José Martí: radicalización temprana


jose-marti-radicalizacion-temprana

Foto de Roberto Ruiz Espinosa, tomada de Juventud Rebelde.

José Villa Soberón

Preso 113

Escultura inspirada en el Retrato de Martí al ser condenado

Bronce

Emplazada en la Fragua Martiana.

 

El año en curso trae de modo particular a la memoria varios hechos descollantes en la vida y la obra de José Martí. Al filo de sus dieciséis años, en enero de 1869, hace un siglo y medio, adelantó expresiones de su talento y de su conducta, al dar inicio a lo que sería su incesante carrera de periodista. Entonces ocurrieron también los sucesos del teatro Villanueva, que dejaron una huella indeleble en su memoria, como en Versos sencillos, libro publicado en 1891: “Pocos salieron ilesos/ Del sable del español: / La calle, al salir el sol, / Era un reguero de sesos”.

Esos hechos se hallan entre los que Fernando Pérez recreó en su película —de saldo entrañable— El ojo del canario, con reconocido éxito en los fueros afectivos y de la ficción. Pero no carecen de base quienes no aceptan la imagen del joven Martí a punto de ceder a las presiones de la policía colonialista y dar un viva a España. El grito queda casi congelado en su garganta, pero aun de ese modo es un acto impensable en él.

Tratándose de conmemoraciones llamadas redondas, es asimismo insoslayable recordar los cuatro números del mensuario La Edad de Oro, publicados entre julio y octubre de 1889, por lo cual en 2019 se cumplirá su aniversario 130. Logro superior en la producción literaria destinada a la infancia y la adolescencia, esa revista ocupa un lugar de plenitud en el conjunto del pensamiento y la palabra de Martí, y ha suscitado permanente interés en el público para el cual fue concebida, y en personas de todas las edades, como objeto de lectura y de estudio, como fuente de conocimientos. Es de esperar que la conmemoración que se avecina favorezca la permanencia o el crecimiento de ese interés, y la aparición de nuevas ediciones de tan sembradora obra.

Pero aquí se comentarán las páginas del Martí adolescente aludidas al inicio, las cuales muestran por qué llegó a su madurez, que fue temprana, preparado para no confundir escasez de años vividos y pobreza de inteligencia. Del mencionado enero de 1869 son dos textos que lo retratan en su precoz arranque político y literario: el artículo de fondo de El Diablo Cojuelo y el poema dramático Abadala, publicado en La Patria Libre. De fecha cercana sería su soneto “¡Diez de Octubre!”, que, según lo sabido, circuló en El Siboney, un periódico estudiantil manuscrito, por lo habrá tenido muy escasa tirada. No se conservan ejemplares.

Las fechas de edición de El Diablo Cojuelo y de La Patria Libre se leen en los ejemplares que se conservan: 19 y 23 de enero del año ya dicho, respectivamente. La de El Siboney se desconoce, pero la mención de la guerra que arde “Del ancho Cauto a la Escambraica sierra” ha permitido ubicarlo conjeturalmente hacia febrero de 1869, cuando la contienda se extendía a esa región. La expansión de la gesta podía quizás estar en el ambiente desde antes, pero la razonable conjetura citada se opone a situar el poema de Martí antes de la aparición de aquellos periódicos, como se ha hecho.

Lo más importante radica en que los tres textos nacieron cronológicamente próximos entre sí, y hasta por su diversidad de géneros anunciaron la abarcadora perspectiva y la amplia creatividad que caracterizarían al autor. Antes de pasar a comentar el artículo y el poema dramático citados, apúntese al menos que el soneto muestra una madurez y una solidez poética solo esperable en un joven que no tardó en revelarse como un ser maduro y extraordinario, estimulado por los reclamos de la patria.

“No es un sueño, es verdad: grito de guerra/ Lanza el cubano pueblo, enfurecido;/ El pueblo que tres siglos ha sufrido/ Cuanto de negro la opresión encierra”, se lee en el arranque del soneto, cuya seguridad expresiva —de un vuelo que ha permitido ver, asimilado con bríos propios, el magisterio de José María Heredia— da soporte a la radicalidad del pensamiento. Son virtudes igualmente apreciables en los otros dos textos comentados. El primero de ellos es cuantitativa y cualitativamente lo más relevante de El Diablo Cojuelo, agilísimo periódico de apenas cuatro cuartillas distribuidas en un pliego de formato menudo.

