I
Para algunos estudiosos, Sigmund Freud y Carlos Marx han sido los científicos sociales del siglo XIX que más han influido en la centuria posterior, y posiblemente todavía continúan sus influjos: el primero en la psicología, desde sus tesis del psicoanálisis, pero con incidencia en el arte, la literatura, la mitología, la filosofía, la medicina, la neurología…; y el segundo, en la sociedad, a partir de sus demostraciones en la economía y sus influencias en la política, la sociología, la historia, la filosofía... Freud tuvo críticos positivos y seguidores críticos como Alfred Adler, Carl Gustav Jung o Jacques Lacan; Marx ha tenido seguidores que lo han interpretado o han aplicado sus teorías en un proceso de construcción siempre inconcluso, aún cuando el propio pensador alemán afirmó que él no era marxista, porque su método dialéctico no lo podía permitir; y también, acérrimos enemigos que lo han negado pero no han podido destruir su legado. En el aspecto teórico han progresado algunas experiencias europeas para aplicar de manera integral las mejores experiencias del psicoanálisis con el marxismo, como las promovidas por Herbert Marcuse y seguidas de alguna forma por Louis Althusser, y otras enrumbadas de diversas maneras por estudios empeñados en integrar algunos de estos conocimientos en la posmodernidad, entre ellos los de Gilles Deleuze, Jean-François Lyotard y, más recientemente, Slavoj Žižek.
Sin embargo, en nuestras complejas sociedades mestizas latinoamericanas no es común encontrar la integración coherente de las teorías psicoanalíticas freudianas con los ensayos de Marx, y parece aún más “raro” hallarla en un mismo estudioso, porque generalmente se investigan por separado, casi sin vínculo, a veces copiando los referentes europeos. Hace algunos años, cuando impartía un curso y algunas conferencias en Colombia, unos alumnos me preguntaron si conocía a Estanislao Zuleta. Confesé que no y me regalaron varios libros suyos que me dejaron sorprendido por su diversidad de temas, agudeza e intuición, y, al mismo tiempo, claridad pedagógica, especialmente en la unión de los campos del psicoanálisis y la psicología social con los principios emancipadores del marxismo. En otra ocasión fui invitado al Festival de Poesía Ibagué en Flor, y allí conocí a su hijo poeta; entonces pude saber más sobre el padre, quien llegó a ser un gran pedagogo, investigador, profesor titular en varias universidades, Doctor Honoris Causa en Psicología en la Universidad del Valle, catedrático de Filosofía del Derecho, Historia de la Filosofía, Estética y Política, además de director de cátedras de Psicoanálisis, consejero de la presidencia de la República y asesor de las Naciones Unidas para los derechos humanos, y todo, sorprendentemente, sin haberse graduado en ninguna universidad.
No por ser autodidacta Estanislao desestimaba la importancia de la organización y disciplina del pensamiento que aportan las universidades; todo lo contrario, tal como lo hacen las academias, partía de la formulación establecida de un problema científico buscando el análisis de su propia lógica, más allá de modas o modos prestigiosos, pero sin desecharlos a priori, estableciendo relaciones libres con diferentes enfoques y rompiendo los marcos delimitados a conocimientos habituales, para hallar saberes que aportaran a una investigación más amplia pero singular, de acuerdo con las peculiaridades de lo estudiado. Contaba con la ideología sin subordinarse ciegamente a ella, pues sabía de las contradicciones que tenía con la ciencia, por lo que sus investigaciones estaban colmadas de preguntas abiertas, acordes con un pensamiento propio. En su Elogio de la dificultad —conferencia en el acto en que se le confirió el doctorado Honoris Causa en la Universidad del Valle en 1980, publicada en 1994 por la Fundación Estanislao Zuleta— dejaba establecido su rechazo al autoritarismo en el conocimiento: “No se puede respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una crítica, válida también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento del otro solo puede ser error o mala fe; y el hecho mismo de su diferencia con nuestra verdad es prueba contundente de su falsedad, sin que se requiera ninguna otra”.
