El 10 de octubre de 1868 se inició la primera guerra por la independencia en Cuba, ante lo cual podemos hacernos diferentes preguntas, como pueden ser ¿por qué el 10 de octubre? ¿qué factores determinaron ese inicio de la guerra en Cuba? ¿quiénes estaban al frente de ese movimiento? ¿por qué Martí siempre se refirió a aquel acontecer como revolución? ¿qué valor simbólico tiene esa fecha? Esas y otras muchas preguntas puede generar la conmemoración del 10 de octubre para los cubanos.
Desde antes de ese día específico se daban muestras de rechazo al dominio colonial español, como evidencia de un proceso de formación de la nacionalidad, del cubano que se sentía diferente al español, con su propia cultura, su propio ser y, por tanto, con derecho a tener su propia representación nacional, derecho al reconocimiento de lo cubano, además de los conflictos que provocaba la política colonial española. Eso formaba parte de un largo proceso de formación del cubano, así como de la existencia de intereses diferentes y, por lo general, contradictorios con los de la metrópoli.
La aparición, en la década del cincuenta del siglo XIX, de carteles con letreros de “Muera España” y en los sesenta el retrato de la reina acuchillado y el mapa de España en la figura de un burro, en la entonces Real y Literaria Universidad de La Habana era expresión del ambiente que se estructuraba, lo que tuvo mayor significado en los grupos que comenzaban a conspirar con propósitos independentistas en diferentes regiones y espacios, con mayor fuerza en el centro oriente de la Isla en esos años sesenta. Pronto iniciarían la búsqueda de contactos que posibilitaran articular las posibles acciones.
Cuando al interior de Cuba se iba desarrollando aquel proceso, se estaba conformando un contexto favorable para el movimiento en formación. En España se expandían las ideas republicanas y, lo más importante, estallaba la Revolución de Septiembre o Gloriosa en 1868, con sus efectos de inestabilidad, lo que llevaría a la proclamación de la Primera República en 1873. En el continente americano también había acontecimientos importantes: el 23 de septiembre se produjo el Grito de Lares en Puerto Rico por la independencia; las reformas liberales se desarrollaban en muchas de las repúblicas latinoamericanas, con sus múltiples contradicciones pero cuyas ideas circulaban por el área permeando su ambiente; en esta zona se extendía el rechazo a España por sus intentos de reconquista de las antiguas colonias; mientras en el Norte anglosajón se desarrollaba la llamada Guerra de Secesión y el triunfo de las fuerzas norteñas, lo que significó la abolición de la esclavitud, al tiempo que en 1868 se preparaban las elecciones donde el seguro triunfador era Ulysses Grant, quien había combatido junto a Abraham Lincoln y, por tanto, había criticado la actitud española de apoyar a los sudistas en aquella contienda, lo que hacía esperar una actitud favorable a la lucha cubana frente a la metrópoli hispana, aunque después sucedió todo lo contrario.
En otros aspectos internacionales, la concentración de la atención europea en el reparto colonial y de zonas de influencia del mundo, donde entraba el continente africano, también era positiva para una contienda en Cuba. Sin duda, se creaba un contexto favorable a la posible lucha cubana por instituir su estado nacional.
En la Isla la conspiración fue tomando fuerza, aunque con diferencias a su interior, determinadas mayormente por características regionales y por la composición, en gran medida de terratenientes y profesionales, que no eran parte de la poderosa burguesía esclavista occidental donde también se habían creado algunos núcleos, pero sin alta significación. Entre los grupos más relevantes estaban los de Bayamo, Manzanillo, Camagüey con nombres como Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Vicente Aguilera, Pedro (Perucho) Figueredo, Salvador Cisneros Betancourt o Ignacio Agramonte, entre otros, que alcanzarían un alto simbolismo en la historia nacional. Los esfuerzos de coordinación, por medio de reuniones que se celebraron, mostraban las diferencias de concepción, en lo que alcanzó mucho peso el asunto de la fecha de alzamiento. En este aspecto, sería decisivo el sentido del momento histórico.
El grupo manzanillero, del cual Céspedes era figura central, se proyectaba partidario de la inmediatez frente a quienes planteaban esperar a la realización de la zafra; pero finalmente se llegó a la fecha del 14 de octubre que, como es bastante conocido, debió adelantarse ante el peligro de detención de los implicados; por lo que el 10 de octubre se realizó el pronunciamiento en el ingenio Demajagua, propiedad de Carlos Manuel de Céspedes. Ese fue un momento trascendental para la nación cubana: se proclamó la independencia y, en un gesto muy simbólico, quien emergía como líder otorgó la libertad a sus esclavos y los llamó a combatir por la patria.
Comenzaba entonces un proceso, en una sociedad que aún debía madurar en cuanto a su sentido nacional, que tenía fuertes problemas sociales y que necesitaba adecuar sus estructuras a los métodos y formas de su época. En la memoria colectiva se identificó el 10 de octubre con Yara erróneamente, pues la acción en ese sitio fue el día 11, pero trascendió en el imaginario como el inicio, con lo que de todas maneras se significaba como fecha fundamental para la nación.
José Martí, entonces un adolescente, saludó aquel inicio con el poema “¡10 de octubre!”, donde plasmó el sentimiento que aquel hecho generó en buena parte de los cubanos. Comenzaba exclamando:
No es un sueño, es verdad: grito de guerra
Lanza el cubano pueblo, enfurecido;
El pueblo que tres siglos ha sufrido
Cuanto de negro la opresión encierra.
