México en Martí II


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Homenaje a Martí, 2001.

Rafael Calvo
Técnica mixta sobre cartulina
70 x 50 cm.

México, como América Latina toda, era ejemplo para Martí de territorio rico y sociedad empobrecida que debía progresar más rápido con una industrialización eficaz, para entrar de manera competitiva en la modernidad del mundo; escribía en la Revista Universal: “Morirán nuestras industrias por falta de mercado. Nadie comprará lo imperfecto cuando tiene lo perfecto a mano: a esta desconsoladora y natural verdad ayuda el alto precio que, con no ser bueno, ha de pagarse por los productos de nuestras industrias incipientes” (Ibídem, t. 6, p. 269). El país se desgastaba en luchas internas estériles y el cubano reclamaba en sus artículos de la revista mayor respeto a las leyes, para tributar a la patria: “México es un pueblo libre, laborioso y pacífico: estas luchas nos cansan: ese militarismo nos irrita: esa falta de respeto a la patria exalta nuestra indignación. Tenemos leyes hechas, caminos precisos, vías directas para venir al Gobierno de la patria” (p. 360).Al hablar así, no se sentía ajeno, como demuestra el artículo “Extranjero” publicado en El Fedelarista: “Soy entonces ciudadano amorosísimo de un pueblo que está sobre todos los pueblos de los hombres; y no bastan los hombres de un pueblo a recibir en sí, toda esta fuerza fraternal” (p. 362). 

La Revista Universal fue utilizada también por Martí como plataforma para su activismo y propaganda a favor de la revolución cubana. Su estremecido artículo sobre el fusilamiento sin previo juicio de 22 jóvenes residentes en Cienfuegos clamaba porque no fuera verdad la noticia del 21 de marzo de 1875; dio a conocer y felicitó el decreto de Rufino Barrios sobre el reconocimiento de la independencia de Cuba; informaba los sucesos más favorables de la guerra en la Isla cuando afrontaba grandes contratiempos por la desunión, o noticias como los incendios de los ingenios o la gran cantidad de soldados españoles que se unían a los insurgentes, a pesar de que el sanguinario Conde de Valmaseda ─Blas Diego de Villate y de la Hera, gobernador y capitán general de Cuba en varios períodos, caracterizados por la represión─ continuaba pidiendo miles de soldados a España y había prometido perdón completo a quienes se habían alineado con los insurrectos y pasaje libre para la metrópoli. En estos artículos se estrenaba como agitador de brillante escritura, lo mismo para referirse a la heroicidad de Julio Sanguily que peleaba sin un brazo y sin piernas atado a su caballo, que para responder fulminante y convincentemente a la propaganda española.

Antes de marcharse del país azteca el visionario de una América Latina unida había aprendido en fecha tan temprana como 1876 que “La cuestión de México, como la cuestión de Cuba, dependen en gran parte en los Estados Unidos de la imponente y tenaz voluntad de un número no pequeño ni despreciable de afortunados agiotistas, que son los dueños naturales de un país en que todo se sacrifica al logro de una riqueza material” (“México y los Estados Unidos”, en Revista Universal, México, 27 de abril de 1876; tomado de Ramiro Valdés Galarraga: Diccionario del pensamiento martiano, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002, p. 435). Alertaba que “Es fuerza acudir al remedio, con la misma energía, con la misma rapidez, con el mismo ardor con que se hace en la república vecina la propaganda contraria” (Ídem), y convencido de que la unidad es garantía del triunfo, advertía: “No hay revolución ni lerdismo; no hay generales ni hombres civiles; no hay rebeldes ni leales; no hay más que mexicanos que se agrupan alrededor del que defiende la salvación de la Patria, y ciegos y traidores que adelantan hacia su ruina, engañosamente espoleados por los que quieren hacer de México un mercado donde asegurar su vacilante potencia mercantil” (Ídem). Aunque parezca increíble, el dilema latinoamericano y caribeño sigue siendo el mismo hoy, cuando las oligarquías solo responden a su capital, casi siempre ya internacionalizado, pero dependiente, por lo general, de monopolios estadounidenses.

