Taller de Crítica Cinematográfica de Camagüey: juicio y buen cine


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Armando Pérez Padrón, Luciano Castillo y Jorge Santos Caballero

El Taller Nacional de Crítica Cinematográfica surge en Camagüey en marzo de 1993 por iniciativa de los críticos de cine Juan Antonio García Borrero, Luciano Castillo y Armando Pérez Padrón —entonces director del Centro Provincial de Cine, quien además dirigió las primeras quince ediciones del evento y ha sido el coordinador general de las otras diez realizadas, asesorados —como integrantes del equipo organizativo— por Luis Álvarez Álvarez y Olga García Yero. En principio, el taller se ideó como una necesidad de confrontación entre el incipiente ejercicio del criterio fílmico en la provincia y el trabajo del resto de la crítica en Cuba, en consecuencia, pensado como experiencia única. Pero la magnitud en su desarrollo, manifiesto de la avidez por la reflexión y el debate sobre la evolución del cine cubano y universal, sus retos y otros aspectos, junto a la respuesta del público, pues en apenas cuatro días asistieron 13 925 espectadores, fueron causas esenciales de la decisión de darle continuidad al evento, lo que se plasmó en la declaración emitida por los asistentes a aquel primer encuentro:

Una representación de críticos y periodistas cinematográficos de varias provincias del país nos hemos reunido en la ciudad de Camagüey, entre el 4 y 7 de marzo de 1993, para celebrar el Primer Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica.

Este evento nos ha propiciado al fin una oportunidad largamente esperada, la de conocernos e intercambiar experiencias sobre una labor que cuenta con una trayectoria en la historia cultural de nuestro país y de la que hoy somos continuadores, tanto en la promoción como en el estudio de un arte cuyo centenario festejaremos próximamente.

Presentes hemos estado en este taller críticos y periodistas de cine de distintas generaciones, así como quienes, aún en proceso de formación, aspiran a ejercer la profesión. Juntos hemos compartido días de intensa actividad, de discusiones y debates, de planes y proyectos, y juntos esperamos que esta reunión, que precede la próxima constitución oficial de la sección nacional en Cuba de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica, represente un nuevo impulso para el desarrollo de la crítica de cine en Cuba.

El Primer Taller Nacional de Crítica Cinematográfica no debe quedar como un suceso cultural aislado; la importancia del cine como medio de expresión artística, de formación cultural y de conciencia social, valores que justamente corresponden a la crítica enjuiciar y resaltar, merita que se le asegure una continuidad y trascendencia, en la medida que lo posibiliten las difíciles circunstancias por las que atraviesa el país.

Es por ello que, a la vez que agradecemos al Centro del Cine y al Sectorial Provincial de Cultura de Camagüey su feliz iniciativa de convocarnos a este evento, y la eficacia con que han sido capaces de organizarlo, los exhortamos a que, en coordinación con las instancias gubernamentales respectivas, brindando su imprescindible aporte, se sostengan sistemáticamente en el futuro otros encuentros de esta naturaleza.

Camagüey, 7 de marzo de 1993, año 35 de la Revolución[1].

De manera que, a partir de entonces, cada marzo convirtió a Camagüey en la capital del cine en Cuba, con apoyo decisivo de instituciones como el Ministerio de Cultura, el ICAIC, la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños (EICTV), la Universidad Veracruzana, la Alianza Francesa y las embajadas de México y España.

Dentro del espectro de la crítica nacional, el encuentro ha contado con lo más significativo del gremio en todo el país, con figuras de gran relieve como Carlos Galiano, Antonio Masón Robau, Walfredo Piñera, Raúl Rodríguez, Arturo Agramonte, Frank Padrón Nodarse, Rufo Caballero, Rafael Acosta de Arriba, José Rojas Bez, Luciano Castillo, Juan Antonio García Borrero, Jorge Yglesias, Mercedes Santos Moray o Joel Del Río, así como investigadores y críticos de México, Colombia, Francia, España, Estados Unidos, Argentina, Brasil, Panamá y Uruguay, junto a distinguidas personalidades de la cultura local, entre las que se destacan escritores, críticos, periodistas, artistas de la plástica, músicos, artistas escénicos y diferentes exponentes de la vida académica de Camagüey.

