"Cuándo las horas si cuentan"


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La noción del tiempo es tan remota como el hombre. Recientes investigaciones basadas en muestras arqueológicas indican que en el paleolítico, hace 350 siglos, se observaban y transcribían a piezas de hueso las fases de la luna.

Desde entonces mucho se ha meditado sobre su transitoriedad. Pero a pesar de las especulaciones para establecer un concepto científico o filosófico, su medición ha servido fundamentalmente para regular la labor del hombre. Lo indica la primera magnitud temporal de la actividad humana --de sol a sol-- prolongada a lo largo de la historia como un sistema básico de relaciones de producción.

Su sentido se agudiza con el carácter cíclico de las estaciones y la división cada vez más compleja del trabajo. Avanza pero no preside aún las actividades fundamentales: la economía agrícola y ganadera de la antigüedad se corresponde con un sistema generalizado de servidumbre y guerras de depredación en el que el tiempo carece de significación inmediata.

Auge del reloj y concepto dramático del tiempo.

El concepto dramático del tiempo --y la aparición de los relojes mecánicos-- coincide con el auge del capitalismo mercantil, en los albores del Renacimiento. Es proverbial en la literatura de la época la impaciencia obsesiva de los primeros banqueros e inversionistas italianos. La acumulación original --sobre todo, la recuperación del capital --obligan a "llevar el tiempo" con mayor rigor. Puede decirse que su medición cada vez más exacta es un subproducto del desarrollo de la agricultura, la artesanía y el intercambio comercial.

Hasta el siglo XVII se contaban sólo las horas, con relojes de una manecilla; a partir del siglo XVIII, los minutos. Es casi lógico que esto ocurra de modo paralelo a la aparición del capitalismo financiero y el ascenso de la Revolución Industrial. Recordemos que Inglaterra, no por accidente, fue uno de los centros relojeros del mundo en el momento de su mayor poder.

Hubo sectores, sin embargo, para los que las horas no contaban. Al menos en ciertos relojes, porque las diferencias de clases habían establecidos dos categorías: los públicos, que marcaban el régimen de vida del pueblo y los domésticos, que se convirtieron en símbolo de poder y atributo social.

Primero objeto de curiosidad y después artículo de lujo, tuvieron durante largo tiempo una función accesoria para los grandes señores. Su presencia abarca del siglo XVII al XIX, cuando el poder de la monarquía pasa a manos de la burguesía industrial. A partir de entonces se convierte en auxiliar imprescindible de la explotación del trabajo.

Los tiempos iniciales

El tiempo juega ya un rol importante en la astronomía y la astrología de los pueblos antiguos. Su determinación era, por entonces, un secreto celosamente guardado por la clase sacerdotal, que convirtió ese conocimiento en fuente de poder rodeada de un aura de magia. Que dominaron esta ciencia lo dice la sorprendente estructura de las pirámides faraónicas, orientadas según la elipse y altura de ciertas estrellas. Puede decirse igual de los Mayas debido a su increíble calendario basados en las revoluciones del planeta Venus.

El primer paso concreto, siempre para uso de Estado, fue la Clepsydra, reloj de agua conocidos por egipcios, griegos y romanos, aunque los medios más usados fueron las marcas y varillas antecesoras del reloj de sol. Paralelo a ella, el reloj de arena, símbolo de Cronos y Saturno.

El tiempo parece detenerse en la Edad Media debido al despoblamiento y mortandad que traen invasiones y epidemias. Se pierde su medida, excepto para los monjes, que establecen las primeras formas de organización del trabajo. A causa de esta rigurosa disciplina, de ritmo sistemático, apoyada en una conciencia trascendental del paso de las horas, el economista Sombart llega a considerar la Orden de los Benedictinos como germen remoto del capitalismo moderno.

Los grandes cambios de tiempo

El siglo XIV trae grandes cambios. Y los marca en Italia. Es el minuto de Venecia, Génova  y Florencia, que se enriquecen con el comercio y son, por el momento, abastecedoras de Europa. Cuando Cimabue y Giotto anuncian las primeras claridades en la plástica, casi al mismo tiempo se "descubre" la doble columna de control financiero y Giovanni Dondi construye el primer reloj astronómico: tiempo y dinero se identifican como dos fenómenos en movimiento.

Son típicas en el siglo XIV las campanadas de los relojes públicos en las grandes ciudades de Italia.

Este logro de la mecánica, que mide la dimensión temporal, moviliza la acción del hombre del Renacimiento. La realidad comienza a definirse "como un problema de cálculo", relacionada con la interpretación matemática de la naturaleza y el avance de la economía monetaria. Nadie mejor que Da Vinci refleja esta unión en la armonía numérica, la perspectiva geométrica y la mecánica aplicada.

