Ubuntu o “Hakuna matata”: naturaleza o falsa erudición


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Para la colonización de los territorios, los cuerpos y las mentes, las oligarquías se han hecho del control de las lenguas, los conceptos y los sentidos. Desde su colina, no solo subvaloran todo lo extraño a su cultura, sino que arrasan con todo lo que estorbe la instauración de su interesado sistema de significados. Obligan a pensar con las palabras, los códigos y las categorías que proponen e imponen.

Para la subordinación de un extenso submundo periférico inventaron avisos terroríficos, explotaron exónimos peyorativos y hegemonizaron relatos de justificación, aceptación y subordinación. Como aquellos letreros que advertían, en los mapas antiguos de los confines de Roma, que hic sunt leones (aquí hay leones). Más allá están los bárbaros, “los que balbucean”, los que no hablaban el griego y el latín. Y que según Aristóteles estaban “por naturaleza capacitados solo para la esclavitud”.

Siglos después, las metrópolis modernas se autoproclamaron “la civilización” y emprendieron una cruzada cultural, para “salvar al salvaje de su barbarie”. Cometido depredador, sustentado en la disyunción: “civilización o barbarie”, traducidas más recientemente en “desarrollo” y “subdesarrollo”. Eufemismos que, como se ha dicho, actualizan “en positivo y en negativo la idea-fuerza más sustancial del capitalismo histórico: el progreso”.

Disyunción que, desde su Tercer Mundo, José Martí prefirió reinterpretar entre la naturaleza y la falsa erudición. Clarinada martiana, frente a la “yanquimanía” cultural y el “excesivo amor al Norte”, como “expresión, explicable e imprudente, de un deseo de progreso tan vivaz y fogoso”, que no ve que las ideas han de venir de “larga raíz” y de “suelo afín”, para que “prendan y prosperen.” Al negar la centralidad de la cultura occidental, desmonta el relato colonialista de que el “progreso” se alcanza cuando se logra copiar a la cultura europea y estadounidense. En consecuencia, aboga por cultura autóctona con un original sistema de significación.

Y es que al decir de Boaventura de Sousa Santos, “ser dominado o subalterno significa ante todo no poder definir la realidad en términos propios, sobre la base de conceptos que reflejen sus verdaderos intereses y aspiraciones. Los conceptos, al igual que las reglas del juego, nunca son neutros y existen para consolidar los sistemas de poder, sean estos viejos o nuevos”.

Por ello, la “obra civilizadora” emprendida en África después de la Conferencia de Berlín de 1884, comprendió la difusión del idioma de “los elegidos”. La extracción del hombre africano de su cultura “bárbara” y su introducción en la historia y la civilización eurocéntrica. Asegurando así la dependencia de las colonizadas y colonizadoras élites criollas y la alienación de masas populares africanas. Bien poco —estimaron— a cambio de “salvar sus almas” y prometerles “el progreso”, tan solo onomatopeyas y “dialectuchos sin literatura”.

La lengua se constituyó en una herramienta del “imperialismo cultural”, como lo denomina el panafricanista senegalés Cheikh Anta Diop, quien ha hecho hincapié en que “el imperialismo cultural es el tornillo de seguridad del imperialismo económico; por tanto, destruir las bases del primero contribuye a acabar con las del segundo”.

Emancipación que conlleva la descolonización de los relatos. Porque, en opinión del escritor nigeriano Chinua Achebe: “Mientras los leones no tengan a sus propios historiadores, los relatos de caza siempre glorificarán a los cazadores”. O reaccionar como Calibán, quien increpa a Próspero por robarle su isla, esclavizarlo y enseñarle su lenguaje: “Me enseñaron su lengua, y de ello obtuve/ El saber maldecir. ¡La roja plaga/ Caiga en ustedes, por esa enseñanza!”.

El africano exótico debe dar paso al africano natural —aconsejaría Martí—. Para lo que urge superar el complejo de inferioridad que el colonialismo cultural propagó. “Esto de humillar a la gente por su idioma y su cultura a través de la violencia —plantea el novelista keniano Ngugi wa Thiong’o — es una amenaza común en todas las situaciones de colonizador-colonizado. Lo primero que tratan de hacer es imponer su idioma. Pero no lo hacen de manera normal, porque para aprender otro idioma tú no necesitas abandonar el propio. En esa situación se aseguraban de reprimirte si hablabas tu idioma en el colegio. Y te premiaban si hablabas inglés muy bien. El idioma es la herramienta de la dominación”.

