Nené Álvarez ha
muerto este primer martes de febrero en la ciudad de Camagüey. Los soneros
también se mueren, había dicho en cierta ocasión cuando le entrevisté y
hablamos sobre sus amigos, la vida, las mujeres y la pasión por la música. Los
soneros se suelen morir y allá, donde sea, se reencuentran y siguen haciendo lo
mismo que en la tierra: vivir el son.
No pensé nunca que
sus palabras debiera usarlas para anunciar el fin de sus días.
Había amado a
mujeres hermosas, vivido casi setenta años de vida musical; tocado en todos los
pueblos de Cuba y fundado una dinastía musical que del Camagüey se ha expandido
por toda la Isla y más allá.
En su orquesta
debutaron sus hijos siendo pequeños y según crecieron, alguna que otra vez,
regresaron a sus atriles; era compadre de todo aquel que tuviera amor por el
son más puro. Era un clásico como los buenos conjuntos soneros, como la vida
misma que vivió.
El son está de
luto, solo que su dolor se expresa en el sonido del tres, en los tumbaos del
piano, en el sonar de maracas, claves, güiro y bongoes; se manifiesta en la
inspiración del que canta y en el coro que responde.
Ha muerto Nené
Álvarez. En algún lugar de esta tierra hoy nace un sonero.
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