Espacialidades dramatúrgicas en la obra de Antonia Eiriz


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 La anunciación. Antonia Eiriz

 

Y si existe en esta época algo infernal y verdaderamente maldito es demorarse artísticamente en las formas, en vez de ser como los condenados a la hoguera a los que se quema y que hacen signos entre las llamas.
Antonin Artaud

Tenemos en Cuba una pintora que entre todos nuestros artistas plásticos tal vez sea una de las más célebres y a la vez la menos conocida. Me refiero a Antonia Eiriz, cubana del barrio de Juanelo, en San Miguel del Padrón acá en La Habana, donde nació y vivió.

En los años 70 Antonia Eiriz desarrolló una genuina labor comunitaria de considerables resultados socioculturales si tenemos en cuenta la situación de marginalidad de la zona donde se produjo el acontecimiento. No puede dejar de recordarse, por solo hablar en el ámbito de la plástica, aquél entusiasta y resonante movimiento de papel maché desarrollado por la pintora que motivó un gran movimiento de creación artística popular.

En el contexto actual cuando se incentiva el trabajo comunitario, donde jóvenes creadores se acercan a zonas desatendidas culturalmente, investigar la experiencia de aquel Juanelo de Antonia Eiriz puede ser interesante para profundizar en los estudios culturales como metodología interdisciplinaria de investigación social entre nosotros.

Antonia Eiriz murió en el año 1995 con todos los honores y reconocimientos nacionales e internacionales. Si traigo a colación esta pintora es porque en estos momentos en las Salas Cubanas del Museo Nacional hay una exposición de su obra que está entre las más sobresalientes del panorama de la plástica en el siglo XX.

Esa obra considero que como espectáculo visual no tiene en nuestra pintura parangón. Un cuadro de Antonia Eiriz porta una concepción dramática de pulso vital lograda a través de una composición plástica que nos hace pensar en la dramaturgia visual de su pintura.

De la obra de Antonia Eiriz se puede decir que es onírica, inusual, expresionista. Sí, Antonia es goyesca. Pero además dramatúrgicamente tienen sus cuadros espesores de una singularidad que los hace ser acontecimientos intersubjetivos.

La obra de Antonia se constituye en un espacio de expectación. La afección que produce un cuadro suyo está territorializada en la conjunción de presencias de una localidad paralizante. Ya sabemos que no existe lo teatral sin lo que llamamos función expectatorial. La extrañeza de esa obra semiotiza la realidad y sucede una mutabilidad de la experiencia de la percepción. Al ser lo deforme una cualidad intrínseca se constituye en un particular espacio de expectación que no deja de ser teatral y participamos del ejercicio socio político cultural del “Theatrum Mundi”.

No pretendo desarrollar una tesis estética sobre la pintura que se transluzca en una tesis dramatúrgica.

Ahora bien, la obra de Antonia Eiriz consigue un universo dramatúrgico, disfruta de un territorio liminal entre la pintura y las artes escénicas precisamente por su capacidad movilizadora; y, como en una puesta en escena, plantea situaciones que precisan un estado de conciencia otra por el nivel de percepciones que produce.

Si renunciamos a la superstición teatral del texto y a la dictadura del escritor, tal y como demandaba Antonin Artaud en El teatro de la crueldad un cuadro de Antonia Eiriz es un actuante; nosotros al pararnos frente a él somos espectadores sometidos a la intervención ideo-estética que porta ese cuadro que ni divierte ni entretiene sino que activa nuestra capacidad de reflexión.

La pintura de esta mujer soberana tiene más de dramaturgia de la que cualquier puesta en escena puede tener. Al ser su obra tan actuante la dimensión auriática (W. Benjamín) es una latencia, incluso cuando estemos ante una reproducción técnica de su obra. Sucede que la realidad compartida, el orden ontológico de las obras expuestas en estos momentos en las Salas Cubanas del Museo Nacional establecen una estructura sígnica que nos remiten a un universo referencial que no es solo estético o imaginario sino donde participamos como espectadores en una real intersubjetividad.

Ella no representa en sus cuadros. Ella pinta su experiencia como mujer de barrio, como gente común dentro de una realidad que mira desde una de las formas que hay para mirar la realidad que no es ni deformándola ni mimetizándola sino simplemente mirándola con dedicación, maduración y plenitud. Ella no resignifica, significa desde la complejidad que es la presentación.

Entonces ¿dramaturgia de la pintura? Sí. Desde el principio de la comprensión energética artaudiano. Cualquiera de los cuadros puede ser objeto de una cartografía dramatúrgica. Por el desbordamiento del discurso plástico como presencia y no como ilusión podemos considerarlos brechtianos: no son para contemplar, son una presencia, una experiencia, son mundos visuales y rítmicos, verdaderos puñetazos para accionar la imaginación, alejar la ilusión, activar la reflexión.

La dramaturgia es una función compositiva donde se urde imágenes que se articulan y entraman para que exista el espectáculo visual.

La dramaturgia como el desarrollo de estrategias compositivas mediante las cuales se vinculan, se correlacionan diferentes códigos para lograr una enunciación creativa donde tiene lugar un sólido proceso de pensamiento.
Toda dramaturgia es experimental por naturaleza, es fruto de una investigación/creación

Poiesis y argumentos convergen en la dramaturgia como territorio donde se construyen asociaciones en el campo ideológico para potenciar lo subjetivo en el espectador. La dramaturgia en la obra de Antonia Eiriz tiene una espacialización en las imágenes plásticas. Como dramaturgia visual emplea el montaje, la acumulación, lo compacto pero no lineal, lo poético y lo paródico, la ironía. No tiene imágenes argumentales sino de una sustancial plasticidad inquietante por su contundente potencia icónica.

Ante esos cuadros somos espectadores de algo actuante; en la sala donde se exponen estamos en el mismo espacio y el mismo tiempo que ellos, estamos inmersos en una realidad participada y participamos en una experiencia común: la acción, lo actuante, el espacio y el espectador.

La dramaturgia de la imagen en Antonia Eiriz tiene su fortaleza transgresora en la asociación, disociación y bisociación, todo lo cual crea en el espectador una otra imagen que confirma que la realidad no puede ser abarcada por la mímesis, y como en el teatro no son válidas las metáforas sino los signos, “las resonancias habitadas en un arte del espacio, sobre sus cuatro puntos y que puede tocar la vida”, tal y como nos propone Artaud.

 

 

 


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