Una era de grandes descubrimiento geográficos y científicos, vinculados de modo diverso a las leyes generales del tiempo, se inicia en el siglo XV. Copérnico, Kepler, Brahe, profundizan su conocimiento. Galileo, enunciador del principio de la inercia, descubre que el tiempo de oscilación varía según la raíz cuadrada del péndulo. Su aporte a la relojería es fundamental.

El tiempo en el siglo XVII

El siglo XVII ve el paso del universo geocéntrico de Ptolomeo al heliocéntrico de Copérnico. Las élites cultas adquieren un concepto de ilimitación absoluta: relatividad del espacio, tiempo y movimiento. El comercio, sin embargo, continúa rigiéndose en las plazas por los relojes de torre de los consistorios; los campesinos por el Ángelus.

La culminación de su desarrollo teórico es casi simultánea con el ascenso de Francia e Inglaterra. Christian Huygens publica su famosa obra "Horologium Oscillatorium" en la que da la expresión exacta a la fuerza centrífuga del movimiento circular y expone la teoría del centro de oscilación. Con ello abre camino a las cajas reducidas, con maquinaria más pequeña, propias para el adorno de grandes salones.

 Horas de ocio para un tiempo de lujo

En Francia en el siglo XVIII, el relojero es un personaje importante en la Corte y une su trabajo a los más famosos artistas de la época buscando llamar más la atención con sus ostentosas cajas. Los Martinot, Causard, Lepaute, Guillaume, Baltazar, Boulle, son acogidos en la mesa de los Luises de Francia, y brindan su mejor aporte a la relojería de su país, contando con Caffiere, Gothiere  como expertos broncistas y dejando recaer el diseño de los mismos a otros tantos artistas de reconocida fama en esa época. Relojeros y artistas se dan a la tarea de emplear los más ricos y costosos materiales en las cajas: porcelanas, alabastros, mármoles, maderas, carey, pórfido, bronces, piedras preciosas; y los más complicados métodos de automáticos donde desde una figura humana o un ave, podía sorprender a cualquier espectador. Esta época, por la incesante búsqueda en formas nuevas, condujo a la creación de relojes cartela, probablemente se derive de la palabra cartello que significa ménsula o soporte.

Con el advenimiento del Rococó se pusieron de moda los relojes de chimenea, cuyas cajas estaban decoradas con conchas y motivos florales dispuestos en tal forma que dieran el efecto de un arabesco que rompía el sentido de la simetría.

De los relojeros ingleses James Cox fue el más destacado; trabajó para la corona inglesa, para el Emperador chino, para el príncipe Potemkim y otras tantas regias personalidades europeas. Inglesa es también la creación del reloj cuco basado su modelo en la casa de posta de Furtwagen.

La relojería inglesa ejerció fuerte influencia en Europa y América, así como también los mueblistas y ebanistas ingleses de la época: Chippendale, Mayhew y Sheraton,  que concibieron cajas para relojes de pared de gran distinción.

Cuando el esplendor se impone, cada fabricante compite por lograr obras únicas, de inimitable diseño.

La belleza de los relojes de bolsillo se le debe a Suiza. Estos relojes gozan de invariable fama por su magnífica maquinaria y sobre todo, por la constancia en su producción. La afinación y precisión que mantienen aún los relojes suizos, son indiscutibles.

Con las proyecciones industriales del siglo XIX los relojes se siguieron fabricando y se contemplaban tres categorías: populares, suntuarios, y de precisión. El relojero de mayor importancia en la construcción de relojes de lujo fue Carl Fabergé, principalmente para los zares de Rusia.

Otros tiempos renovados y precisos

El siglo XX, va en busca de la simplicidad en las formas y a la absoluta precisión en la máquina, pero dejamos aclarado que esa simplicidad está llena de belleza armónica, ejemplo de ello es, la casa Cartier de París.

Hoy día, el reloj decorativo, prácticamente, se ha consagrado y serán otros tipos de relojes los que ocuparán la mayor atención de la humanidad, que tendrán además todo el soporte científico técnico de estos tiempos.

La hora de estos relojes de lujo increíble, de costo fabuloso, nada dijo a sus dueños. Fueron un elemento decorativo, símbolo del "status", diseñados por artistas famosos y construidos por artesanos anónimos. Pero las épocas cambian y llega la hora de los pueblos para los que nunca contaba el tiempo, se inicia así el instante esperado... .

 

MCs: Juan Manuel González Rondón

Fotos: Yosvanis Fornaris Garcell

Colección de relojes Museo Nacional de Artes Decorativas

Bibliografía consultada: Las artes decorativas como complemento de la relojería. Rodríguez San Pedro Ma. del Carmen, marzo 1976, Consejo Nacional de Cultura.

 


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