La página en blanco


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En los días de mi infancia pasé de las biografías de artistas e inventores a las novelas de Alejandro Dumas, desde los pasajes de Los tres mosqueteros a las intrigas de la corte de Catalina de Médicis y su sangrienta noche de San Bartolomé, para llegar a las aventuras relatadas por Julio Verne. De este último, recuerdo ahora Los hijos del capitán Grant.

La historia de la búsqueda del padre perdido en una isla desconocida del Pacífico comienza con el hallazgo de un mensaje, un llamado de socorro lanzado al mar en una botella. Comprendí entonces que el acto de escribir implica la necesaria búsqueda del interlocutor.

Por ese motivo, ante la página en blanco, a la hora de redactar mi columna semanal, me oprime una singular sensación de angustia. Trato de imaginar el perfil del destinatario desconocido, mi indispensable contraparte en un diálogo silencioso. Coincide conmigo en las preocupaciones ineludibles en estos tiempos de pandemia, configurados también por los apremiantes ajustes mentales derivados de los cambios económicos y sus repercusiones en la vida cotidiana de todos y cada uno de nosotros. 

En tan complejas circunstancias afloran las contradicciones latentes en el subsuelo del tejido social, tanto en el plano de las conductas como en el de los valores. Se manifiesta el vividor, dispuesto a extraer beneficios al margen de la ley y también aquel otro, con descomunales agallas, motivado por desmedidos afanes de lucro. Como manchas de aceite sobre una superficie de aguas claras se revelan también la desidia y el formalismo en el cumplimiento mecanicista de las tareas.

Menos visibles, quizá, se encuentran quienes se sobreponen a las dificultades del ahora y mantienen el palpitar de la vida. Cautelosos ante las amenazas de la pandemia, cuando apenas asoma el amanecer, aguardan el medio de transporte, marchan al trabajo para asegurar el funcionamiento de los hospitales, los servicios bancarios y otras demandas básicas del pueblo. 

Entre ellos habrán de reconocerse mis interlocutores, por lo cual percibo la angustia que emana del compromiso y la responsabilidad, a la vez que se multiplican las interrogantes acerca del papel del periodismo en los días que corren, marcados por el influjo creciente de una digitalización que entrega, con rapidez fulgurante, la información del ahora mismo.

El trabajador de la prensa ha dejado de ser el cazador de la noticia, también retratado otrora en las novelas de Julio Verne. En ese contexto, sin embargo, la letra impresa en papel, con su olor a tinta fresca, sigue estando ahí. Destinada a una lectura reposada, ofrece el espacio necesario para la reflexión y el recuento, para el ejercicio de la crítica y el rescate de los paradigmas ajustados al modelo de sociedad que aspiramos a construir.

Las tendencias dominantes en el mundo propagan una filosofía del éxito, conducente a la acelerada depredación del planeta y a la exacerbación del individualismo. Nuestro camino es otro. Hemos apostado en favor de la emancipación humana. En medio de las dificultades agigantadas por la pandemia, nuestra opción consiste en juntar voluntades, mancomunar esfuerzos en bien de todos y reivindicar el valor del trabajo como forma de realización personal, vía de crecimiento mediante el llamado a la permanente superación. 

En esas circunstancias, quienes mayor empeño pongan en la obra común y obtengan con ello los mejores frutos, habrán de recibir justa remuneración. Pero el estímulo material no es la única compensación valedera, porque en este momento complejo su comportamiento los convierte en verdaderos protagonistas, en portadores de una auténtica ejemplaridad, en modelos que habrán de expandirse a través de la conducta de muchos otros. Se trata, por tanto, de no menoscabar la acción en el plano de la conciencia. 

Hoy, como ayer, tenemos que seguir apuntalando los valores espirituales en el sitio que merecen. Es una responsabilidad que atañe a la sociedad en su conjunto, desde el proceso de formación de niños y jóvenes hasta el debate en el ámbito público promovido por la prensa.

El toque de subjetividad característico de la crónica, el enfoque analítico del artículo y el vuelo narrativo del reportaje garantizan una comunicación efectiva con el lector en la búsqueda de la verdad subyacente en el trasfondo de la noticia. A contrapelo del agobiante vivir cotidiano, el periodismo puede contribuir a la preservación de una conciencia lúcida, indispensable para discernir la causa de las cosas, fortalecer los vínculos entre ética y sociedad y combatir los males que se interponen en el propósito de construir una sociedad mejor. 

En la evocación seductora de la memoria histórica podremos encontrar los paradigmas que ahora demandamos. Tenemos que descubrirlos también en la masa anónima que hoy comparte nuestros afanes y desvelos.


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