El retorno (uno más) de Benny Moré


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En una olvidada tarde del mes de febrero de 1981 Luis Duvalón –que antes había sido cantante de la Orquesta Sensación en los años setenta—asumía de modo formal la administración del Salón Rosado de la Tropical que había estado cerrado por más de cinco años. La decisión la habían tomado los ejecutivos de la Empresa “Benny Moré” a pedido de algunos músicos que eran cercanos al exvocalista y antiguo delegado de esa conocida charanga cubana.

Desde algunos se rumoraba que estaba próximo el cierre del Salón Mambí, ubicado en el parqueo del cabaret Tropicana, ante conocidos hechos de indisciplinas de algunos bailadores. Cerrar “el Mambí” dejaría a la ciudad de La Habana en ese entonces con solo dos espacios bailables: el Liceo de Regla y los Jardines de la Tropical.

Desde comienzos de esta década y a raíz del fenómeno televisivo Para bailar, había una gran ansiedad por parte de muchos jóvenes por bailar hasta la saciedad con las orquestas cubanas de moda; y es que la furia por bailar Casino y la explosión de las “ruedas”, era el principal incentivo creativo de estos.

El Salón Rosado había estado cerrado al público por más de diez años –desde 1968— y solo se usaba para “asuntos protocolares” de algunas instituciones o para agasajos organizados por los sindicatos obreros. Ahora regresaba a su función original y con ello volvía el legendario Juan Cruz a convertirse en el presentador y promotor fundamental del baile en la ciudad.

Duvalón sabía de la importancia del Salón Rosado. Había trabajado allí como músico durante años y conocía las interioridades de los dos mundos: el del bailador y el de los músicos. Personalmente creo que no había hasta ese entonces nadie más capacitado. Para complementar su equipo (si así le podemos llamar) se rodeó de dos colaboradores de alto impacto en ese momento: Juan Cruz y el fotógrafo y promotor Roberto Bello; y entre los tres determinaron que el nuevo nombre del Salón sería el de Salón Rosado Benny Moré y que se debí dar un primer baile lo más cercano al 19 de febrero, día en que se cumpliría aniversario de la muerte del más grande mito de nuestra música.

Oficialmente el sábado 14 de febrero de 1981, abriría sus puertas con un baile a todo lujo de las dos orquestas de moda en ese momento: la Ritmo Oriental –de la que eran cantante en ese entonces Tony Calá y David Calzado— y el grupo Irakere. Comenzaba el mito del que se conocería como “el salón más musical de América Latina”.

Desde aquel domingo la historia de los bailes de fin de semana en “la Tropical” se fue fomentando junto a las leyendas que comenzaron a rodearle. Contradicciones, quejas de vecinos marcadas por ciertas actitudes discriminatorias y hasta subidas de tono racial; pero a todas ellas se enfrentó la habilidad de Duvalón para mantener abierto a toda costa el espacio bailable y con una programación que incluía la presencia de orquestas de todos los formatos y de todo el país.

Definitivamente si se quería lograr aceptación pública, además de la que ofrecían la radio y la Tv, era necesaria la aprobación de los bailadores de “la Tropical”. Unos bailadores que venían de diversos puntos de la Isla, cada fin de semana, a disfrutar de las orquestas de moda.

Es justo reconocer que es “la Tropical” la cuna de la timba, de la popularidad de muchas orquestas y del origen de familias que hoy en día agradecen al baile haberse conocido y formado.

Con el paso del tiempo y algunas nuevas condicionantes económicas la presencia de las más importantes orquestas fue disminuyendo en la programación de “la Tropical”. Para nadie es un secreto que los músicos, en su gran mayoría, prefirieron y prefieren otros espacios y otros públicos; y es que su ego –como afirmó recientemente un importante cantante cubano— les distanció de su público natural y ello provocó un sisma dentro de la música cubana y su consumo a nivel popular.

Los músicos no priorizaban “la Tropical” entre sus intereses y como respuesta el bailador les penalizaban dejando de escuchar su música en casa. Esa distancia y el falso ego (lord le llaman los músicos a esa actitud) abrieron las puertas a diversos fenómenos que hoy lastran a la música popular cubana. Conclusión: lo popular bailable salía por una puerta y otras músicas y otros públicos ocuparían su lugar.

Es domingo 16 de febrero de 2020. Cinco de la tarde. Hace calor en La Habana. La gente está llegando al baile. La programación parece interesante: la orquesta Chispa y los Cómplices celebra sus veinte años. Su director ha organizado un programa ecléctico en el que se incluyen rumbas y la presencia de músicos y cantantes de alto impacto popular en este momento; aunque la popularidad ha cambiado su rostro: hoy la definen las redes sociales. Aun así el bailador cubano desconfía de esa forma de comunicación y es que “la post verdad” carece de sustento teórico cuando se trata de mover el esqueleto, de bailar un buen son o una timba arrabalera.

Eso lo saben los presentes: músicos y público. Hay cubanos de distintas edades e intereses. Siempre ha sido así.

El escenario ha cambiado. Ahora ostenta sus luces multicolores; su tarima es de acero inoxidable, por lo que los remiendos al tabloncillo son cosas del pasado; y hay una cabina para proteger a los sonidistas de las orquestas y en los laterales pantallas gigantes exhiben videos de orquestas cubanas. Incluso las secciones en las que se reúnen los bailadores tienen su propio glamour.

El homenajeado se las juega todas a una carta. Sabe que esta es su prueba de fuego, la de sus invitados. No importa cuán populares son. Si la gente no mueve el cuerpo al primer tema hay que cambiar la estrategia. Esa máxima es válida incluso hasta para sus invitados.

El concierto pasa con sus altas y bajas. La gente baila casi todos los temas. Corea aquellos que le son cercanos y entre rones y la caza de cervezas pasa una noche más. Un domingo de baile.

¡Ojalá así sea siempre ahora en adelante! Para ello hace falta la voluntad de los músicos, su regreso a las raíces, a su público menos selecto, a “los pobres de la tierra” como decía el Maestro, al hombre común. Es la única forma de que lo popular bailable vuelva a recuperar ese espacio perdido, de que el Benny regrese a ser nuevamente el paradigma que se sigue y no una entelequia musical.

Regresar al redil les hará más fácil la música.

¿No es así Benny?


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