El artículo de Martí es el único de ese periódico. Le siguen breves gacetillas escritas por condiscípulos suyos, Fermín Valdés Domínguez entre ellos. Incluido un sentido del humor que los horrores del presidio político parecen haber aplacado, muestra el don literario de quien sería uno de los más extraordinarios escritores en lengua española y, por ese camino, de la literatura universal. Presenta asimismo el conocimiento que le permite al jovencísimo autor recrear en pocas pinceladas el personaje de la novela de la cual toma título, escrita por el español Luis Vélez de Guevara (1579-1644). La única edición cubana de esa obra —edición hecha por Arte y Literatura y que el autor de este artículo disfrutó prologar— data de 1886. Debería reproducirse.

Una mayor circulación de la novela en Cuba propiciaría más amplia lectura de un texto estupendo, y que en este país se conozca y se valore el antecedente directo del diablillo que Martí escogió como rostro literario —en su caso se trata de un “diablo honrado”, hace constar— para mostrarles a sus condiscípulos la decadencia de la colonia en que vivían, como el demonio creado por Vélez de Guevara había mostrado a un estudiante español la corrupción generalizada en la metrópoli. Otra buena ganancia para Cuba estribaría en contribuir a erradicar un error que ha circulado en escuelas del país, incluso en clases televisuales de historia: considerar que el diablo cojo es España.

Los dos periódicos impresos que vienen citándose aparecieron en medio de la libertad de imprenta decretada por las autoridades españolas. Fue limitada y efímera, y ello explica que de esas publicaciones, como de otras surgidas entonces, se publicara un solo número. Al decretarla, la metrópoli intentó menguar el espíritu insurreccional que había estallado el 10 de octubre de 1868. El artículo de El Diablo Cojuelo se mofa de las falacias que la maniobra colonialista esconde, y el honrado diablo cojo hace declaraciones que la desbordan.

Repudia a “esos  que llaman sensatos patricios, y que solo tienen de sensatos lo que tienen de fría el alma”, quienes “reúnen en sus casas a ciertos personajes de aquellos que han fijado un ojo en Yara y otro en Madrid”. Por voz del pícaro diablo, Martí deja clara su posición: “A ser yo orador, o concurrente a Juntas, que no otra cosa significa entre nosotros la tal palabra, no sentaría por base de mi política eso que los franceses llamarían afrentosa hésitation”. Lanza entonces el dilema esencial: “O Yara o Madrid”, y como él no era de los vacilantes, resulta claro que su opción es Yara.

Con ello se pronuncia políticamente del lado del independentismo radical que orientará su vida. Y también plasma, tan tempranamente como entonces, una perspectiva social que ratificará el 18 de mayo de 1895, el día antes de caer en combate. En la carta —que la muerte no le permitió terminar— a Manuel Mercado puntualizó la relación que había entre su deber de estar cada día en peligro de morir por la patria, y la perspectiva de pensamiento y conducta que daba continuidad a lo que en El Diablo Cojuelo dijo sobre los “sensatos patricios”. Al mencionar fuerzas que se oponían a la plena independencia de Cuba, refutó a la casta que vive “contenta solo de que haya un amo, yanqui o español, que les mantenga, o les cree, en premio de su oficio de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante, —la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país, —la masa inteligente y creadora de blancos y negros”.

Quien así se expresa es el revolucionario que hizo sus primeras armas públicas en aquellas páginas de enero de 1869, iluminadas por una perspectiva planetaria que procede ver como un paso de confirmación en la actitud de quien, en plena infancia, se había jurado “Lavar con su vida el crimen” de la esclavitud. Así se lee en Versos sencillos, libro en el cual también expresó la decisión de echar su suerte “Con los pobres de la tierra”: sí, de la tierra, no solo de la suya. Y para La Patria Libre escribió Abdala, que adelantó esa actitud.

