“La importancia de la incitación a la duda…”


la-importancia-de-la-incitacion-a-la-duda

CONVERSANDO EN TIEMPOS DE…

Cuando el sociólogo y filósofo cubano Aurelio Alonso (considerado por muchos como un “tanque pensante”) aceptó responder el cuestionario formulado -y enviado previamente, vía correo electrónico- supe que por su densidad como pensador y por el espesor analítico y cultural que posee, esta “conversación digital” devendría clase magistral. No me equivoqué y así ha sido.

Aunque algo extensa esta entrevista debida, sobre todo, a las muchas interrogantes formuladas, les recomiendo detenerse ante las reflexiones de este hombre que, para suerte del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, nos ha acompañado a lo largo de los veinticinco años de creada la institución.

¿Por qué la sociología en usted?, ¿qué lo motivo a inclinarse, tempranamente, hacia esa especialidad?

Mi primer contacto con la sociología fue, en los cincuenta, con 18 o 19 años, en un curso para los créditos optativos cuando estudiaba administración de negocios en los Estados Unidos. Trataba de compensar las asignaturas básicas de una carrera para la cual carecía de vocación, con disciplinas que me interesaban, y la sociología, desde que tomé aquel curso general, me dejó más motivado que el resto de las materias de ese año.

A mi regreso a Cuba en 1959 matriculé la carrera de Derecho, pero, en rigor, solo iba a sintonizar mi vocación a través de los estudios filosóficos y del pensamiento marxista, en el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. Por eso, cuando el mismo fue disuelto en 1971 decidí completar mi formación básica en el campo de la sociología, antes de que dicha carrera recién creada fuese también suprimida poco después. Ya estaba convencido de que la recta comprensión del descubrimiento marxista parte de una integración creativa del instrumental económico y el sociológico más que de la densidad de un sistema de categorías filosóficas.

Usted, con solo 23 años, fundó el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, ¿cuán importante y qué utilidad considera que puede tener esta ciencia en el contexto cubano actual?

 El reto de iniciarme en la enseñanza de la Filosofía sin haber dejado de ser un alumno fue para mí -como para el grupo junto al cual lo asumía- una experiencia excepcional. Lo más importante es que era parte indisoluble del escenario que la Revolución victoriosa y el liderazgo de Fidel abrían ante mi generación. Fue el privilegio de emprender el arduo camino de buscar las conexiones profundas del legado de independencia efectiva y justicia total, al cual dedicó José Martí su genio, su fe revolucionaria y su vida, con el proyecto de un socialismo acorde a nuestra realidad, que se nutriera de las experiencias que le antecedieran sin renunciar a hacerlo con nuestra propia cabeza. Que no fuera calco ni copia, como reclamara el peruano José Carlos Mariátegui. Es algo que se dice fácil pero que solo se construye sorteando dificultades, con aciertos y con errores, con reveses que a veces trascienden la coyuntura en que se producen, con logros que con frecuencia das por perdidos, y de repente ves resurgir en nuevas voces, de distintas maneras, y te vuelves a llenar de esperanzas frente a los contratiempos, te percatas que no son insalvables, como en un primer instante los viste. Esto te parecerá muy vago pero creo que expreso mejor el saldo de mi experiencia de vida si refiero la importancia de la incitación a la duda, al estudio, la crítica y el debate, en lugar de intentar una descripción de aportes de la aventura de pensamiento en la cual me precio de haberme involucrado. Mi respuesta a esta pregunta es sí: claro que considero a la Sociología, la Economía, la Historia -a las disciplinas sustantivas del pensamiento social- indispensables en la conceptualización del contexto cubano, el latinoamericano y el mundial en que se vive. Cuánto y cómo es algo que prefiero dejar a otros más jóvenes discernir.

Al recibir en el año 2013 el  Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas usted afirmó: “uno no trabaja para ser premiado, sino porque cree en la utilidad de lo que hace”, ¿estima que lo hecho, desde la academia, por usted ha tenido la utilidad práctica necesaria?

