Érase una vez la salsa… y cantan en llano… (II)


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Pedrito Calvo e Israel Sardiñas.

 

Érase una vez la salsa… y cantan en llano… (I)

 

Una característica de muchos de los grandes cantantes de música popular bailable es la cercanía de su timbre al decir rumbero. Otro punto a considerar es que muchos de ellos tienen una voz marcadamente nasal y su dicción llega a ser confusa para el bailador por momentos. Eso sí, como denominador común está la fuerza arrolladora de su capacidad de conectar con el público.

Innegablemente es el matancero Israel Sardiñas el cantante más popular e influyente de comienzos de esta década. Sardiñas había militado en el grupo Los Yakos antes de ser llamado por Formell a integrar Los Van Van, una vez que prescinde de los servicios de Lázaro Morúa que había sustituido a Armandito Cuervo.

Israel “Kantor”, así será conocido internacionalmente, tiene el deje del rumbero matancero y en muchas de sus improvisaciones se percibe la influencia de los Muñequitos de Matanzas; en especial de “El Niño Pujada”, quien ha sido por casi medio siglo la voz líder de agrupación rumbera. Israel tiene una excelente dicción y sobre todas las cosas un “dominio de la tarima” que Pedrito Calvo no tenía. Esa guapería que se forja en los bailes de fines de semana en los distintos pueblos de campo funcionó como un gancho para el bailador citadino –en especial del habanero—que seguía a Los Van Van.

 

Juan Formell y Pedrito Calvo con Los Van Van.

En el momento que Sardiñas entra en Los Van Van, el peso vocal recaía sobre Pedrito Calvo quien había entrado en la orquesta a comienzos de los setenta tras la salida de El Lele. Pedrito no es el “súper cantante sonero”, pero sí tiene un timbre y estilo que funciona a los intereses de Formell, que poco a poco le comenzará a conformar un repertorio. Y algo muy importante: tiene un carisma muy peculiar que conecta sin dificultad con todos los públicos.

Es en este mismo comienzo de los años ochenta que debuta en la ciudad de Santa Clara, como parte de la legendaria orquesta Aliamén, un joven mulato al que todos conocerán como “El Indio”, aunque su nombre es Sixto Llorente y será considerado con el paso de los años como uno de los mejores soneros de su tiempo.

“El Indio”

Mientras que Pachi Naranjo, director de la orquesta Original de Manzanillo, “descubre” a un hombre de pequeña estatura, pero que domina la rima y su métrica aplicada al son montuno, que improvisa lo mismo en décima que utilizando una seguidilla y por si fuera poco es capaz de componer con una gracia inimaginable y que responde al nombre de Cándido Fabré; por lo que es reclutado en el acto y su llegada a esa orquesta pondrá de cabeza el mundo de los bailes populares a todo lo largo del país.

La Habana seguía siendo el epicentro de la música popular bailable. 

La orquesta Ritmo Oriental, que había tenido a comienzos de los setenta a Pedrito Calvo como uno de sus cantantes, que seguía manteniéndose en la preferencia de los bailadores; ahora enriquecía su repertorio con los temas que escribe el violinista y cantante Tony Calá, cuyo trabajo estaba fuertemente influenciado por las nuevas tendencias de la rumba que se estaban desarrollando y mezclando con el sonido de las orquestas del momento. El dúo Tony Calá/Juan Crespo Maza será explosivamente atractivo para los bailadores, sobre todo por el movimiento escénico que comenzarán a desarrollar junto a la cuerda de violín.

Adalberto Álvarez toma partido por la voz y claridad musical de Félix Baloy y aunque a muchos les remita a las voces de los soneros clásicos, Valoy comienza a redefinir el modo de cantar el son en La Habana con ciertas apropiaciones provenientes de la salsa y teniendo presente que aún sobre el trabajo de Adalberto pesa el “fantasma” Tiburón Morales en la interpretación de sus temas. Fantasma que se irá alejando en la medida que fue proveyendo a la orquesta de un repertorio propio y muy distante del de Son 14.

La orquesta Revé, que está de retorno con nuevos bríos, tiene en su frente a dos desconocidos. Uno con una voz de tenor que encaja en la dinámica musical de la misma y que responde al nombre de Valentín Larronde y a un joven llamado Alfonsito que por momentos recuerda en su tono de voz al mejor Arturo Clentón en su época inicial con la Monumental. Y en nombre de la lealtad Revé conserva a “El Padrino”, un sonero de timbre peculiar que está a medio camino entre los “coros de vieja de la Sonora Matancera” y el modo de cantar el changüí tradicionalmente.

Por su parte el grupo Afrocuba dejaba la fuerza de su propuesta bailable en la voz de Eddy Peñalver que también mostraba en sus giros vocales las inflexiones propias de la rumba. En su caso, como en el de otras tantas agrupaciones del momento, se podía apreciar la impronta del trabajo de Irakere, sobre todo la cadencia que imprimía a ciertas frases Oscar Valdés. Aunque es justo decir que por momentos Eddy Peñalver estaba más cerca de Carlos Embale que del son batá de Irakere.

En esta década comienza a destacar un cantante que a pesar de haber ganado una amplia popularidad es considerado por muchos uno de los más influyentes dentro del movimiento musical que se estaba gestando y que tendrá como nombre la timba; se trata de José “Pepe” Maza. Las primeras noticias acerca de su estilo y voz en particular se tienen a partir de su presencia en una orquesta llamada La 440 y que posteriormente cambió su nombre a Juvenia 200 y para fines de la década será rebautizada como Laye (todos estos cambios son fruto de divisiones o migraciones de una buena parte de sus integrantes o la entrada de nuevos músicos a su plantilla).

Pepe Maza es un rumbero y guarachero natural, pero además conoce las interioridades del mundo del cabaret por haber formado parte de la orquesta Caracol en un momento de su carrera y haber alternado como invitado con Los Papa Cun Cún junto a su director Evaristo Aparicio, conocido por el Pícaro, y como complemento a sus cualidades se permite interpretar boleros descomunalmente bien.

Menos conocidas fueron las voces de Orestes Roque, también llamado Puchungo, y de Raúl Ricardo Santoy, pero que movían en esa nueva tendencia en la que se comenzaban a desdibujar las fronteras entre el jazz, el son y la rumba en la búsqueda de una identidad a ese tendencia musical que se estaba gestando y que respondía a los intereses de una generación de músicos que no estaba divorciada de lo tradicional pero que acusaba una formación musical de un muy alto nivel técnico en comparación con sus predecesores.

Un caso distintivo es el de José Antonio Rodríguez, conocido como Maceo, la voz principal del Septeto Sierra Maestra, y a quien se puede considerar el sonero por excelencia. Su voz en una extensión de la de los grandes cantantes de son de las décadas anteriores en la que musicalidad y belleza van de la mano. Es posiblemente el único cantante de estos años que convirtió en éxito todo lo que grabó el Septeto teniendo en cuenta que en estos años ese formato musical no era de interés para músicos y promotores.

Y como todo no es cosa de hombres en la música cubana es en esta década donde comienzan a reaparecer nombres de mujeres en la música popular bailable y son las hermanas Nuviola, Aimé y Lourdes, junto a Jaquelín Castellanos los más recurrentes. Las primeras como parte de la orquesta de Pachito Alonso y la segunda junto a Opus 13.

En la medida que la década avanza hacía su final el mundo del cabaret será uno de los principales surtidores de voces para la música popular. Algunas tendrán más suerte que otra y en eso será determinante el grupo al que sean convocados o el camino que recorran profesionalmente. Eso sí, es importante saber cantar rumba para lo que vendrá a futuro.


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