LA HABANA, MI CIUDAD DEFINITIVA*


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Foto: Carlos Gómez/Cubarte

Panorámica de La Fuente de la India o de la Noble Habana, es una representación donde figura la imagen de la mítica india “Habana”, esposa del cacique “Habaguanex”, regente de la zona antes de la llegada de Colón y de la cual se cree que toma el nombre la capital de Cuba. Develada en 15 de febrero de 1837. Foto: Gustavo Rivera

*Publicado por vez primera el 18/11/2019

Uno no es necesariamente del lugar donde nace, pues nadie elige nacer en ningún lugar; no se es, ni siquiera, de donde se ha vivido toda la vida, porque no siempre se opta por permanecer en una parte o en otra. Aunque se inculque mucho el amor a la patria, existe una “matria” soñada, que coincide o no con aquella en que se ha nacido o vivido; de no ser así, no existirían emigraciones voluntarias internas o externas en ningún país. Hay quien nace en un sitio y, con conocimiento y conciencia, ratifica que ese es su lugar, pero también hay quien comprueba que es otro, no solo por su paisaje, su sociedad, su naturaleza o las oportunidades que brinda, sino por razones culturales de extraordinaria complejidad, imposibles de resumir en estas páginas. No pocas personas pasan mucho trabajo para asentarse en su verdadero medio; en ocasiones lo hallan muy tarde, o no lo encuentran nunca, o simplemente no tienen una explicación convincente en relación con su entorno, ni reparan en que no están en su espacio, ni, quizás, en su tiempo.

Nací en la finca de mis abuelos, Santa Amelia del Retiro, en Pinar del Río; crecí en la ciudad cabecera de la provincia, cursé la enseñanza secundaria en el pueblo de San Luis e hice el preuniversitario en La Habana, donde estudié en la Universidad y me quedé a vivir. He tenido la suerte de recorrer ciudades de ensueño, como Brujas, donde se combina la fantasía de engalanadas carrozas tiradas por caballos blancos y canales surcados por románticas góndolas, con la culta amabilidad y las exquisitas cervezas; villas marinas bellísimas, como Valparaíso, cuya original arquitectura se esconde de manera laberíntica dentro de los cerros, un urbanismo sorprendente y balcones al mar donde se pueden saborear deliciosos pescados acompañados por vinos espléndidos; centros de refinada cultura como San Petersburgo —entonces Leningrado—, con el Neva que atraviesa la ciudad, sus alucinantes noches blancas, su Museo del Hermitage y el mejor vodka del mundo; países y urbes de historia, camaradería, música, alegría y diversión, como México, cantando hasta la madrugada bajo los efectos de su tequila inigualable… Me he sentido muy bien en esos lugares, pero consciente de que solo era un visitante de paso, tentado a decir desde La Habana como Julián del Casal: “Mas no parto. Si partiera / Al instante yo quisiera / Regresar”.

Se trata de un sentimiento que no se puede explicar solo de manera objetiva, apelando a la razón: es un asunto de afinidad espiritual y conciliación racional, a veces difícil de precisar. Los tres años que pasé en el campo les aportaron mucho a mi sensibilidad y a mi formación; me gustó criar animales, recoger frutas, montar bicicleta, bañarme en el río, contemplar los atardeceres desde la cubierta de una caseta en el patio de mi casa... Cuando conocí La Habana era niño; veníamos frecuentemente y nos quedábamos en hoteles; de adolescente, cuando hice el Servicio Militar Obligatorio y el preuniversitario, tuve los primeros contactos por cuenta propia con el ambiente capitalino, con esa vida nocturna que cambiaría abruptamente en 1968; empecé a buscar mi matria en una ciudad para vivir. Posiblemente todo dependa de la experiencia personal de cada cual con los sitios de residencia, amores y desamores, afectos y desafectos, bienaventuranza disfrutada o desgracia padecida. Fernando Ortiz definió la cubanidad, pero nadie ha precisado la “habanidad”, y, menos, la “habanía”; tal vez quien más se haya acercado sea Eusebio Leal al hablar de “un estado del espíritu”.

