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A las madres cubanas


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Cada año, el segundo domingo del mes de mayo, se celebra en Cuba el Día de las Madres. Es una tradición que proviene del siglo pasado.

Cuando era niño —me refiero a la década de los años cuarenta del siglo XX—, en la escuela primaria donde estudié, en una asignatura que se llamaba Trabajos Manuales, cada alumno confeccionaba su propia tarjeta de felicitación para su madre y le escribía alguna dedicatoria. También fabricábamos algún regalito hecho o completado con nuestras propias manos.

En el acto cívico que se realizaba todos los viernes con el total de los alumnos antes de comenzar las clases, se decían palabras alegóricas y cantábamos una canción cuya letra era la siguiente:

 

Domingo alegre de mayo,

Domingo de luz y sol,

Es el Día de las Madres,

Bendícelas Tú, Señor.

 

Si la madre está en el cielo,

Si al cielo Dios la llevó,

Sus hijitos en el pecho

Prenderán la blanca flor.

 

Si la madre está en la tierra,

Si tenemos su calor,

Sobre el pecho llevaremos,

Cual sangre roja, una flor.

 

Y, efectivamente, existía la tradición de prender en la camisa o la blusa una flor, generalmente un botón de rosa de uno u otro color, según el caso.

La tradición de ir al cementerio ese día de mayo a depositar flores en la tumba de la madre fallecida, era observada por muchas personas.

Más alegre era ir de tiendas a comprar algún regalo para la madre viva y hacer una reunión familiar con los hijos y nietos.

Lo cierto es que fue siempre un día muy especial. La madre es algo único. Ella tiene la capacidad de recrear, de reproducir la vida humana en sus entrañas. Ella padece físicamente las afectaciones del embarazo, los dolores del parto. Y todo a riesgo de su vida misma. Cuánta grandeza. Y con el nacimiento de la nueva criatura, apenas comienza una nueva etapa que irá desde la alimentación y los cuidados del bebé, hasta su atención permanente. Un compromiso que solamente acaba con la muerte. La madre es sagrada.

Crecí escuchando decir en mi barrio humilde: “Padre es cualquiera, pero madre hay una sola”. La madre era la pura y la peor ofensa era la dirigida a la madre.

Un muy conocido compositor cubano, Osvaldo Farrés, compuso una canción dedicada a las madres que se repetía en la radio y la televisión alrededor del segundo domingo de mayo. Farré tenía un programa de televisión que se llamaba Bar Melódico. Según recuerdo, la canción decía más o menos así:

 

Madrecita del alma querida,

En mi pecho yo llevo una flor;

No te importe el color que ella tenga,

Por que, al fin, tú eres, madre, una flor.

 

Tu cariño es mi bien, madrecita,

En mi vida tú has sido y serás

El refugio de todas mis penas

Y la cuna de amor y bondad.

 

Y aunque amores yo tenga en la vida

Que me llenen de felicidad,

Como el tuyo jamás, madre mía,

Como el tuyo no habré de encontrar.

 

Pasa el tiempo y el amor a la madre se acrecienta. Hoy la empresa de correos imprime cientos de miles de modelos de tarjetas para felicitar a las madres y a esas otras madres que se han ganado esa condición a base de amor y cariño y pueden ser abuelas, tías, vecinas, mujeres buenas todas que con mucho sacrificio y amor crean, cotidianamente, una sociedad solidaria que abra, con el trabajo de todos, el espacio a la felicidad razonable de cada uno.

Como siempre, nuestro Apóstol fundador, marca la ruta para hacernos mejores. Su primer poema conocido, siendo todavía casi un niño, fue  dedicado a su madre.

 

A mi madre

 

Madre del alma, madre querida,

Son tus natales, quiero cantar;

Porque mi alma, de amor henchida,

Aunque muy joven, nunca se olvida

De la que vida me hubo de dar.

 

Pasan los años, vuelan las horas

Que yo a tu lado no siento ir,

Por tus caricias arrobadoras

Y las miradas tan seductoras

Que hacen mi pecho fuerte latir.

 

A Dios yo pido constantemente

Para mis padres vida inmortal;

Porque es muy grato, sobre la frente

Sentir el roce de un beso ardiente

Que de otra boca nunca es igual.

 

Y justo antes de emprender su último viaje de regreso a Cuba para cumplir ejemplarmente su deber ante esa madre mayor que necesitaba ser salvada para el bien común, la patria, Martí le escribió esta carta a su madre con la que quiero cerrar estas notas:

 

Montecristi, 25 de marzo, 1895

 

Madre mía:

Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Vd. Yo sin cesar pienso en Vd. Vd. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Vd. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.

Abrace a mis hermanas y a sus compañeros. ¡Ojalá pueda algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí! Y entonces sí que cuidaré yo de Vd. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición.

Su

J. Martí

 

Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que Vd. pudiera imaginarse. No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca.


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