La jaula de oro de la migración infantil


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Siento como si tuviera un zoológico en mi estómago, como si un montón de animales estuvieran corriendo por todo mi cuerpo de la emoción que vamos a ir al otro lado. Yo siento que todo lo que miremos allá va a estar bien, (…) todo va a salir bien y vamos a llegar hasta donde queremos (Juan ǀ La jaula de oro).

La jaula de oro (México, 2013), del director mexicano Diego Quemada, cuenta la historia de un grupo de adolescentes guatemaltecos que asumen los riesgos de la migración indocumentada para llegar a los Estados Unidos, persiguiendo cada uno la realización de su propia versión del ´sueño americano´. Su trayectoria desde Guatemala hasta los Estados Unidos (meta que no es alcanzada por todos) se desarrolla en varios espacios geográficos pertenecientes al corredor América Central – México – Estados Unidos: la Zona 3 de la Ciudad de Guatemala, la frontera Sur de México, el albergue “Hermanos en el Camino” (Chiapas, México), Mexicali y finalmente, los Estados Unidos.

Los contratiempos que se producen en el camino involucran al espectador en un tema poco abordado por el cine realizado desde la América Latina y los Estados Unidos: la migración centroamericana. Si el tratamiento del tema ya era novedoso, por situar como protagonistas a menores de edad que migran no acompañados, merece aún mayor reconocimiento por incluir entre ellos a una mujer y a un indígena, como representantes de dos de los sectores sociales que con más severidad sufren los fenómenos de exclusión, cuya invisibilización se evidencia incluso en las estadísticas de muchas instituciones y organismos oficiales, resultado final de las pautas que rigen una sociedad patriarcal y racista.

A partir del año 2000, se registra un aumento del flujo de migrantes menores de edad con estatus indocumentado, provenientes de varios países centroamericanos (1). Según el académico cubano-estadounidense Rubén Rumbaut:

Grupos importantísimos de Latinoamérica de esta época son los grupos que vienen del famoso triángulo Norte: El Salvador, Guatemala y Honduras. Esas son de las migraciones más trágicas y que incluyen a decenas de miles de menores de edad que vienen solos, no acompañados, que están huyendo de la violencia en Guatemala, donde las tasas de homicidio, de violación, son muy altas, donde hay pandillas que el gobierno no puede controlar y muchas mujeres mandan a los niños solos, que tratan de escapar y entrar por la frontera Sur a Estados Unidos (Entrevista a Rubén Rumbaut, 18 de octubre de 2017).

Al observar el tratamiento dado a la migración en esta propuesta cinematográfica se aprecia que todos los conflictos en los que se involucran los protagonistas se desprenden del viaje por el territorio mexicano, presentado desde la dicotomía barbarie-civilización como un territorio en el que nadie está a salvo. Aunque la trama se construye alrededor de los tres adolescentes migrantes se puede afirmar que el fenómeno migratorio en sí, es el gran protagonista de esta película pues, desde una óptica macro-analítica, Diego Quemada lo encara respetando su complejidad y amplitud al valerse de cruciales aristas del mismo (feminización, condición de migrantes centroamericanos en tránsito, conflictos con autoridades migratorias y otras redes). El filme no deja a un lado prácticamente ningún aspecto de la migración centroamericana irregular ni a ninguno de los sujetos involucrados en ella.

La heterogeneidad de las realidades fronterizas, la deportación, el reintento del cruce, la travesía a bordo de La Bestia, los ataques primero de agentes de la patrulla fronteriza y después de una red de trata de personas, el secuestro, insertan a los personajes en un vórtice de conflictos. Muchos de ellos hallan solución conforme avanza la narración, otros permanecen en suspense, delegando en el espectador la responsabilidad de imaginar el destino de Samuel y Sara.

Las escenas enfatizan las vejaciones impuestas a los personajes por las precarias condiciones del viaje, enfrentándolos al amplio abanico de peligros que supone migrar como indocumentados como, por ejemplo: exponerse a los desafíos de la geografía por la que se mueven y a la indiferencia de aquellos personajes que por indolencia, predisposición o provecho propio entorpecen el cumplimiento de su objetivo (agentes de la migra, traficantes de personas). Como si fuera poco, enfrentan diferencias interpersonales y conflictos internos, agravados por sus creencias y estereotipos.

Así, La jaula de oro va más allá de un simple drama sobre las miserias humanas, es un relato sobre el valor de la amistad, la solidaridad y la esperanza. Las fronteras que se traspasan no son meramente geográficas, sino que también se produce en los personajes un viaje interior que propicia el quebrantamiento de otro tipo de fronteras muy diferentes: mentales, subjetivas o espirituales.

La tendencia estética sobre la que está construida la cinta la aproxima al estilo documental. La cámara sigue a los jóvenes de cerca, tal como suele hacerse en este tipo de audiovisual, introduciendo panorámicas del paisaje para dar cuenta del escenario en el que se producen los hechos. Se suma a ello el uso de actores no profesionales que no siguieron un guion estricto, los diálogos se improvisaron con frecuencia sobre la base de las orientaciones del director.

Además, téngase en cuenta que para su realización los escenarios no fueron montados desde estudios o sets de cine, sino que, por el contrario, están constituidos enteramente por espacios naturales. El equipo de realización recorrió junto a cientos de migrantes la ruta, lo cual implica que las personas aglomeradas en los techos de los trenes no son actores sino migrantes reales que se encontraban camino a los Estados Unidos, lo que otorga un mayor grado de veracidad a la trama. La línea argumental se construyó a partir de un arduo trabajo de documentación y recopilación de más de 600 testimonios sobre los maltratos sufridos por los centroamericanos y mexicanos en el trayecto hacia los Estados Unidos, lo cual es declarado por el propio director ante la prensa: “La mayor parte de lo que se ve en esta película es real y todo está basado en lo que narran los indocumentados en su paso por México, camino a Estados Unidos, pero su dramatismo es poco con respecto a la realidad” (2).