Como Martí no paraba de escribir en los momentos vacíos del día, a su llegada a tierra mexicana, en el recorrido de Veracruz a la capital, había escrito en su libreta de notas lleno, de entusiasmo: “¡Oh México querido! ¡Oh México adorado, ve los peligros que te cercan! ¡Oye el clamor de un hijo tuyo, que no nació de ti! […]. Tú te ordenarás: tú entenderás; tú te guiarás; yo habré muerto, oh México, por defenderte y amarte, pero si tus manos flaqueasen, y no fueras digno de tu deber continental, yo lloraría, debajo de la tierra, con lágrimas que serían luego vetas de hierro para lanzas, ─como un hijo clavado a su ataúd, que ve que un gusano le come a la madre las entrañas” (José Martí. Obras completas, t. 19, p. 22). Esta esperanza de salvación para América Latina puesta en México la reafirmaba en cartas a su amigo Manuel Mercado, con quien mantuvo una relación de hermandad profunda. Su amor a tan querida nación fue reiterado en varias ocasiones; no había salido aún de Veracruz en enero de 1877 y le escribía: “…son ahora las 3 de la mañana, y a las 7 embarcamos; digo adiós a este México a que vine con el espíritu aterrado, y del que me alejo con esperanza y con amor, como si se extendiera por toda la tierra el cariño de los que en ella me han querido” (Ibídem, t. 20, p. 18). 

El entusiasmo por México se convirtió en nostalgia cuando ya estaba en Cuba, todavía colonia esclavizada de una España antimoderna; le escribía a Mercado desde La Habana en 1879: “Yo no he nacido para vivir en estas tierras. Me hace falta el aire del alma. Hay que refugiarse en la sombra, allí donde está el sol lleno de manchas. ¡La vida española, después de vivir la vida americana! ¡El rebajamiento de los caracteres, después de haber visto tantos bosques y tan grandes ríos! ¡El destierro en la patria, mil veces más amargo para los que como yo, ha encontrado una patria en el destierro! // […] // Si no fuera Cuba tan infortunada, querría más a México que a Cuba” (Ibídem, pp. 58-59). En otras cartas le solicitaba: “Cuénteme de las cosas de México, que muchas me han de interesar. Yo escribo sin cesar sobre México” (Ibídem, p. 81).Constantemente le pedía libros, deseoso de mantenerse actualizado sobre esa segunda patria.

Ni la distancia física ni el tiempo lograron que Martí olvidara a México. En 1889, en la Conferencia Panamericana, ya con mucho mayor experiencia, ponderó la diplomacia mexicana, y trabajando en las sombras por la unidad de América Latina, le comentaba a su hermano del alma: “Nadie me lo ve tal vez, ni me lo recompensa; pero tengo gozo en ver que mi vigilancia, tenaz, y prudente, no está siendo perdida. ¡Y qué montados, y equivocados, tienen a los guatemaltecos contra México! ¡Qué esfuerzos para hacerles entender que México no es su enemigo, sino en cuanto ellos se presten a ser aliados de los enemigos de México!” (Ibídem, p. 157). A lo largo de los años 80, cuando vivió en Estados Unidos, ratificó lo aprendido en su estancia mexicana, por lo que llevó como convicción inquebrantable convertida en acción cotidiana hasta las últimas consecuencias de su vida, el afán de “…impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América” (Ibídem., t. 4, p. 167).

No solo en las cartas a Mercado dejaba ver Martí su preocupación por su patria mexicana, presente en su rica correspondencia privada y en amplias referencias en sus intervenciones públicas. Refiriéndose a la acogida que le dio ese país al desterrado José María Heredia, afirmaba en un discurso: “México es tierra de refugio, donde todo peregrino ha hallado hermano” (Ibídem, t. 5, p. 169), y en la velada en honor a México celebrada por Sociedad Literaria Hispano-americana en 1891, expresó: “¡Saludamos a un pueblo que funde, en crisol de su propio metal, las civilizaciones que se echaron sobre él para destruirlo! ¡Saludamos, con las almas en pie, al pueblo ejemplar y prudente de América!” (Ibídem, t. 7, p. 65). Pocos extranjeros conocieron tan bien y de manera tan temprana la gran dignidad del pueblo mexicano.