De ahí parte este pensador para formular sus planteamientos, reconociendo que “lo difícil, pero también lo esencial es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento”. E insistía: “Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades”. Atendía la palabra de intelectuales y filósofos anteriores que advertían la necesidad del pensamiento complejo para no involucionar: “…en el carnaval de miseria y derroche propio del capitalismo tardío se oye la voz de Goethe y Marx que nos convocaron a un trabajo creador, difícil, capaz de situar al individuo concreto a la altura de las conquistas de la humanidad”. La larga lucha contra el pesado lastre de la explotación y la dependencia, que muta en sus métodos, nos ha dificultado ver que lo verdadero y bello, lo estable y consolidado, es lo difícil. Y el colombiano salpicaba su oratoria con referentes de todas las culturas: “Dostoievski entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas”.
Amar a los amos y a la sensación de seguridad nos evita lo angustioso de la razón. Pasan los años y no se aprende la lección, pues creemos que con casa digna, automóvil económico y “clase media modestamente acomodada”, así sea con cadenas, resolvemos el problema de la justicia social. ¿Acaso no vemos que siguiendo esa “lógica”, después vendrá la lucha encarnizada por la mansión ostentosa, el auto lujoso y la pertenencia a la clase rica? ¿Cómo detener esa lógica basada en un tipo de cultura que a su vez está fundada en algo tan subjetivo como la idea de la felicidad? Zuleta realiza un desmontaje de este encadenamiento, que parte de la cultura, en una ponencia presentada en Medellín en 1983 —publicada en las Memorias del VI Foro Nacional de Filosofía, Universidad de Antioquia, Medellín, 1985, y publicada después como parte del libro Sobre la idealización en la vida personal y colectiva, Procultura, 1985—, y para iniciar este examen realiza un análisis del dogma, para lo cual comienza enunciando que “no se debe tener confianza en ninguna teoría demasiado global”. Por otra parte, el triunfalismo dañino crea falacias, pues nuestra causa siempre será juzgada por los buenos propósitos y la de los adversarios por sus nefastos resultados; por tanto, habremos de conocer claramente qué conjunto de convicciones constituyen principios, cuáles informaciones deben defenderse con coherencia científica y cómo no confundir con la vida la idealización propagandística, si después somos cautivos de esta como si fuera realidad.
Pensar bien y aprender a desaprender, y volverlo a hacer para adquirir conocimientos en ese aprendizaje partiendo de realidades nuevas, es un saludable ejercicio cotidiano; eso “es posible, pues, adquirir una vasta erudición sin que el pensamiento tenga prácticamente nada que ver con ello y más aún, como una defensa contra el pensamiento. Pues hay muchas maneras de neutralizar el pensamiento del otro y de inmunizarse contra él. […] Así, una educación que transmite el saber en el mismo proceso con que refuerza las resistencias al pensamiento produce uno de los logros más nefastos de nuestra civilización”. Los decisores de gustos, demandas, ocupaciones, diversiones… consideran que el “público consumidor” necesita ser “dirigido”; la falsa homogeneidad constituye un camino para anular la dimensión crítica. El pensamiento tiene muchos enemigos objetivos y subjetivos, ocultos o no declarados y llenos de prejuicios, porque la individualidad está bajo las mayores coacciones —para emplear un término de Marx— de su Historia. El psicólogo colombiano asegura que esto es así porque “los individuos se encuentran bajo la amenaza de una normalidad que es una despersonalización esquizoide, una normalidad en la cual, más que sujetos del discurso, son sujetos hablados, transmisores de discursos anónimos y más que sujetos del deseo, son ejecutantes de demandas programadas y aspiraciones codificadas con sus correspondientes signos”.
Zuleta está convencido de que en las sociedades modernas, incluso hasta en las más abiertas y liberales, se arrecian maneras de organización social opuestas a la facilitación de un debate profundo, lo cual las condenada a la restricción e inmovilización del pensamiento. La “seguridad paranoide” y la “despersonalización esquizoide” forman un corpus maniqueo y teleológico que impide el espacio normal de debate; se arriba así a la soledad y a la angustia, una plataforma para la crisis de identidad, aunque todos los días se hable de definirla. La felicidad, como “el sueño americano” o bajo aquel rótulo de las “quince hermanas” de la antigua URSS —refiriéndose a las repúblicas que constituían la Unión—, se construyó bajo referencias simbólicas, “y mientras más despersonalizadora sea la forma de vida social, más posibilidades habrá de que irrumpa la demanda de que el gran aparato —religioso, estatal, político— nos resuelva de una vez por todas el problema de quiénes somos y para dónde vamos”. Solo que la primera construcción funcionó a pesar de sus trucos; la segunda, como sabemos, fracasó. Esta contradicción solo se puede resolver bajo una real voluntad de emancipación, debatiendo críticamente las amenazas y las oportunidades que potencialmente existen en cualquier sociedad, siempre con ciencia y cultura como premisas.
