Jorge Fornet: «Volveremos a encontrarnos con un mundo casi idéntico al de antes»


jorge-fornet-volveremos-a-encontrarnos-con-un-mundo-casi-identico-al-de-antes

 

Hay personas con las que conversar es un disfrute, hasta un lujo; este es el caso, entre otros, del ensayista e investigador cubano Jorge Fornet Gil (Bayamo, 1963), pero quiso la actual pandemia de la COVID-19, que esta entrevista tuviera por senda el correo electrónico, con toda la frialdad —siempre lo digo— que le aporta tal vía a este género periodístico.

Sin embargo, los lectores no van a notar frialdad alguna ya que el interpelado, sabedor de la vida y faena de la Casa de las Américas, donde dirige el Centro de Investigaciones Literarias, desde el año 1994, y la revista que repite el nombre de tan prestigiosa institución, aporta una calidez que mucho se agradece con sus lúcidas e integradoras respuestas.

Fornet es doctor en Literatura Hispánica y miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua; durante muchos años trabajó al lado de Roberto Fernández Retamar; él mismo confiesa que conversar con el poeta significó siempre «un disfrute y una lección», y resulta que el alumno es evidente que aprendió muy bien todas esas lecciones pues convirtió un intercambio de correo en una muy grata e inteligente conversación.

¿Qué actividades ha desarrollado la Casa de las Américas en este período de aislamiento físico?

Casi todas las actividades, como imaginarás, se han constreñido al espacio privado del teletrabajo o al escenario virtual. En este último sentido, lo más visible ha sido —aparte del homenaje a Retamar al que me referiré más adelante— una amplia galería virtual abierta a propósito de los treinta años de la muerte del pintor Mariano Rodríguez quien, como sabes, no solo fue uno de nuestros grandes artistas sino también presidente de la Casa durante algunos años.

Se encuentra en fase incipiente un ambicioso proyecto digital que involucraría también al Ministerio de Cultura de Argentina. Se trata de una antología de poesía del siglo XXI, algo así como una suerte de «poesía en movimiento», no solo en el sentido que le dieron Paz, Pacheco, Chumacero y Aridjis en su célebre antología, sino también porque —dadas las facilidades que ofrece la edición digital— sería además una antología en permanente construcción.

Sin embargo, la labor de la Casa excede su cara pública. Las decenas y decenas de actividades abiertas que realiza cada año son solo la punta de un iceberg que tiene debajo proyectos de investigación, de edición, de clasificación y restauración de su patrimonio, así como un largo etcétera. Con adaptaciones, casi todo ello se mantiene.

¿Y cómo se ha desarrollado el trabajo para las ediciones de la revista Casa de las Américas?

Bueno, la revista Casa… no se detiene y sigue su trabajo habitual, salvando ciertas molestias iniciales provocadas por la distancia entre los miembros del equipo.

Incluso en estas circunstancias presentamos el número 298, con una selección de textos de buena parte de los más lúcidos pensadores de nuestro continente sobre la situación de la América Latina; estamos cerrando el segundo número del año —una entrega que incluye lo mismo un sustancioso y polémico ensayo de Atilio Borón, que una entrevista inédita a Ernesto Cardenal—, y ya hemos concebido, y tenemos bastante armado, el número 300 de la revista para presentarlo en el mes de octubre.

Más que de un número simbólico, se trata de una proeza, pues son muy pocas las publicaciones de su tipo en nuestro continente que han tenido tan larga (y feliz) vida.

Con ese motivo —y te estoy regalando una primicia— rescataremos una valiosa zona de la historia de la revista: parte de las reuniones de su Consejo de colaboración, en las que participaron, entre muchos otros, Julio Cortázar, Ángel Rama y Mario Vargas Llosa.

Quiso el azar, además, que en el mes de septiembre se cumplan el centenario de Mario Benedetti y los cincuenta años de la asunción del gobierno de la Unidad Popular en Chile que, presidido por Salvador Allende, inició una deslumbrante experiencia de trágico destino. Ambas efemérides hallarán espacio en nuestras páginas. Ese rescate y relectura del pasado no impedirá la inclusión de un generoso dosier de nueva narrativa, como apuesta al futuro.

¿Quisiera valorar las acciones que tributaron al aniversario 90 del natalicio de Roberto Fernández Retamar?

Desde hace meses teníamos previsto conmemorarlo. Antecedente importante fue un número doble de la revista Casa (el 296-297), concebido a raíz de la muerte de Retamar, pero pensando ya en su 90 aniversario. Por eso allí mismo anunciamos la convocatoria del coloquio internacional «El regreso de Caliban» a partir del 9 de junio, fecha de su natalicio.

Por razones obvias nos vimos obligados a sustituirlo por una recopilación virtual. Ese mismo día la Casa abrió una sección de su sitio web (www.casadelasamericas.org) que recoge una veintena de textos dedicados a su figura y su obra, tanto a la poesía y al ensayo (en el amplísimo espectro que su autor cubrió), como a zonas menos conocidas de su quehacer, tal como su participación, con Julio García Espinosa, en la experiencia de la guerra de Vietnam, que dio como resultado el documental Tercer Mundo, tercera guerra mundial, y el poemario Cuaderno paralelo.

