La descarga cubana: una pelea contra sus propios demonios I


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Los coleccionistas los consideran el pináculo de la música cubana, tanto que han elevado a sus ejecutantes a la categoría de mitos; y sobre su origen se han tejido historias y hasta leyendas que se repiten una y otra vez en artículos, reseñas y libros. A mediados de los años noventa hubo un revivir de ellos debido a un golpe de timón del mercado y sumaron una nueva legión de adeptos.

Son los discos de la serie «Descargas cubanas» que se grabaron en los estudios de la empresa PANART en los años 1957 y 1959.

Sin embargo; existen pocos análisis que se remitan a cuáles pueden ser los orígenes de ese fenómeno llamado “descargas” que se entronizó en la música cubana; sus influencias y sus otros cultores. Se hace necesario hablar de su trascendencia en la música cubana de los años subsiguientes; un capítulo que nadie quiere aventurarse a contar con sus interioridades.

Hagamos un breve recorrido por este fenómeno y arrojemos luz sobre el mismo. Pero también será un viaje a las profundidades de la música cubana de estos tiempos y veamos hasta donde este hecho fundacional ha sido superado o no. Profundicemos en las causas que provocaron su revivir en los años noventa y atrevámosnos a cuestionar el mito de que “tras ella se detuvo el reloj de la música cubana”.

Enfrentemos de una vez por todas los demonios que han estigmatizado a ciertas zonas de la música cubana posterior a los años cincuenta y que algunos pretenden encasillar en la categoría de “jazz latino”.

La nota cero

Pongamos como una de las referencias iniciales más cercana al surgimiento de las descargas cubanas la década del cuarenta y tomemos como punto de partida, entre otros hechos importantes, la fundación de la orquesta del flautista Antonio Arcaño conocida como “Las maravillas” y su carácter renovador dentro del danzón, a partir del trabajo de los hermanos López: Orestes, conocido como Macho; Israel en el contrabajo y Coralia en menor medida como compositora. Aunque es importante reseñar que en cada atril Arcaño logró reunir a parte del mejor talento de aquel momento, con el que tenía en común un detalle importante: la coincidencia generacional.

Las Maravillas de Arcaño.

El detonante musical de esta historia puede ser un danzón llamado Mambo; que en su coda daba la oportunidad de que los músicos pudieran desarrollar sus habilidades en la ejecución de sus instrumentos en particular. Esta sección venía a reforzar, e incluso a superar, el trabajo que en su momento hiciera Orestes Urfé cuando en esta mismo sección rítmica incorporó los elementos soneros. Habían transcurrido cerca de veinte años entre una primera propuesta y esta de los hermanos López; solo que para este momento ya existía un nuevo actor acechando y conviviendo –aunque fuera discretamente— con la música cubana: el jazz.

Orestes Urfé

Si ello no bastara Arcaño oficializa la presencia de la tumbadora –una sola— como instrumento permanente en la orquesta danzonera conocida como charanga; y ese honor  fundacional queda en manos y el talento de Eliseo, “el Colorado”, Pozo; de quien se dice es hermano de otro gran percusionista cubano: Luciano Pozo. El mundialmente conocido Chano Pozo, figura imprescindible en el jazz que se comienza a gestar en esa misma década y que será la génesis del llamado “jazz afrocubano”, que en su primera variante recibió el nombre de Cubop y que tendrá como otro de sus padres al trompetista Dizzy Gillespie.

Chano pozo y Dizzy Gillespie. Los autores establecen como fecha de alumbramiento del Cubop el 29 de septiembre de 1947, con el histórico concierto de la orquesta de Gillespie y Pozo en el Carnegie…

«Chano Pozo fue un revolucionario entre los tamboreros del jazz; su influjo fue directo, inmediato, eléctrico (...). Por el tambor de Chano Pozo hablaban sus abuelos, pero también hablaba toda Cuba. Debemos recordar su nombre para que no se pierda, como el de tantos artistas anónimos que durante siglos han mantenido el arte musical en su genuina cubanía.»

Fernando Ortiz

Chano Pozo con el periodista Will Rebustillos.

Otra de las potenciales influencias –o acelerantes en este proceso creativo— se encuentra en la aparición y desarrollo del llamado “tumbao, o montuno” que comenzaron a ejecutar los pianistas de los conjuntos soneros. Esta forma de proponer los solos del instrumento en lo que se denominó puente, fue enriqueciéndose en la medida que tanto el conjunto como el mismo son se fueron desarrollando; otro elemento a considerar radica en el hecho de que muchos pianistas de son se vieron obligados a desempañarse, ocasionalmente, como integrantes de alguna que otra banda musical que ejecutaba todo tipo de música –incluida el jazz— movidos por su realidad económica.

Figura fundamental en esta evolución musical dentro del danzón –y me atrevería a decir del mismo son— es don Antonio María Romeu; a quien se debe la introducción definitiva del piano dentro de la llamada “charanga típica” como instrumento líder. El llamado “mago de las teclas” amplió el horizonte creativo de los pianistas que le sucedieron y sentó las bases de la pianística danzonera cubana. Sus solos; tanto en los danzones que compuso como en los que ejecutó, o en las versiones de temas tomados de obras de la música de concierto; dan fe de una desbordante capacidad creativa y de una inventiva nunca antes vista en los pianistas que le antecedieron; y que fue punto de partida y escuela para quienes destacarían en las décadas posteriores.