Mediante su corresponsalía para diarios de América Latina y de los propios Estados Unidos, expresaba su defensa de México. En artículos para La América, en 1883, revelaba su preocupación por las relaciones entre el hermano país y su vecino norteño; en “El tratado comercial entre los Estados Unidos y México” alertaba: “No es el tratado en sí lo que atrae a tal grado la atención; es lo que viene tras él” (Ibídem, p. 17); y advertía no solo los riesgos económicos, sino los de orden político al negociar la “baratura” de los frutos de la tierra frente a “todos los productos de hierro”. En “La industria en los países nuevos” continuaba estimulando la industrialización mexicana: “Es imposible, por otra parte, que un gran territorio agrícola y minero no sea también un gran territorio industrial” (Ibídem, p. 27). En un artículo para el periódico El Partido Liberal, a raíz de los peligrosos incidentes relacionados con la prisión en México de un personajillo de dudosa reputación y casi desconocido entonces, Augustus K. Cutting, quien violó las leyes nacionales, fue apresado y se creó un peligro de guerra en la frontera, declaró: “Repugna y alarma la constante exhibición de desconocimiento e injusticia que acá se hace de las cosas de México” (Ibídem, p. 37), y auguraba de manera premonitoria: “No parece cercano, por desventura, el día en que pueda México entregarse en paz a su trabajo, sin temer las asechanzas de sus vecinos: no parece cercano” (Ibídem, p. 44). Todavía no parece cercano.

Desde Nueva York Martí divulgó pormenores del caso Cutting a La Nación de Buenos Aires, y lo hizo explicándolo de la manera más directa y denunciándolo de la forma más diáfana: “La razón es la insana avaricia de los cuatreros y matones echados de todas partes de los Estados Unidos sobre las comarcas lejanas de la frontera de Río Grande” (Ibídem, p.46). Este asunto ilustra con un ejemplo temprano cómo algunos ciudadanos de Estados Unidos conciben las relaciones con otras naciones independientes, especialmente con países que consideran su traspatio o patio. Cutting y los políticos que lo apoyaban en el Congreso vieron como algo “normal” aplicar sus leyes de manera extraterritorial, y hasta se manejó la posibilidad de una agresión armada, recurso típico del anexionismo ya empleado en acciones expansionistas. Martí en estas circunstancias envió una colaboración a El Partido Liberal con el título “México en los Estados Unidos”, en que denuncia manipulaciones convertidas en matriz de opinión en la nación norteña: “¡La civilización en México no decae, sino que empieza! ¡La han levantado de sobre un cesto de hidras, con brazos que esplenderán en lo futuro como columnas de luz, un puñado de hombres gloriosos! ¡Ha sido la heroica pelea de unos cuantos ungidos contra los millones inertes, y contra privilegios capaces de ampararse de la traición! ¿Qué civilización heredó México, cuando ya tenía el brío propio necesario para declararse libre? ¡Esa Nación ha nacido de esas piernas pobres y de unos cuantos libros franceses! ¡Más ha hecho México en subir a dónde está, que los Estados Unidos en mantenerse, decayendo, de donde vinieron!” (Ibídem, p. 57).

El proceso de Cutting le sirvió a Martí para reafirmar la ideología revolucionaria cubana en relación con Estados Unidos; en 1889 publicaba un artículo escrito en inglés en The Evening Post de Nueva York, que respondía a una ofensiva crítica contra los cubanos aparecida en The Manufacturer de Filadelfia, y cuya esencia pudiera resumirse en una frase: “Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting” (Ibídem, t. 1, p. 237).

En uno de los ensayos más lúcidos y vigentes sobre la región, “Nuestra América”, publicado en El Partido Liberal en 1891, un programa de unidad que deja temas pendientes todavía hoy para lograr la imprescindible unión de nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños, pueden leerse menciones directas a México que recuerdan la base popular que garantizó su independencia de España y deja un aliento de esperanza ante los riesgos de su democracia: “Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república, en hombros de los indios. […] De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una pompa de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero” (Ibídem, t. 6, pp. 18 y 21).

La proyección americanista de Martí fructificó y maduró en gran medida gracias a la experiencia mexicana. México para él fue aprendizaje y escuela; experiencia económica, social, cultural y política en una república joven; pasión y nostalgia; admiración por su grandeza; oportunidad para desarrollar el primer periodismo modernista y moderno de América; terreno para aquilatar la importancia de la unidad latinoamericana. A su pueblo le agradeció su tradición hospitalaria; lo recordó cuando estaba lejos y lo defendió en la distancia desde la diplomacia y la corresponsalía. Lo amó como a su segunda patria y respondió indignado a cualquier intento por denigrarlo. A mucho más de una centuria, la agenda de temas en las relaciones de México con su voraz vecino sigue vigente.
 

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