En sus propias palabras la intención era:

(…) combinar esas dos ramas del cine: por un lado, la de acción, y por otro, un cine más contemplativo, que provocase la reflexión sobre problemáticas actuales. Empecé a viajar muchísimo a México y allí encontré la inspiración de la historia. Me fui a Sinaloa, donde conocí a un taxista y me quedé a vivir en su casa con su familia. La casa estaba en la vía del tren y todos los días veía cómo llegaban los migrantes. A partir de ahí, surgió la idea (3).

La jaula de oro es fiel a los acontecimientos incluso en la forma de construir la película ya que fue rodada siguiendo la cronología de los hechos contados (algo que no es frecuente en el cine de ficción, donde las secuencias son rodadas y luego montadas en el orden deseado), con tomas de duración y tiempos normales, en la que no se utilizan flashbacks ni forwards, y con colores e iluminación naturales. Según el director: “Empiezas la película en la página uno del guion y la acabas al final. Vas filmando en orden, los actores no conocen la historia, la van descubriendo en el proceso y eso les da mucha naturalidad a las actuaciones y conlleva que el proceso sea poderoso, que contenga una verdad” (4).

Los sonidos usados, casi todos naturales, contribuyen considerablemente a la sensación de realismo y verosimilitud. Algunas escenas son acompañadas con música instrumental y canciones, utilizadas como un recurso que apela a la emotividad. No obstante, al analizar las letras de las canciones se aprecia que estas exceden la socorrida evocación sentimental a la que tanto se acude en las fórmulas televisivas para generar ambientes acústicos que conduzcan al espectador hacia los estados de ánimo deseados, sino que cuentan acontecimientos que se corresponden con los sucesos de la obra. O sea, no solo las imágenes (y sus parlamentos correspondientes) trasmiten conocimientos sobre la situación de los migrantes, sino que las letras de las canciones son una especie de oralidad musical, cuya potencia expresiva configura un discurso que no solo evoca sino denuncia la realidad de los migrantes. De esta manera se produce una complementariedad o simbiosis entre imágenes y música como se advierte en los fragmentos de la banda sonora:

“No lloren por el que muere que para siempre se va, velen por los que se quedan que se les puede ayudar, cuando ustedes me estén despidiendo con el último adiós de este mundo, nadie llore que nadie es eterno, nadie vuelve del sueño profundo” (Canción Nadie es eterno).

“Viajero si te has perdido cruzando por la frontera, cruzando por la frontera, cruzando por la frontera hermano si te has perdido (…) siempre valor con tus pasos pa´ cruzar cuando yo quiera, por los muchos que se han caído cruzando por la montaña (…) yo soy como la caña, que me cortan y no duele (…)” (Canción Son de la caña).

La jaula de oro desmitifica el sueño americano incluso antes de llegar a los Estados Unidos al mostrar el precio real del mismo. La metáfora del encierro utilizada en el título es un atisbo y una prolongación de dicha desmitificación: el viaje se transforma en una jaula de oro donde hay que sufrir el terror y el maltrato para llegar alcanzar la ´tierra prometida´; no obstante, la llegada a los Estados Unidos genera una perdida sustancial (y literal) de la libertad al renunciar a un grupo de derechos legales a los que, por lo menos en teoría, tienen acceso en sus países de origen.

La historia de estos tres adolescentes es un eco de resistencia ante los efectos de siglos de colonialismo y dependencia, donde el poder se manifiesta de forma oculta a través de la vigencia y perpetuación del racismo, la xenofobia y el sexismo. El testimonio cinematográfico asesta un golpe a la colonialidad del poder al mantener al indígena (Chauk) hablando en su idioma originario (tzotzil) sin traducir ninguna de sus intervenciones cuando gran parte del cine no tiende a respetar las diferencias idiomáticas según la nacionalidad de los personajes, además de que rescata el uso de esta lengua maya.

Esta cinta responde a las necesidades planteadas en conjunto por las teorías cinematográficas del tercer mundo que abogan por un cine con un sentido político y transformativo, comprometido con la realidad latinoamericana y caribeña. Da voz y rostro a los grandes invisibles: a los migrantes centroamericanos que utilizan a México como un puente de tránsito entre naciones, a los miles que logran llegar y a los que se quedan en el camino ya sea porque los raptan o porque los asesinan y nunca son encontrados. El viaje que debería marcar el inicio de una vida mejor para todos los que lo emprenden es el fin de muchos no tan afortunados.

* Fragmentos del ensayo Por la tierra prometida: la odisea del migrante latinoamericano en el celuloide, próximo a publicación por la editorial cubana La Luz.

Notas y bibliografía

  1. Acuña, Guillermo (2016). Estructura y agencia en la migración infantil centroamericana. Cuadernos Intercambio sobre Centroamérica y el Caribe No1: 43 – 63.
  2. El Universal de Querétaro (2013). “El cine con sentido social es premiado”. Visita 15 de febrero de 2018 en http://www.eluniversaldequeretaro.mx/vida-q/28-10-2013/cine-con-sentido-social-es-premiado
  3. Quemada, Diego (2013). “Decidí hacer cine después de ver Raíces Profundas”. Visita 21 de febrero de 2018 en http://www.sensacine.com/noticias/cine/noticia-18515738/
  4. Apaolaza, Jon (2013). “La jaula de oro: Una metáfora del encierro que sufren los inmigrantes: Quemada – Diez” (Entrevista). Vista 8 de marzo de 2018 en http://www.correcamara.com.mx/inicio/int.php?mod=noticias_detalle&id_noticia=4528

 


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