 Así lo pienso. Mi vida intelectual no ha sido lineal, y eso lo saben quienes me conocen y algunos que no me conocen, pero que mi nombre les suena. Aunque no podía digerir el cambio al cual me vi obligado, poco tiempo después del comienzo de mi vida académica, no interioricé contratiempos e incomprensiones con amargura. Tampoco me cuento entre los que tuvieron más dificultades de reinserción tras la proscripción de Pensamiento crítico y el Departamento de Filosofía, pues pasé ocho años como investigador en el Centro de Estudios sobre Europa Occidental (CEEO) y cinco como diplomático en Francia. Y fueron experiencias valiosas, aunque no encajaban en el trazado que había escogido ya para mi vida. Tuvo que darse una catástrofe mundial: la inesperada y patética disolución del sistema soviético, para que las circunstancias me permitieran retomar aquel ímpetu intelectual desde el Centro de Estudios sobre América (CEA), Aunque los que allí estábamos tuviéramos que afrontar una nueva onda de choque, igualmente dura.

Perdona la introducción, pero sin ella no se comprendería lo accidentado de una vida intelectual cuya etapa de madurez creativa comienza prácticamente a los cincuenta años de edad, en un redespegue. Por fortuna el revés de los noventa no me dejó las marcas de la anterior proscripción. Esta vez no me quedaba la duda de la equivocación estratégica, la de pecar de inoportuno. Nos sentíamos en mejores condiciones de enfrentar la crítica y defender consecuentemente nuestros criterios. Por eso el Premio Nacional en 2013 lo percibí como el reconocimiento desde la comunidad académica de que el camino andado tenía un saldo de utilidad social. Ya había descubierto con satisfacción, una década atrás, que no pocos jóvenes formados inevitablemente en los esquemas soviéticos, sabían que existíamos, rescataban nuestros trabajos en Pensamiento crítico y otras publicaciones de la época. Y también nos buscaban, con mucha consideración. Después de aquel galardón me llegaron otros reconocimientos importantes, entre ellos el Premio Félix Varela que otorga la Sociedad Económica de Amigos del País, en 2018. Trato de mantenerme a mi edad reflexionando sobre todo aquello en que creo que es útil que lo haga.

¿Qué es para usted un pensamiento creador?, ¿cómo lo definiría?

 Pienso que podemos hablar de un pensamiento creador en la medida que consigue transcender lo aprendido en las lecturas, en la empírea de la profesión, y en la investigación misma, y el intercambio, y pone de manifiesto la capacidad de elaborar propuestas novedosas, que ayuden a trascender la realidad conocida. Te añadiría que para mí la creatividad es una cualidad de la inteligencia humana, tal vez la más significativa. Preciso “de la inteligencia”, no de las emociones, del temperamento, del carácter o de la personalidad. Preciso también, “la más significativa” porque la valoro por encima de otras, como la memoria, tan relevante y a la vez tan visible, sobre la cual se remonta para abrir caminos en el mundo de lo irresuelto, lo desconocido y lo hipotético, donde lo reclaman los horizontes del saber y de la praxis.

Corresponde a las instituciones buscar creatividad en todas las direcciones del conocimiento sistemático. Se piensa y se promueve en el campo de la ciencia aplicada (“innovadores y racionalizadores” son un ejemplo), pero avanzar en las tecnologías requiere igualmente de las ciencias básicas. Del mismo modo el avance en las políticas sociales y económicas –que incluye el adecuado aprovechamiento social de los desarrollos en las ciencias naturales básicas y aplicadas– requiere del pensamiento creador en las áreas de las ciencias dedicadas al conocimiento de la sociedad.    

 Ernesto Guevara -según usted ha afirmado- es “el gran inspirador de la ciencia social y humanística en nuestro proceso revolucionario”. A la luz de los años ¿cuál considera que fueron los aportes esenciales del Che en cuanto a su pensamiento económico?