Para el autor de El diablo en la cruz, “lo que el colonialismo hace en todas partes es poner patas arriba la normalidad. La forma normal de aprender es empezar desde donde estás, de lo que sabes, y luego vas hacia lo desconocido. El proceso colonial es al revés: lo desconocido es la forma en la que un país se ve a sí mismo. Es muy alienante. Pero es que no hay nada malo en los idiomas europeos: lo que es mala es la relación de estos con los idiomas africanos”.

Lo malo es la importación acrítica de conceptos extraños, falsos para las particulares realidades excoloniales. La naturalización de la dependencia, la sumisión de los países subdesarrollados a los “subdesarrollantes”. La aceptación complaciente de “la biologización de los hechos sociales”, la justificación de la exclusión social, con falsas características genéticas de los individuos o grupos que la sufren. La tolerancia al despojo, de las materias primas y de las culturas, incluida la lengua y sus términos.

Con el anuncio, a finales del 2018, del live action de El Rey León, trascendió la demanda de un activista de Zimbabue de que la empresa estadounidense The Walt Disney Company renunciara a la patente de “Hakuna Matata”. Shelton Mpala, el organizador de la petición a través de Change.org, comentó a la BBC: “Muchos de los hablantes de suajili se han sorprendido por completo, no tenían idea de que esto estaba sucediendo. Al crecer en Zimbabaue, siempre entendí que el lenguaje de una cultura era su riqueza”, señaló el activista.

Según la BBC, Disney aplicó por primera vez a la marca registrada del eslogan en 1994, el mismo año en que lanzó la animación de El Rey León, pero la patente se realizó hasta el 2003. Evidenciando su postura colonialista, dado que la franquicia no solo incluye la frase, sino un espectáculo musical con el que se ha lucrado en objetos como camisetas, juguetes, computadoras… Además de las millonarias ganancias por la comercialización del animado y sus secuelas.

Decidido por los directivos de la Disney, el sentido hedonista y despreocupado que debían asentar el suricato Timón y el jabalí Pumba, le sugirieron la frase a Tim Rice, el letrista de las canciones de El rey león. Les bastó la traducción mecánica de “Hakuna matata”. Una frase del swahili, lengua hablada en África oriental. Si “hakuna” es “No hay” y “matata” es el plural de “problema”; entonces equivale a “No hay problemas”. Traducción mecánica, sin “transpensarla”, como pedía Martí a los traductores. Decodificación interesada en “Sin preocuparse es como hay que vivir”. “Vive y sé feliz”. “It means no worries for the rest of your days/ It’s our problem-free philosophy”.

Rice reconoció en el 2016 que la expresión se la sugirieron, “dijeron que era suajili y no comprobé el significado”. Así pues, “sin saberlo”, lanzó a la infancia el mensaje de que “lo más fácil es saber decir: ‘Go fuck yourself’ (‘Anda y que te jodan’)”.

Pruebas de la prepotencia cultural de estas élites. De su insaciable pasión por dominar y controlarlo todo. De su incontenido deseo de reducir todos los riesgos y de trasmutar a sus códigos todas las alternativas, a su forma de ver la vida, de ordenar las sociedades y el sistema mundo. La naturalización de “la individualización de los problemas sociales, negando soluciones de índole colectiva”.

A su servicio —acumulando capital financiero y subjetivo— están las industrias culturales hegemónicas. Porque la aculturada frase “Hakuna matata” no es solo la propuesta individualista y desmovilizadora de Pumba y Timón a Simba. Es la propuesta de “los elegidos”, a través de Disney, al “rebaño desconcertado”. A “elegir” estar fuera del sistema, vivir en la periferia sin molestar. Es el conformismo a pulso, la invitación a la apatía política: dejemos el sistema como está, ser feliz es no intervenir, ni protestar. “Si el mundo te da la espalda, dale la espalda al mundo”.

No es casual que los graciosos Timón y Pumba (tonto en swahili) sean los personajes con los que más se identifican los espectadores. Que en la escena donde vendan la idea de la evasión de las responsabilidades, en la que propongan una vida relajada, dedicada al hedonismo y al placer, a la enajenación perpetua, se aluda al consumo de drogas, con esos gusanos de todos los colores que provocan un efecto alucinógeno.

“Si occidente modeló el carpe diem como vía y guía de una cierta idea de hedonismo, los africanos le dieron el nombre de Hakuna matata” —escupe cierto bloguero con fiebre eurocentrista—. Para este, el carácter “lúdico” de la filosofía —“ese invento de occidente”— explica “por qué no existen renombrados pensadores africanos”.

