Siempre deslumbrante la presencia del Circo


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Foto de Portada:Tomada de la página oficial del Circo Nacional de Cuba.

Durante todo el mes de junio se está celebrando el aniversario 53 del Circo Nacional de Cuba. A través de las redes y los distintos espacios virtuales el Ministerio de Cultura ha promovido charlas, conferencias y encuentros para destacar la relevancia cultural que entre nosotros tienen las actividades circenses como parte de nuestra identidad.

Sospecho que la televisión ha sido el único medio que no ha ocupado mucho espacio para celebrar a la Escuela Cubana de Circo y su consolidado prestigio internacional a través de eventos como el conocido Circuba. Tal vez sea preciso estrechar más las relaciones institucionales y de colaboración entre el ICRT y el Centro Nacional de Artes Escénicas que en estas jornadas de celebración ha tenido una participación muy efectiva, por otra parte ha instaurado el Premio Nacional de Circo que en su primera entrega le fue otorgado a Heriberto Arias Suárez, Masuko, un hombre humilde que de empleado de carpa en 1952, por amor y dedicación absoluta, se convierte en maestro del arte circense. El otro galardonado fue el Reinaldo Hernández Padrón, el Chino, quien forma parte de la tercera generación de la Familia Montalvo y es el último sobreviviente de esa estirpe en su concepto originario, este ilustre cirquero está en la memoria de muchos por su Trapecio o vuelo de pájaros en la carpa de Los Hermanos Montalvo.

Por nostalgia sabrosa en estos días he visto una de las joyas de nuestra cinematografía, me refiero al Noticiero ICAIC realizado por Santiago Álvarez;  y, el número 89 de 1962 está dedicado al Circo nuestro, donde se muestra el latir de la vida en la carpa.

Personalmente tengo un afecto especial por las artes circenses. Desde muy niño recuerdo que en mi casa había una esmerada devoción por el Circo porque mis padres se conocieron precisamente en uno que visitaba el pueblo donde nací. Así es que la llegada del circo era una fiesta que empezaba por mi misma casa.

Ahora bien lo que más me alborotaba con la llegada de un circo era el levantamiento de la carpa y las carpitas que se armaban detrás de la gran carpa donde estaban las cosas y la gente del circo: magos, acróbatas, saltimbanquis, trapecistas, prestidigitadores, comecandelas, funambuleros, los payasos y los domadores que traían sus animales en jaulas encaramadas en los carros que parqueaban detrás del tinglado de lonas y palos de la gran carpa: los monos, los leones, los elefantes, las jirafas…, en realidad no sé si había jirafas en los circos de mi  infancia, creo que no, me parece que no he visto una sola jirafa en mi vida a no ser en los libros. Bueno, no sé. De todas formas fisgonear por la parte de atrás del circo era alimento para después inventar historias sobre lo que se hacía en las funciones por la noche.

Hay que decir que los artistas circenses entonces podían estar donde ningún otro artista; ni teatro ni danza ni ballet ni música que no fuera de caballitos llegaba a los rincones más apartados de la isla. Pero el circo sí, y siempre volvía como una visitación mágica para todos.

La primera noticia documentada que tenemos de las actividades circenses está en el Papel Periódico de La Habana de 1792, donde se invitaba a disfrutar del volatinero Turán.

Así es que desde finales del siglo XVIII ya teníamos gente dedicada a las cosas del circo, hubo maromeros, payasos, titiriteros, incluso hay que destacar que además de participar sobre todo en los festejos del Corpus Cristi visitaban, para divertir, las casas de la aristocracia de aquellos tiempos.

No es hasta el siglo XIX que sucede la entronización de las actividades circenses. En uno de los tantos solares de La Habana de entonces se plantó el clásico tinglado de lona y madera y se armó el circo, fue un catalán quien lo inició y luego de haber sido Circo Ecuestre se convirtió en Circo Cuba.

El 21 de septiembre de 1800 en el Campo de Marte sucede nuestro primer circo hecho y derecho. Y las funciones de variedades del circo empezaron a prender en el gusto popular y hubo una simbiosis entre la espectacularidad del circo y la del teatro llamado vernáculo.

Ese mismo año de 1800 nuestro caricato mayor, don Francisco Covarrubias se presenta a propósito de una solicitud del Circo del Campo de Marte que buscaba figuras para sus producciones;  y, el 2 de noviembre debuta como cómico artista aficionado; a él le debemos, entre  otras fundaciones, el payaso cubano que no se parece a ningún otro.

En el memorable homenaje que se le dio en 1847 en el Circo Habanero, ya muy enfermo, recita estas décimas suyas:

En un circo de Marte

En el campo se formó,

Mi carrera principió

En el dramático arte:

  Ya de ella en la última parte

A otro nuevo circo paso,

Y esto que parece ocaso,

Será. –el Destino intente

Que en un circo sea mi oriente

Y en otro circo  mi ocaso.

Covarrubias se despide de la escena en aquel Circo Habanero donde luego se levantó el historiado Teatro Villanueva que muchos consideran Circo Teatro Villanueva pues ambas expresiones escénicas parten de un mismo tronco de raíz popular también en aquel memorable espacio de la ciudad.