 Mi valoración del pensamiento del Che se centra en la probación del rigor de sus críticas, sus advertencias y sus vaticinios en el paso de la historia. Su madurez creativa como pensador fue intensa, pero dolorosamente corta. No había complacencia en él con esquemas ni con superficialidades. Hasta las anécdotas lo revelan. Su consejo de leer a los clásicos con una mezcla de veneración e irreverencia, se volvió para mí una premisa lógica. Creo que, de un modo u otro, siempre habrá que acudir a El socialismo y el hombre en Cuba para confirmar, de manera explícita, el desacuerdo a que llegó con el modelo socialista en que había desembocado la historia soviética, y vaticinar incluso su eventual fracaso. Creo que la actualidad del aporte del Che hay que buscarlo en sus análisis críticos más que en el diseño de una alternativa de construcción socialista, porque tras medio siglo el cambio de los escenarios ha sido extraordinario. Sería él, tal vez, el primero en modificar el cuadro de sus propuestas. Su pensamiento era muy realista. Hace poco se publicó un volumen de su correspondencia que contiene algunos inéditos. Llamo la atención sobre su extensa carta a Fidel del 26 de marzo de 1965, en la cual le presenta su balance crítico de los resultados de los primeros cinco años de la economía socialista cubana, marcados por la inexperiencia y la improvisación. Es un documento indispensable para una adecuada apreciación de la historia y hasta de algunos de los problemas que todavía arrastramos. Destaco en él esa capacidad de moverse siempre desde la duda, el cuestionamiento, como puntales del pensamiento, junto a la exigencia y el ejemplo en la conducción. Entre nuestros dirigentes, fue el mejor identificado, como pensador, con el líder que el mundo vio brillar en la “crisis de octubre”, por encima de los estadistas de las grandes potencias. Como así lo dejó expresado para la posteridad el propio Che en su carta de despedida a Fidel, cuando le anunció a los cubanos su retorno a la lucha revolucionaria en “otros pueblos del mundo”.

Estima que lo escrito por usted, ¿ha sido suficientemente escuchado y leído?

Sentirse poco leído es un pecadillo de vanidad del cual no estoy curado del todo. Pero los reconocimientos recibidos en estos últimos años me han servido de psicoterapia. A veces extraño la ausencia de crítica, la cual me sugiere que ni caso me hacen. De modo que evito que esas preocupaciones me ronden cuando siento que debo decir algo. Mi compañera, quien es mi primera lectora y mi más severa crítica, me asegura que escribo bien, a pesar de que siempre me hace corregir pasajes, buscando claridad y precisión. Se atiene a ese recurso de Eduardo Galeano cuando afirmaba que las únicas palabas que merecen ser tomadas en cuenta son aquellas que valen más que el silencio. A veces la letra me sale con densidad, a pesar de los años. Wichy Nogueras criticaba en una ocasión un ensayo diciendo que era oscuro como una noche en una trinchera o un prólogo escrito por mí. No obstante, pienso que el trabajo en Casa de las Américas y la cercanía a Roberto Fernández Retamar me han hecho más legible. Seguiré escribiendo, conforme con los lectores que he logrado interesar.

 En lo personal, ¿qué ha significó o significa la revista Pensamiento crítico?

 En lo personal, como has dicho, Pensamiento crítico fue para mí la vía de socialización de un caudal de que descubríamos en una izquierda que se renovaba -y en el que de cierta forma también nos descubríamos- y que sentíamos la necesidad de compartir más allá de los muros del aula. Cada número cargaba la impronta y el trabajo del equipo, escribiéramos o no en él. No la hicimos para publicarnos nuestros trabajos. De hecho, al principio publicábamos muy poco de nosotros, pero poco a poco se fue abriendo un abanico de colaboradores cubanos, no solo del Departamento de Filosofía. Salvo las presentaciones de los números que me tocó preparar, no publiqué artículo alguno en nuestra revista, pero no hay número del cual pueda sentirme ajeno. De 1967 a 1970 estuve fuera del Departamento y mi vínculo orgánico con el grupo fue la revista, en cuyo Consejo me mantuve colaborando activamente. Fue, como el Departamento mismo, un proyecto cortado en pleno desarrollo, una revista cuya madurez, que debía avanzar en sintonía con un proyecto de pensamiento, se cortó como se tala un árbol precipitadamente.

 Trabajó unos seis años en el Centro de Estudios de América, ¿cuál fue la mayor lección aprendida y aprehendida entre 1989 y 1995? 

 Al terminar mi misión en Francia el CEEO había necesitado ocupar mi plaza de investigador, pero Luis Suárez, que en una escala en París me había propuesto incorporarme al CEA cuando regresara, me ratificó su oferta, y Manuel Piñeiro, que dirigía el Departamento de América en el Comité Central, lo aprobó. Allí se habían congregado algunos de mis viejos colegas de la Universidad y un grupo de jóvenes brillantes, y se trabajaba con mucho rigor.

