La solidaridad con Vietnam, siempre presente


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Hace algún tiempo escribí, para este portal, sobre el surgimiento y trayectoria del Comité de Solidaridad con Vietnam. Lo hice con la intención de evocar una página gloriosa de nuestras gestas solidarias con el pueblo vietnamita en momentos difíciles para ambos países, víctimas de las agresiones imperialistas norteamericanas, aunque en diferentes circunstancias y modalidades. No pretendo hacer comparaciones ni tampoco repetir lo que dije entonces, y mucho menos reiterar el discurso político actual cuando se rememoran aquellos años de las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo. Pero sí contribuir a que una historia hermosa de amistad no permanezca en el olvido o solo se le recuerde débilmente.

Vivimos momentos de fortalecimiento de las relaciones intergubernamentales. Nuestros dirigentes adoptan acuerdos importantes para el desarrollo presente y futuro de los vínculos entre ambas naciones en las diferentes esferas de la economía, la cultura y la diplomacia, entre otras de vital importancia para el mejoramiento de las sociedades cubana y vietnamita. Dicha estrategia es bien recibida por los dos países porque existe una historia común antimperialista y, sobre todo, de relaciones fraternas y de amistad. Estas se fomentaron en virtud del conocimiento histórico, artístico y literario, jurídico, científico técnico y de la ideología emancipadora reinante en quienes han luchado y luchan por la justicia social.

El movimiento de solidaridad con Vietnam, liderado en Cuba por Fidel, el Che Guevara, Melba Hernández y otros dirigentes partidistas y gubernamentales, abarcó casi todos los sectores socioclasistas del país, y no constituyó una tarea impuesta u orientada para movilizar ideológicamente al pueblo; nació, eso sí, de la necesidad de enfrentarnos, una vez más, al coloso norteño en sus acciones genocidas contra las naciones del lejano sudeste asiático.

Debemos recordar no solo los discursos y eventos celebrados entonces, siempre útiles y necesarios para que la memoria se mantenga viva en los tiempos presentes, sino también lo que se hizo para mover la sensibilidad de los pueblos del mundo.

El Comité de Solidaridad con Vietnam del Sur, nacido bajo esa denominación hace sesenta años, pronto incluyó al norte vietnamita, y a Laos y Cambodia, también víctimas de la agresión imperialista. Según se expandía la escalada estadounidense, aumentaban los lazos solidarios hacia los pueblos urgidos de acciones combativas, que iban desde la palabra sabia hasta las acciones de ayuda humanitaria. No se trataba solamente de la presencia militar, también importante, ni de alimentos, medicinas y demás artículos útiles para la supervivencia, sino de mostrar las múltiples variantes de las ideas políticas en torno a los aconteceres que arriesgan la vida del planeta.

Recuérdese que, durante aquellos años, las principales potencias, incluyendo las socialistas, no apoyaban la resistencia y ofensiva vietnamitas; nuestras voces, “las de los pobres de la tierra”, constituyeron las únicas dentro de un mundo dotado de tragedias, avatares seculares y profundamente polarizado. Fueron los pueblos, incluyendo el norteamericano, los verdaderos protagonistas de aquellas nobles campañas de solidaridad militante. Tampoco pueden omitirse los discursos retadores de Fidel durante sus recorridos por África y Europa oriental, ni los del Che en las Naciones Unidas y en la Tricontinental, recordando los crímenes cometidos en el sudeste asiático y, sobre todo, la heroicidad de esos pueblos.

Hay que recordar, y mucho, que los intelectuales cubanos, representados en el Comité solidario dirigido por Melba Hernández, elaboraron ponencias, artículos, ensayos y diversas intervenciones para los medios de comunicación y los foros nacionales y extranjeros, sin que mediase otro interés que el de la denuncia militante. La orientación de construirlos nacía de ellos mismos, sin más inspiración que la de sus conciencias y sentimientos. En lo interno, fuimos movidos por el amor hacia un pueblo que sabía combatir desde su cultura, y cuyo optimismo nos motivaba a resistir y luchar por nuestra independencia y soberanía.

Ciertamente, aprendimos a ser más universales. El movimiento solidario, cuya estructura se apoyaba en los centros de trabajo, docentes y militares, incluyó simposios internacionales, encuentros de equipos de estudio y demás formas de sociabilidad cuyos efectos o resultados se hicieron sentir en una mayor comprensión sobre las realidades del mundo contemporáneo. Desde el entendimiento se produjo la magia de la fraternidad. Y fue el pueblo su excelso protagonista.

No puedo olvidar a un campesino humilde, casi anciano, guardando celosamente los recortes de la prensa, alusivos a Vietnam, para elaborar su intervención en los encuentros solidarios. A ellos asistía alegre y vistiendo la ropa de las fiestas dominicales. También recuerdo a la joven estudiante de preuniversitario hurgando en nuestros materiales y preguntándonos cuánto sabíamos sobre la guerra genocida; quería saber para concursar y entender las tantas razones de nuestra solidaridad. Los asombros de muchos y la justeza de una causa común nos inspiraban para dar lo mejor de nosotros.

Ahora apreciamos con alegría el estrechamiento de los vínculos gubernamentales, y sin negar nuestra nostalgia por aquellos años de incesante desvelo y creación, tenemos la esperanza de que el recuento histórico ayude a fortalecer la conciencia antimperialista en el mundo de la polarización global y, sobre todo, a que seamos más humanistas y solidarios entre nosotros mismos.


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