II
Uno de los temas de estudio menos divulgados en América Latina y de mayor importancia, teniendo en cuenta nuestro ser romántico y con vistas a analizar ciertos resultados sociales y políticos en la región, es la “Idealización en la vida personal y colectiva”, título de una conferencia de Estanislao Zuleta —dictada en la Biblioteca Pública de Medellín en 1982 y publicada originalmente en la Revista de Extensión Cultural de la Universidad Nacional de Colombia, No. 13-14, diciembre de 1982. El tema no ha sido tratado en profundidad en América Latina y no pocas veces se estrecha tanto la distancia entre la realidad y el deseo, que todo se confunde. Tales idealizaciones, que ameritan un estudio psicológico cuando se trata del individuo, y social, si se insertan en el imaginario colectivo, merecen más atención para comprender la construcción de las subjetividades en el ideal social y político. Zuleta afirma que cualquier idealización constituye un bloqueo del pensamiento y la acción, aunque la “idealización del fin” es considerada un acicate para la lucha. Y recuerda: “Los que pensaban que vendría el reino de una verdad absoluta, construyeron organizaciones que ya tenían una verdad absoluta. Esto fue muchas veces explícito: contra la verdad de la Iglesia sólo se puede ser hereje y caer en las tinieblas exteriores; o también, ‘es mejor estar equivocado con el partido que tener la razón contra el partido’”.
La idealización se constata por la aprehensión de las imágenes y por asentar el valor de los emblemas; los pueblos tienen una ventana tan abierta a los asuntos del corazón que solo hace falta un recurso capaz de impresionarlos para establecer un mensaje eficaz en su memoria, y basta entonces reforzarlo con una propaganda constante. Una de las vías más socorridas, a veces inconsciente, para instaurar un imaginario colectivo es repetir que el porvenir se hizo presente como un “relámpago de la eternidad”. El “querer ser” se instala como ser y una imagen, a veces mítica, y otras, resultado de la selección y combinación de una serie de informaciones favorables, puede producir un efecto de absoluta realidad y vigencia; no en balde el profesor colombiano asegura: “Podemos denominar desidealización patológica al proceso que consiste en convertir el objeto bueno en malo, en lugar de relativizar al primero, situarlo en el conjunto de sus circunstancias, temporalizarlo y pensarlo; no son pocos ahora los ‘nuevos filósofos’ —en verdad más nuevos que filósofos— que tenían hace poco a Marx por el profeta de una nueva humanidad y lo tienen ahora por responsable de los campos de concentración”.
