Más de 30 locaciones distribuidas en el bulevar, la calle Pedro A Pérez y en consejos populares, sirvieron de sede a las actividades de la Feria en Guantánamo. Foto tomada del Diario Digital Venceremos.
Arrancó en La Cabaña y prosigue su andar a través de todas las provincias del país. La Feria del libro, como tantas otras que se presentan por el mundo, ofrece la oportunidad para el intercambio entre especialistas de distintos lugares. Es la ocasión propicia para concertar negocios editoriales.
En Cuba constituye, ante todo, una fiesta popular. En la fortaleza situada en la entrada del puerto de La Habana adquiere visos de campismo, de diversión grupal para la familia y la muchachada. Rompe la rutina de la cotidianidad. De esa manera, una vez al año, el libro se convierte en el centro del acontecer. Ocupa un espacio privilegiado en los medios de comunicación. Luego dormitará en los almacenes de las librerías y las bibliotecas.
Sin embargo, en la batalla por conquistar nuevos lectores, ciudadanos activos, bien informados, motivados por la curiosidad y el hambre de conocimientos, dotados de espíritu crítico, capaces de escapar a la manipulación mediática y al imán seductor de la tontería, se impone la necesidad de concretar las políticas culturales en encadenamientos productivos y eficaces con la participación de todos los factores que dinamizan la vida. Poco importa el soporte utilizado, aunque la impresión en papel dista mucho de haber desaparecido.
La lectura tiene que convertirse en hábito desde las primeras edades. Contra la modorra mental, el acomodamiento al uso de resúmenes simplistas, el empleo fraudulento del corta y pega, acicatea la búsqueda de la verdad, desarrolla la capacidad de concentración e impulsa la imaginación creadora. No pueden concebirse una sociedad del conocimiento y una respuesta adecuada a las demandas de innovación científica prescindiendo de esas cualidades.
Subestimados por muchos, el arte y la literatura alientan la facultad de soñar. Los sueños preceden la búsqueda de soluciones técnicas. Adelantado de su tiempo, Leonardo da Vinci diseñó artefactos que, siglos más tarde, habrían de convertirse en realidades tangibles. En pleno siglo XIX, Julio Verne relató las aventuras de viajes submarinos y de exploraciones de la luna que cristalizarían mucho después. Ya Félix Varela advertía en su Miscelánea filosófica que los gustos no brotan espontáneamente. Se forman según el espíritu de una época y la consiguiente instauración de modelos.
Para nosotros, las políticas culturales deben orientarse hacia la revitalización de un clima creador. En ese caso, el encadenamiento productivo tiene como punto de partida los planes editoriales formulados en consulta con los consejos asesores y ejecutados por verdaderos editores encargados de la revisión del texto y la elaboración de pautas para el diseño gráfico, atendiendo a las características del destinatario potencial.
Recuerdo al respecto los maravillosos Cocuyo, serie conducida de la mano de Ambrosio Fornet con austero e inconfundible diseño de Raúl Martínez. De formato pequeño conjugaban lo más avanzado de la literatura mundial con páginas olvidadas de autores cubanos. Despertaban en el lector la tentación del coleccionista.
La implementación de una política editorial con el propósito de rescatar los hábitos de lectura, para llegar, como decía la publicidad de un conocido dentífrico, hasta donde el cepillo no toca, requiere conceder la prioridad debida a las librerías y al sistema de bibliotecas públicas y escolares.
Libreros y bibliotecarios han de adquirir la jerarquía y la formación profesional que el desempeño de sus funciones requiere. En verdad, son los animadores culturales que trabajan en el terreno, en contacto directo con el destinatario. Han de tener la capacidad suficiente para sugerir, aconsejar, incitar. El vendedor necesita disponer de información acerca de las novedades y tener dominio de los títulos que se han ido acumulando en el almacén donde muchas veces sucumben bajo el polvo obras fundamentales de nuestra cultura de ayer y de hoy.
En la medida de nuestras posibilidades, sin invertir un exceso de recursos, se impone convertir las librerías y las bibliotecas en sitios acogedores, bien iluminados, con un lugar para sentarse y revisar pausadamente los volúmenes al alcance de nuestras manos. Desterremos los rincones donde, por carencia de personal, los libros permanecen arrumbados en unos anaqueles. Analicemos las vías para incentivar el estudio de la bibliología y cubrir las vacantes en las bibliotecas públicas y en las escolares.
Recordemos que, en la escuela, un buen bibliotecario asume el papel de maestro, asesora en la búsqueda de datos para los trabajos de curso para evitar que los padres suplanten a sus hijos en la realización de tareas y frustren con ello el desarrollo de habilidades indispensables para el desarrollo del aprendizaje, el ejercicio del pensar y la actualización permanente exigida por una sociedad en constante transformación.
Trabajé diez años en una biblioteca. Fui extraordinariamente feliz. Compartí la pasión de iniciar en el disfrute de la lectura, de las artes plásticas y de la música con los poetas Eliseo Diego, Fina García Marruz y Cintio Vitier, con los investigadores Juan Pérez de la Riva y Zoila Lapique, con el compositor Argeliers León, con la historiadora del arte María Elena Jubrías. Recuerdo con emoción a Sara Fidelzeit, la compañera de Pérez de la Riva, que permanecía tras el mostrador de la biblioteca de la Escuela de Letras. A su alrededor, congregaba a los estudiantes en círculos de estudio polémicos, incitadores del espíritu crítico.
Bienvenida sea la fiesta del libro. Pero, tras la celebración anual, el convite a la fiesta no puede caer en zona de silencio.
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