Érase una vez un disco: El árbol de la música


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La música cubana siempre ha sido un organismo vivo, por ende, todo aquello que le rodea por norma general demora en fenecer, o en su defecto se transforma. Nada más cercano a la ley universal de la energía: ni se crea ni se destruye… solo se transforma. Así ocurrió con la EGREM en los años noventa del pasado siglo.

La música cubana de los años noventa del pasado siglo estuvo sometida como nunca antes al escrutinio público; sus detractores y defensores se encontraron en las barricadas, a la espera de aquella chispa que prendiera la pradera. En este conflicto de reaccionar ante la realidad, a la EGREM le tocó la peor parte; primero fue la migración económica de una parte importante de su catálogo; con honrosas excepciones, la estampida fue descomunal; segundo, no satisfacía las realidades económicas de quienes se quedaron en sus filas y tercero –lo más importante—si quería llegar al futuro, debía hacer concesiones y/o renovarse; y aquí la inteligencia de sus directivos superó todas las expectativas.

El tema económico tendría solución nadie sabe en qué momento, de esos estaban claros sus directivos; en cuanto a las concesiones, la más importante fue el renunciar a su premio, el premio EGREM, para dar paso al premio CUBADISCO (aquí hay que señalar que el sueño era crear la Cámara Cubana del Disco y unificar todos los premios; pero el sueño no paso de ahí y el premio no satisfizo las necesidades de la EGREM, por ende perdió doblemente); la otra concesión, no menos importante, fue el cierre de su revista catálogo RITMO, por una realidad económica impostergable.

El migrar de los músicos, todos grandes figuras, era de esperarse ante los nuevos tiempos, por lo que se enlazaba con el tema económico, pero en Cuba siempre ha habido músicos para sustituir en todos los géneros; y aquí entró a jugar la creatividad y la audacia de sus ejecutivos. Apostaron a una forma de hacer la música y a músicos desconocidos y con ello a un cambio de imagen. La era del pop rock, del pop cubano, había sonado de una vez por todas.

Mientras el resto de las casas discográficas existentes en Cuba apostaban por lo bailable, la EGREM jugó a lo diferente y se apropió de un espacio y de un público que estaba marginado y al que lo bailable ya le resultaba agotador.

Julio Ballester, para aquel entonces su presidente, confió en la intuición musical de José Manuel García y dejó en sus manos la ejecución de la estrategia musical, mientras en la mediática se combinaron además de sus ideas la creatividad de Tomás Miña y otro grupo de diseñadores. Pasamos de la trompeta y la máscara aborigen al árbol de la música, de cuyos frutos todos pueden comer y beber; además de cobijarse bajo su sombra. La apuesta fue alta, los resultados sorprendieron a muchos, pero sobre todo a los mismos músicos populares que no descifraron el mensaje enviado hasta tiempo después, cuando ya era tarde en todos los órdenes.

El concepto de la EGREM como árbol es tal vez el más avanzado de los logotipos cubanos de los años noventa y el más universal, dejaba el localismo de antaño y se alzaba al futuro con energías. Un árbol, es un organismo vivo y la máscara –el anterior logotipo—representaba un pasado que debía superarse de una vez por todas. En su sombra cabe toda la música y esa misma sombra esta para cobijar a quienes quieran, incluso a los que partieron. Mensaje más conciliador y oportuno no se podía enviar de forma tan expedita y subliminar.

Era la hora del pop cubano, en el mundo del disco, pero era un pop hecho por desconocidos músicos, algunos underground y otros provenientes de lejanas zonas del país y de otros a los que se les pensó la imagen y el sonido, ellos solo aportaron el talento, los ejemplo más notorios son Buena Fe y Moneda dura; del cual solo existe el primero afianzado como líderes en su movimiento.

La misma estrategia de abrirse a los nuevos tiempos llevó a la EGREM a dos sus más atrevidas apuestas en tiempos de profunda crisis: fabricar y equipar un nuevo estudio de grabación y desarrollar un circuito de presentaciones asociados a su lánguida cadena de tiendas. El estudio era una gran inversión y se acometió primero con discreción y cuando los tiempos lo aconsejaron se hizo público; de todas formas hasta ese momento solo había en La Habana dos estudios: los de la calle San Miguel, el clásico, y Abdala financiado por Silvio Rodríguez con todos los hierros; los nuevos estudios de la EGREM fueron una apuesta alta que se ganó y de la que salió airosa.

En cuanto a las tiendas era momento de darles un cambio total, pero ello vino con la apertura de un circuito de presentaciones distribuidas en dos puntos de la ciudad a los que se llamó Casas de la Música. La fuente de financiamiento para algunas cosas había aparecido. Las Casas de la Música fueron el Dorado para refortalecer a la EGREM y las Casas llegaron a muchas importantes ciudades del país.

Con un nuevo estudio de grabaciones y lugares para las presentaciones de artistas, la EGREM se situó en condiciones de poder enfrentar una realidad económica distinta a la que tuvo treinta años antes cuando fue fundada; pero ahora esta realidad obligaba a pensar muy bien qué se debía grabar y qué no; esta realidad, excluyente por naturaleza, discriminó a parte de los músicos que no entraban en “lo comercial” por lo que desaparecieron formatos y músicas que el mercado no pedía; entre ellos los músicos de lo que quedaba de la Nueva Trova ya disuelta –Silvio Rodríguez desde su sello Ojala les abriría un espacio merecido–, y algunos importantes cantantes y/o agrupaciones otrora populares.

El mercado de lo bailable parecía no tener fin, sin embargo la apuesta de la EGREM por nuevas tendencias comenzaba a dar sus frutos, pero curiosamente, en las Casas de la Música nadie iba a ver a Buena Fe o a Moneda dura o a Warapo, ese no era su espacio. Las Casas de la Música estaban divorciadas del público cubano seguidor de estas agrupaciones y es que además del factor económico, estaba el “orgullo” de estos músicos que no les permitía ver que aquel espacio era de su disquera, lo que les podía dar ciertos privilegios; pero de otra parte estaba la férrea oposición de las orquestas bailables a aquel sonido. De esas aguas turbias saldrían fortalecidos los primeros, pues se adueñaron de los espacios donde primaba más la comunicación que el valor monetario que dejaban las presentaciones; al pasar los años la balanza se equilibró, se hicieron populares y tuvieron beneficios económicos muchas veces similares a sus pares bailables, pero una parte importante del público nunca perdonó a las orquestas populares el abandono a que los sometieron durante aquellos años duros, y el “castigo” musical aún pesa sobre muchos de ellos. Para el pop cubano no habría marcha atrás.

El árbol de la música mantuvo su sombra estrecha por un tiempo, hasta que una nueva realidad se impuso: las casas discográficas extranjeras en su totalidad comenzaron a vender su catálogo a las empresas cubanas; era hora de regresar a casa. Muchos volvieron al punto de partida; y fueron recibidos sin rencores, a fin de cuentas de la EGREM salieron y a la EGREM volvieron. Pero esta vez la EGREM dictó las condiciones.

Han pasado años desde que el árbol de la música de la EGREM se abrió al futuro. Hoy sus productores y ejecutivos son otros, pero aquella apuesta de los noventa es el ejemplo más loable de una acertada combinación entre talento creativo y pragmatismo económico en función de la música cubana con visión de futuro. Lástima que el tiempo cortara las alas a este sueño.

 

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