Ingresé por la sección que estudiaba El Caribe, pues llamó mi atención que el movimiento popular que derrocó a Baby Doc en Haití en 1986, mantuvo una presión política frente los militares que acabó llevando a la presidencia al carismático sacerdote de Petionville, Jean Betrand Aristide. Así que me inicié allí estudiando la realidad haitiana, tema en el cual he seguido interesándome aunque posteriormente me haya movido a otras prioridades. El contexto mundial lo marcaba el declive del bipolarismo: la “guerra fría” la ganó el imperio y para los cubanos resistir los efectos del bloqueo estadunidense, desconectada de alternativa de inserción económica segura, dominó los noventa. Era la cuestión prioritaria en la práctica y en los estudios sociales, y el CEA se volcó también en el estudio de la inserción cubana en su entorno continental, en todos los aspectos. Valoro mucho el despliegue que logró el CEA con su revista Cuadernos de nuestra América, y para mí significó el retorno más feliz al ejercicio de pensar, visto de manera sistemática. Importante en tal medida, que los ocho años que le siguieron al CEA en el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), y los 15 que tengo en la Casa de las Américas llevan el signo inequívoco de la continuidad de la aventura iniciada. Y la asimilación de “los palos que me dio la vida”, como diría el poeta Fayad Jamis.

En los últimos 17 meses Cuba ha vivido, vive, la pandemia, ¿se ha inmerso en alguna nueva investigación?, ¿qué ha estado haciendo en este período de confinamiento?

 La pandemia me encontró más preparado para el confinamiento que a la mayoría de la población porque mi salud me lo había impuesto desde hacía algunos años. De hecho la última de mis hospitalizaciones tuvo lugar en agosto pasado, y no estoy seguro de que no me espere otra próximamente. Por fortuna puedo trabajar bien en mi casa. Doy prioridad a mis compromisos para cumplir lo que me corresponde en la división del trabajo de nuestro equipo de la revista, en tanto me mantengo “inmerso”, como tú dices, en todo cuanto acontece en el escenario americano y mundial. Mayormente con la mirada puesta en la producción de reflexiones a corto plazo, pues quiero ser realista con el tiempo. Pero no cabe duda de que el tiempo de pandemia, que no sabemos cuándo terminará, desembocará en una “normalidad” con rasgos y retos inesperados, para los cuales debiéramos tratar de prepararnos desde ahora.

Después de lo acontecido el pasado 11 de julio en toda la Isla y analizando en perspectiva, ¿cómo sueña a Cuba?, ¿cómo la ve?

Este es un punto que no admite rodeos. Trataré de responderlo con brevedad. Creo tener conciencia de la distancia de la Cuba que vivo y la que la revolución me hizo soñar, de cuanto de lo soñado se logró realizar y cuanto no, de la naturaleza de los obstáculos, de la incidencia de nuestros errores, del peso de los lastres que cargamos, de los objetivos y los límites del cambio, de lo complicado del desafío y de lo crítico de la coyuntura. Es –y siempre va a ser, con mayor o menor intensidad– la tragedia de defender soberanía a las puertas del imperio, por lo que no queda otro remedio que asumirla. Nuestra libertad como pueblo, y nuestra ejemplaridad para una América soberana, depende, de nuestra resistencia. La mentira neoliberal, que encumbró a Margaret Thatcher en los ochenta, puede servir para expresar hoy nuestra verdad: “¡No hay alternativa!”. Paradojas del lenguaje.

Cuba vive otra vez su momento más crítico. La coincidencia del estrangulamiento imperial más intenso y la pandemia del SARS‑CoV‑2 generaron de nuevo una dramática caída de la economía del país, que en la práctica tiene que centrar los menguados recursos en la subsistencia pura y dura de la población.

Los disturbios del 11 de julio se producen como un reflejo de la contracción de las condiciones de vida en los sectores más vulnerables de la sociedad. Pero sin duda es una situación que aprovecha el enemigo (siempre más activo en tanto más difícil la situación) para traducir la protesta legítima en subversión, bajo la falacia importada del “Estado fallido”. En resumen, que lo sucedido no admite una lectura simplista, y que hay que buscar medidas de amparo más efectivas para los sectores vulnerables, medios más eficaces de facilitar las manifestaciones de descontento y recoger las críticas propuestas, y revitalizar el apoyo a las políticas trazadas y los cambios que corresponda llevar a cabo. Propósitos que de ningún modo se excluyen entre sí.

 


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte