Clotilde Agüero: una mujer excepcional que vivió en Ciego de Ávila


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Clotilde Agüero Cepeda

La actuación de la mujer cubana a través de la historia es muestra  convincente de la altísima sensibilidad de su amor por la patria y las nobles causas encaminadas  al mejoramiento humano. Motivados por tal convicción y en el año del aniversario 60 de la constitución de la FMC, resaltaremos la vida y obra de una mujer excepcional: Clotilde Agüero Cepeda que convivió junto al pueblo avileño. Su figura, lamentablemente poco conocida, se agiganta en el tiempo y, a través de ella, podemos rendir homenaje de respeto y consideración a  ese ser que José Martí  Apóstol  de Cuba calificara como «maravilla» y Fidel Castro,   «taller natural donde se forja la vida».

Clotilde nació en Caibarién el 3 de junio de 1872. Fueron sus padres Serapio Agüero Villa, zapatero camagüeyano y la espirituana Asunción Cepeda. Su estancia en la tierra natal fue muy breve, pues  su progenitor fue significado como revolucionario en 1873 y tiene que abandonar el país, eligiendo para residir la ciudad de Veracruz, en México. Allí el padre desempeña su oficio sin olvidar la tierra amada. Coopera y labora de una manera eficaz en la recaudación de fondos para enviarlos a los que empuñan las armas en la manigua redentora. La niña fue creciendo en un hogar convertido en foco de conspiración, cita para tertulias de cubanos emigrados donde se habla y suspira por la patria. Los veracruceños llamaban a la casa de los Agüero como «El Consulado cubano». Años más tarde queda huérfana, pasando a convivir con otros familiares.

Cuenta en su auto biografía, escrita de puño y  letra que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Ciego de Ávila, que una tarde del año  1894 y mientras bordaba un trabajo libre para un concurso, llegó a su casa un señor de mediana estatura que vestía pantalón de dril y saco corto de alpaca negra, manifestando que era cubano. Se le acercó y fijó la vista en la labor que realizaba: era un escudo mexicano en miniatura y le pide que le explique el significado del águila posada sobre el nopal devorando a una serpiente. Satisfecha la curiosidad, el visitante le pregunta a la joven  si conocía la bandera cubana. Clotilde abandonó su labor y corrió presurosa a buscar una enseña  que tenía guardada, recuerdo de  su padre y se la mostró. El hombre fijó sus ojos  relampagueantes en el preciado estandarte y cual se desliza la corriente de un río caudaloso, se deslizaron  sus ardientes palabras hinchadas de amor y patriotismo. Aquel hombre era José Martí.

Inmediatamente el Maestro le expresa  que si podía bordarle 50 escarapelas para igual número de mambises y que él quería llevarlas como regalo a Cuba cuando estallara la guerra, pues las escarapelas darían aliento en la hora del combate. La  dócil mulata contestó que con gusto podía servirle pero que no conocía como se diseñaban. Acto seguido Martí extrajo una hoja de libreta y traza en el papel la dimensión que llevaba. Desea darle color y le pide acuarela, pero ella no la poseía. Manda a buscar en el mercado cercano un claco de azul. Traza las tres listas con ese color pero faltaba el triángulo.  La joven le interrumpe y  manifiesta que ya comprendía lo que debía hacer, pero el visitante le sugiere terminar la muestra, explicándole lo que la bandera significaba en sus colores y en la patria. Entonces, ante los ojos atónitos de la muchacha, el Jardinero de la Rosa Blanca toma una cuchilla de nácar del bolsillo interior de su saco, se da una heridita a la orilla del dedo pulgar de la mano izquierda y viste con su sangre el triángulo sin dejar de hablar y explicar el contenido patriótico de la enseña y rogándole que tuviera terminado el pedido a su regreso de la capital, pues iba a  ultimar detalles en torno a la labor conspirativa y preparación de la guerra que se organizaba contra el gobierno colonialista español y ya próxima a desencadenarse en los campos de Cuba.

Al concluir su misión proselitista por aquella región mexicana en busca de apoyo a la guerra que preparaba, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano regresa a la ciudad de Veracruz y pasa por  el domicilio de Clotilde a recoger lo solicitado con tanto entusiasmo. Al entregarle el trabajo el Apóstol agradece el  gesto y le pide a la criolla con sentidas palabras: «Señorita: Yo deseo una bandera confeccionada aquí en México, tierra de Hidalgo, Juárez y Morelos, porque impregnado en ella el patriotismo y los aires de libertad de este país, al tremolar en los campos y sabanas de nuestra amada Cuba, extenderá al aire la heroicidad que aquí se respira y se alzará en nuestra patria gallarda y triunfal. Usted me dijo que tuvo un padre inspirado en el amor patrio y  comió el amargo pan del proscrito, recuerde sus anhelos y procure llevar a cabo esta encomienda que le dejo: confeccionar una bandera que pondré en manos de Máximo Gómez, una bandera que hará cesar la sangre derramada y las lágrimas perdidas con que está abonada la tierra de nuestra dorada Cuba». El Maestro, sensiblemente emocionado, avanza  hasta ella, la abraza y repite: « ¡Hágala señorita, hágala cual me ha hecho estas escarapelas, hágala pues nos hacen falta banderas, banderas tan grandes como nuestro amor a Cuba!».