Fernando Pérez García Espinosa

Fernando Pérez y Julio García Espinosa

De imprescindible valor, a partir del segundo encuentro, constituye la presencia de importantes artistas cinematográficos, entre los que se pueden mencionar a Humberto Solás, Fernando Pérez, Enrique Pineda Barnet, Armando Tomey, Pastor Vega, Enrique Molina, Luis Alberto García, Coralita Veloz, Adolfo Llauradó, Arturo Sotto, Enrique Álvarez, José Galiño, Mario Limonta, Isabel Santos, Raúl Pérez Ureta, Mirtha Ibarra, Eslinda Núñez, Manuel Herrera, Raúl Rodríguez, Aramís Acosta, Ernesto Piña, Adela Legrá, Nelson Rodríguez, Jorge Perugorría, Juan Carlos Cremata, Karel Ducasse, Ambrosio Fornet, Roberto Miqueli, Jorge Molina, Héctor Noa, Senel Paz, Tomas Piard, Verónica Lynn, Carlos Ruiz de la Tejera, Jorge Luis Sánchez, Rafael Rey, Rafael Rosales, Daniel Díaz Torres, Julio García Espinosa, Yailene Sierra o la actriz chicana Guadalupe Ontiveiro.

En este apretado resumen de la historia del taller de crítica pueden arrojar luz sobre su importancia para la cultura cubana algunas opiniones emitidas por diferentes personalidades. A propósito de la primera edición, Alfredo Guevara, entonces presidente del ICAIC, señalaba:

«He recibido detallada información del Primer Taller Nacional de Crítica Cinematográfica, recién celebrado en la ciudad de Camagüey. Pienso, al igual que los representantes del ICAIC en el evento, que sus deliberaciones y propuestas serán de gran interés y de mayor utilidad para la crítica cinematográfica en el país. Este evento, unido a la próxima constitución de la organización de la prensa cinematográfica, hacen de 1993 un año de trascendencia para nuestra crítica, lo que equivale a decir para nuestro cine»[2].

Respecto a la IX edición, Abel Prieto, entonces ministro de Cultura, expresó:

«Primero es un evento con mucho prestigio. Llegando aquí me encontré con Fernando Pérez, gran cineasta nuestro; estuve compartiendo con Julio García Espinosa y con los principales críticos del país. Indiscutiblemente es un evento que ya tiene ganado a lo largo de estos años un gran prestigio, está consolidado como el evento más importante de pensamiento sobre cine que hay en el país. Segundo, pienso que lo tenemos que aprovechar más, creo que en esta reunión hemos ido encontrando nuevas alternativas para fomentar en la población a escala masiva un pensamiento, una elaboración crítica con respecto al cine. Sabemos que el cine es el emblema por excelencia de la llamada globalización en la cultura: tenemos que luchar contra ese espectador pasivo que fomenta la globalización y tenemos que lograr que en toda la población cubana haya un sentido de crítica, de reflexión, de análisis, a la hora de evaluar un producto audiovisual, a la hora de evaluar una película, sea cubana, sea extranjera, sea de donde sea. A mí me parece que han hecho un trabajo extraordinario estos compañeros. Lo crearon en medio del período especial, en las peores condiciones, se han mantenido anualmente, reuniéndose, trabajando, promoviendo la apreciación del cine, el espíritu del 93. Fue una especie de protesta de Baraguá de la cultura cubana. Lo tienen que mantener. A mí me parece que merecen una gran felicitación, y pienso que el Ministerio de Cultura y el ICAIC tienen que apoyar decididamente este evento»[3].

Julio García Espinosa, a quien el autor de estas líneas solicitó una opinión general, concluyó al respecto:

Mi estimado Armandito:

El Taller de Crítica Cinematográfica de Camagüey bien puede considerarse como un importante hito en nuestra cultura. Hubo una vez en que la reflexión cinematográfica descansaba prácticamente en los propios cineastas. Una nueva generación de críticos, entre los que se destaca Juan Antonio García Borrero, emergió con rigor, audacia y amplia mirada a las turbulentas aguas de nuestro cine. Promover, como tú lo hiciste, todo un movimiento encaminado a unir, no a enfrentar, a críticos y cineastas, permitió que al fin se diera una relación adulta entre nosotros y un pensamiento más contemporáneo en nuestro séptimo arte. Fue hermoso, estimulante, enriquecedor, que se diera en Camagüey, es decir, en provincia, poniendo en evidencia la necesidad de descentralizar la cultura, de abrir puertas y ventanas por todo el país. El Taller de Crítica Cinematográfica de Camagüey es un ejemplo de lo mucho que se gana cuando el aire sopla desde la diversidad y desde la utopía que no cesa[4].

