Hiber Conteris (1933-2020): dramaturgia contemporánea en tiempos de “No puedo respirar”


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El dramaturgo, narrador, profesor, ensayista, crítico literario y teólogo uruguayo Hiber Conteris falleció el segundo día de este junio, a los 87 años. Nacido en Paysandú, el 23 de septiembre de 1933, se formó en Montevideo y Buenos Aires (Universidad de Buenos Aires y Universidad de la República) y cursó estudios de sociología y semiología en Francia. De regreso de París, desarrolló una importante actividad periodística en Marcha y en 1968 se vinculó al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, del cual se separa en 1970. A punto de escapar de la dictadura uruguaya, fue bajado de un avión y encarcelado durante nueve años. Al salir de la cárcel, gracias a la ley de amnistía promulgada con la vuelta a la democracia, se estableció en los Estados Unidos, donde fue profesor en las universidades de Madison, Alfred y Arizona, hasta 2006 cuando regresó a su país.

Como parte de su experiencia como preso político escribió el policial El diez por ciento de tu vida (1986) y la colección de cuentos La cifra anónima (1988), galardonada con el Premio Casa de las Américas, a los que se sumaron, entre más de una veintena de libros que vieron la luz en España, los Estados Unidos, Uruguay y Cuba: Round trip. Viaje regresivo (1998), la novela El séptimo año (2011), finalista al Premio “Dashiell Hammett”, y la pieza teatral Onetti en el espejo (2005), adaptación teatral de las entrevistas realizadas al escritor por la periodista María Esther Gilio, que disfrutamos en el montaje del Teatro Circular de Montevideo y protagonizada por Walter Reyno durante Mayo Teatral 2006.

Su relación con la Casa de las Américas se había iniciado desde los años 60, cuando en 1967 ganara el Premio Casa de las Américas en teatro por su obra El asesinato de Malcolm X, que pronto vio la luz en el número 5 (oct.-dic. 1967) de la revista Conjunto. En 1968 fue invitado a participar en el Congreso Cultural de La Habana e integró el jurado del Premio Casa en la categoría de teatro.

La aparición en Conjunto de El asesinato de Malcolm X, según palabras del dramaturgo en panel celebrado en la Casa, facilitó la divulgación de la pieza y estimuló que subiera a las tablas en Chile, Checoslovaquia y Polonia, además de en Cuba, cuyo estreno mundial estuvo a cargo del Grupo de Teatro Tercer Mundo bajo la dirección de Ramón Matos, y en su país, fue representada por el Teatro El Galpón en 1969, bajo la dirección de Júver Salcedo, en un montaje que lanzó al escenario al popular músico Rubén Rada, y le dio a Conteris el Premio Florencio de ese año por la mejor obra de autor uruguayo. En 1970 una adaptación libre del texto, titulada El asesinato de X, fue creada por el Libre Teatro Libre, recontextualizada en la realidad sociopolítica del Cordobazo y en las circunstancias de un sindicalista, víctima de la represión.

Volver hoy sobre la obra de Conteris, y en particular releer El asesinato de Malcolm X reafirma la vocación política del versátil escritor, interesado –como expresara en el mismo encuentro– por hacer de la escena un mecanismo de comunicación de ideas y movilización de masas, desde formas expresivas nuevas. La obra destaca por su deliberado experimentalismo en integrar realidad y ficción. Deudora de Weiss y de Brecht, reconstruye la vida y la trayectoria del personaje histórico estadounidense, quien de Malcolm Little, huérfano de un pastor asesinado por el Ku Klux Klan, se convirtió en un referente para las luchas antirracistas de su país, lo cual le costó la vida el 21 de febrero de 1965.

Desde la nota de presentación, el autor advierte que la pieza no pretende ser una creación original, y refiere las fuentes fundamentales de las que se valió para su escritura: La Autobiografía de Malcolm X (Editions Bernard Grasset, París, 1966), su libro Le pouvoir noir, y Nous, les négres, la entrevista realizada a James Baldwing, Malcolm X y Martin Luther King, ambos publicada por Maspero en París ese mismo año. También, toma información del volumen Guetto Noir, de Kenneth B. Clark (Laffont, Paris, 1966) y recrea con libertad sus fuentes, empeñado en homenajear a quien consideró “uno de los auténticos revolucionarios” del siglo XX, y de convertirlo en un héroe teatral de la lucha antirracista y anticapitalista.

Estructurada en dos actos y en varios cuadros y partes, con prólogo y epílogo, todos nombrados –FUNERAL, PREHISTORIA, Las voces del ghetto, The Black Muslims, HAPPENING y REQUIEM–, la composición interna apuesta por variadas posibilidades de alternar narración y acción. El juego es ostensible y manifiesto, como corresponde al teatro documento. Las escenas transcurren en un amplio estudio de televisión, dividido en sectores, para propiciar los tránsitos entre la representación de numerosas situaciones dramáticas y las presentaciones testimoniales, que dan cuenta del sentir de un grupo de negros, víctimas de la discriminación en diversas circunstancias a lo largo de sus vidas, que en conjunto conforman un retrato elocuente del contexto social.

Como consigna el dramaturgo, todos los papeles enumerados en el texto son cubiertos por once actores y tres actrices, los cuales se muestran como tal y transitan por varios roles. En cambio, Malcolm, El Director y dos relatores conservan su identidad a lo largo de la obra y son los responsables de sostener la ilación de los sucesos que se narran.

Aun cuando de cara a un montaje de estos tiempos, la pieza podría sintetizarse, sigue siendo un documento artístico de gran valor para afirmar la figura del luchador negro –muy anterior al filme de Spike Lee y el documental de Netflix–, de notable utilidad para conocer de cerca el proceso transitado por Malcolm X, de la rebeldía a la conciencia racial, y luego a la conciencia de que la lucha de los negros debe ser parte de la lucha contra el imperialismo, porque no es posible entender el racismo sin cuestionar la estructura capitalista que lo sostiene.

Cuando por estos días releemos los parlamentos de los personajes negros –desalojados, drogados y desocupados–, que denuncian la segregación racial y las faltas de oportunidades para su gente, al punto de resultarles casi imposible encontrar trabajo, mantener una vivienda digna, y en consecuencia, tampoco cumplir la ley ni superar la experiencia carcelaria, llama la atención el diálogo que entablan, más de sesenta años después, con la pregunta formulada por Philonise Floyd ante un comité del Congreso de los Estados Unidos: «¿Cuánto vale la vida de un hombre negro?», en repudio al asesinato de su hermano George Floyd, víctima de la violencia policial y el racismo en mayo pasado. Y exponen muy bien las raíces de las protestas desencadenadas por ese crimen, semejante a los cometidos en  Tacoma, en marzo de este año contra Manuel Ellis; en 2013 contra el adolescente Taryvon Martin; en 2014 contra los jóvenes afroamericanos Michael Brown y Eric Garner, y hace apenas dos días en Atlanta, contra Rayshard Brooks, baleado por la espalda. La voz autoral del dramaturgo se mezcla con las de miles de intelectuales, artistas, deportistas, trabajadores, desempleados, afrodescendientes y latinoamericanos, que ahora mismo claman por justicia a lo largo y ancho de los Estados Unidos.

 


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