Venga a nosotros el jazz de cada día… y su danzón, por qué no


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Una de las más importantes licencias que nos permite la vida, llegada cierta edad, es la de poder blasfemar sin tener que rendir muchas cuentas. Quien blasfema, al menos en este complicado campo de la música, siempre es sujeto potencial de la incomprensión o “es out por sospecha”, como suele decir mi amigo, el cineasta Arturo Santana, refiriéndose a una frase del afamado pelotero cubano Rey Vicente Anglada.

Todo comenzó hace unas semanas tras una larga charla telefónica con el poeta Rito Ramón Aroche. Se trataba de definir o al menos justipreciar, al que pudiera ser nuestro primer pianista de jazz de importancia y en qué momento de la historia de nuestra música apareció.

Sin pensarlo dos veces me permití afirmarle que para mí, el primer y menos reconocido pianista de jazz cubano es Antonio María Romeu; y que ese vínculo entre el jazz y la música cubana se remonta al mismo instante en que asumió su papel como pianista de danzón.

Nadie pone en duda que fue Don Antonio María Romeu desde la orquesta Cervantes, a comienzos del siglo XX, quien conmocionó no solo el mundo orquestal de ese momento; sino que gracias a la entrada del piano y junto a él los timbales y la flauta, desde ese momento ocurrió la famosa división de las charangas en típicas y francesas, donde la vencedora fue la típica.

Estamos hablando del año 1910. Es decir, ciento quince años atrás. Era el mismo instante en que se buscaba “un poco de elegancia en la música” que se debía interpretar en los bailes, de las sociedades de las clases pudientes como de los fines de semana en el Parque de Palatino.

La entrada del piano realmente fue un acto de rebeldía musical y Romeu lideró ese momento; sobre todo cuando rompió el molde danzonero y comenzó a “florear” sobre el cuerpo original de los danzones que comenzó a componer en esa época y el ejemplo por excelencia es Tres lindas cubanas.

A lo largo de mi vida he escuchado, como mínimo, unas quince grabaciones distintas de ese danzón interpretados por Romeu y cada vez que llega el momento de “florear” (así llamaban al momento en que ocurría el solo de piano indicando la pausa en los bailadores) nunca repetía los mismos pasajes musicales; eran irrepetibles, cautivantes. Aunque la más conocida es la que consta en un disco grabado en 1925 por la casa Humara y Lastra junto a RCA Víctor.

Curiosamente, Romeu comienza su labor musical en el mismo instante en que el jazz comienza a abandonar los predios de New Orleans y se establece en las noches de ciudades como New York, Chicago y California; y el nombre de Louis Armstrong comienza a imponerse en esa nueva música que cautiva a los negros de todos los Estados Unidos, mientras que muchos músicos blancos se empeñan en comenzar a plasmarlo en hojas de papel pautado.

Solo que el asunto de “florear” en el piano en los años veinte y treinta no sería exclusivo de Romeu. Su ejemplo fue seguido por músicos como Raimundo Pía, Cheo Belén Puig, Tomás Corman y otros nombres no menos importantes.

Si se revisan grabaciones, tanto de los discos de la época como aquellas hechas en la radio y que han logrado sobrevivir por “obra y gracia de cierto inventos técnicos cubiches”, se podrá disfrutar de la creatividad de muchos de estos músicos que un buen día se enteraron de que aquel “floreo” estaba emparentado con eso que se conoce como “improvisación jazzística”.

 Alguien podrá decir, que exagero con las anteriores referencias… que dónde está la base científica de mi tesis. No se olvide que blasfemo, aunque sé que muchos estarán de acuerdo conmigo.

Entre el danzón y el jazz hay demasiados vasos comunicantes. Le menciono algunos ejemplos más: La Flauta Mágica compuesto por Romeu y Alfredo Valdés Brito y del mismo autor es El volumen de Carlota; compuestos por Abelardo Valdés son Almendra y Penicilina o el caso del Cadete Constitucional de don Jacobo González Rubalcaba.

Pasando el tiempo y en la medida que la relación entre el jazz y la música cubana se estrechaban, comienzan a sobresalir otros instrumentos y sus ejecutantes; y junto a ellos un grupo de músicos, con mayor o menor fama dentro de la Isla, emigran hacia los Estados Unidos y se comienzan a insertar en el mundo del jazz de ciudades como New York o California, formando parte de la evolución del jazz. Un proceso que continúa en nuestros días.

Solo que hay un detalle sobre el que nunca nos hemos detenido: En el mismo instante en que esos músicos viven una fuerte crisis musical nacionalista, recurren al Danzón. Se puede afirmar que el espíritu de Antonio María Romeu se posa sobre sus talentos y que la música estalla mientras tararean en su yo interno el danzón de su preferencia; que después se traduce “en su danzón”.

Entonces podemos afirmar que el danzón y el jazz, en el caso cubano, van de la mano y Antonio María Romeu siempre estará merodeando en ese equilibrio.

¿No es esta una sabia blasfemia?

 

 


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