Veamos cómo los dispositivos del azar dirigen sus flechas en aparentes direcciones divergentes pero luego van a coincidir en una misma causalidad. Resulta que la hija del dueño del Circo Habanero era la esposa de Rafael María de Mendive. Recordemos que la noche de los sangrientos sucesos del Villanueva el adolescente Martí se encontraba de visita en Prado 88 pues la esposa de su mentor y maestro estaba de parto.  Aquella aciaga noche se convirtió en poesía al formar parte de los Versos Sencillos de nuestro Apóstol.  Además no dejemos de decir que fue esa noche la víspera de la aparición del único numero del periódico La Patria Libre donde estaba el poema dramático Abdala con una precisa indicación: “Escrito especialmente para la patria”, texto literario con propuestas escénicas que signa el compromiso patriótico del teatro cubano.

Como todo acontecimiento social el circo entre nosotros también tienes sus memorias y fundaciones trocadas y trucadas por la imaginación y la invención popular en el anecdotario de la cotidianidad.

El circo Pubillones cada año por diciembre subarrendaba el viejo teatro Payret para presentar su fastuoso espectáculo con artistas de todas partes del mundo. Pablo Santos y Jesús Artigas tenían arrendado el Payret pues eran empresarios del jugoso negocio del cine. Pero en 1915 el irascible Jesús Artigas pidió a Pubillones un palco para invitar a un amigo y resultó que le fue negada su petición. “Pues dígale al señor Pubillones que el año próximo Santos y Artigas tendrá su propio circo.” Y no hubo forma de hacerlo desistir de su propósito. En un año el circo Santos y Artigas se hizo realidad constante y sonante.

El 17 de noviembre de 1916 con una cabalgata que recorrió el centro de La Habana se inauguró el circo Santos y Artigas. Se inició el declive de la empresa de Antonio Pubillones o “Los caballitos de Pubillones” como le decían al circo que pudo durar hasta 1923 mientras el Santos y Artigas se convirtió, con su carpa en la esquina de Infanta y San Lázaro, en uno de los circos más vigorosos de cuantos hayamos tenido.

También en la era republicana contamos entre otros con el circo de los Hermanos Montalvo, el Morales todos han tenido una fundación mítica y una permanencia caudalosa en la memoria del pueblo, incluso hasta solo por referencias.

Hay un paralelismo en el origen del Santos y Artigas y el Montalvo: el primero tuvo un inicio cómodo y a la vez motivado por una soberbia, mientras el de los Hermanos Montalvo pertenece a una familia que tuvo una madre esclava de donde nació la estirpe de varias generaciones que han llegado hasta hoy dedicadas al arte circense.

Al triunfo de la Revolución en febrero de 1962 en la Plaza del Vapor, donde hoy está el Parque El Curita entre las habaneras calles de Reina, Galiano, Águila y Dragones se plantó el Circo Nacional INIT que fue conocido como el Primer Circo Socialista de América. Luego el 6 de junio de 1968 se institucionalizan las actividades circenses,  aunque ya contábamos con una pródiga presencia del circo girando por todo el país, pero es el 6 de junio del 68 cuando se toma como fecha de celebración del Circo Nacional de Cuba.

Memorable fue el arribo a Cuba del Circo Soviético que tuvo funciones en la Ciudad Deportiva en los primeros años de los sesenta, en plena Crisis de Octubre, con el circo llegó el célebre payaso Oleg Popov. También nos visitó el Circo Nacional de China portador de una tradición milenaria. Estos colectivos incentivaron el afán por desarrollar las prácticas escénicas circenses entre nosotros.

El circo no debe ser tratado como un subproducto del teatro ni debe estar vincularlo al espectáculo de variedades donde suele caber la liquidez, la fatuidad, la ligereza y hasta el poco esfuerzo profesional y estético.

La teatralidad del circo está soportada por el juego escénico donde el espectador es sometido a una tonificación de la imaginación para auscultar la fantástica ilusión que llega no por la representación de algo sino por la presentación de los mismos performers en cuerpo y alma, porque no hay en el circo personajes montados haciendo esfuerzos por mostrar una determinada realidad.

En el circo no hay personajes, la mímesis no existe, no se necesita hacer parecer sino que se es y punto.

Un espectáculo de circo es el esplendor de la ilusión a través de  desbordadas expresiones corporales; en la puesta en escena el artificio no es parodia ni simulacro, cada dispositivo escénico es parte constituyente de una dramaturgia que no puede ser discernida a través de otras mecánicas que no sean las de la intención, realización y reacción propias de lo circense.

El circo es teatro, danza, ballet, música. Un artista circense es un performers, su actuación está sostenida por una rigurosísima expresión corporal, puede formar parte del más ortodoxo posdrama.

El circo es un teatro artísticamente independiente porque en realidad se trata de un teatro que hace un espléndido viraje performativo donde no podemos hablar de autores dramáticos ni de coreógrafos escénicos tampoco de bailarines.

El circo es el escenario de performers con un modelo de creación autónomo en tanto son poseedores de sus propios cuerpos como artistas-expuestos y no como actores-intérpretes.

La performatividad es “un amplio espectro o continuum de acciones humanas que van desde lo ritual, el juego, los deportes, el entretenimiento popular, las artes escénicas (teatro, danza, música), y las acciones de la vida cotidiana, hasta la representación de roles […] La noción fundamental es que cualquier acción que esté enmarcada, presentada, resaltada o expuesta es performativa.” (R. Schechner).

El concepto de performatividad ha reformulado al teatro; al transformarse la teatralidad el circo por su artisticidad, esteticidad y ludicidad forma parte un praxis escénica que antes hubiéramos considerado fuera del ámbito teatral.

 


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