Por el breve espacio en que estás Pablo, Gracias


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Foto: Ariel Cecilio Lemus

Ese espacio resultó multiplicado por el reencuentro de Pablo Milanés con su público cubano: el de siempre, el que ha sabido y podido, de generación en generación, hacer suyos temas como la siempre solicitada Yolanda; o esa súplica necesaria para seguir adelante cuando el amor dice adiós y no se sabe bien qué hacer Para vivir.

A ese pueblo que tanto ama y respeta, y que según el propio Pablo, “propició que él estuviera en escena”, le regaló una de las noches más emotivas de sus últimos tiempos en Cuba.

Veinticinco temas para repartir y compartir sus Días de luz, su más reciente fonograma donde esa recurrente mirada al tiempo que distingue su poesía, hoy se torna más intensa y poderosamente abarcadora.

No obstante, la luz de Pablo. en esta oportunidad difuminada en la concurrida Ciudad Deportiva, más que detenerse en un disco, constituyó un tránsito a través de una obra que abarca su vida y, por complicidad, la de muchos cubanos que en cualquier sitio de este mundo viven sus canciones.

Vengan todos a mi jardín, ese opening e inició de la cita, resultó ser la mejor de las invitaciones. Ya estábamos allí como habíamos quedado sin que mediara una palabra entre él y cada uno de los presentes; no hizo falta, el habernos reunido, desde temprano, luego de pérdidas, pandemia, descalabros… fue la mejor afirmación de que el arte, cuando es genuino, rompe cualquier obstáculo, fundamentalmente la barrera del olvido. Por eso sentir su voz, como siempre, con esa nitidez y fuerza que arranca lágrimas al tiempo que convida a soñar, devino en saludo familiar que se le ofrece al amigo que, simplemente, hace unos pocos días no se le ve.

Pablo tiene ese encanto, él logra no despedirse jamás, entre otras cosas porque sabe cuánto le necesitamos para seguir cantándole al amor y al desamor; a la entrega y la necedad, a la vida y a la muerte.

Fue un concierto totalmente acústico donde por momentos la guitarra, su fiel compañera, se personó; nunca le faltaron su entrañable Miguelito Núñez, a quien considera un hijo y máximo responsable de la mayoría de los arreglos y melodías que protagonizaron la noche; como tampoco el especial sonido del chelo de Cary Varona, nieta del insigne trompetista cubano de igual apellido, que agradó, además, por su afinado timbre en los coros.

Ellos tres en escena y resguardados por un excelente trabajo de sonido, juguetearon con el tiempo y de esa manera canciones como: Comienzo y final de una verde mañana, El tiempo, el implacable, El pecado original, La soledad, Flor del futuro, Algo más que soñar, Ya ves y yo sigo pensando en ti, ·El breve espacio en que no estás entre otras se apoderaron de una noche maravillosa que cerró con Ámame como soy. Entonces aquel tema del filme Una novia para David también traía, a su vez, el recuerdo de la gran Elena, esa Señora Sentimiento que confió en el talento de Pablo, apostó por interpretar sus canciones, cuando él era todavía un perfecto y desconocido soñador.

Así terminaba ese 21 de junio, fecha en que se recordaría los 95 años de quien fuera otro inmenso de la canción y el movimiento feeling, José Antonio Méndez, “El King”. Y justo fue otra noche de feeling, a la usanza de estos tiempos; con acordes contemporáneos frente a diversas generaciones y en entorno no concebido especialmente para el género, pero donde sí ha habido derroche de cubanía y verdad en otros ámbitos del ser identitario cubano.

Gracias, entonces, a la Ciudad Deportiva por convertirse en el escenario ideal para permitir soñar con una existencia mejor, donde prime el amor; gracias a todo el que contribuyó a este concierto de principio a fin con  esa belleza y  rigor que merece un artista como Pablo Milanés, ese Pablo, querido, el de siempre iluminado, especialmente cuando ocupa ese breve espacio en que está, (el corazón de los cubanos) porque le pertenece.

Hermosos momentos del concierto a través del lente de Ariel Cecilio Lemus


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