“La casa de la discreta despedida”, de Mariela Varona


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Imagen: Centro Onelio

Muchas son las despedidas que convergen en este volumen de nueve cuentos: la despedida de lo bello, de la candidez, de los apegos, de la incredulidad. Nota: esta reseña es un ejercicio indicado en clase. Resultó seleccionada entre las mejores presentadas por los alumnos del XXIII Curso de Técnicas Narrativas.

Por: Lucía March

 

La casa de la discreta despedida es una suerte de sinfonía finale que nos permite asistir a más de una separación. Muchas son las despedidas que convergen en este volumen de nueve cuentos: la despedida de lo bello, de la candidez, de los apegos, de la incredulidad. Es imposible entonces no elogiar la elección del título, porque todo el libro es precisamente eso: una casa donde han quedado varados muchos adioses.

Estas historias dan forma a mi primer encuentro con la narrativa de Mariela Varona (Banes, Holguín, Cuba, 1964) y leerlos ha sido —como avisa el texto de contraportada— un feliz «paseo por la muerte de todas las cosas». La autora, que no se anda con paños tibios ni le complace complacer, es dueña de un estilo singular, verosímil, de un repertorio variado e irreverente y de una narración clara que, con diferentes niveles de intensidad, conduce casi siempre a finales lapidarios.

El primer cuento, “Teoría del cuarto oscuro”, en mi opinión no consigue ilustrar del todo lo que será el resto del libro. Es, sin embargo, una historia potente en la que la autora consigue sostener un discurso convincente y llamativo. La narradora es una mujer cuya vida cambia —o más bien retrocede— con un toque discreto a la puerta de su casa. De repente, la llegada de una joven mojada (es un día lluvioso) y curiosa al hogar donde la narradora y su marido viven los comienzos de la edad madura, se convierte en un acontecimiento que viene a remover los recuerdos del pasado: la pareja y la madre de la visitante inesperada estuvieron enamorados y tenían una relación de tres, algo todavía incomprensible para la familia y la sociedad, pero que para ellos representa la expresión más perfecta del amor. Es ahora la hija la que ocupa el antiguo lugar de su madre en la cama y en la vida de una pareja que ya no es la de antes. Inevitablemente, en los rincones de la casa comienza a crecer una telaraña de celos, un mal, una oscuridad que devorará a uno de ellos, o a los tres. Dicha oscuridad, según la infeliz protagonista, proviene de las entrañas mismas del ser humano y está presente, de alguna manera, en el resto de los cuentos del libro.

El cuento “Llévame a navegar” es la historia de cubanitalegre2109 y su lucha constante entre lo que piensa versus lo que dice (lo que escribe) en sus múltiples ventanas de chats. Un forcejeo donde el fin justifica los medios y que expone, con la dosis justa de descaro y pesimismo, la esperanza moribunda, que agoniza y que sabe de antemano que nada de lo que haga va a cambiar su mala suerte. A pesar de esta fatalidad predestinada cubanitalegre2109 “lucha su yuca” hasta las últimas consecuencias, algo que comparte con el resto de los personajes de este libro. En este cuento la autora echa mano de un formato bastante original que aprovecha hábilmente el placer que produce meter las narices en conversaciones ajenas. A pesar de ser el cuento que menos me gustó del libro, lo considero imprescindible para la apreciación general de esta obra de Mariela Varona.

En “Los asesinos”, sexto cuento del libro, la autora consigue inquietarnos desde la primera oración y expone —quizás como un cadáver ensangrentado y violado sobre una colchoneta— cómo a veces basta con estar en el momento y el lugar equivocados. Creo que el mayor acierto de este cuento es, sin lugar a dudas, la elección del narrador, no solo por la extrañeza que produce la voz del cadáver, sino porque aunque la historia gira alrededor del muerto, los verdaderos protagonistas son sus asesinos. Este par de idiotas, más estúpidos que malvados, a pesar de no mostrar ningún rastro de escrúpulos cargan con la culpa a todas partes, como una fila de fantasmas que los siguen sin hacer ruido. Y es justo cuando comenzamos a hacernos un montón de preguntas que el cuento se termina de un tajazo, otro acierto de su autora.

El cuento “Una cuestión de plumas” es mi favorito del libro. Es un texto asfixiante que ocurre dentro del espacio reducido de un camión para el transporte de pasajeros que se dirige a Holguín. En contraposición con este espacio constringente, y con el sudor, el mal olor, y el calor excesivo, el personaje principal lleva consigo un abanico de plumas. Pero no cualquier abanico, sino uno finísimo, traído de Londres, anacrónico, casi como una luz de esperanza entre tanta mediocridad y conformismo. El resto de los pasajeros lo miran como si el abanico fuera una anomalía de su mundillo caótico. Y durante toda la primera parte del cuento el protagonista es, a mi entender, el propio abanico. Toda la gente que va dentro de ese camión ya aprendió a vivir siguiendo las reglas, pero el hombre del abanico de plumas no. Él ve señales por doquier, alucina, cree escuchar la voz de una de las pasajeras que le advierte que algo muy malo está a punto de ocurrir. Así comienza a debatirse entre sus deseos de salvarse y la necesidad de llegar a su destino para cobrar unos cuantos pesos. “No te desgastes, mi niño”, le dice la voz. Para el final del cuento, la autora nos reserva un giro sobrenatural, algo que enriquece la obra de Mariela Varona, y más vale acostumbrarse a ello, porque lo hace muy bien.

En “La casa de la discreta despedida”, cuento que da nombre al libro, el protagonista —un hombre cuya voz se percibe durante toda la narración como si tuviese un nudo en la garganta— es un tipo común que quiere morirse, pero que es demasiado cobarde para hacer algo al respecto. Por suerte para él, tiene un amigo —y el que tiene un amigo tiene un central—, al que logra convencer sin mucho esfuerzo de que en efecto quiere morirse, y quiere morirse ya. Este amigo le da una tarjeta con el número de un negocio que se dedica a las discretas despedidas: a despachar a gente al otro mundo con profesionalismo y discreción siempre que uno sea capaz de pagar el precio. Mariela Varona nos presenta aquí a un personaje al cual, desde el principio mismo del cuento, el lector va a querer rescatar quizás porque no estamos preparados para aceptar que alguien quiera morirse por su propia voluntad. El final de este cuento es otro acierto, y pudiera interpretarse como una tomadura de pelo de la autora pero, en mi opinión, es el cierre apropiado para mostrar sin una gota de pudor que muchos vivimos en esa “casa” devoradora de sueños, de la que siempre nos estamos despidiendo y a la que siempre terminamos por regresar.

Otras narraciones que integran el libro son “Black Dog”, “Las putas no tienen nombre”, “Envidia de los pájaros” y “Porcelana”. En este último son los trozos de porcelana los que ayudan a contar la historia, una forma muy interesante de narrar recurriendo a la memoria de las cosas, de los objetos que estuvieron en un rincón en los momentos más importantes de nuestra vida.

Este es un libro corto que deja al lector con ganas de más, y que demuestra que la escritora posee un gran dominio de la narración en primera persona. La casa de la discreta despedida es, en definitiva, un libro de cuentos que disfruté muchísimo, no solo por su indiscutible calidad literaria sino por la acertada confluencia de lo cotidiano con lo sobrenatural. A mí me gustaría morir en un cuento de Mariela Varona.


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