Existe como un encanto o terror con la implantación de imágenes que deciden la idealización, variable según soplen los vientos. Es patente la necesidad de ser idealizado por otro y la oferta de reciprocidad, como en las mejores historias de amor. No se trata de creer en la vida sin ilusiones, pues forman parte de la conducta humana; sin embargo, no son inmutables, y habrá de volverse a ellas de manera crítica y repasarlas: el revisionismo es una necesidad imprescindible, no un defecto. Quien se conserva “patológicamente ortodoxo” se extingue, a no ser que reciba una revelación, y hay quien la encuentra en un profeta, bien religioso o político, que generalmente adquiere un gran éxito en sectas o comunidades, pueblos y países; no pocas veces en la Historia esos profetas han provocado descomunales desastres colectivos. El propio Marx, en El dieciocho Brumario de Louis Bonaparte ha señalado esta peculiar circunstancia: “[los pueblos] en época de mal humor pusilánime, gustan dejar que los voceadores más chillones ahoguen su miedo interior”. Ese miedo y hostilidad puede proyectarse en el otro, en el diferente, en el judío, el trotskista, el apóstata, el traidor…
La palabra tiene “encanto y terror”; la fuerza de su valor simbólico relacionado con el poder decide sobre “lo prohibido, lo permitido y lo obligatorio”. A lo largo de la Historia y en determinadas circunstancias, la palabra se transformó en “discurso paranoico”, cuando el poder se sintió amenazado o débil. El pensador colombiano estudia una conducta del poder que se repite una y otra vez, especialmente en los momentos en que ese poder está en peligro: “Y cuando el poder siente que ha perdido la credibilidad, su demanda de amor se convierte en persecución y censura, o bien puede tratar de recuperarla produciendo o designando un enemigo exterior en la confrontación con el cual todos tengan que estar unidos a riesgo de la derrota, la ruina o la muerte; lo que tiene la ventaja nada despreciable de que toda diferencia interna puede hacerse aparecer como una complicidad de hecho con el enemigo externo”. Las teorías conspirativas aplicadas a judíos y masones en la Francia antisemita y católica; las acusaciones inventadas durante el macartismo en los Estados Unidos con su “cacería de brujas” ante la amenaza comunista soviética; y las denuncias hechas por Stalin en la URSS cuando se encontraba muy enfermo sobre espías asesinos y criminales, que lo querían matar en complicidad con burgueses sionistas y la CIA, constituyen ejemplos célebres.
Cuando existe plena confianza en la fuerza de las ideas auténticamente democráticas y total seguridad en el triunfo del pensamiento justo, no debe haber miedo a sus palabras; basta con saberlas usar en su justa apreciación y equilibrio para que no se conviertan en un discurso de distorsión patológica. Zuleta devela que “toda ideología investida como discurso primordial que contiene en principio respuestas para todo, no puede ser cuestionada porque ello generaría una verdadera crisis de identidad en sus adherentes y estos prefieren concebir la palabra que los interroga como una simple máscara detrás de la cual se oculta el rostro verdadero de intereses e intenciones inconfesables”. El psicólogo da por sentado que tal posición se asienta en todo ser humano y sociedad, y no pertenece a ninguna ideología determinada. Y concluye su análisis sobre la idealización en la vida personal y colectiva: “Si resulta tan difícil combatir la explotación, la dominación y la escandalosa desigualdad, ello se debe desde luego, por una parte, a la resistencia de los explotadores y a su poderío económico, ideológico y militar; pero también, por otra parte a la dificultad de construir un espacio social y legal (ya que la ley no es superable y el sueño de superarla es una regresión infantil) en el que puede afirmarse la diferencia y la controversia y producirse un acuerdo real, es decir relativo, revisable, modificable, en lugar de buscar una comunión de las almas. Reconocer que nunca se podrá escapar del todo a las peripecias de la idealización es ya una manera de evitar la tentación trágica de tratar de encarnarla en la realidad”. Pero resulta imposible pretender que todo el mundo tenga la misma idealización.
La idealización entre algunos sectores religiosos y políticos ha tomado un auge considerable después de estas palabras de los años 80 del siglo XX. Los propósitos de fundamentalistas y autoritarios siguen siendo los mismos: la dominación. Hoy las encarnaciones en determinados discursos de líderes de uno y otro campo llegan a un estado de locura visible, ridículamente patológico. La ciencia y la cultura han perdido influencia porque no pocos empoderados recientes consideran que su acción en los individuos y en las sociedades representa solo un gasto —algunos están convencidos de que casi innecesario, aunque no lo declaren—, y no una imprescindible inversión y una necesidad cotidiana de cualquier desarrollo. El antídoto es crear todas las condiciones para transparentar lo demostrable por la ciencia, independientemente de criterios y opiniones convivientes; solo puede ser eficaz este procedimiento si en esa lucha de todos los días involucramos de manera directa a los actores principales de la ciencia y la cultura para afianzar los símbolos verdaderos de la realidad y ubicar al deseo diverso en su justa dimensión y lugar, ojalá que con el mejor de los legados. Parece que se impone estudiar con mayor actualización y rigor, por dónde va ahora la herencia de Freud y Marx en la construcción de subjetividades que afiancen a sociedades más emancipadas.
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