26 de julio de 1953. El ejército, la república y la revolución


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Ejército de Cuba (EC) era el nombre oficial de aquél ejército, con su uniforme amarillo y su sombrero alón plano al estilo tejano o de la policía montada del Canadá. Había sido formado en 1900 en plena primera ocupación militar estadounidense de Cuba (1ro. de enero de 1899-20 de mayo de 1902) para salvaguardar los intereses de los ocupantes norteños, una vez que se marcharan, y de la oligarquía criolla cual fiel aliada.

En sus años iniciales lo habían formado con exmiembros del Ejército Libertador Cubano (ELC) o Ejército Mambí que en tres guerras y treinta años había combatido por la independencia cubana (1868-1898) mezclados horriblemente con exmiembros del Cuerpo de Voluntarios, exguerrilleros y contraguerrilleros al servicio del colonialismo español, que habían cometido toda clase de atrocidades contra el pueblo cubano; de aquello no podía salir una institución al servicio de los más elevados valores por los que habían ofrendado sus vidas miles de patriotas.

De hecho, no reconocieron para sus filas a los oficiales negros y mulatos del Ejército Mambí, algo inconcebible cuando en las filas mambisas combatieron unidos hombres y mujeres negros, pardos, blancos, amarillos, indígenas… desde soldados hasta generales indistintamente.

Aquél ejército tuvo cuatro nombres. Primero fue Ejército Permanente, después Ejército Nacional, más tarde Ejército Constitucional y por último, el ya mencionado Ejército de Cuba. Pero siempre fue amarillo, no solo por el color del uniforme sino también por su tristemente célebre actuación en la república como represor de la Guerrita de 1906 donde fue asesinado por ese ejército el general de división del ELC Quintín Bandera Betancourt, también represor de la protesta armada del Partido Independiente de Color en 1912 asesinando alevosamente a civiles que nada tenían que ver con el levantamiento.  

Era el ejército servil a los terratenientes y a las compañías azucareras norteamericanas y el que secundó a Fulgencio Batista Zaldívar en el golpe de estado del 10 de marzo de 1952. Pero no era cualquier ejército en la década de 1950.

Su principal cuerpo era la Guardia Rural, con una estructura regimental mixta de infantería y caballería  por provincias, con nombres de patriotas que, en lo absoluto honraban. El Regimiento No. 1 Maceo con jefatura en el cuartel Moncada, de Santiago de Cuba; los regimientos No. 2 Agramonte y No. 3 Leoncio Vidal en Camagüey y Santa Clara respectivamente; el regimiento No. 4 Plácido con sede en el cuartel Goicuría, en Matanzas y los regimientos No. 5 Martí y No. 6 Rius Rivera, en La Habana y Pinar del Río respectivamente y cada jurisdicción constituía un distrito militar. Al dividirse la provincia de Oriente en dos distritos militares: Oriente Norte y Oriente Sur, se creó el regimiento No. 7 Calixto García en Holguín.

Los regimientos de aquella odiosa Guardia Rural se conformaban por escuadrones, coincidentes con el territorio de un término municipal o de varios y estos a su vez, por pequeñas unidades llamadas tercios tácticos. Por toda Cuba había guardias rurales.

Pero no era eso solamente el Ejército de Cuba. Contaba con fuerzas élites de todo tipo de fuerza armada y moderno armamento suministrado por los Estados Unidos: la División de Infantería Motomecanizada Alejandro Rodríguez, formada por varios regimientos y sede en la Ciudad Militar -ese fue el nombre que se había dado al antiguo Campamento de Columbia-, el regimiento No. 7 de artillería Máximo Gómez y el No. 8 de tanques 10 de marzo, con bases en la fortaleza de San Carlos de la Cabaña y el campamento militar Adolfo del Castillo, de Managua, respectivamente. Tenía su escuela de cadetes en el castillo de Atarés, el Hospital Militar Finlay en la Ciudad Militar y el siniestro Servicio de Inteligencia Militar (SIM).

Las llamadas Fuerzas de aire, mar y tierra de la república, cuyo Estado Mayor Conjunto también estaba en la Ciudad Militar, contaban además de las tropas terrestres, con la Fuerza Aérea del Ejército de Cuba (FAEC) con modernos aviones caza-bombarderos. Su estado mayor estaba al lado norte de la Ciudad Militar con entrada por la Avenida Coyula y Calle 8, del reparto Ampliación de Almendares –nombradas después de 1954: Avenida 19 y Calle 84- allí estaba su principal aeropuerto pero contaba con las bases aéreas de San Antonio de los Baños, San Julián, Santa Clara y Holguín y con su propia escuela de cadetes.

Por último, la Marina, con su estado mayor en un elevado edificio de la Avenida del Puerto, bases navales en Bahía Honda-Cabañas, Cayo Loco en Cienfuegos y Nipe-Antilla, su escuela de guardiamerinas: la Academia Naval del Mariel, su Hospital Naval en construcción, sus puestos de la Marina por todo el archipiélago y otro siniestro organismo: el Servicio de Inteligencia Naval (SIN).

La bandera del 4 de septiembre –confeccionada en alusión a la fecha de 1933 en que Batista usurpó el poder por primera vez mediante un cuartelazo– tenía tres colores: amarillo, blanco y azul. Los dos primeros eran: el ejército y la marina y el último, la policía. Hablemos de ella.