Martí se despide de la joven que queda confusa porque carece de los medios para llevar a  cabo el encargo  supremo y que con tantas ansias deseaba complacer. Las telas eran en aquel entonces  muy costosas  e igualmente los hilos de metal con que había que bordar. Entonces solicitó el apoyo del Club Máximo Gómez y no pudo obtenerlo, porque lo que recolectaban allí era enviado inmediatamente para la compra de equipos de guerra. La joven se entristecía al  verse impedida de llevar a cabo la petición y  el tiempo pasaba. Por los días en que ella se rompía la cabeza para encontrar los medios financieros con que comprar los materiales necesarios,  un cuñado, desde Cuba, el padre de quien fuera más tarde un destacado dirigente comunista, Salvador García Agüero, le envío de regalo unos retratos de Martí y Maceo. Una feliz idea pasó por su mente: bordar unos portarretratos para allí  colocar  las imágenes de los próceres. Como ella  ejercía el magisterio y  daba clases a la hija del Gobernador de Veracruz, le expresó a éste su propósito de rifar dichos portarretratos,  pero el gobernador le contesto: «—Señorita Agüero, las rifas están prohibidas y severamente castigadas por la ley, yo no puedo darle el permiso». Completamente contrariada, sin darle a conocer su desilusión, al rato de haber terminado de impartir sus clases, el Gobernador se volvió a ella y le expresó: «Señorita,  pero ayúdese como usted pueda». La inesperada respuesta le dio aliento y la  joven cubana determinó llevar a cabo la rifa, obteniendo cien pesos mexicanos. Con gran júbilo entregó la suma al Club Máximo Gómez para que se encargara a París la tela y los hilos necesarios. Y así cumplir la palabra empeñada con José Martí..

A los pocos días de obtener los recursos para confeccionar la bandera  solicitada comenzó la patriótica labor. El trabajo no la cansaba. Laboraba  día y  noche. Ya llevaba a feliz término la sagrada misión, cuando un cablegrama anunciaba al mundo la fatal noticia de la caída en combate del Apóstol. El hecho la entristeció profundamente. Detuvo el trabajo. Posteriormente una comisión de cubanos la visitó y la alentaron a continuar la obra porque querían realizar una velada fúnebre y aquella bandera cubriría el catafalco que se alzaría para jurar ante ella, cual sudario, seguir las doctrinas del Héroe y honrar su memoria. Terminó muy entristecida su labor y aquel estandarte salido de sus manos y de su arte, lo entregó al Club Máximo Gómez, para que lo hicieran llegar a Cuba

En el Teatro Nacional de Veracruz se izó la bandera. Después fue envuelta y protegida por el pabellón mexicano bajo el cantar del himno México – Cuba,  compuesto por el  profesor azteca  Pedro Ojeda, expresamente para ella y entonado por 500 voces. Pero antes de envasar y enviar la bandera hacia la isla, un amigo le gritó: «Señorita Agüero: póngale su nombre por si algún día va a Cuba la reconozca». Aprobada la idea se extrajo la enseña y la patricia bordó sobre una de las franjas: «Donada al Generalísimo Máximo Gómez, Clotilde Agüero Cepeda». Bajo gran solemnidad  la insignia nacional se remitió a la Isla.

Al llegar a Cuba, según  refiere Clotilde en su autobiografía, el jefe del Ejército Libertador,  por medio de su Secretario acusó el recibo señalando: «La bandera puesta bajo mi  custodia será mantenida y defendida con gloria y honor». Por  unanimidad, acordó la directiva del Club, entregar a la autora el preciado documento.

Aquel estandarte paseó la Isla bajo el fuego y la metralla, inspiró a los mambises y  llegó triunfal al Occidente del país, escoltada y protegida por el Estado Mayor del insigne dominicano. Se  cumplía el mandato  martiano para la satisfacción  de la joven cubana. Terminada la guerra, el pendón estaba en poder del teniente coronel Emelino González, último jefe de la escolta del Generalísimo y él la entregó al Centro de Veteranos de la provincia de Camagüey, donde quedó expuesta permanentemente.

