El poema y la poesía


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La poesía no entiende de temporalidad, de ahí que el poema deba proyectarse hacia el infinito y la eternidad, so pena de quedarse en “versos de circunstancia”. El carácter poético de un texto —aun cuando su léxico no esté dentro de lo considerado poético en el momento de su escritura— radica en participar de una ontología de trascendencia sostenida; de lo contrario, no formará parte de la poesía, por muy nobles que sean los sentimientos expresados. Hay poesía sin poema y hubo versos exitosos en cierto momento atenidos al fervor de una épica defendida en una zona de praxis social dentro de las utopías políticas; hoy buena parte de esa línea temática no moviliza el interés ni de la mayoría de los poetas ni de los lectores habituales de poesía, desencantados con profecías más cercanas a las doctrinas religiosas que en la verdad de la práctica política; algunos de aquellos creadores abandonaron ese tipo de escritura y ciertos destinatarios prefirieron el original, por lo que algunos de unos y otros se convirtieron en pastores de iglesias o definitivamente en políticos.

Los temas del tiempo y del espacio han sido recurrentes en la historia de la poesía: el curso y la travesía, así como el ambiente o la atmósfera, han probado su éxito a lo largo de la tradición, bien para entrar en la mística o en lo más profundo de las intimidades del ser humano, o para la construcción de símbolos que, trasladados a otras zonas del conocimiento, ganan la inmortalidad. Esta mutación de categorías afianzadas en lo subjetivo mediante lo simbólico resulta muy compleja y posiblemente sea uno de los hallazgos más lúcidos de la escritura poética. Hay una guerra de símbolos por hacerse hegemónicos, y cualquiera de ellos anula las singularidades de los débiles; sin embargo, los poemas colaboran con lo universal en la medida en que expresan de manera original sus instantes y espacios propios, de lo contrario, moriríamos de aburrimiento con una sola dictadura universal simbólica.

Las relaciones entre el macrocosmos y el planeta donde vivimos han dejado una traza en poemas cósmicos y algunos han pasado a la exploración del ser humano como parte del universo, formando parte del objeto de interés de la poesía, muy diferente del de la Astrofísica, la Sociología o la Psicología. El sustrato inferido en esta relación tiene que ser presidido por la concatenación y evitar la terminología precisa de las ciencias, porque lo poético es ambiguo y aquí puede advertirse la capacidad para proponer un acto creativo que sintetice conocimientos y saberes. La poesía habrá de jugar, aunque se atreva a pronósticos o profecías y ofrezca mensajes ocultos de cierta gravedad; muere si no rompe el embarazoso silencio del cosmos. Sus equívocos son valores. Para que exista poesía cósmica tienen que haber poemas que dialoguen con los astros y expresen la estética del futuro, la ética que vendrá. Si el poema no insinúa el espíritu vital para especular con la materia oscura, para versionar sobre agujeros negros, entonces estamos ante un tratado de Astronomía.

Un grupo de temas que ha tratado la poesía desde la modernidad está relacionado con el objeto; en las vanguardias se puso de moda el poema objetual y se hizo cotidiano cantarle hasta a lo más cotidiano, como una cebolla o lo feo; cualquier objeto o cualidad podía convertirse en materia poética, quizás para romper estereotipos de cisnes y princesas. No pocas veces el trazo dejado por esta preferencia ahondó en objetos a tal punto que apenas los reconocemos después del tratamiento de la poesía, pues toda circunstancia subjetiva alimenta y enriquece la materia o el objeto y los redimensiona a partir de otras maneras de verlos o percibirlos. Todavía hoy el poema-objeto tiene mucha aceptación, pero para convertirse en poesía necesita descubrir el alma del objeto y no siempre eso es posible.

Uno de los recursos utilizados en las composiciones para construir las imágenes poéticas ha sido la contraposición entre la luz y las sombras; tal vez eso se lo debemos a concepciones religiosas en que lo luminoso respondía al bien, y las tinieblas, al mal. Lo tenebroso nos deja desorientados y lo desconocido es la base para el miedo, plataforma en que se basa cualquier dominación. El poco conocimiento de un ambiente provoca un sentido de incertidumbre que solo puede tener solución con la llegada de la luz. Se trata de un par de categorías que desde los antecedentes más antiguos ha presidido la ética, y ha sido aprovechado por la poesía para dejar constancia de otra de sus inmortalidades. Luz y sombra, reiteradamente, se han relacionado con el paraíso y el infierno, el bien y el mal.

