La Habana a tres voces


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Fotos: Chuck Gómez.

Es mágica y maravillosa; como reza uno de los eslóganes con que se quiere identificar la campaña por su cumpleaños 500. Es, igualmente, sensual, bullanguera y mestiza. Está llena de contrastes, de cosas muy sublimes y tiene su lado kitsch. De acuerdo al lugar en que se nace y vive, así se reflejará en cada acción y actitud personal. Es La Habana, también llamada “la poma”, la capital de Cuba y su ciudad más cosmopolita.

Así veo a mi ciudad esta mañana en que comienza a organizar su “jornada de solidaridad con ella misma”, por sus primeros quinientos años de existencia. Es la ciudad que me han legado mis padres y que debo legar a mis hijos y que estos legarán a los suyos; y así será por mucho tiempo.

Es una ciudad a la que los poetas han cantado, los piratas han ocupado y destruido, la que se ha reinventado después de cada catástrofe y que ha dado hijos ilustres. Es una ciudad de hombres comunes que pregonan sus sueños; de ilustres patricios y de hombres de ciencia. En esta ciudad las mujeres tienen un andar muy propio, los niños una risa muy personal y hasta las bravuconadas de sus habitantes tiene sus peculiaridades. Es una ciudad que derrocha un humor corrosivo, que cuando se lo propone suele ser muy solidaria, pero que tiene también sus lados oscuros.

Realmente no es perfecta. Y esa imperfección, junto con a sus virtudes, han quedado plasmadas en algunas de las tantas canciones que ha inspirado.

Rolando Vergara escribió en los sesenta el tema Hermosa Habana que ganó notoriedad en la versión que interpretara el cuarteto vocal Los Zafiros. La Habana de Vergara era y es bucólica; colorida y muy lúdica. Su visión citadina previó palomas como símbolo de paz y gloria. Años después las plazas de la Habana Vieja se llenarían de ellas.

Silvio Rodríguez la verá desde otra perspectiva. Su Habana es el símil de esa mujer que perdió y que siempre está presente, que es inolvidable y a cuyo amor nunca ha de renunciar. La ve en los cantores, en el llanto de un adolescente, en las calles, las ventanas y en sus plazas. Sin embargo; en su mundo de contradicciones manifiesta que “no es una elegía”.

José Antonio Quesada ve la Habana con el mismo lirismo, solo que con otro prisma. Su Habana es una mujer coqueta, decimonona y muy recatada; ꞌuniviraꞌ se podría decir. Siempre a la espera de un galán muy florido que vendrá en un carruaje de espumas desde el río La Plata. Es una versión tropical del mito de Penélope; solo que su Ulises nunca llega y ella queda puesta y convidada en la puerta de la vida mirando como los caballos de su carruaje envejecen.

Juan Formell también le escribió canciones y sones a esta su ciudad. La primera de ellas fue un cha cha chá de estos tiempos al que tituló La Habana joven. Su ciudad era soñadora pero con visión de futuro, una ciudad inquieta donde comenzaban a despertar los sueños y las ambiciones de sus habitantes y de aquellos que en ella se comenzaban a establecer.

Años después le escribiría un son (es songo realmente) en el que reclamaba que todos sus habitantes le dedicaran tiempo a ordenarla, embellecerla y amarla. El músico reclamaba el derecho a que fuera “…la capital más bella de América Latina…”; pero también hablaba de sus tradiciones y de algunos de sus olores. En su papel de cronista citadino alertó acerca del fenómeno de la sobrepoblación y como su impacto estaba dañando la belleza y orden social de la misma; sentenciando que “…la Habana no aguantaba más…”

Su Habana pasó del sueño y amor, al grito desesperado y desgarrador ante la amenaza que el futuro le deparaba.

Calos Varela se acercó a ella y la vio desde otra perspectiva. Su canto desgarrado refleja las inquietudes de su generación. Sigue siendo una ciudad bella; no importa que ya el desgaste y la inopia se le comiencen a ver y que determinadas costuras pesen en su fisionomía. Su ciudad es el símbolo de la necesidad de que muchas cosas cambien.

La Habana ha tenido sus rumbas memorables, en las que se la ha cantado a sus barrios, a sus personajes y a sus lugares pintorescos. Nadie olvida que desde el siglo XIX el Cerro tiene la Llave; que Jesús María, Belén y Los Sitios son los barrios en que más rumberos han nacido.

Que Carraguao y El Pilar inspiraron los bailes de cuna y nación; que sus calles son el escenario de nuestra gran primera novela romántica: Cecilia Valdés. Y qué decir de la Calzada de Jesús del Monte; calle donde nacieron y vivieron algunos de los más ilustres escritores y músicos cubanos del pasado siglo. Pregúntenle a la familia García-Marruz, a los Diegos y a los Acostas.

Hay una Habana misteriosa, oculta y simbólica que existe en Guanabacoa, y por consiguiente en el poblado de Regla. Esa a la que era necesario ir cuando se necesitaba ver un brujo. Tal tierra bendijo al que se considera el más importante músico cubano del siglo XX, Ernesto Lecuona. De sus calles son el mito de Rita Montaner (La Única), el sin par Bola de Nieve y el siempre discreto y sabio Adriano Rodríguez.

Esta es mi Habana. Nuestra ciudad. La de los quinientos. Me pregunto cómo será el jolgorio. Pienso que debe ser a lo grande, sin temores y tirando la casa por la ventana. A fin de cuentas sus habitantes hoy somos unos elegidos: vivimos el año más importante de nuestra existencia.

De ser así entonces será realidad la visión de aquel que escribió: “quien no baila, quien no goza, caballero en Mi Habana” y que Chucho Valdés y sus músicos convirtieran en himno ha ya algunos años.

La ciudad, sus habitantes y toda Cuba merecen que la rumba sea por todo lo alto.

 


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