Las cartas de José Martí a Eduardo Hidalgo Gato


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No es usual conocer los costos monetarios de las revoluciones. Casi nunca se saben con precisión sus fuentes de financiamiento, pues deben permanecer en secreto como parte de reglas esenciales de discreción, e incluso a veces se olvidan tiempo después del triunfo. Apenas se ha profundizado en las motivaciones, razones o intereses que acompañan a esas contribuciones, ni quién o quiénes están detrás de estas, aunque cualquier grupo que pretenda llevar a buen término una revolución, necesita dinero para garantizar lo conocido como logística, un conjunto de medios que exige la organización armada para cumplir su objetivo. Los fondos gruesos son aportados, generalmente, por personas acaudaladas a las que interesa el cambio prometido; no suelen ser erogados por los participantes en las acciones militares, quienes dan lo más valioso del ser humano: sus vidas; pero sin logística no se gana ninguna guerra, ni siquiera una batalla. Con la lógica del pensamiento burgués emergente en la Francia revolucionaria, Napoleón exageraba al asegurar que para ganar una guerra se necesitaban tres cosas: dinero, dinero y más dinero.

Si bien la Historia ha demostrado que las motivaciones de los que van a una guerra constituyen el pilar de cualquier victoria, en la planificación de una revolución no solo se necesita de estrategia y táctica militares, sino de logística. Además, tan importante como los conocimientos y la experiencia militar en el teatro de operaciones, es la preparación minuciosa de todos los factores ideológicos para poner en marcha un movimiento armado en pos de un objetivo político superior; no basta con saber dar órdenes con eficiencia y eficacia a una tropa entrenada con disciplina ni tener un plan de contingencias para tomar decisiones en medio del combate, es imprescindible atraer y convencer a las personas indicadas, obtener recursos para hacer la guerra y movilizar la opinión pública a favor de la causa defendida. Por tal razón, en la Guerra de Independencia iniciada en 1895 tan vital como la mambisada dispuesta a derrotar al todavía poderoso imperio español en América o morir, bajo la conducción de generales como Máximo Gómez y Antonio Maceo, resultó la febril labor de José Martí.

La cultura política de los generales y los conocimientos prácticos de los intelectuales resultaron decisivos para que se produjera una provechosa unidad. Así lo demostraron las relaciones entre Martí y Serafín Sánchez, general que combatió en las tres guerras por la independencia cubana, y consideró al Pacto del Zanjón, “…en el fondo una cobardía, en la forma una vileza y en sus funestos resultados una traición execrable contra Cuba” (René González Barrios: “Temeridad y nobleza. Mayor General Serafín Sánchez Valdivia”), y que cuando en 1892 llegó a Estados Unidos para colaborar con Martí en el Partido Revolucionario Cubano (PRC), no tenía ni siquiera trabajo para mantener a su familia.

El Apóstol de la independencia cubana, enrolado de lleno en la preparación de la fundación del Partido, le escribió a Eduardo Hidalgo Gato –el primer fabricante de cigarros de origen cubano establecido en Cayo Hueso, muy vinculado a la vida social y política de ese lugar, que llegó a dirigir el Key West Bank—, para pedirle “como cosa mía” que empleara al general espirituano como escogedor de tabaco; no solo estaba ayudando a un noble y valioso cubano que había dado todo por su patria, sino que además estaba explorando la voluntad de colaboración del rico empresario. Hidalgo Gato le abrió los brazos a Sánchez y en marzo de ese año Martí le volvió a escribir para agradecérselo. Posiblemente desde entonces sabía que era posible contar para la revolución con la fortuna de ese buen cubano, acusado en 1869 de colaborar con los independentistas de Bejucal (Ídem). Su próxima carta, un año después, no solo se dirigía a él, sino a otros compatriotas acaudalados como Carlos Recio, Manuel Barranco y Teodoro Reyes, y estaba firmada por El Delegado del PRC. Martí aseguraba que ya había pasado “…la época de preparación y tanteo de opiniones que las emigraciones unidas en el Partido Revolucionario Cubano creyeron indispensable para inspirar confianza al país en nuestro plan ordenado y total de revolución” (José Martí. Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, t. 2, p. 239).

