“Regresar a Gibara es una necesidad”


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(Foto: cortesía del entrevistado)

 

 

Armando Capó (Gibara, 1979) siente una gran pasión por su ciudad. Nacido en esta pequeña urbe al norte de Holguín, este director se siente en deuda con “el lugar en el que tan bien se está”, citando el verso de Eliseo Diego.

Ahora, justo después de que su ópera prima, Agosto, realizó un amplio recorrido por festivales y muestras internacionales y tuvo una corta exhibición en salas nacionales (debido a la COVID-19), Capó se da a la tarea de realizar un documental que es una especie de viaje a la semilla.

Con La tierra de la ballena, producción del Icaic, el realizador se acerca a personajes de su Gibara y los muestra como parte de la historia de este lugar. De primer momento, encuentro casi un propósito antropológico en esta búsqueda de las esencias y este acercamiento a un sitio que ha sido testigo del cine cubano desde que Humberto Solás lo encontrara y filmara en él algunas escenas de Lucía (1968).

Sobran los motivos para que Gibara sea ese espacio para el cine, lugar donde se desarrolla lo que comenzó Solás como Festival de Cine Pobre y ahora es el Festival Internacional de Cine de Gibara (FIC Gibara).

Este breve diálogo de Capó con Cubacine es un intento por desentrañar la intención del realizador a la hora de asumir su rol.

¿Qué es, qué significa ser gibareño?

Es un poco díficil de explicar. Porque va a depender siempre de donde te acerques. Desde la distancia, la crítica, la nostalgia, el regreso, la pena o el desamor. Yo soy gibareño, y decirlo de esa manera implica un orgullo que no necesariamente está justificado. La historia de Gibara es también la de muchas otras pequeñas ciudades junto al mar que vivieron un momento de gloria y ahora queda el recuerdo de los mejores tiempos. Ese momento de gloria economica dejó un importante movimiento cultural. Pero el orgullo de los gibareños se explica casi con la presencia de una Estatua de la Libertad y una inscripción en ella: GIBARA TIENE UNA ESTATUA DE LA LIBERTAD PORQUE SE LA MERECE. Yo amo a Gibara, con ese amor desmedido y ciego de la mayoría de sus hijos.

¿De dónde parte este interés por retratar a personalidades de Gibara? ¿Es un acercamiento casi antropológico a tus orígenes?

Este documental es un autorregalo. Como la Estatua de la Libertad que se regalaron los gibareños. Soy un privilegiado porque conozco a Antonio Lemus Nicolau, Luis Catalá Maldonado y Antonio Piferrer. Literalmente crecí con ellos. Yo me paraba en la puerta del taller de Luis y lo veía pintar. Con Lemus conversaba en la puerta de su casa y en el año 94, cuando entré a la Escuela de Arte, en vez de ir a una escuela al campo ayudé a instalar el nuevo Museo de Ciencias. Pinté bajo las indicaciones de Tony [Piferrer] los peces del fondo marino en el Museo.

Creo que cada uno de ellos es heredero de una manera de hacer arte que ya desaparece. Como la ballena jorobada que murió en el pueblo y cuyo esqueleto forma parte ahora del Museo. La ballena es un gesto desmesurado. Lemus, Catalá y Tony son desmesurados. Cada uno de ellos, desde sus intenciones y objetivos, han creado una obra que trasciende el pueblo y sus meras existencias. Mi interés es develar esa obra y entender cómo ellos son herederos de una tradición artística.

Cada uno de los tres entrevistados guarda una estrecha relación con la villa. ¿Cuál es tu vínculo con la ciudad? ¿Cómo percibes cada regreso a casa?

Regresar a Gibara es una necesidad. Todas las historias que intento contar nacen y mueren ahí. Agosto fue pensado para ser grabado en Gibara. El regresado, mi próxima película de ficción, transcurre ahí. Regresar a casa es como volver a la tierra que te hace fuerte. A la savia que te alimenta.

En tu propuesta buscas un acercamiento natural a los entrevistados. ¿En qué documentales cubanos o extranjeros encuentras referencias para la concepción de La tierra de la ballena?

El último documental que grabé fue La certeza. Y con esta película me quedé con la idea de que las propuestas estética y conceptual podían ser una camisa de fuerza. Partí con la inspiración de El sol del membrillo y El cielo gira, pero en el proceso creo que fui entrando poco a poco dentro del documental como un personaje más. No importa si les hablo a los personajes o camino con ellos, si sale el micrófono o ellos le preguntan cosas al equipo. Solo interesa que exista un fragmento de verdad y que la cámra lo registre. Toca a todo el equipo crear las condiciones para que eso suceda.

 

 


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