Y terminaba:
Gracias a Dios que ¡al fin con entereza
Rompe Cuba el dogal que la oprimía
Y altiva y libre yergue su cabeza!
Desde el inicio, quien sería el Apóstol de los cubanos reflejó el gran valor que tenía aquel gesto para la Cuba que, así, lograba erguir la cabeza; pero lo apreció mucho más al pasar el tiempo y desarrollarse aquella contienda que duró diez años, aunque no se lograron sus objetivos iniciales. Ciertamente, en el decurso de aquel proceso hubo contradicciones al interior de las fuerzas independentistas que debilitaron sus posibilidades; y que llevaron a la deposición del Padre de la Patria como presidente, que fue el punto de partida para cierta inestabilidad en ese cargo, además de no cubrirse el de general en jefe después de la destitución de Manuel de Quesada en 1869.
La estructura que se creó con la Constitución de Guáimaro provocó grandes conflictos de la Asamblea de Representantes con el poder ejecutivo y con el mando militar, por concepciones diferentes que Martí resumió al decir de Céspedes: “Él tenía un fin rápido, único: la independencia de la patria. La Cámara tenía otro: lo que será el país después de la independencia. Los dos tenían razón; pero, en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente.”
No obstante esos conflictos, el proceso que se vivía marcó cambios importantes en la vida de los cubanos que estaban en la manigua mambisa, como lo relativo al tema de la esclavitud. Si bien el Iniciador había otorgado la libertad a sus esclavos, ese tema tuvo sus momentos de avances y de retrocesos por las miradas a la posible atracción de fuerzas disímiles a la lucha independentista. En la Constitución aprobada en Guáimaro se afirmaba la libertad de todos los habitantes de Cuba, lo que era una declaración capital; pero su aplicación no fue inmediata hasta que, en diciembre de 1870, por una Circular de Céspedes se decretó la abolición en un acto de gran radicalidad.
La dirección, inicialmente en manos de los terratenientes centro orientales, se nutrió de una masa de combatientes procedentes de capas medias -urbanas y rurales, que incluía a intelectuales-, de campesinos y de esclavos liberados en las zonas en guerra, los que fueron ganando espacios e impacto dentro de las filas mambisas. En el cuerpo del ejercito mambí se unieron blancos, negros y mulatos en el combate común y, a pesar de algunas expresiones discriminatorias por motivos del color de la piel, combatientes de los llamados “de color” ascendieron por méritos en el desempeño militar y ejercieron mando sobre blancos que, en muchos casos, eran profesionales o tenían una posición superior en la escala social. Se producían cambios importantes como expresión del impacto de la revolución en quienes habitaban los territorios liberados, lo que Martí describió, a partir de nuevas formas de vida y actuación en las zonas donde se desarrollaba la contienda, donde también hubo virtudes y defectos y se pasaron esos años dentro de leyes propias “que, en su imperfecta forma y en su incompleta aplicación, dieron sin embargo en tierra con todo lo existente, y despertaron en una gran parte de la Isla aficiones, creencias, sentimientos, derechos y hábitos para la comarca occidental absolutamente desconocidos.”
Después de casi diez años de combate, por razones internas y externas, entre ellas el debilitamiento de las fuerzas en lucha a partir de diferencias, sediciones y otras expresiones que destruían la necesaria unidad, se llegó a la firma de la paz, en el llamado Pacto del Zanjón, lo que Martí evaluó al decir que habían dejado caer la espada, “cansados del primer esfuerzo, los menos necesitados de justicia”. Ese final no fue aceptado por todos, pues en la zona villareña se mantuvo el combate hasta abril de 1879, en la llamada Protesta de Jarao, cuando depusieron las armas temporalmente, mientras en Oriente se producía el 15 de marzo de 1878 la muy simbólica Protesta de Baraguá encabezada por Antonio Maceo, que reivindicaba los dos grandes objetivos de la revolución: la independencia y la abolición de la esclavitud.
No fue posible mantener el combate en ese momento, pero el impacto de aquella contienda ya no podría borrarse; como ha sido afirmado por muchos, fue el crisol donde se fundió la nación cubana.
El 10 de octubre, por tanto, fue el inicio de un acontecimiento histórico de gran valor y simbolismo para los cubanos que, también, aportó experiencias fundamentales para luchas posteriores. Como afirmó Martí el 25 de enero de 1880, al analizar las causas del fin de aquella contienda con vistas a superarlas para nuevos proyectos, “Ya no se perderá el tiempo en ensayar: se empleará en vencer.” A partir del conocimiento de las equivocaciones, “La orilla en que se fracasó, se esquiva. Para los corceles, hay nueva yerba. Para sus jinetes, nuevos frutos. Ya se conocen los peligros, y se desdeñan o se evitan. Ya se ve venir a los estorbos. Ya fructifican nuestras miserias, que los errores son una utilísima semilla.”
El 10 de octubre de 1868 fue, por tanto, el momento crucial en que, al fin, rompió “Cuba el dogal que la oprimía” y altiva y libre irguió su cabeza, dando inicio a un extraordinario proceso revolucionario que tendría continuidad en años posteriores, como se afirma en el Manifiesto de Montecristi: “La revolución de independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra, (…).”
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