El libro de la autoría de Rodolfo Romero Reyes compila breves testimonios escritos, en su mayoría por jóvenes, en medios de comunicación, blogs y páginas en Facebook, tras las primeras 48 horas de la desaparición físico del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro.
¿Cómo puede un texto resumir el dolor más hondo; el silencio que llega a estremecer? ¿Con qué palabras enlazar las ideas para despedir, físicamente, a quien fuese un soldado de ellas? ¿Qué aspecto de su vida, de su paso irrefrenable, de sus promesas cumplidas y sus sueños, quedaba en el pensamiento de muchos de nosotros aquella inolvidable noche del 25 de noviembre, cuando parecía que ya era suficiente historia para una fecha sembrada en el alma cubana?
Son interrogantes que provoca esta selección de Ocean Sur, Al eterno Comandante, desde la emoción del vívido relato; un libro de Rodolfo Romero Reyes que compila breves testimonios escritos, en su mayoría por jóvenes, en medios de comunicación, blogs y páginas en Facebook, tras las primeras 48 horas de la partida de quien 60 años atrás, en día similar, se lanzaba a la conquista de una esperanza. Ahora iniciaba la travesía hacia la eternidad, con un Granma cargado de pueblo.
«Cuba amaneció este 26 de noviembre sin él por primera vez en noventa años», expresa un joven en el libro. Y describía aquella mañana gris: «La gente caminaba despacio y en silencio. No hablaban entre ellos. Puede que necesiten tiempo, quizá años, para terminar de leer la noticia de su muerte, de la que todo el mundo habla y ellos prefieren callar, al menos por ahora. El sol salió luego en La Habana y se puso, pero la ciudad marchaba a tres velocidades por debajo de lo habitual. Los mismos rostros que se han burlado del bloqueo, de las necesidades de cada día y de la misma vida, se quedaron paralizados desde que en la medianoche Raúl diera el anuncio a Cuba y al mundo», escribía. Otra muchacha confiesa: «Yo dormía y él moría. Un mundo sin Fidel no es un mundo posible. A mi Fidel una hora no puede matarlo».
El texto que presentamos hoy nació de aquel estremecimiento, de aquella sacudida nocturna; se editó entre lágrimas. Crónicas, versos y mensajes hablan de la pérdida de un hombre que no pertenece solo a Cuba porque es universal, un profeta que marcó la vida de varias generaciones. Así lo comenta también en esta obra la periodista Paquita de Armas, porque fue Fidel quien permitió que ella tuviera una linda muñeca, por primera vez, el Día de Reyes de 1959; fue Fidel el hombre que le gustaba cuando apenas contaba con nueve años; al que escuchaba en sus discursos interminables; por el que fue a alfabetizar sin cumplir los 11, o a sacar boniatos cuando estaba en la secundaria; por el que empezó a leer a Marx y con el que discutió muchas veces, estando él en el televisor y ella en la sala de su casa.
Como Paquita, cada cubano y cubana tiene su propio Fidel. No existe un hijo nacido en esta tierra, piense como piense, haga lo que haga, que pueda desmarcarse del influjo de su huella. Fidel quedó sembrado en nosotros e incluso, en sus enemigos.
Cada letra en este libro muestra una herida que no sana. Sin embargo, está muy distante de ser un obituario. En sus páginas vive el rebelde guerrillero con la inmensidad de su legado, el líder que llama a seguir la lucha, el que cuando tuvo una fractura en su rodilla no llamó a un médico ni tomó un bastón sino que buscó a una niña para caminar y hoy esa niña es representante de nuestra diplomacia, el guía que tiene un plan para alzarse en las sierras de la eternidad, porque, como alguien también dijo, ni muerto Fidel se daría el lujo de detenerse, de abandonar el combate.
Cinco años después no podía ser otro el sitio para esta presentación. Aquí, en la Universidad de La Habana, no solo se hizo revolucionario; aquí regresó en innumerables ocasiones tras el triunfo para dialogar con los estudiantes, para escuchar sus criterios, para sumarlos a la proeza colectiva. Aquí pronunció discursos memorables, como el del 17 de noviembre, cuando preguntó sobre la reversibilidad o no del socialismo y si las revoluciones están condenadas a desaparecer.
Aquí volvió un 3 de septiembre, después de varios años sin estar presente en actos públicos, por su enfermedad. Y tuve el privilegio de palpar de cerca su alegría al ver a tantos universitarios reunidos para escuchar su mensaje. Aquel día ocurrió algo singular. Después de que el locutor lo presentara, antes de levantarse del asiento para ir a la tribuna, Fidel, en broma, le dijo al entonces titular de Educación Superior, que estaba a su lado: «Ahora te toca a ti». «No, Comandante. Es a usted», le contestó el entonces ministro, hoy presidente.
Fue aquí, en el Alma Mater, donde se agruparon espontáneamente los jóvenes en las primeras horas para rendirle homenaje tras la triste noticia. Esas imágenes impactan, conmueven y grafican el sentimiento contenido en este libro que incluye también tres décimas escritas por mí la noche del largo viaje del 25 de noviembre y con las cuales quiero concluir:
Ha muerto Fidel. ¿Qué escribo?
Me dicen que el Jefe ha muerto,
que no es un rumor, que es cierto…
pero yo no lo concibo.
Me dicen que no está vivo,
me informan de su partida;
pero no es verdad la ida
cuando se queda un sostén,
cuando se ha cumplido bien
con la obra de la vida.
Qué soñador no te abraza
si soñar en ti fue innato,
¿Quién no guarda tu retrato
en un lugar de la casa?
¡Cuánto valor y coraza!
¡Cuánta ética vibrante!
¡Cuánta historia desafiante!
¡Cuánta pasión, cuánta lucha!
Y solo un grito se escucha:
Hasta siempre, Comandante.
Prefiero pensar, Fidel,
que sigues tu largo viaje
con el verdeolivo traje
como el mismo día aquel
que con una tropa fiel
desafiando la corriente
impulsaste el Granma al frente…
y al escuchar a Raúl,
sé que en otro mar azul
navegas eternamente.
(Palabras en la presentación del texto, este 24 de noviembre en la Universidad de La Habana)
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