La Policía Nacional, al igual que la Guardia Rural, es de muy triste recordación, había sido formada también en los años de la primera ocupación yanqui, primero en La Habana y después extendida al resto de las ciudades y originada con los mismos principios de la Guardia Rural. En la década de 1950 elevó a su máxima expresión su espíritu criminal y sanguinario. Su jefatura nacional estaba en las calles Cuba y Chacón, en La Habana Vieja, la radiomotorizada en la calle Saravia del Cerro y trasladada después a las faldas del castillo de Atarés, tenía su hospital en la barriada de Pueblo Nuevo y sus odiadas estaciones en cada municipio de Cuba y la llamada División Central abarcaba cuatro municipios: La Habana, Marianao, Guanabacoa y Regla con estaciones criminales que competían unas con otras por asesinar y torturar más, incluso fuera de sus correspondientes demarcaciones. Célebres se hicieron la 5ta Estación del coronel Esteban Ventura Novo, la novena, la décimoquinta y definitivamente todas.

La picana eléctrica, el “bicho de buey” y otros elementos de tortura física, “el niño” de la 10ma Estación que extraía los testículos de sus prisioneros con sus propias uñas y manos… se hicieron morbosas leyendas. 

Y para redondear: el Buró de Investigaciones, el Buró Represivo de Actividades Comunistas (BRAC) y los paramilitares de Rolando Masferrer junto a los “chivatos” o “33-33” en alusión a los 33 pesos con 33 centavos que se les pagaba por cada delación.

80 mil hombres sobre las armas –que incluía la Reserva Militar o “casquitos”– en toda aquella maquinaria infernal, de oficiales académicos de carrera y oficiales improvisados “a la carrera”, sargentos, cabos, alistados, policías, marineros, masferreristas, chivatos… era la fuerza a la que se enfrentó una juventud heroica a partir del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de julio de 1953 y durante los cinco años, cinco meses y cinco días que mediaron hasta el 1ro. de enero de 1959.

Las fuerzas derrotadas por el Ejército Rebelde, las milicias urbanas del Movimiento 26 de julio, los comandos del Directorio Revolucionario 13 de marzo y otras organizaciones revolucionarias y fuerzas insurreccionales, no eran ni minoritarias ni improvisadas, ni armadas a la antigua. Eran fuerzas numerosas, modernamente armadas, entrenadas y en muchos casos con oficiales profesionales. Las columnas y frentes rebeldes eran solo cientos y los luchadores clandestinos cruelmente perseguidos y asesinados sin más pudor en cualquier calle. Sólo el valor de las ideas y la unidad en torno a Fidel Castro pudieron defenestrar esa maquinaria.

Había el axioma de que “se podía hacer una revolución con el ejército o sin el ejército pero nunca contra el ejército” y existía la convicción del “fatalismo geográfico” por la que no se podía hacer nada en Cuba en contra de los intereses estadounidenses. El proceso revolucionario iniciado el 26 de julio de 1953 demostró que ambas predicciones podían enterrarse.

La república con inusitada corrupción administrativa, discriminación por el color de la piel y de género, campesinos sin tierra, analfabetismo y subescolarización, insalubridad, subindustrialización, barrios de indigentes, desempleo, polarización de la riqueza y la pobreza, no podía continuar.

Cuando observo en bares, cafeterías, restoranes o circulando por internet, las fotografías de la opulenta Habana de los ´50 con carteles lumínicos, luces de neón, abarrotadas de automóviles, las obras de infraestructuras de nuevas avenidas y túneles, los rascacielos que se hicieron en el Vedado, como símbolos de una década maravillosa, no puedo menos que sugerir recordar que el país que ahora está electrificado al 98% lo estaba sólo al 60 y no solo faltaba electricidad en maniguas, serranías o cenagales, faltaba también en los llamados despectivamente barrios de indigentes en plenas ciudades y esa Habana tenía nada menos que 61 de ellos.

En una población que no llegaba a los seis millones de habitantes según el censo de 1953 había 600 mil desempleados, un millón de analfabetos y otro millón de subescolarizados, o sea, adultos que no habían terminado la enseñanza primaria y por tanto eran analfabetos funcionales. Fallecían 60 niños por cada mil nacidos vivos y hoy la tasa es de cuatro. La esperanza de vida era de 60 años y hoy se aproxima a los 80. Desde 1728 hasta 1947 sólo hubo una universidad y en 1956 las tres únicas universidades públicas fueron cerradas por la tiranía por considerarlas “nidos” de revolucionarios. El bohío, presentado folclóricamente como la típica vivienda vernácula campesina, no era más que símbolo de atraso secular.

Los jóvenes que partieron al Moncada y a Bayamo, en grupos desde Artemisa y de diversos barrios y puntos de la capital: Los Pocitos-Zamora-Cocosolo, Ceiba-Puentes Grandes, Lawton-Santos Suárez, el Parque Trillo de Cayo Hueso, la Plaza del Vapor, el Parque de los Leones, la calle Lucena… lo hicieron con la convicción de revivir las doctrinas del apóstol José Martí en el año de su centenario. Hoy respiramos a nuestro Héroe Nacional con el oxígeno del triunfo de sus ideas.

 

 


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