8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Sentir como Ana Betancourt


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En fechas como estas vuela el pensamiento, una vez más, hacia la mujer que somos.

Nos vemos hijas de las trabajadoras textiles que protestaron en 1857 y las costureras que murieron quemadas en 1908 en Nueva York; de socialistas que en 1931 desde Copenhague establecieron un día para todas; de las representantes del Comité Pro-organización de la Mujer Trabajadora, el Sindicato Textil, la Unión Laborista de Mujeres, las delegadas por los zapateros, los obreros y las despalilladoras, las presas políticas  que se hicieron sentir desde ese mismo año para iniciar la celebración del 8 de Marzo en Cuba.

Somos herederas de todas las que en el mundo, y en nuestro mundo, han luchado por un ideal próspero y libertario. Las que han alzado la voz y las armas. Las que han logrado sus sueños, y las que no. Las que siquiera saben que pueden hacerlo.

Y viene a mi mente, entre todas, Ana Betancourt.

¿Cómo se habrá sentido esa mujer de 37 años, única junto a tantos grandes hombres? ¿Habrá tenido la consabida timidez antes de iniciar el discurso que marcó su vida y nuestra Historia? ¿Con qué mirada abarcó al auditorio? ¿Tembló de emoción ante los aplausos? ¿Tendría plena conciencia de la trascendencia de sus palabras?

Sin dudas llegó allí, a Guáimaro, con sólidos pasos. La camagüeyana Ana María de la Soledad Betancourt Agramonte (1832-1901) lleva en la sangre un legado patriótico y una cultura cívica que la enaltecen; habría que sumar a sus dotes personales el casamiento con alguien que comprendió siempre que una mujer no es un adorno, sino una compañera para afrontar la vida: el Coronel del Ejército Libertador, Ignacio Mora de la Pera.

“Úneme a tu destino, empléame en algo, pues como tú, deseo consagrarle mi vida a mi Patria”

Ana, indispensable, colaboraba con su esposo en la redacción de artículos y otras tareas intelectuales vinculadas al movimiento independentista, cuando se propicia el alzamiento de Las Clavellinas como inicio de la insurrección en Camagüey el 4 de noviembre de 1868, y él parte a consumar su deber. Era de conocimiento para ambos el peligro que correría Ana al quedarse en la ciudad; pero, como otras, hizo de la retaguardia un bastión: fue enlace de comunicación entre los insurrectos, almacenó armas y pertrechos de guerra, brindó su casa a los representantes de otras provincias, ayudó a las familias desvalidas, redactó y distribuyó proclamas, hasta que una orden de detención la hace refugiarse, primero, en una casa de la familia Simoni, y luego en Imías junto a su prima, la también patriota Concha Agramonte.

El 4 de diciembre se une al esposo en la manigua, y en marzo se establecen en Guáimaro, precisamente el escenario del más importante acontecimiento de los primeros meses de guerra: la primera Asamblea Constituyente de la República de Cuba en Armas.  

Por la noche hablé en un meeting: pocas palabras se perdieron en el atronador ruido de los aplausos”

(Carta a su sobrino Gonzalo de Quesada)

Entre el 10 y el 12 de abril de 1869 queda establecida, mediante la Primera Constitución, la República Cubana en Armas, y con ella el primer paso decisivo para el logro de la unidad del movimiento independentista cubano, y una estructura de gobierno que establece amplias facultades para el Poder Civil.

El 14 de abril Ana Betancourt se dirige a un nutrido auditorio desde una tribuna improvisada, y presenta a la recién electa Cámara de Representantes su reclamo a favor de la mujer; con ello marca un hito para el continente americano, antecesor de los empeños de Clara Zetkin. Se afirma que Carlos Manuel de Céspedes, investido como Presidente, no tuvo aperos en reconocer en acto solemne: “Una mujer, adelantándose a su siglo, pidió en Cuba la emancipación de la mujer“. Y José Martí, el 10 de abril de 1892, retoma el significado del suceso en Patria: “… la elocuencia es arenga, y en el noble tumulto, una mujer de oratoria vibrante, Ana Betancourt, anuncia que el fuego de la libertad y el ansia del martirio no calientan con más viveza el alma del hombre que la de la mujer cubana”.

“Prefiero ser la viuda de un hombre de honor a ser la esposa de un hombre sin dignidad y mancillado”

Mucho más hizo Ana Betancourt por Cuba. Sufrió prisión, vejaciones, exilio. Incluso fue víctima de un aparente fusilamiento con el objetivo de que Ignacio Mora se entregase a las tropas españolas. No dejó jamás de conspirar y combatir, de colaborar. Puso en manos de la Patria todos sus ya exiguos fondos monetarios, transcribió el diario de su esposo fallecido, realizó apuntes biográficos sobre combatientes de la Guerra Grande. En 1872 intercedió ante el presidente estadounidense Ulises Grant, a favor de los estudiantes de medicina.

No pudo regresar viva a su Patria. En Madrid, un 7 de febrero, dejó la existencia física y alcanzó la inmortalidad: Ana Betancourt está con nosotras no solo desde 1968 en el mausoleo de Guáimaro, sino en todo momento, en la palabra de cada mujer que desde cualquier punto del orbe tiene el valor y la seguridad de gritar: “Ciudadanos: la mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa, en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas (…) Llegó el momento de libertar a la mujer”.


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