Otro aspecto importante es que ha servido de estímulo y modelo para la creación de espacios similares. En este sentido se pronunciaba Antonio Mazón Robau, uno de los críticos fundadores.

«El taller cinematográfico de Camagüey, es importante decirlo, creó pautas que luego serán seguidas por otras provincias, surgiendo sucesivamente, con su perfil propio, una serie de eventos que enriquecerían el panorama cinematográfico del país. De ahí que podamos calificarlo como el evento más importante de su tipo. Los profesionales cubanos del cine no seríamos los mismos sin la existencia de ese trascendental evento»[5].

Este punto de vista es compartido por otras personas. Juan Ramírez, especialista de cine de Granma y presidente de la UNEAC de esa provincia, afirmó: «Considero que el evento de Camagüey ha sido punto de partida para eventos posteriores. Esto no tiene discusión»[6]. La misma idea es apuntada por Raquel Barba, directora del Centro Provincial de Cine de Ciego de Ávila por varios años, provincia en la que se realizaban dos eventos de cine:

«Considero además que la paternidad de todos los eventos provinciales, aunque se identifiquen por diferentes matices, corresponde al taller de crítica camagüeyano, al tener como eje un mismo objetivo; su despertar y creación hace más de una década surgió luego de los espacios tenidos en Camagüey. Es responsable entonces la audacia expresada por los camagüeyanos por el avance en las provincias en la elevación del gusto estético y en la contribución a una mejor interpretación del séptimo arte»[7].

Un cineasta de la talla de Fernando Pérez ha dado una opinión entusiasta y altamente valorativa sobre la significación general del taller:

«Considero que el Taller de Crítica de Camagüey es el evento cinematográfico cubano más importante después del Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano. De sus encuentros han surgido reflexiones sobre nuestro cine, y el cine que han contribuido a complejizar la dinámica de nuestro pensamiento, tanto de críticos como de cineastas. Y creo además que todo esto se ha logrado justamente porque Camagüey es la sede, donde el trabajo coherente, audaz y creativo de la Dirección Provincial de Cine ha logrado nuclear talentos propios que generan y aseguran una búsqueda constante, inquieta y enriquecedora. El Taller de Crítica de Camagüey es —para mí, para muchos— un espacio imprescindible para pensar y desarrollar los horizontes de nuestra cinematografía: un aporte a la cultura nacional»[8].

Por su parte, el crítico Frank Padrón, uno de los fundadores y participantes en todas las ediciones, apuntó al respecto:

«El Taller de Crítica de Camagüey es de esos eventos que tiene el nombre bien puesto, ha sido forja, aula, modelo, ha sido una constante enseñanza para todos los que hemos participado en sus ediciones, ha sido fruto y raíz de la crítica en estos fructíferos años. He participado y participo en muchos eventos semejantes a lo largo y ancho del país, pero considero sinceramente que pocos han logrado los frutos que en esta década va dejando y deja el Taller de Crítica Cinematográfica de Camagüey, que más que un taller es una escuela»[9].

En tanto Carlos Galiano expresaba algo que es fundamental para comprender la jerarquía del conclave como institución de la cultura cubana:

«Creo que, sin pecar de excesivos, podemos considerar el Taller de Crítica Cinematográfica celebrado en Camagüey no solo como el más importante evento teórico en la historia de su especialidad en nuestro país, sino también como una de las más significativas experiencias de reflexión y confrontación en el terreno de la crítica artística cubana en general. El nacimiento prácticamente simultáneo de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica y el Taller Nacional de Crítica marcó un momento único en la búsqueda de una identidad propia también de nuestra crítica, pues no solo al arte toca tal empeño. Más allá de la participación en encuestas y en la conformación de jurados, de la variedad de modalidades de expresión, del medio de comunicación empleado, de tendencias o individualidades, la crítica y la prensa cinematográficas cubanas adquirieron en Camagüey una conciencia hasta entonces inédita desde mi punto de vista sobre su función cultural y social en el contexto de una realidad singular, en lo que se refiere tanto a los objetivos como a las condiciones de la exhibición y promoción del cine. Nunca fuimos más independientes de las escuelas y modas de la crítica de cine foránea, nunca fuimos más auténticos en nuestro quehacer, nunca fuimos más creativos en cuanto a la organización de una red de eventos provinciales que, inspirados en el Taller Nacional, hicieron posible que se viera y discutiera sobre buen cine de un extremo a otro del país. Ojalá que nunca tampoco perdamos esa brújula[10]».

