Palabras de Aurelio Alonso en la entrega al Premio CLACSO 2025


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Mi gratitud a Clacso y a mis colegas cubanos, latinoamericanos y caribeños, es algo que Fernando ya les transmitió en Bogotá con palabras que me limito a reiterar aquí. Sumo ahora mi agradecimiento a Rafael, que como supuse haría, me pinta con más virtudes de las que tengo y, muy especialmente, a esta Casa de las Américas, que me concedió el premio de pasar las décadas finales de mi vida intelectual en el seno de un colectivo único en su género, bajo la excepcional órbita creativa de Fernández Retamar. Quienes conocieron nuestra relación saben que para mí fue como un hermano mayor. Y, por supuesto, personalizo también mi gratitud a quienes tuvieron que soportarme aquí de manera más directa y aprovecho para disculparme de majaderías de carácter que ni Cary ha logrado corregir del todo.
La presencia de Clacso en la historia aporta, vista ya desde este tramo del siglo XXI, un necesario escenario de encuentro para el pensamiento latinoamericano y caribeño, que durante mucho tiempo tuvo que desarrollarse en relativas condiciones de aislamiento, o al menos con muy limitadas posibilidades de comunicación. Sujeto sin asideros, en el pasado, a vínculos bilaterales definidos por lazos de dependencia neocolonial.
Clacso ha contribuido mucho a remontar aquella debilidad, en función del interés de nuestra región, frente a un panamericanismo decadente. Amén del caudal de conocimiento acumulado de nuestras realidades que los resultados de sus estudios nos proporcionan.
No hace falta ni tengo tiempo para detenerme sobre la complejidad actual del mapa mundial, aunque me gustaría hacerlo. Baste recordar ahora que, después de perder la guerra fría, el Este tardaría más de una década en reponer un bloque con propuesta alternativa al proyecto hegemónico de acumulación neoliberal adoptado en Occidente. Restauración en la cual juega un papel decisivo el avance impetuoso del proyecto chino.
Se hizo evidente que la pirámide de poder liderada por Washington no podría sostenerse sino al costo de programas de exterminio masivo, como creo está demostrándose ya.
La alianza entre Pekín y Moscú, que no se logró bajo el modelo socialista entonces dominante, se produjo ahora con una Rusia escarmentada de retrocesos y urgida de rescatar el protagonismo perdido. La incorporación de la India, necesitada de consolidación independiente, completaba el núcleo duro de la propuesta alternativa multinacional BRICS, que vemos hoy cobrar forma con definición diferenciada. Llamo la atención de la rapidez con que parecen haberse zanjado los diferendos fronterizos entre Rusia y China y entre China y la india, que por tantos años enturbiaron las relaciones de estos gigantes.
Nuestra América ha estado presente desde el comienzo, con Brasil, en este cumbite plurinacional, pero la presencia latinoamericana y caribeña aquí se encuentra aún en pleno despegue. Su desarrollo, a pesar de la evidencia de los beneficios para los países de la región, presenta la complejidad de darse en el territorio que los Estados Unidos consideran, todavía, su patio trasero. Y que no van a escatimar recursos, ingenio y maldad, para perpetuar su dominio regional. Va a ser así a pesar de la movilidad apreciable en el panorama americano de los últimos sesenta años.
Me he permitido el riesgo de aburrirles con este preámbulo --ya que estamos en familia—para subrayar la naturaleza de un territorio que, junto a la debacle en que hemos sumido a la Tierra, la migración y las discriminaciones, creo prioritario para la ciencia social en nuestros días, en los que aflora el deber de descubrir los vasos comunicantes que reclaman los movimientos, las relaciones y las acciones a emprender de este cambio de época. El decisivo, diría yo, en el plano global. Nuestra aventura americana del siglo XXI, que supone no conformarnos con dar respuesta a nuestros dilemas respectivos.
No nos toca ya limitarnos a quedar dentro de las propias fronteras al buscar respuestas y soluciones.
Las últimas décadas revelan caminos que probaron ser efectivos, aun habiendo tenido que transitarlos en guerra. No siempre con balas, pero guerra económica, comercial, política, informativa, cultural, guerra siempre sucia, pues la guerra solo puede considerarse legítima cuando se hace en defensa verdadera.
La he adjetivado así porque el término de defensa no escapa al deterioro conceptual que el ideario occidental ha llevado a extremos inauditos.
Ningún pensamiento que se respete podría ignorarlo. La batalla es de ideas y a ideas hay que ganarla, afirmaba Martí, y para nosotros sigue siendo así; objetivamente, no es cuestión de doctrina.
El estudio de la sacudida de los noventa generó en mí obvias incertidumbres, y también algunas conclusiones de las cuales no tengo por qué renegar. La principal, tal vez, es que no podrá existir socialismo sin democracia ni democracia sin socialismo. No es una consigna y ni siquiera una hipótesis sino una tesis fundamentada por la historia. Se sostiene en las frustraciones en la consumación de las transiciones socialistas emprendidas. E igualmente, en la constatación irrevocable del manejo torcido de las instituciones legitimadas contra los mismos principios democráticos en los cuales se sustenta.
En conclusión, que nos debatimos entre un socialismo nonato y una democracia descompuesta por siglos de deformación. Pero esto es parte del debate inconcluso que no cabe seguir aquí.
Cuba acaba de experimentar un singular ejercicio democrático, cuando una decisión, al parecer imprescindible para salvar la economía de un organismo, laceraba a gran parte de la población. Esta actuación provocó una reacción espontánea por parte de instituciones revolucionarias de la juventud y la academia, que obligó al poder estatal a propiciar una revisión y rectificación de la medida. Esto que parece haber pasado inadvertido en el camino de la solución del diferendo, es para nosotros más relevante que lograr votos unánimes en las discusiones parlamentarias donde la democracia debiera reflejar confrontación de ideas. Nuestras ciencias sociales tendrían también que reparar en la importancia de hechos como este, si aspiramos a contribuir a perfeccionar realmente nuestra democracia.
Gracias por estar aquí con nosotros y por escuchar estas reflexiones, de las que Cary Cruz es tan culpable como yo.


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