Años después de constituida la República, Clotilde acaricia la idea de conocer a su país, al  que había abandonado cuando apenas contaba con un año de edad. Al llegar a Cuba se quedó extasiada al contemplar los paisajes tan hermosos con que la naturaleza había premiado a su patria. Pero comenzó a golpearla la triste realidad de una república de politiqueros y patrioteros corrompidos, que con su actuar traicionaban los más puros ideales de Martí. Sintió en carne propia aquellas injusticias.

Peregrinó y  trabajo en La Habana, Santa Clara, Jatibonico, Majagua, Colorado y otros lugares, hasta que por fin se asienta definitivamente en la ciudad de Ciego de Ávila en 1924, comenzando a impartir clases del primero hasta el cuarto grado en la Escuela Pública Número 9, estableciendo su residencia primeramente en la calle Serafín Sánchez, entre Honorato del Castillo y Maceo, en la casa marcada con el número 16. En 1914 había contraído nupcias con Salvador Núñez y el 3 de octubre del siguiente año, nació su única hija llamada Clara Luz  Núñez Agüero, conocida cariñosamente por todos  como Clarita.

Cuenta la historia que para el Centenario del natalicio de Máximo Gómez, en 1936, se creó una Comisión Nacional integrada por destacadas personalidades que serían las encargadas de organizar el homenaje y cuyas actividades centrales se desarrollarían en la capital. El Dr. Bernardo Gómez Toro (hijo de Máximo Gómez) hizo patente al comandante José Cruz, corneta de órdenes del Jefe del Ejército Libertador, los deseos del Dr. Benigno Souza  y suyos propios, que la enseña que se conservaba en Camagüey, hecha por Clotilde Agüero, se exhibiera en La Habana, junto a las demás reliquias que serían expuestas, petición a la que accedió el también Presidente del Centro de Veteranos de la provincia agramontina. Se construyó entonces  un hermoso cofre y en él se  empacó la bandera.

El  15 de noviembre de 1936 se inicia  el solemne recorrido a través de la Carretera Central, realizándose actos patrióticos en Florida, Ciego de Ávila, Jatibonico, Placetas, Santa Clara, Matanzas y por fin llegó la comitiva a la Habana,  donde   se entrega  el símbolo a la Comisión Nacional del Centenario y fue  expuesta junto a otras prendas y reliquias de Gómez con la siguiente leyenda:«Bandera del Cuartel General del General en Jefe durante la Campaña del 95, construida y enviada desde México por la Señorita Clotilde Agüero Cepeda, que actualmente es Profesora de Instrucción Pública en Ciego de Ávila».

El acto de recibimiento en  nuestra ciudad fue sencillo, pero muy emotivo. En el  Centro de Veteranos se encontraba Clotilde Agüero acompañada de viejos mambises avileños y según narra José Cruz, integrante de la comitiva  camagüeyana (…) «Ella  nos  saluda emocionada y con lágrimas en los ojos, al contemplar aquella obra suya. Su hija, Clarita, emocionada también, dio lectura a unas hermosos e interesantes cuartillas dedicadas a la bandera  y escritas por su señora madre, recibiendo grandes aplausos».

En su fructífera vida de agonía y deber, la digna cubana  conoció  y gozó de la amistad de infinidad de personalidades, dentro de ellas los hijos de Máximo Gómez. Tras múltiples gestiones de instituciones y sociedades cívicas, el Presidente de la República, Federico Laredo Brú, se vio presionado a firmar el Decreto Presidencial  mediante el cual se le otorgó  a Clotilde Agüero la Medalla y Orden al Mérito, Carlos Manuel de Céspedes en 1938, pero increíblemente y como muestra de la desatención social prevaleciente, el alto galardón no lo recibió en su pecho hasta 1944.  Después de dedicar un cuarto de siglo al magisterio en Ciego de Ávila, basando su  labor educativa en el pensamiento y  la pedagogía martiana, muere la ejemplar cubana a la edad de 75 años, el 20 de mayo de 1947 y hecho curioso: el mismo día en que tres años atrás le fuera impuesta la bien ganada condecoración que lleva la efigie del Padre de la Patria. El  sepelio constituyó una verdadera muestra de dolor y a la vez de respeto y cariño del pueblo avileño  por la mujer que cumplió la palabra empeñada ante el deseo patriótico del Apóstol de Cuba de la confección de una bandera y que un hombre superior como el Dominicano de la Leyenda, la paseara por la ruta gloriosa, saturándola con el olor de la pólvora y el filo del machete, cuando las huestes invasoras, en su arrollador empuje de triunfos diarios, dejaba su camino bañado con la sangre de sus hombres y sellado los campos con las tumbas de héroes ignorados, que sin un solo pensamiento de ambición, caían  para siempre, por la justa causa de la libertad.

Así queda en la historia esta mujer excepcional, Clotilde Agüero Cepeda,  paradigma para las presentes y futuras generaciones.

 


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