Se ha sostenido que ese periódico fue obra de Martí. Pero tanto por su tamaño como por la diversidad de los temas que contiene, y por el poder de convocatoria que el sumario revela, vale suponer la participación de adultos, señaladamente Rafael María de Mendive. Este, maestro preferido de Martí, tenía la sabiduría literaria requerida para una empresa con cuyo sesgo parece excesivo comparar la ágil levedad de El Diablo Cojuelo. El aserto está muy lejos de subvalorar la inteligencia y la precocidad de Martí, quien —de eso no cabe duda alguna— dotó a La Patria Libre del texto que le ha dado a ese periódico la mayor garantía de posteridad, el citado poema dramático.

El texto da vida al personaje literario del cual toma nombre. Es hijo de Nubia, topónimo que hasta por la rima asonante con Cuba remite a la realidad de esta última. Así, la resuelta decisión del protagonista de defender a su patria contra quienes la invaden, rebasa los límites de la libertad de imprenta que, concedida por la metrópoli española, no permitía apoyar ideas insurreccionales que ya eran actos en buena parte de la Isla.

Que el héroe no fuera ni de Cuba, ni del mundo “blanco”, constituye una orientación que puede calificarse como siembra de internacionalismo, y de lucha antirracista y antiesclavista, más allá del cosmopolitismo anunciado en el subtítulo del rotativo: Semanario Democrático-Cosmpolita. Aquellas páginas juveniles de Martí fueron el inicio público de una trayectoria en constante fortalecimiento al servicio de la independencia y la justicia social, ideales que lo pusieron en camino de no limitarse al anticolonialismo. Fue un temprano sembrador antimperialista.

Los ruegos de la madre no consiguen frenar en el héroe nubio la decisión de luchar por la patria. Él reclama hacerle llegar al invasor el anuncio de que “en la Nubia/ Hay un héroe por veinte de sus lanzas”. La desventajosa desproporción no lo intimida, lo enardece, y su resolución es clara: “En la Nubia nacidos, por la Nubia/ Morir sabremos: hijos de la patria, / Por ella moriremos, y el suspiro/ Que de mis labios postrimeros salga, / Para Nubia será, que para Nubia/ Nuestra fuerza y valor fueron creados”.

Se yergue tanto contra el opresor —“¡Y el vil tirano que amenaza a Nubia/ Perdón y vida implorará a mis plantas!”— como contra sus cómplices: “¡Y la gente cobarde que lo ayuda/ A nuestro esfuerzo gemirá espantada!” En las acciones, en las virtudes de Abdala, se sienten vivas también las de Martí, señaladamente cuando el primero, sin ser insensible al dolor que ella sufre, se mantiene firme frente a la madre que, para salvarlo del peligro, intenta que no se lance al combate: “Perdona ¡oh madre! que de ti me aleje/ Para partir al campo. ¡Oh! Estas lágrimas/ Testigos son de mi ansiedad terrible, / Y el huracán que ruge en mis entrañas”. A la madre, que llora, le dice: “¡No llores tú, que a mi dolor ¡oh madre! Estas ardientes lágrimas le bastan!”

La fuerza que lo anima se concentra en estos versos: “El amor, madre, a la patria/ No es el amor ridículo a la tierra,/ Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;/ Es el odio invencible a quien la oprime,/ Es el rencor eterno a quien la ataca”. Son los más citados del texto, y con razón se han tomado como expresión de la verticalidad de Martí, y como prueba de que el protagonista del poema dramático es un alter ego del autor y encarna su destino. Pero no se debe establecer una igualdad absoluta entre Abdala y Martí, no solo porque aquel es nubio y príncipe de la nobleza en su tierra, y este es cubano y su aristocracia es de índole moral.

La radicalidad de Martí, quien empezaba a vivir y seguiría madurando, y tenía un alto concepto del amor, no se basó en el odio. Repudiaba “el olvido indecoroso de las ofensas”, pero de la ambición y el rencor dijo: “convierten a los hombres en infectas peñas”. Radical y honrado como era, llegará a escribir: “¡Cómo me regocijo al volver hacia atrás mis ojos, de no haber concebido un solo pensamiento, ni dicho una sola palabra de intransigencia o de odio, ni siquiera cuando, para encauzar males que no se podían suprimir, para dar forma útil a grandezas adorables y ciegas, tenía las manos puestas en la guerra!”. Cintio Vitier observó que la lucidez de Martí fue mayor porque no abrazó resentimientos, sino convicciones fundadoras. De ahí el gran valor de su guía.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte