Rutas y Andares en el Marianao del siglo XIX. Homenaje al Dr. Eusebio Leal Spengler


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Puente de Marianao.

 Francisco Rojo García, Plano de La Habana, 1951, Detalle. 1er asentamiento.

En los cimientos del auténtico origen de la opción cultural Rutas y Andares, de su nombre y alcance social en la Habana Vieja, e incluso, de su resonancia a otros territorios del país, se encuentra el conocimiento del patrimonio cultural que atesora un territorio y en especial, la práctica de su gestión desde los diferentes contextos por el que transitan sus protagonistas, en ambas aristas: en el holístico conocimiento y en su puesta en función de los nuevos tiempos con un profundo sentido humanista, el Dr. Eusebio Leal Spengler es un Maestro sin par. A su memoria este sencillo homenaje, un asomo a lo que pudiera ser un paseo por el Marianao del siglo XIX, ciudad habanera que el próximo 3 de diciembre estará arribado a su 300 Aniversario. 

Aunque Fernando Inclán Lavastida, quien llegaría a ser el Historiador de la Ciudad de Marianao y fundador del Museo Histórico Municipal el 5 de febrero de 1960, ubica los inicios de recorridos urbanos en la temporada veraniega de 1891, con la inauguración de los deliciosos paseos en carruajes y a caballos desde la casa del rico banquero D, Julio Hidalgo, en Real (Ave 51) y Santa Lucía (calle 134), hasta Puentes Grandes o Arroyo Arenas, o si no hasta la Playa, lo cierto es que de manera espontánea andar por Los Quemados, Marianao o su playa resulta una tradición con fuerte arraigo en la centuria anterior.

Desde los albores del siglo XVIII apasionante debía ser la aproximación al torreón construido en la primera mitad del XVII en la punta más saliente de la playa de Marianao, un testimonio de la época en que corsarios y piratas ponían en peligro la tranquilidad y bienestar de los vecinos de La Habana y sus alrededores, un elemento arquitectónico que, de haber mantenido su integridad, hubiera servido a los marianenses para lucir con orgullo un exponente del sistema de fortificaciones declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1982, o, siguiendo el eje temático del patrimonio militaren el caserío de Marianao, emocionante debía ser andar en busca de evidencias de la batería de tres cañones “con la que estúvose hostilizando constantemente el enemigo durante la Toma de La Habana por los ingleses a finales de junio de 1762”, sitio histórico legitimado por el accionar del Regidor Chacón, cuyo reconocimiento por el Cabildo de La Habana en sesión de agosto de 1762, revela en esta localidad una especie de paralelo a la gesta de Pepe Antonio en Guanabacoa.

Motivadora, en la segunda mitad de aquel siglo sería el hecho de conocer no solo a los primeros vecinos y sus propiedades, sino también el poder distinguir el lugar en el que tuvo origen oficial el asentamiento que inscribió a Marianao en la historia del urbanismo habanero el 3 de diciembre de 1720, el llamado “Quemados Viejo”, sitio que Ramón Díaz, en “Datos Históricos de Marianao” (1927), ubica en el crucero del camino de Vuelta Abajo y el camino de la Costa, en el barrio de Curazao, descrito con posterioridad por la intercepción del Callejón del General Montalvo y la Calzada Real o Calzada de Marianao. En este sitio estaría la iglesia, centro modelador de la cultura hispanoamericana durante el período colonial. 

De modo que, al arribar el siglo XIX, cuenta Marianao con hitos importantes en su historia cultural, signos de filiación militar y religiosa, ambos de profundo amor patrio por la localidad. Dos nuevos bienes se integran a un recorrido por Marianao en el primer cuarto de esta centuria, el primero de ellos, de carácter civil, el segundo, tan directamente ligado a la cotidianidad de sus habitantes que pronto definió la imagen del espacio urbano. En relación con el primero dice Jacobo de la Pezuela: “No hay en este pueblo edificios ni construcción alguna de importancia, como no sea su hermoso puente, en el cual la modestia de la autoridad que determinó su construcción y la del ingeniero que la ejecutó, no dejaron siquiera una inscripción que recordara su nombre al transeúnte”.

¿Reclama Pezuela añadir a la obra una “construcción conmemorativa”, en términos contemporáneos? ¿Una tarja en la que conste, como en toda obra-documento, el comitente, el nombre del autor y fecha de realización? La respuesta, en una especie de promotor cultural o guía del recorrido la ofrece Inclán Lavastida en 1943: “En 1827, como el tráfico habíase intensificado en la Calzada se acordó por el Real Consulado la construcción de un puente sobre el río Marianao, dirigida la obra por el Ingeniero Latosser”, y con pleno entusiasmo, orgullo y satisfacción, agrega siguiendo a Pezuela: “Este puente, que es de sillería de una longitud de 284 varas y de quince en su mayor anchura, y el que separa al pueblo de Marianao del barrio de Lisa, llegó a ser en aquella época el mejor de Cuba y aún  hoy, por su solidez y extensión, constituye uno de los más notables de la Isla”. Podría ser considerado Premio de la Ingeniería Civil en su momento. ¿Sería este la versión marianense del puente de Bacunayagua?

No ha de sorprendernos la comparación cuando el propio Pezuela apunta en 1866: “hasta hace pocos años era el mejor de la Isla, y aun hoy no cede en mérito a los que cruzan las márgenes del San Juan y el Yumurí, en Matanzas, ni a los de Alcoy y de Velázquez, en Luyanó y en Puentes Grandes”. La novedad del uso de los semiarcos, según la técnica del austriaco Josef Melan en el puente de Bacunayagua, finalizando la primera mitad del XX, encuentra paralelo con el “arco ojívico de sillería” al que con novedad se refiere Pezuela en el caso del Puente de Marianao. Ante la ausencia del hermoso valle Yurumí describe el geógrafo e historiador decimonónico: “Desde el mismo puente se descubre mejor que desde otro punto alguno el paisaje de la pintoresca población de Marianao, que es un conjunto de unas 100 quintas o viviendas de recreo, que entre árboles frutales y jardines por derecha e izquierda, se alinean en una sola calle por ambas orillas del camino de la capital”.

El segundo de los bienes patrimoniales referido es la Fuente del Pocito, construcción habilitada para que los vecinos pudieran hacer uso de las aguas del manantial encontrado en los terrenos de doña Beatriz Navarrete en las cercanías del río en 1830. Por su connotación social resulta loable emplear los términos de Pezuela para su presentación: “El objeto de curiosidad pública más notable, es el manantial llamado Pocito, que es una modesta fuente de mampostería en tres surtidores de metal que proveen al vecindario de un agua delgada y muy medicinal para males del estómago y del tubo digestivo”. Cómodo en la costumbre de su época, de acompañar las obras arquitectónicas y artísticas de una tarja en la constante el nombre y cargo de sus protagonistas, refiere en su libro: “Sobre la pared de donde se destacan los referidos surtidores, se lee la siguiente inscripción”:

REINANDO LA MAJESTAD

DEL SEÑOR DON FERNANDO VII (Q. D. G.)

Y GOBERNANDO LA ISLA

EL EXCMO. SEÑOR DON FRANCISCO DIONISIO VIVES

EL SEÑOR DON JOSÉ MARIA CALVO ALCALDE DE 1ª ELECCIÓN DE LA HABANA

CON EL AUXILIO DEL REAL CONSULADO

Y ALGUNOS VECINOS, CONSTRUYÓ ESTA FUENTE

JULIO 2 DE 1832 DON ANTONIO TORSAL DIRIGIÓ LA OBRA

Y GRABÓ.

Pero desbordando los paradigmas del patrimonio histórico y arquitectónico podrían las Rutas y Andares marianenses partir de tres recorridos: el de Los Quemados con el primigenio caserío de Curazao, Cabeza del Partido Judicial, donde junto a la Iglesia Parroquial y la casa de recreo del Conde de Fernandina, se interesaría el viajero en descubrir la morada del médico, el inmueble destinado a la botica y la sede de la escuela de primeras letras entre los 50 edificios regulares que ocupaban el área en 1846, o las escuelas de varones y la de hembras que de forma gratuita sostenían los fondos municipales en 1858.

El segundo recorrido sería por Marianao, el “risueño pueblecito, suavemente refrescado siempre por el terral o por la brisa” al que entre mayo y octubre se aproximaban los vecinos-turistas huyendo del rigor de otras localidades más ardientes, un punto de partida para visitar el abandonado torreón que sirvió de vigía para detectar a piratas y contrabandistas, visitar la playa, o descubrir los progresos de un lugar en continua consolidación de su paisaje arquitectónico entre 1847 y 1862, apenas unos 15 años en los que de un total de 51 casas de mampostería, la mayor parte de recreo, se llega a una cifra de  234; y, en el caso de las de madera, de 28 a unas 325 de tabla y teja, manteniendo, posiblemente en calidad de exponentes de la arquitectura vernácula, las 22 de embarrado y guano existentes en 1847.

Cierto que no contaba Marianao con una iglesia parroquial en el que cumplir con la Fe, pero en su lugar poseía una ermita al que asistía el párroco los fines de semana y días de fiesta, y, además de una escuela de primeras letras, ofrecía una red comercial integrada por dos tiendas de ropa, cinco mixtas, una panadería, una fonda, un café-billar, dos zapaterías y una tabaquería. El punto culminante de esta ruta sería la Glorieta, inaugurada el 24 de junio de 1848 en la intercepción de las calles Real (Ave 51)y Torrecilla Calle 126), a la que se le habilitó un escenario para las artes dramáticas a partir del 2 de octubre de 1851 o, en su lugar, a partir del 17 de junio de 1858, el Teatro Concha. 

El tercer recorrido tiene que ver con los barrios Coco Solo y El Pocito, ubicados a ambos lados de la Calzada Real, el primero de ellos con centro en la Fuente del Pocito y los baños ubicados en las márgenes del río Marianao; el segundo, en lenta urbanización por encontrarse en ella la Estancia del Padre Zamora y los Terrenos de la Campa. 

Si bien para entonces se trata de tres espacios con entidades diferentes, la conexión entre uno y otro es tan obvia que le permite a Jacobo de la Pezuela indicar acerca de Marianao en 1858: es “esta población creciente y llamada por el movimiento que se advierte a ser una prolongación de la misma Habana, cuando su caserío se reúna por el E. con el de los Quemados, y llegue este a juntarse con el Puentes Grandes, tan próximo por Mordazo al del Cerro que ya es un barrio de la capital”. Autenticidad patrimonial existe por doquier, basta para ello el prisma con el que se le apropie. El reconocimiento de los valores que sobre las monturas de Antonio Maceo hace Eusebio Leal es, desde este sentido una verdadera lección en la comprensión y defensa del Patrimonio cultural. Se ha marchado el educador, ante nosotros han quedado sus valiosas lecciones.

¡Gracias Maestro! 


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