La técnica del poema es importante pero no decisiva para que este se convierta en poesía. A veces la técnica “sale” sin conciencia; la poesía popular suele aportar valores semánticos y estilísticos que después los poetas cultos asumen. Elementos ajenos a la técnica, como las variaciones de la naturaleza, han dejado una ruta abundante de poemas descriptivos en diferentes épocas y estilos bajo diversos tipos de técnicas y relaciones subjetivas; solo una pequeña parte de ellos ha pasado a registrarse como poesía, y no ha sido generalmente por la utilización de la técnica, sino por un misterio difícil de resumir debido a la cantidad de ejemplos diferentes. Lo mismo ocurre con la musicalidad del poema y su permanencia en el gusto de generaciones, pues un agotamiento sonoro provoca un cambio de canon, imposible de explicar en una síntesis, por su complejidad asociada a múltiples factores.

La poesía no se queda en la pasión y el instinto, pues se escribe con palabras y necesita de la racionalidad y la elaboración técnica de estas; nuestro ser romántico prefiere aceptar lo primero, pero no son despreciables los aportes de lo segundo a la eficacia poética. Por otra parte, si bien en la tecné a veces radica el valor del poema, lo más completo y lúcido es el equilibrio de varios elementos. Una conversación en la penumbra con razones argumentadas puede convencer y ser más poética que un gran discurso técnicamente impecable cuya intencionalidad sea demasiado visible. Dueño y señor es el poema de amor, o al menos es el que más brilla entre nosotros; lo figurado o enmascarado y el misterio de descubrir lo especulativo en todas las formas amatorias posibles, ha dejado atrás en popularidad cualquier otro tema poético; hoy su agilidad se corresponde con la exigencia de la contemporaneidad y se sigue instalando en el nivel de preferencias, más allá de cualquier técnica.

Hay composiciones que tienden a lo descriptivo y otras son poemas-relatos; incluso, pueden leerse prosas poéticas más cercanas a la poesía que las estrofas clásicas. Las piezas que emplean una narración acuden a la sucesión de acciones y suelen retratar ciertos personajes; generalmente tienen que ver con la ética o con una fabulación que deja aprendizajes y vive más allá de la propia anécdota; su carácter poético enfatiza una ambigüedad en que la apreciación del lector es más importante que la naturaleza de la escritura. Otras construcciones poemáticas se acercan a reflexiones tratadas con belleza, un término tan ambiguo como receptores encontremos, y reproducen pensamientos del poeta mediante su alter ego, a veces disfrazado de neutral, como si su imparcialidad ofreciera un crédito y ganara con ello seguidores a su tesis, simulación que todavía se practica en las academias del mundo, como ejercicio cómplice y secreto entre partidarios, en ocasiones inconsciente. Hoy la censura es juego infantil o torpeza; muy pronto cualquier información se divulga inmediatamente en las redes y resulta más comentada que de no censurarse.

No son pocos quienes creen en la poesía como modo de salvación, pero el poema debe demostrarlo, explorando minuciosamente la subjetividad, tocando escondidas fibras internas, mapeando rincones reprimidos, señalando lo inefable, desenmascarado una imagen ocultado en lo subconsciente. El hallazgo suele estar signado por el dolor y la angustia; un sufrimiento más allá de lo calculado en la resistencia humana, que provoca la ineludible necesidad de la autorrepresión como mecanismo natural de protección para no dejarse aplastar por el dolor. La palabra develada impacta como comunicación imprescindible, terapia de choque, tabla de salvación a la que el náufrago se abraza y se funde a ella para flotar en la tormenta. Este amparo personal de vez en cuando en la Historia busca el social, porque las penas compartidas se alivian más, pero el gozo compartido también se disfruta más, y se comienzan a inventar utopías, ciudades del sol, nuevas Atlántidas y sociedades perfectas que por definición son justas y bellas, y por tanto, poéticas.

Mas la poesía es también oposición, espejo deformado y subjetivizado por el poeta, reflejo turbulento de la psiquis del creador, creatividad proteica para la espiritualidad, verdades no descubiertas o escondidas, riesgos del fuego cuidado bajo la tormenta, batalla permanente con las palabras, razones enfrentadas a una fuerza, lucha por la fe frente a una pragmática sin ideales, relación de misterios y búsquedas incomprendidas, redención ante el avance de las sombras, crecimiento del espíritu apoyado en lucidez, creatividad y sustancia para el crecimiento interior, mudanza eterna y mutabilidad constante, verbo como acto primigenio de creación, renacimiento cíclico con renovados códigos expresivos, energía autónoma, inmanente y victoriosa más allá de la muerte, Prometeo desencadenado y liberado desafiando a los dioses, Apolo en su laberinto, encadenamiento de saberes, juego a ser Dios, Hera, Eco, María, Orfeo, Eurídice, Narciso, Afrodita, Dionisio, Minerva, Hércules, Hera, Fedra…Para que el poema se convierta en poesía hay que morirse de amor en cada una de sus escrituras y resucitar con el punto final para seguir siendo Dios en el próximo poema.


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