Tierra bendita: aquí te han venido a cantar


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I.

Imaginemos que es usted un estudioso de la música cubana. Que ha superado el síndrome de los años cincuenta; que tiene constancia de que aquellos años no regresarán y que discográficamente ya no queda más lasca que sacarle y que, en materia de estudios, ya está todo dicho y escrito.

Imaginemos que quiere ser original y decide buscar elementos novedosos en las más recientes propuestas de los músicos cubanos. Sabe por definición que la Timba existe, que tuvo su origen en los años setenta, que tiene muchos ingredientes; comprende que los más importantes son la rumba,  el son y el jazz.  Sobre todo el jazz afrocubano. Ese que desarrolló el grupo Irakere que dirigía Chucho Valdés y que todos saben que es la mejor banda que ha existido “desde los indios hasta mañana”.

En sus notas tiene claro que la Timba tuvo sus días de gloria desde fines de los años ochenta hasta el comienzo del nuevo milenio. Tiene, en su colección los discos de NG la Banda, de Los Van Van, de la Charanga Habanera y del resto de las orquestas que la cultivaron en un comienzo y las que lo hacen hoy. Por lo que en su teléfono escucha siempre a Habana de Primera y  considera que ese es el punto máximo del asunto en estos momentos.

Está en La Habana. Lugar donde debe estar todo estudioso de la música cubana que se precie de ser una persona seria. Es la oportunidad ideal para comprar discos poco conocidos, hablar con los músicos y bailar para vivir esa emoción de quien tiene la vivencia; y lo que no se disfruta no se transmite. Piensa que lo sabe todo, que lo ha escuchado todo; que ha investigado lo suficiente.  Sin embargo;  su lazarillo –ese que le ha servido de guía y le ha aconsejado dónde ir, qué escuchar y qué comprar—le ha propuesto ir a casa de su padrino en Guanabacoa, “el pueblo embrujado”; de buena gana acepta, pues el conocer las costumbres enriquece el conocimiento.

Deja su zona de confort. Se viste como para fiestas de domingo y no lo piensa. Por vez primera está en una fiesta de santo, en un toque de santos. Ha leído sobre ellos lo suficiente; conoce e identifica el collar de cada oricha, sus atributos y reverencia ante el altar con la desconfianza de los neófitos.

Se transforma cuando suenan los tambores batá. Suda sus emociones y atento a lo que ocurre escucha dos comentarios que le sorprenden. El primero es “que la gente aquí va a guarapachanguear”.  Y el segundo es más sorprendente “¿ya oíste el disco de los hermanos Arango… se llama… (alguien pregunta el nombre del fonograma y muchas voces responden) Guanabacoa tierra bendita… creo…?”. Lo anotas todo en tu mente y lo repites en pleno ejercicio digno de escolares, como si fuera la tabla del tres.

No has olvidado la tabla, perdón, quise decir la referencia musical y conceptual. Corres a una tienda de discos, la más cercana a tu hospedaje; ya tienes la información base dada por tu lazarillo. Solo sabes que debes buscar a Feliciano Arango. Ante ti al menos tres discos de Los hermanos Arango; los compras todos, pero te concentras en el que te mencionaron. Pagas y mientras disfrutas un café –no te interesa escuchar hoy reggaetón– pones en tu portable el disco, te colocas los audífonos y comienzas el viaje musical.

II.

Hay discos y músicos que desde un primer acercamiento causan una profunda impresión. Estos discos, los músicos que participan, sus productores y quienes le comienzan a rendir culto, por norma general, pasan desapercibidos para el gran público y los medios de difusión; me atrevo a decir que incluso en las tan promocionadas redes sociales y los sitios de descarga musicales en la red pertenecen a eso que siempre se ha llamado “los márgenes y la periferia musical”; y que es la zona a la que acuden quienes –por decantación y sin esnobismo– dedican horas a diferenciar sus listas del común de los mortales y se convierten en depositarios de esos tesoros musicales de los que se ufanan ante sus semejantes.

Agregaría, que esa música que escogen, disfrutan y persiguen siempre que les es posible, no pertenece a ninguna de esas categorías hoy en boga que definen seudos géneros que excluyen a quienes no le son afines; nada más parecido a la capacidad reduccionista de eso que llaman hoy “urbano”.

En nombre de ese recogimiento espiritual que crea y exalta esta zona de la música afrocubana, que es inagotable, me he acercado al fonograma Bendita Guanabacoa (EGREM 1624) producido por Feliciano y Fernando Arango y que se inscribe entre lo mejor y más selecto de la discografía cubana de este año que ya se acerca a su fin.

Lo primero que se debe tener presente mientras se escucha y disfruta este disco, es que reescribe –una vez más—el tan traído y llevado tema de la fusión de la música afrocubana y de aquellos géneros que componen el complejo de la rumba.