A más de un cuarto de siglo del proceso de fundación del Taller Nacional de Crítica Cinematográfica de Camagüey es posible precisar un grupo de elementos que pueden brindar claridad y dejar constancia histórica del lugar que ocupa este modesto espacio dentro del espectro de la cultura nacional. Ante todo, es preciso subrayar que se creó y convocó inicialmente por una única vez, y los resultados alcanzados en ese 1993 y la voluntad de los participantes y organizadores lo convirtieron en un suceso cultural auténtico, legitimado por artistas, especialistas del medio y espectadores.

El centenario del cinematógrafo dio pie a que en la década del noventa se valoraran los aportes de movimientos y escuelas que han marcado pautas y épocas, estilos, autores, integrantes indisolubles de la historia del cine. De igual modo se abordó el análisis crítico de manifestaciones poco estudiadas por la crítica nacional, como el cine erótico y pornográfico, los festivales y la música desde y para la creación fílmica, sin descuidar la mirada crítica hacia la actualidad del séptimo arte latinoamericano, los fenómenos de la posmodernidad en el cine y en particular su situación en la era de la informática.

Las consecuencias de las nuevas tecnologías para el cine y la preservación de la identidad también fueron deliberadas con mucha fuerza, y permitieron esclarecer lo que en las postrimerías del pasado siglo se presentaba como una posibilidad de transformación, pero que algunos percibían como una amenaza.

Un aspecto de gran interés fue el referido a la relación entre los cineastas y los críticos, complementada por el análisis de los vínculos cineasta-ICAIC-crítico. Para el caso, se contó no solo con la presencia de cineastas y profesionales de la crítica, sino también con directivos del ICAIC, lo cual permitió un debate de distintiva atención. Esa confluencia ha permitido una mayor calidad y variedad en el diálogo profesional sobre la crítica de cine.

Carlos Galiano y Beningno Iglesias

Carlos Galiano y Beningno Iglesias

En las ediciones realizadas a partir de 2001 se puede distinguir una mayoría de edad del evento. Apoyado por un respaldo directo de Abel Prieto, el taller se centró en estudiar con mayor profundidad que en la década anterior la diversidad de posiciones sobre la crítica cinematográfica, sus funciones y alcance, con trabajos donde se aprecia una madurez notable, incluyendo el balance crítico integral de cineastas de gran relieve nacional e internacional, a la vez que se incorporaron conferencias de creadores cinematográficos.

De igual forma se polemizó sobre la perspectiva histórica en la crítica de cine, en particular del cine cubano, así como las diferentes evaluaciones que se habían realizado en estos talleres sobre la autoridad del crítico de cine y su interrelación —concordante o discrepante— con la recepción de la mayoría de los espectadores.

Una perspectiva nueva de este segundo período permitió reflexionar sobre el cine en el Caribe insular, lo que posibilitó publicar el texto Una mirada al cine del Caribe. Se incluyeron otros temas muy poco estudiados antes, como la relación entre cultura cinematográfica y espectador, así como el problema de la dramaturgia y la actuación en el cine cubano.

Memorias del Caribe

Del mismo modo hubo un énfasis mayor en valorar espacios institucionales del cine, como la EICTV o la fundación y primeros pasos del ICAIC en sus contextos sociales, políticos y culturales. Específicamente intenso fue el debate y análisis de la Cinemateca de Cuba en ocasión del cincuenta aniversario de la creación de esa institución.

La profundización en los estudios sobre el cine cubano de la década del setenta y las consecuencias del tristemente célebre Primer Congreso de Educación y Cultura de 1971 permitió cambiar ciertos esquemas y perspectivas históricas mal fundadas sobre la compleja década del setenta. Asimismo, tuvo un marcado interés y trascendencia el análisis sobre el cine cubano realizado en los años ochenta —tildado en su momento de populista o banal—, lo que permitió llegar a la conclusión de que el grueso de la filmografía de ese período permanece sin ser meditada cuidadosamente en su relación cabal con el contexto cultural y político de la época.