Orquesta Romeu en 1927.                         Orquesta Romeu con Fernando Collazo en 1930.  

Otro elemento a tener presente es el acercamiento que para ese entonces comienza a ocurrir desde Cuba al jazz, desde los años veinte en lo fundamental cuando surgen las primeras jazz bands cubanas; que si bien en un comienzo están cerca del estilo de New Orleans (también llamado Dixieland), algunas otras se remiten en su trabajo al llamado estilo Chicago donde el saxofón tiene un peso fundamental.

Mas a los efectos de esta historia tomemos como referencias notables las orquestas de Tata Palau, la de los hermanos Lebatard, la de los Hermanos Castro, la Riverside, y la Casino de la Playa; cuyo trabajo marca un antes y después dentro de la música cubana; pues su impronta llega hasta nuestros días, aunque no se haga palpable a simple vista o notas; donde se darán a conocer los primeros arreglos de uno de sus pianistas: Dámaso Pérez Prado. El mismo que para fines de esa década pondrá el mundo musical de cabeza con el Mambo.

Si ello no bastara, en estos mismos años cuarenta la música cubana ve nacer un movimiento musical que alcanzará su mayor fuerza creativa y de difusión a comienzos de la siguiente década y que responderá al nombre de “el Filin”;  y que podemos definir –sin llegar a un juicio festinado— como la acertada imbricación entre la canción trovadoresca cubana y el jazz del momento que representó el movimiento del Bebop, y sobre todo la asimilación del estilo que imponían las cantantes negras de esos años. Y que en esencia respondía y representaba una libertad creativa tanto en lo instrumental como en lo literario; era una forma de decir libre de ataduras y de los clichés que para ese entonces se imponían al bolero y a la canción; aunque a esta última en menor medida.

Pero el filin también trajo a la música cubana uno de sus grandes genios musicales que reinventaría armónicamente el son cubano de esos años: el tresero Andrés Echevarría; o simplemente “el niño Rivera”.

Y todo esto en medio de un ambiente social donde la radio multiplicaba los valores de la música. Ciertamente era el principal medio de difusión y resulta innegable su incidencia en el desarrollo musical de estos años.

Esta conjunción de acontecimientos crearon las condiciones para que fueran surgiendo entre un grupo importante de músicos, determinadas necesidades expresivas que desembocaron por una parte en movimientos o potenciales géneros musicales como el Cubibop del Niño Rivera; el Batanga de Bebo Valdés y el más exitoso de todos: el mambo de Pérez Prado.

Bebo Valdés «El Rey del Batanga». Foto oficial de la RHC Cadena Azul, realizada por Armand. La Habana, 1952. Archivo de Rosa Marquetti.

Chocolate Armenteros, persona no identificada, Tata Güines, Bebo Valdés, persona no identificada. La Habana,años 50. Foto Archivo de Rosa Marquetti.

Bebo ensaya con la sección de trompetas de una de sus orquestas. Alejandro «El Negro»Vivar es el segundo de izquierda a derecha. La Habana. Años 50. Foto Archivo de Rosa Marquetti.

Si se revisa detenidamente la evolución musical de los años cuarenta y el primer lustro de los cincuenta, se encontrarán vasos comunicantes no solo en el modo de asumir la música, sino en el surgimiento de un lenguaje musical que, aunque no entra en contradicción con los elementos del jazz, asume una personalidad definida que se expresa en lo que algunos estudiosos han denominado –indistintamente— guajeos, mambos o masacotes.

El son, no ya entendido como género cantable y bailable, como propuesta instrumental con un lenguaje en el que los instrumentos cantan o asumen una personalidad lírica antes insospechada; era un escalón ascendente en la evolución musical cubana y hablará a futuro de una reinterpretación muy particular y auténtica, no solo del jazz sino de los mismos géneros de la música popular cubana creada hasta ese entonces.

Ese fraseo se convertirá en un lenguaje expresivo, un estado de ánimo, un trance creativo y existencial; llegando incluso a ser una actitud ante la música y la vida, al que los músicos llamarán de una manera sencilla: “descargas”.

Solo hacía falta un momento adecuado o una propuesta lo suficientemente tentadora para dar riendas sueltas a esa energía. Para que las descargas trascendieran el estrecho marco de los ensayos o el reino de las ideas. Y será el empresario Ramón Sabat quien asumirá el riesgo económico, mientras que el liderazgo fonográfico para la universalización de esta propuesta musical correrá a cuentas de músicos como Julio Gutiérrez y Pedro Justiz –“Peruchín”— e Israel “Cachao” López; siendo los grabados por este último las más difundidas y reverenciadas.

Cachao y su combo.

El son, el danzón de nuevo ritmo y su descendiente el chachachá junto al mambo, serán las materias primas fundamentales de la propuesta musical con la que Cuba cerrará los años cincuenta y cuya trascendencia e historia dentro de la Isla en las décadas posteriores es poco conocida y minimizada.

Pero habrá mucho más en los sesenta.

 


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