¿Por qué tenemos un Festival de Jazz?


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Gala Final del Jazz Plaza 2018. Foto: Gustavo Rivera

La pregunta fue formulada con toda la posible carga de ingenuidad que se pudiera esperar de un neófito; pero bien pudiera esconder cierta actitud festinada de quien la formula. En el fondo llamaba a una reflexión necesaria que amerita un ejercicio de reflexión, justicia y relato histórico.

Confieso que entre el grupo de amigos reunidos la primera reacción fue de sorpresa, y en nuestro fuero interno la posibilidad de una burla ante tamaña falta de juicio musical fue notoria. Sin embargo, la reflexión se fue imponiendo; y al final de la tarde —se puede decir que llegada la noche— habíamos agotado cuanto argumento fuera posible para responder a tal inquietud,  que al final resultó no ser ni descabellada, ni festinada, como se pudiera pensar. Cierto es que vale la pena reflexionar por qué es importante para la música, los músicos y los cubanos en general que haya un festival de jazz, cuáles son sus antecedentes y algunos de los nombres que abrieron la ruta para llegar a este 2018.

Desde hace más de 90 años se hace y disfruta jazz en Cuba. La primera referencia conocida tiene como eje el Roof Garden del Hotel Sevilla Biltmore en la céntrica avenida de Martí o paseo del Prado; y era ejecutado por orquestas norteamericanas que llegaban a la isla para satisfacer los gustos de los turistas norteños que por esos años viajaban a La Habana. Eran los tiempos del Fox, el Charleston y el estilo Dixieland; pero también del auge de los sextetos y septetos de son, donde aparecen los primeros fraseos del jazz en el trabajo de Lázaro Herrera, conocido como “el Pecoso”, integrante del Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro.

Según avanzó el siglo XX, el jazz comenzó a formar parte de la cultura de los músicos cubanos con el surgimiento de las primeras jazz band formadas íntegramente por músicos cubanos; así se funda la orquesta de los Hermanos Castro, la Bellamar, en la que destaca el saxofonista Armando Romeu, la de los Hermanos Palau y otras de menor renombre. Pero un paso importante en la evolución del jazz en Cuba lo constituye la formación de las bandas que acompañaron los espectáculos de los grandes cabarets habaneros, entre las cuales sobresale la de Tropicana, que reunió a lo mejor de los instrumentistas cubanos cercanos al jazz o influenciados por este.


En el siglo XX, el jazz comenzó a formar parte de la cultura de los músicos
cubanos con el surgimiento de las primeras jazz band. Foto: Internet
 

Al mismo tiempo ocurre la emigración de músicos cubanos a los Estados Unidos, fundamentalmente a la ciudad de New York, y su incorporación a importantes bandas norteñas, destacando sobre todo el trabajo del trompetista Mario Bauzá, quien será reconocido como el más influyente de los músicos cubanos en esa ciudad.

Para los años 50 el formato de jazz band es parte importante dentro del desarrollo de la música cubana; ahí quedan para la historia las orquestas Riverside, la de Bebo Valdés y la Banda Gigante de Benny Moré, entre otras. Sin embargo, un paso importante en el desarrollo y posterior surgimiento de lo que se conocerá en un futuro como “jazz afrocubano” (en un comienzo se le etiquetó como latino) fue el surgimiento del Club Cubano de Jazz (CCJ) y de una formación conocida como “Los amigos”, y la grabación de sus discos “Descargas cubanas”.

El CCJ, más que una sociedad o gremio, fue la reunión informal de seguidores del jazz cubano; entre sus objetivos fundamentales estuvo difundir y promover las tendencias del jazz. Integrado por músicos y melómanos cubanos, uno de sus grandes aciertos fue el propiciar la visita de importantes músicos norteamericanos de la época; así como la existencia de determinados espacios para “descargar” e intercambiar información tanto musical como literaria.

Sin embargo, el CCJ nunca tuvo una sede fija y sus sesiones lo mismo podían ocurrir en un salón del Cabaret Tropicana que en un club nocturno de la ciudad. Se comenta que su última sede temporal fue el Cabaret Parisien hasta febrero de 1970 en que deja de funcionar, lo que no impidió que sus miembros se siguieran reuniendo y lograran fomentar y desarrollar un programa de radio que realizaban Horacio Hernández y Mario Barba, mientras que Leonardo Acosta consolidaba su carrera como escritor y periodista difundiendo tanto los orígenes como las tendencias del jazz y la impronta que comenzaban a dejar músicos cubanos en todas ellas.

El espíritu gregario de sus miembros era tal que dos años después se comienzan a reunir para retomar sus descargas de domingo en la Casa de la Cultura de Plaza. Su director, Rojas, era devoto ferviente del jazz y amigo de muchos músicos y miembros del CCJ; y Carlos Molina abre las puertas del Club Johnny Dreams las noches de los lunes como complemento. Si hubiera que mencionar otro espacio ese era el que ocupaba cada noche Felipe Dulzaides con sus músicos en el club Elegante del Hotel Riviera, promoviendo y propiciando el encuentro entre músicos conocidos o no.

El jazz latino había comenzado a llamar la atención de estudiosos y músicos alrededor del mundo. El nombre de algunos cubanos se mencionaba como parte importante de sus creadores y sus estilos comenzaban a tener sus primeros seguidores; así ocurría con el grupo Irakere y Chucho Valdés, o la impronta de la percusión generada por Changuito.

Se hacía necesario canalizar todo ese torrente musical que se estaba desarrollando en Cuba, donde comenzaban a coincidir distintas generaciones de músicos que hacían del jazz su razón de vivir y ser. Lo más sensato era reunirlos, organizar una programación y difundir su trabajo; nada podía ser más apropiado que realizar un Festival y la Casa de la Cultura de Plaza era el lugar ideal, máxime cuando sus salones sirvieron para intentar refundar el CCJ.

El empeño rendiría frutos y aquel primer encuentro se convertiría, con el paso de los años, en una cita obligada de los músicos cubanos: las puertas del Jazz Plaza se abrirán al mundo convocando a los más importantes nombres del género y sirviendo de plataforma para el lanzamiento de nuevos talentos nacionales.

Pero de quienes vinieron y prestigiaron es otra historia que se debe contar.

Diez nombres fundamentales en la creación de los Festivales de Jazz en Cuba:

Mario Bauza, trompetista compositor y arreglista.

Felipe Dulzaides, pianista y compositor.

Frank Emilio Flynn, pianista y nombre imprescindible cuando se habla de “las descargas cubanas.

Guillermo Barreto, baterista.

Horacio Hernández, padre, promotor y miembro de una familia de músicos. Su hermano “Papaito Hernández” es uno de los bajistas míticos del jazz cubano.

Leonardo Acosta, saxofonista y escritor. Se considera el teórico e historiador del jazz cubano.

Lázaro Herrera, trompetista. Se le considera precursor del sonido del jazz dentro del son cubano.

Armando Romeu, saxofonista, director de orquesta y pedagogo.

Emiliano Salvador, pianista y compositor. Su influencia sobre los músicos de su generación y posteriores aún no ha sido totalmente estudiada.

Mario Barba, director de cine, promotor radial.

El Club Cubano de Jazz


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