Y no es que considere inexistente una frase en swahili equivalente al occidental concepto de “hedonismo”; más creyendo como Martí que: “Los pueblos, lo mismo que los niños, necesitan de tiempo en tiempo algo así como correr mucho, reírse mucho y dar gritos y saltos…”. Necesidad humana representada en La Edad de Oro, precisamente con la danza del palo, una de las referencias visuales a las culturas africanas. Solo que no imagino un mundo todo el tiempo subsumido en el “hakuna matata”, con su occidentalizada connotación. Interpreto que a lo que llama la sabiduría africana es a relativizar los golpes de la vida; a que los contratiempos se asuman como parte de nuestra existencia.

En la contextualizada filosofía africana, las asunciones conceptuales sobre sus realidades están ligadas a la lengua que hablan. Con las traducciones se corre el riesgo de forzar el sentido de un vocablo para enmarcarlo en otro que no contiene exactamente el mismo concepto. En tal sentido, para el estudioso Odera Oruka la imposición incontrolada del vocabulario conceptual occidental sobre los esquemas conceptuales indígenas pudiera contribuir a la desaparición de dichos esquemas. Dilución que en todo caso favorece a las antiguas metrópolis y a la hegemonía del neoliberalismo.

Si, como afirmaba Antoni Doménech, la metáfora de la fraternidad fue eclipsada en el mundo occidental, la metáfora de Asparcia (¡mujer y demócrata!) “de todos hermanos” no es tan extraña en la filosofía africana, con un concepto diferente de familia y de vida civil.

En la comunidad subsahariana —como describe Ada Nzé— la familia es extensa y se forma a partir del matrimonio, que implica una seria de etapas previas y no es una cuestión de individuos, sino de las comunidades, clanes o tribus a los que pertenecen. En una misma casa, además de los padres y los hijos (solteros y casados), conviven los abuelos, los nietos, primos y todo el que llegue. Familias matriarcales, en algunos casos, y surgidas de relaciones poligámicas, en otras.

La regla ética sudafricana sintetizada en la frase “ubuntu” es esencialmente fraternal y contrapuesta al individualismo que naturaliza la ideología neoliberal. La palabra, proveniente de la lengua zulú y la xhosa, convoca a la lealtad con todos los integrantes de la comunidad. Describe tanto al ser humano como al “estar con los demás” y prescribe que el “estar con los demás” debe ser todo. Surge del dicho popular “umuntu, ngumuntu, ngabantu”, que en zulú significa “una persona es una persona a causa de las demás”. Y se sintetiza con ideas fuerzas como: “Si todos ganan, tú ganas”, “Éramos porque nosotros somos”, “Una persona se hace humana a través de las otras personas”, “Yo soy lo que soy en función de lo que todas las personas somos”, “Nosotros somos, por tanto soy, y dado que soy, entonces somos”.

Para el arzobispo Desmond Tutu —quien presidió la Comisión para la verdad y la reconciliación durante la presidencia de Nelson Mandela—: “Una persona con ubuntu es abierta y está disponible para los demás, respalda a los demás, no se siente amenazado cuando otros son capaces y son buenos en algo, porque está seguro de sí mismo ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos”.

La filosofía de ubuntu proviene de la comprensión de que la vida de cada uno está profundamente ligada a la del otro, devenimos personas a través de un comportamiento humanitario, si elegimos utilizar el poder personal para comprometernos con el bien común. Niega el individualismo como único y natural motor de una impetuosa competencia y presenta como alternativa la preferencia africana de cooperación y el trabajo en grupo (Shosholoza).

La ancestral frase africana tiene connotaciones similares al principio precolombino “Ayni” y al “Rohayhu” del guaraní moderno. Como comparte raíces y esencias con la idea martiana “Con todos y para el bien de todos” y con la más reciente “pensar como país”, “Pensar Cuba”, promovida por el presidente cubano Miguel Díaz-Canel.

Se da así una lucha simbólica entre sentidos de jerarquizaciones individualistas y de horizontalidad fraternal. Entre el liberalismo y sus alternativas democráticas. Manifestada en estas operatorias de Disney con su “hakuna matata”. Con las que se pretende profundizar, y extender a escala planetaria, la colonización de las mentes. Neutralizar las utopías libertarias. Extinguir, de los substratos ancestrales de sabiduría, conceptos como el ubuntu, que ponen en peligro las falsas naturalizaciones de la ideología neoliberal.


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