En esta etapa por primera vez apareció en el taller la perspectiva de género y el análisis de la presencia de mujeres creadoras en el audiovisual cubano, con la aguda participación de figuras como Eslinda Núñez, Marina Ochoa, Mirtha Ibarra y Verónica Lyn. Igualmente, los nuevos realizadores fueron otro asunto de gran interés, a la luz de los tiempos en que el ICAIC ha dejado de ser el único centro productor de cine del país.

La edición veinticinco no solo se propuso la mirada a un cuarto de siglo de trabajos, desvelos, aventuras y desventuras de un proyecto que sigue apostando por la importancia cultural —dígase, política e ideológica— del cine y el audiovisual todo, sino por revindicar la relevancia del ICAIC y sus principales cultores, a sesenta años de su creación, como primera institución cultural creada por la Revolución, sobre todo en momentos en que la ponderada democratización de las tecnologías pretende ignorar lo que ha significado el proyecto ICAIC para Cuba, América Latina y el tercer mundo. Junto a esto se dedicó espacio a la mirada joven del audiovisual contemporáneo, con un panel integrado por estudiantes de la Universidad de La Habana y de FAMCA, jóvenes que cuando se fundó el taller no habían nacido, pero que no solo sienten curiosidad por lo acaecido, sino que aspiran ser partícipes de espacios como este. Y no podía faltar la valoración crítica de la atención que se le brinda al audiovisual que se produce para los niños, con la triste demostración de que es el sector poblacional más desfavorecido por la mirada crítica y el pensamiento de los profesionales del gremio en nuestra nación.

El Taller Nacional de Crítica Cinematográfica de Camagüey, a lo largo de un cuarto de siglo, ha contribuido a una maduración del ejercicio crítico, lo que se evidencia en un grupo de hechos:

  • Hasta 1993, los críticos de cine trabajaban de manera individual y aislada, con pocas posibilidades para la interrelación. Fue el primer taller el espacio que motivó y creó las condiciones para la creación de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica. Desde la década del ochenta habían existido intentos de organizarla, pero nunca había pasado de la intención.
  • El taller sirvió de estímulo para la realización de eventos en otras provincias que intensificaron la promoción y apreciación cinematográfica. El taller surgió en el momento de mayor depresión económica que atravesara la nación, y como parte de la crisis la actividad cinematográfica se debilitó en todas las líneas de trabajo, sobre todo en las provincias, donde el quehacer cultural con el cine se limitaba a la mera exhibición de filmes por lo general ya vistos y en horarios reducidos al mínimo. A partir del primer taller surgieron varios eventos, que tuvieron como denominador común ofrecer opciones que de alguna manera mantuvieran viva la proyección cultural del cine, como la Semana de Cine Iberoamericana y Festival de Cine Erótico, ambos en Ciego de Ávila; Promocine y el Taller de Crítica Mario Rodríguez Alemán, en Villa Clara; Cinema Azul, en Las Tunas; Carnaval de la Imagen, en Cienfuegos; Primer Plano, en Sancti Spíritus; o Por Primera Vez, en Holguín.
  • El taller ha logrado conservar y aun publicar parte importante de la memoria crítica del período, y en particular las producciones evaluadas en el evento. En las primeras veinte ediciones se presentaron valiosos trabajos, con buena parte de lo mejor del pensamiento cultural cinematográfico de la nación, y fueron publicados en diez libros: Memorias del Primer Taller de Crítica CinematográficaMemorias del Segundo Taller de Crítica CinematográficaLos mejores años de nuestras vidasLa ciudad simbólicaRegreso a la ciudad simbólicaLa dictadura de los críticosDiez años que estremecieron la crítica, Una mirada al cine del CaribeHuellas olvidadas del cine cubano y El cine, el crítico y el espectador que vino a cenar.
  • También es una realidad absolutamente palpable —pues ya se ha hecho evidente en cada nueva edición— la contribución del taller a la interrelación mutua entre cineastas y críticos.
  • Como cuestión colateral, el taller ha permitido una transformación cultural importante en Camagüey: el incremento de la diversidad y calidad de la oferta cinematográfica a la población de la ciudad. Un total de 1 030 696 camagüeyanos pudieron disfrutar durante estas veinticinco primeras ediciones de 2 095 títulos de cinematografías de 66 naciones, filmes que, de no haber existido el taller, no hubiesen sido presentados en la provincia por diferentes razones, entre las que están la imposibilidad de adquirir sus derechos de exhibición por el país, y en la mayor parte de los casos porque son copias únicas, prestadas exclusivamente por la connotación del evento.
  • De igual forma, es fruto del espacio el estímulo a la superación profesional, las investigaciones y la proyección de funcionarios y especialistas del Centro de Cine, así como de instituciones colaboradoras. Los fundadores y organizadores del evento en Camagüey, además de incorporarse como profesores en la filial de la Universidad de las Artes en Camagüey y otras universidades del país, han impartido charlas, clases y conferencias en Estados Unidos, Argentina, Colombia, Brasil, Canadá, México, Bolivia, Perú, Francia, Corea del Sur y España. Igualmente se han incrementado las publicaciones de especialistas camagüeyanos sobre cine. A la par, resalta la creación, de conjunto con la Universidad de Camagüey, de la Cátedra de Estudios Audiovisuales Tomás Gutiérrez Alea, de la Oficina Permanente del Taller de Crítica, así como de un espacio de extensión universitaria de la Universidad de las Artes para presentar y debatir obras cinematográficas de gran relieve.