El lienzo principal pintado por Vermay, que se encuentra en El Templete, fue objeto de una rigurosa restauración por especialistas del Gabinete de restauración de pintura de Caballete, de la Oficina del Historiador de la Ciudad (Foto: Jorge Oller)

El 16 de noviembre de 1519 nació La Habana, con una misa alrededor de una ceiba, anteponiendo el nombre de San Cristóbal al topónimo indígena; en 1542 fue atacada por el pirata francés Robert Baal y en 1555 desembarcó por la caleta de Juan Guillén —donde actualmente se levanta el Torreón de San Lázaro, en el Parque Maceo— el filibustero francés Jacques de Sores, que la dejó en ruinas. El corsario más famoso del siglo, el inglés Sir Francis Drake, esperado y temido en cualquier sitio de la América española, atacó y saqueó varias veces Cartagena de Indias y destruyó el fuerte de San Agustín de La Florida; en 1577 le dio la vuelta al mundo después de saquear Valparaíso y atacar el puerto de Callao; en 1585 tomó Santo Domingo y en 1587 penetró en el mismo Cádiz y pudo desactivar varias naves; fue un verdadero azote para el imperio español. Varias veces lo esperaron en La Habana, y, según noticias, merodeó cerca del puerto que nunca atacó: se afirma que las fortalezas militares construidas en Cuba por aquellos años se debieron al temor que inspiraba Drake, nombrado caballero por la reina Isabel I de Inglaterra. Sin embargo, la ciudad sí fue tomada por los ingleses, pero en 1762, con el mayor ejército organizado hasta ese momento para tales fines, y los invasores se quedaron hasta el año siguiente; después, los españoles levantaron la fortaleza militar más grande, inexpugnable y costosa de su historia colonial, mas los ingleses no regresaron.

Beatriz de Jústiz y Zayas, marquesa de Jústiz de Santa Ana, fue nuestra primera patriota —y patriota incluye ambos sexos—, al dejar expresado en unos versos, cuando aún no se había iniciado la formación de una conciencia nacional, su amor al suelo donde había nacido y vivía. En carta memorial enviada al rey Carlos III en nombre de las habaneras, para expresar el descontento de la mayoría de los sectores de la población frente a la capitulación de las autoridades coloniales, con honrosas excepciones, y elogiar la conducta de los pardos libres en la heroica batalla contra la escuadra atacante, se lamentaba la marquesa: “[…] Tú Havana Capitulada? / Tú en llanto? Tú en exterminio? / Tú ya en extraño dominio? / Qué dolor! O Patria amada! / Por no verte enagenada / Quantos se sacrificaron? / Y quantos más envidiaron / Tan feliz honrosa suerte, / De que con sangre en la muerte, / Tus exequias rubricaron / […]”.

La Habana sería defendida luego, muchas veces, por escritores e historiadores, y desde distintas manifestaciones del quehacer social o de las expresiones culturales; basta mencionar a Fernando Ortiz y a Emilio Roig de Leuchsenring. Ortiz, como indagador incansable de las raíces de la cultura cubana, y Roig, fundamentalmente, en su papel de formador de conciencia cívica. Ya en los años 60 emergería el último gran defensor de la ciudad: Eusebio Leal, a quien resulta innecesario elogiar porque ya habita en el corazón del pueblo, y supo crear un “pequeño ejército loco” que lo secunda.  

       Eusebio Leal: “La Habana es hoy un símbolo completo y absoluto de la nación cubana”. Entrevista- Video. Tomado de Cubadebate/Mundo Latino

Puedo asegurar que La Habana es mi ciudad definitiva. Sé que existen otras mucho más extensas y populosas, pero no tienen mi escala; mucho más modernas y lujosas, sin que pueda entenderlas ni disfrutarlas, porque no encajan con mis intereses vitales ni mis costumbres; tal vez más amables, pero posiblemente más aburridas, según mi manera de entretenerme, y menos comunicativas, de acuerdo con lo que necesito para sentirme acompañado. Es mi urbe no solo porque vivo en ella con mi familia, o porque participo de su intensidad laboral, o porque me gustan su dinámica social, su vigor cultural y su naturaleza urbana, sino porque la acepto en su ambiente ruidoso, aunque no pocas veces clamo por un poco de silencio y batallo porque su hábitat sea más higiénico. Me duelen las casas despintadas o en equilibrio precario; esas calles y aceras con huecos, o abismos, que ya forman parte de su mapa; algunas costumbres rurales de nueva adquisición, las chapucerías constructivas para cumplir una meta, las fuentes sin agua, los monumentos abandonados o la jardinería descuidada; los “chapisteos” cosméticos dictados por alguna celebración o visita de relevancia. No obstante, sé que históricamente siempre se ha estado levantando, a pesar de quienes la han querido arrasar conscientemente y también de los que la destruyen a diario, a veces sin darse cuenta, tratando de “arreglarla”. Y percibo, esperanzado, un llamado actual a la constancia, seriedad y persistencia en todo lo que se haga en toda la ciudad, y no solo en su parte más visible.  

Por su próximo cumpleaños, su primer medio milenio —casi nada para algunas urbes de otras latitudes, pero mucho para el llamado Nuevo Mundo—, le deseo que siga recibiendo, acogedora y tibia, como hizo conmigo, a quienes llegan a sus predios llenos de sueños e ilusiones, y que ellos, en reciprocidad, aprendan a amarla como yo hice.

Tomado de Rusia Today


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