En esa extensa carta explicaba la necesidad de llegar a una suma de entre doce y catorce mil pesos, en un plazo de dos meses, para una compra de armamentos. Y argumentaba: “Ni empleará [la Delegación] al garete o a capricho las sumas reunidas; sino que, juntando el sigilo a la vigilancia, invertirá estrictamente, como ya ha dicho, en armas, pertrechos, barcos y atenciones expedicionarias, las sumas contribuidas, que el interventor de cada una de ellas desembolsará a cambio de dichos objetos o atenciones comprobadas. Porque estamos fundando una república honrada, y podemos y debemos dar el ejemplo de la más rigurosa transparencia y economía” (Ibídem, p. 241). Pero Martí, hábil y realista para tratar estos asuntos con hombres de negocio que sabían de cifras y plazos, añadiría: “…la contribución de ese Cayo a la guerra que estamos a punto de realizar puede ser de treinta y cinco mil pesos, que quedarán en manos de la representación de los contribuyentes hasta la hora de su empleo, y se emplearán en objetos y atenciones de guerra con conocimiento y anuencia del interventor” (Ídem). Y concluía la misiva con un imprescindible elogio para ellos, salpicado de una verdad que no era habitual escuchar: “¡Dichosos los acaudalados del mundo, que pueden dar un poco de lo que les sobra para ayudar a la libertad de su pueblo! ¡Dichosos los que con un retazo de su fortuna pueden comprar un nombre inmortal en el cuadro de honor de los fundadores de un pueblo!” (Ídem).

Solo nueve días después, Martí volvería a comunicarse con ellos como El Delegado del PRC, les recordaba que “…con fe absoluta en el resultado de sus gestiones, dirigí a Uds., sobre la mejor manera de allegar en un plazo breve la cuota de guerra de esa localidad” (José Martí. Obras completas, cit., t. 2, p. 265), y deslizaba una información junto a los elogios: “Con los fieles, con los de siempre, con los pocos, tenemos que comenzar la obra. Y eso es lo que la Delegación viene a decir: que sin haber llamado aún por esas razones u otras, a puertas extraordinarias, sin más que tocar a los recursos cercanos, y ofrecidos, la Delegación contaría hoy, si el Cayo allegase la suma fijada, con $59 000 allegables dentro de un mes, esto es, con las dos terceras partes de todo lo necesario, si la Delegación obtiene, como espera, de una fuente gratuita, el grueso del armamento que puedan llevar nuestras expediciones” (Ídem, p. 266). Después de estas cartas colectivas, dedica una atención individualizada a Hidalgo Gato, como puede notarse en la carta del 30 de agosto de 1894 o en la del 8 de octubre de ese mismo año; pero en la del 8 de septiembre le diría: “El conocimiento que tengo del patriotismo de Vd. me hace pedirle sin vacilar un nuevo servicio, que acaso no podría poner en otras manos que en las suyas” (José Martí. Obras completas, cit., t. 3, p. 253). Se trataba de aprovechar un viaje del empresario a La Habana para que contactara a tres personas y facilitara el traslado de armas a un destino acordado. Con esta solicitud, Hidalgo Gato se convertiría no solo en un contribuyente, sino también en un conspirador valioso.

El 27 de octubre de 1894, desde Nueva York, Martí enviaría al industrial una extensa carta firmada por él y no a nombre del Partido, que comenzaba: “Otro nuevo favor tiene Cuba que agradecerle […]. Pero ahora le escribo para algo más. […]. Llega la última hora. Llega la hora de emprender por fin, con todos los elementos posibles de éxito, la campaña por la libertad de nuestra Cuba. ¿Y será posible que quien conoce como Ud. toda la realidad de ella,—quien sabe como Ud. que ya no me queda esfuerzo por hacer, y todo puedo hacerlo con el servicio glorioso que le pido,—quien como Ud. sabe que no le pediría el servicio sin necesidad mortal, y que es fácil su inmediata satisfacción,—quien tiene de mí la lástima justa que me tiene Ud.,—me obligue, a la hora en que debo estar más callado, y parecer que nada hago, a revelar mi angustia y mis hechos solicitando de corazones empedernidos,—puesto que ya a los pobres nada tengo que pedir,—los $5 000 que sé de atrás que me habían de faltar, y que me faltan, y que me librarían de toda angustia, y cuyo pago dejaré yo garantizado, si se los quiere adelantar a Cuba el corazón generoso de Ud.?— ¡Ah! amigo: con eso, ¡qué tranquilidad en estos últimos instantes! Sin eso, ¡qué terrible agonía!” (Ibídem, p. 310). Y añade: “Como un perro infeliz vivo, y no me quejo, desde que empecé este trabajo de salvación: y Ud., que lo ve todo, que lo sabe todo, que ama a Cuba, que me ve padecer, ¿me dará estos momentos,—acaso los últimos de mi vida,—de gloria y de respiro, o me dejará, solo en mi dolor y responsabilidad, rodeado de hombres que ya han hecho cuanto podían hacer, arrastrándome y mendigando, por salvarle a su patria, suplicando en vano, lamiendo la tierra, lo mismo que un perro?” (Ibídem, p. 311).