No quiero concluir este acercamiento a la historia del Taller Nacional de Crítica Cinematográfica sin agradecer a las diferentes instituciones que han contribuido a la publicación de memorias y otros trabajos sobre estas primeras veinticinco ediciones del evento. A saber: Cinemateca de Cuba, ICAIC, Universidad VeracruzanaEditorial Ácana, Editorial Oriente, Revista SIC, Oficina del Historiador de la Ciudad, y en especial a su editorial El Lugareño: las gracias a sus directivos y equipos de trabajo por brindar sus espacios para reconocer este primer cuarto de siglo del evento.

Valga señalar entonces que el objetivo básico de este texto y otros de mayor envergadura es la preservación de la memoria de este espacio de resistencia cultural, que por derecho propio forma parte ya de la historia del cine cubano, y por qué no, de la cultura toda, si además de ello, sirve de estímulo para la realización de investigaciones similares sobre otros eventos de cine y crítica de cine que se realizan a lo largo del país. A la sazón, los resultados de esas investigaciones permitirían acopiar datos para, en un momento dado, apoyar la realización de una historia del pensamiento cinematográfico en Cuba. El valor e importancia de un estudio nacional que abarque todo el país en una etapa determinada de nuestra historia cultural sería de enorme utilidad para la formación de especialistas en comunicación audiovisual, así como para avanzar en la imprescindible elaboración de una historia de la cultura en Cuba en el siglo XX. Ello sería un formidable complemento para obras de la magnitud de la emprendida por Luciano Castillo en su proyecto Cronología del cine cubano.

Asimismo, nos alienta la esperanza de que, tal como se esbozó varias veces en los debates de diferentes talleres, serviría de gran utilidad para el país y América Latina toda si en el dominio académico de la Universidad de las Artes se diseñaran y desarrollasen programas de posgrado para la formación de críticos e historiadores del cine nacional y regional, sobre todo en estos tiempos donde las políticas acertadas o erradas en materia de cultura audiovisual serán la piedra angular que definirá si se salvan nuestras culturas o perecen devoradas por los intereses globalizadores de las llamadas «culturas de masas», diseñados magistralmente por los intereses de la gran industria del audiovisual.


[1] Citado por Armando Pérez Padrón en: Diez años que estremecieron la crítica, editorial Ácana, Camagüey, 2006, pp. 30-31.

[2] Alfredo Guevara: «Carta a Armando Pérez Padrón», en revista Cinema, nro. 3, marzo de 1994, p. 7.

[3] Abel Prieto Jiménez: Entrevista en el IX Taller Nacional de Crítica Cinematográfica. Grabación. Archivo personal de Armando Pérez Padrón.

[4] Julio García Espinosa: Carta a Armando Pérez Padrón. La Habana, 26 de diciembre de 2004. Archivo personal de Armando Pérez Padrón.

[5] Citado por Armando Pérez Padrón en: Diez años que estremecieron la crítica, editorial Ácana, Camagüey, 2006, p. 33.

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Ibid.

[9] Ibid.

[10] Ibid. pp. 34-35.


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