Confieso, sin ánimo de ser grandilocuente, que los Hermanos Arango han (re)tomado aquel camino que propusiera, hará ya cerca de cincuenta años, el grupo Irakere al fusionar lo congo, lo bantú, lo arará y el yoruba y que había permanecido ahí; poblándose de árboles no siempre beneficiosos; aunque en honor a la justicia hubo una jardinera llamada Lucía Huergo que plantó sus mieses cuando su camino se cruzó con el de Lázaro Ross.  Ninguna propuesta discográfica anterior a Bendita Guanabacoa que se ha propuesto adentrarse en ese universo de fusionar y fisionar dos formas musicales, había sido tan acertada.

Los hermanos Arango: Ignacio, Eugenio y Feliciano; además de músicos de formación académica, son estudiosos y conocedores de los elementos que forman y definen todo el espectro de la música popular cubana, la rumba, el jazz, el rock y lo afrocubano. Parte importante de esa formación proviene de la impronta familiar y del entorno en que han desarrollado y desarrollan sus vidas: la villa de Guanabacoa.

Feliciano Arango es considerado hoy por hoy uno de los bajistas cubanos más completos, no solo por su formación musical (es el heredero del método “de los Cachao” en la ejecución del contrabajo); tal es así que su forma y modo muy peculiar de ejecutar el bajo de seis cuerdas (al más puro estilo del rock) es el método por excelencia de la timba.

Eugenio Arango, conocido por Aranguito, es un percusionista de altos quilates y un maestro en la ejecución de toda la batería de instrumentos afrocubanos. Mientras que Ignacio Arango es un guitarrista poseedor de un sonido muy personal; solo que ha desarrollado su carrera musical en lo fundamental en la costa oeste de los Estados Unidos, donde es un referente en cuanto al sonido latino que involucra lo cubano.

La cuarta integrante de esta familia, Cristina Arango, es poseedora de una voz peculiar que se mueve armoniosamente entre lo afro y lo popular con una ductilidad envidiable; solo lamento que su espectro profesional está en función de las propuestas familiares y no vaya más allá.

En el caso de Fernando Arango, el benjamín de la familia, le define ser el hijo de Feliciano y el depositario de la tradición, solo que desde el piano.

Presentada la familia, propongo adentrarnos en el fonograma en cuestión.

Bendita Guanabacoa es una visión muy particular desde lo contemporáneo de todos los sonidos, los olores y el ánima que hoy conviven en esa zona de La Habana y de toda esta ciudad; por qué no. En cada tema, bien sean aquellos que tienen su base en la tradición o los que fueron pensados para este material; se enrutan y complementan lo folklórico/tradicional con el jazz o la timba, según lo pida el tema o la intencionalidad creativa.

Y por qué la referencia al trabajo de Irakere. Sencillo. Feliciano, lo mismo que muchos de su generación, son deudores de la banda liderada por Chucho Valdés en lo formal e instrumental; solo que en este caso cambia el momento social pero no la intencionalidad creativa.

En cada tema se destacan los sólidos bloques de la cuerda de metales con frases que dialogan ora con la percusión, ora con los solos de guitarra; unas veces en franco contrapunto, otras para aportar color o un fino aire humorístico.

También se precia, como fonograma, de asumir el llamado estilo guarapachanguero de la rumba hoy con una mirada más progresiva; incluso por momentos coqueteando con músicas como el funky y el rock; saliendo ileso de tales fusiones. Y es que la clave bien puesta, como debe ser, en fuente inagotable de música.

Este álbum no aburre, algo de lo que adolece cierta zona de la música cubana hoy que aborda lo afrocubano o el complejo de la rumba con cada una de sus variantes. Ese es uno de sus méritos a considerar en tiempos en que se piensa más en lo que pegará al público de inmediato que en lo que dejará a largo plazo.

Se puede afirmar, sin petulancia alguna, que este fonograma es un interesante camino a tomar cuando se piense en fusiones de la música cubana con otras tendencias. En tiempos en que todos bendicen y se refugian en textos sagrados, sugiero este disco como un nuevo evangelio sonoro que todos deben conocer; sin exclusión.

 

III.

Sus días de investigador de campo han terminado. Revisa cuidadosamente sus notas. Organiza los discos que ha comprado, sus vivencias y toma conciencia de que el tema música cubana le supera; pero aun así se mantiene firme en su idea de escribir su trabajo que será el más interesante de los que se ha propuesto.

Entonces frente al ordenador decides escribir la primera oración de tu texto: “La historia más reciente de la timba comienza en la habanera barriada de Guanabacoa, a quince kilómetros del centro de la ciudad donde la familia Arango…”


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