A punto de irse para los campos de Cuba libre, le dice en esa misma carta: “Y si sucediese lo que no parece que pueda suceder; si a la vez fuese extinguida la revolución adentro y la ayuda que le llevásemos, y yo quedase vivo,—yo, que valgo cinco mil pesos,—y que acabo de dar a mi patria ocho mil que ganaba por año,—yo, que soy pobre y tengo honor, quedo personalmente responsable a Ud. de esa suma” (Ibídem, p. 312). A los cinco días, Hidalgo Gato le mandó una breve nota desde Cayo Hueso, que vale la pena reproducir íntegramente: “Apreciable compatriota: // Refiriéndome a su angustiosa de fecha 27 del próximo pasado, le diré que conozco su responsabilidad y siento que Vd. desconozca mis sentimientos nativos, y digo esto, porque me ha escrito Vd. con demasiados argumentos. // Telegrafié, según sus instrucciones, como sigue: Barranco Compre, Luis. Quiero decir que remito a la Delegación del Partido Revolucionario $5 000 U.S. money, suma que completará la realización del plan preconcebido y bien meditado de dicho Partido para llevar a Cuba la guerra ordenada y segura que nos dará la gloria de ayudar a constituir nuestra deseada nacionalidad. // Mi nombre de cubano me obliga a hacerme partícipe de las angustias de la Patria, rogando a Dios por la salvación de nuestra tierra y admirando las grandezas de sus buenos hijos queda como siempre, su amigo, // Eduardo H. Gato” (Luis García Pascual: Destinatario José Martí, Casa Editora Abril, La Habana, 2005, p. 424).

Ocho días después Martí le responde: “Esta no es la carta que le quiero escribir y que mi patria le debe. Cuanto hay de hermano en mí se ha conmovido con su carta sencilla […]. Yo no llamo hermano a todos los hombres; déjeme llamarle hermano.” (José Martí. Obras completas, cit., t. 3, p. 345). También le escribe a Serafín Sánchez —la correspondencia Martí-Sánchez requeriría un análisis más profundo—, y le comenta: “Lo de ese nobilísimo Gato, ya yo antes se lo advertí, y era preciso, sobre todo desde las exigencias de la Habana. Hecho está, y es un gozo poder amar más a un hombre bueno. Lo adiviné” (Ibídem, p. 347). En diciembre de ese mismo año 1894, le envía a Hidalgo Gato una breve carta: “Todo arrecia, y entrañablemente ruego a Vd. que no demore mucho el viaje a la Habana. Así estará todo a tiempo. Vd. ve que estamos viviendo en el filo de una navaja. // Y ojalá que no fuese Vd. lo rico que es, para poder decirle cómo lo conoce y estima su amigo” (Ibídem, p. 444). La última carta del Apóstol a Eduardo Hidalgo Gato es de enero de 1895; quiere presentarle a Gonzalo de Quesada, que va para el Cayo, y le asegura: “Lo amo, y quiero que Gonzalo lo conozca” (José Martí. Obras completas, cit., t. 4, p.51). El Apóstol había tanteado la posibilidad de colaboración de este cubano rico con la solicitud de trabajo para Serafín Sánchez, y ahora, previendo un desenlace fatal en la guerra, deja una continuidad de lo que hacía en manos de Quesada. La contribución a la causa de hombres como Eduardo Hidalgo Gato bajo convicciones de patriotismo, constituye un ejemplo reconocido lealmente por el más grande de todos los cubanos.

 


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