La mentada sección, además, incluye o remite a una plataforma que permite ver una exposición bibliográfica e iconográfica de Retamar, y ofrece la posibilidad de escuchar, en su voz, algunos de sus mejores poemas.

Ese mismo día se inauguró, con su nombre, la sede de la biblioteca de la Casa de las Américas que se encuentra en Línea y G. No hay que olvidar que Retamar fue, ante todo, un hombre de la palabra; ello implicó ser un fiel usuario de los fondos de esa biblioteca a la que donó, además de miles de volúmenes, su biblioteca personal.

Paralelamente a las celebraciones propuestas desde la propia institución, la televisión cubana presentó el documental Sobreviviente, dirigido por Omelio Borroto, de Mundo Latino, con la colaboración de la Casa. Y fue posible volver a disfrutar del concierto a dos voces que Retamar y Silvio Rodríguez ofrecieron en la Casa, creo recordar que en 2009, con el título Con las mismas manos, que alude obviamente al poema de aquel que inspiró, a su vez, versos de una de las más hermosas piezas del trovador: «Te doy una canción».

¿Cómo usted caracterizaría a Retamar como ser humano y como intelectual? ¿Con qué actitudes era intransigente?

Alguna vez he contado que uno de los mayores placeres que he tenido en mis años de trabajo junto a Retamar era sentarme a conversar con él en su oficina, meciéndonos ambos en sus legendarios sillones, rodeados de imágenes de Martí y de Haydee, del Che adolescente y de Mariátegui, de Vallejo y Maiakovski.

Se supone que eran sesiones de trabajo pero hablar con él, incluso sobre el tema más nimio, era siempre un disfrute y una lección; lo he dicho antes: en cada conversación era un maestro sin derivar hacia la pedantería profesoral.

Cuando en esos encuentros había un tercero, con frecuencia Aurelio Alonso, los diálogos desbordaban con mucho el tema de la revista, que solía reunirnos, para convertirse en una fiesta de conocimientos de la que yo, obviamente, era quien sacaba la mejor parte porque era el que más aprendía.

Al principio de trabajar con Retamar me sorprendió su capacidad para escuchar y aceptar sugerencias. Yo era muy joven entonces y me costaba entender cómo alguien con sus conocimientos me pedía opinión sobre temas que él dominaba mucho mejor o sobre artículos suyos, casi listos para la imprenta. Pero la sorpresa mayor fue descubrir su disposición a cambiar lo que fuera necesario. Pronto me di cuenta de que era su modo natural de entender una profesión que, por su propia naturaleza, se nutre y enriquece en el diálogo con los otros. Lo mismo podrán decir, desde sus respectivas experiencias, los demás compañeros de la Casa, porque esa actitud era también un método de trabajo que se aplicaba a una dirección colectiva y un trabajo en equipo, algo en lo que tanto él como Marcia Leiseca insistían hasta el cansancio. Y no es que en la vida diaria no surgieran discrepancias, como en todo grupo humano; pero ambos tenían una envidiable capacidad para concitar acuerdos y sacar lo mejor de cada uno.

¿Intransigente? Me cuesta asociarlo a esa palabra, por más que la actitud que evoca me parece legítima y hasta necesaria. Tenía convicciones políticas muy claras y firmes, era exigente en el trabajo y podía ser cáustico con los adversarios —quienes no dudo que puedan dar fe de su intransigencia—, pero mi experiencia, imagino también que la de la mayor parte de sus amigos y colegas, es otra, tan cercanos como estábamos a las dotes persuasivas de quien ejercía un arrasador dominio de la palabra y conocía su autoridad intelectual.

¿Cuál es en su opinión su mayor legado a la Casa?

Más de una vez he repetido, a propósito de la obra de Retamar, que si bien ella no puede entenderse prescindiendo del singular contexto en que se desarrolló, es decir, la Revolución cubana, sobrevivirá —según el destino de toda obra perdurable— a las condiciones en que vio la luz. Algo similar puede decirse de su labor en la Casa, que perdurará mucho más allá de su presencia física. Aunque su figura desborda con mucho la Casa misma, siempre vivió y pensó en función de ella. Haydee Santamaría apenas vivió las dos décadas iniciales de la institución y todavía en Tercera y G se respira su presencia; Roberto la habitó durante más de medio siglo y contribuyó en grado máximo a hacer de la Casa lo que ella es; por eso nos acompañará, creo, mientras la Casa exista.

Deja un legado intelectual de primer orden (su propia obra, la revista cuyo principal hacedor fuera, las colecciones y títulos que propuso, los cursos y conferencias que impartió, los temas y polémicas que desató, las redes intelectuales que contribuyó a tejer, y podría extenderme largamente); deja un espíritu de trabajo que heredó de sus predecesores y que supo sostener con sello propio, y nos deja metas irrenunciables, como la de seguir siendo una institución cultural de referencia a nivel continental.

