sus admiradores coincidimos con el octosílabo de Tomasita Quiala: “hombre de amor y de ciencia” para definir a quien ha ganado respeto y reconocimiento popular por sus comentarios precisos, claros y atinados, en sintonía con las personas comunes que, sin ser médicos, como buenos cubanos desean saber ya de este tema tanto como de pelota, economía, política, leyes… —o tauromaquia, heráldica, moneda virtual y nanotecnología aplicada a la robótica—, y aprovechan la socialización obligada en una cola, para disertar acerca de tasas, picos, aplanamientos de curvas, interferones..., con términos recién adquiridos como tórpido o comorbilidad. Durán se ha convertido en un apreciado comunicador cotidiano, al tanto de la última información sobre la pandemia, ante la incesante curiosidad de un jurado nacional e internacional que pregunta sobre lo humano y lo divino, con la seguridad de que el sereno doctor explicará complejos procesos con carisma natural, sano humor y decir criollo, y refutará con elegancia planteamientos inverosímiles o ciertas intencionalidades desviadas hacia otras zonas.

El parte, desde que comenzó hasta estos momentos, se ha ido perfeccionando, ganando en orden y exactitud, y observando reclamos de la población, pues Durán, no sé en qué tiempo, se mantiene en contacto con la gente y atento a sus preocupaciones. Si antes se comenzaba con informaciones internacionales, ahora lo más difícil se aborda primero: los fallecidos en la Isla, y cuando el doctor ofrece condolencias a familiares y allegados, no lo hace de manera fría y formal, sino que todos sentimos que de verdad comparte el dolor; continúa con los casos confirmados, por provincias y municipios, los pacientes críticos y graves, un cuadro de la “realidad real”, no la ideal, la que quisiéramos que fuera. El doctor Durán sabe que no está hablando de cifras, sino de seres humanos que padecen, sufren, la mayoría se recupera, pero lamentablemente algunos mueren, y ponernos al tanto de esos números inobjetables y a veces duros, es una forma de conminarnos a cuidar y cuidarnos.

Ningún país, por muy rico que sea, cuenta con los recursos para aplicar a toda su población las pruebas idóneas para detectar la Covid-19, suponiendo que todos los gobernantes tuvieran la voluntad de hacerlo. Pero mientras más pruebas se apliquen, con la mayor racionalidad posible en la selección basada en los pesquisajes que sí se realizan masivamente en nuestro país, estaremos en mejores condiciones para acercarnos con mayor certeza al número de infestados asintomáticos y contribuir efectivamente a frenar el contagio. Esta información el doctor Durán la ha ido infiltrando con lucidez y paciencia en sus cotidianas declaraciones, para convencernos de que el aislamiento y la autodisciplina son los únicos “antídotos” comprobados frente a la enfermedad.

Creo que no somos pocos los que tratamos de adivinar por los ojos de este buen santiaguero si trae buenas o malas noticias. Vemos una pesadumbre inocultable si se eleva la cifra de fallecidos o de casos detectados, y un brillo peculiar cuando anuncia que nadie murió el día anterior, o que un número, aunque sea mínimo, de pacientes críticos pasó a la categoría de graves, o de esta a la “de cuidado”, testimonio incuestionable de la calidad de la ciencia y de la medicina cubanas, expresada en el bajo coeficiente de letalidad en relación con el mundo. Sin embargo, el epidemiólogo nos frena el entusiasmo que puede resultar peligroso; una insistencia en la que vuelve a lucir sus dotes de comunicador sensible, que conoce, sin mostrarlo crudamente, nuestro talón de Aquiles, la indisciplina social, con todos sus pródigos hijos: la irresponsabilidad, la inconstancia, el desespero, la incoherencia…

Sé que este médico ejemplar dirá que los méritos no son suyos, sino de los miles de colegas, investigadores, laboratoristas y otros técnicos de la salud, estudiantes, enfermeros, camilleros, choferes, pantristas…, que, separados de sus familias, se exponen cada día para salvar vidas. No le falta cierta razón, pero yo he querido hoy simbolizarlos a todos con el doctor Francisco Durán, como tal.


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