¿Ha cambiado su visión del mundo y de las relaciones humanas o se han reafirmado algunas intuiciones o certezas que ya tenía, en esta etapa?

Como sabemos, las épocas de crisis sacan a flote lo mejor y lo peor de los seres humanos y de las sociedades en que vivimos, y siempre pretendemos que prevalezca aquello sobre esto. Más allá de eso, los vuelcos que producen tales sacudidas no son tan descomunales como nos parecen cuando nos encontramos en medio del torbellino.

He leído bastante sobre el tema y tengo la sensación de que estamos siendo muy optimistas (el orden mundial cambiará para bien, aprenderemos de los errores, etcétera) o muy apocalípticos (nada volverá a ser como antes, se sucederán las plagas, y otro extenso etcétera). Como a todo el mundo, me ha sorprendido este giro inesperado, esta alteración de nuestras vidas que ha generado traumas, cambiado muchas cosas, puesto en crisis sistemas sanitarios, vaciado urbes, confirmado nuestra insignificancia, y ofrecido un baño de humildad sobre todo a las grandes potencias.

Sé que la experiencia ha desatado profundas reflexiones y motivará las más disímiles creaciones culturales, que veremos proliferar en el futuro inmediato. Está claro que este episodio dejará una notable huella. Pero en el fondo, una vez que pase la emergencia y vayamos retornando a cierta normalidad, volveremos a encontrarnos con un mundo casi idéntico al de antes. No se habrán movido un milímetro, como no sea para mal, las abismales diferencias entre ricos y pobres; no se atenuarán los grandes conflictos; no se condonará la deuda histórica y moral contraída con los países agredidos, entre ellos Cuba; no se concederá a la naturaleza ni un minuto de sosiego más, y se le arrebatará lo que ella recuperó gracias al momentáneo repliegue de la especie humana.

Salvando las distancias entre ambas tragedias y sus previsibles consecuencias, después del 11 de septiembre de 2001 los Estados Unidos le impusieron al mundo nuevos protocolos aeroportuarios. Nunca se pudo volver a viajar como se hacía hasta entonces, pero una vez acostumbrados a la nueva rutina y a las inevitables molestias, el mundo siguió girando —un poquito peor que hasta entonces— al mismo ritmo de antes.

No es difícil prever, por tanto, que también esta vez surgirán nuevos protocolos encargados, entre otras cosas, de mantener el status quo. Así que, en esencia, nuestra agenda de desafíos y reivindicaciones (la de los países latinoamericanos y caribeños, quiero decir) sigue siendo más o menos la misma.

En una reciente entrevista a Josué Pérez, director del Centro Cultural Dulce María Loynaz, él me comentaba, «Creo que la crisis sanitaria cambiará de una vez y por todas la promoción de la literatura». Quisiera saber sus consideraciones al respecto, desde su amplia experiencia en la promoción artística y literaria.

Con los años he aprendido a desconfiar de adverbios como siempre o nunca (y de frases como «de una vez y por todas») cuando se trata de vaticinios.

Supongo, por otra parte, que la frase se refiere sobre todo a la realidad cubana porque en general, en el resto del mundo, las condiciones de promoción siguen siendo similares a las de antes. Si fuera el caso y nos referimos al acotado espacio de la isla, me gustaría creer que sí, que la promoción mejorará entre nosotros, que el uso más eficiente y acelerado del universo virtual y las redes sociales, estimulado por las circunstancias, contribuirá a la difusión tanto de la literatura como de esos textos o espacios paraliterarios (crítica formal, publicidad, comentarios de diversa índole) que la complementan.

Hace unos años fue un fenómeno mundial, que no sé si conserva su ímpetu, el de los jóvenes que, espontáneamente, comentaban libros en las redes y generaban multitud de seguidores. Varias de las más importantes ferias del libro del mundo les ofrecieron sus espacios. No veo por qué esa experiencia no puede extenderse también entre nosotros.

Sin embargo, en estos momentos nos toca remar a contracorriente, porque lo primero que uno aprende cuando trabaja en el mundo de la edición es que, más importante aún que editar o promover libros, es conseguir que sean leídos.

La casi inexistencia de publicaciones impresas en este momento es un duro golpe para cualquier movimiento editorial, que no alivia la mejor aceitada maquinaria de edición y distribución digital. Ni siquiera los países más avanzados en este ámbito, y con mejor conectividad, han podido prescindir del libro impreso, y apelan a lectores anfibios que se mueven indistintamente en ambos hábitats, sin renunciar a ninguno de los dos.

Pero en circunstancias más difíciles hemos estado y hemos sabido sortearlas, así que, de momento, nos toca extender y desarrollar nuestras propias ediciones digitales y, sobre todo, buscar y ganar lectores, que a fin de cuentas son quienes dan sentido a este empeño.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte