Cada año asisto con gran interés a la inauguración del Premio Casa de las Américas. He descrito alguna vez el emotivo ritual que se cumple en un acto relativamente breve, sencillo, encuadrado por la austera elegancia que caracteriza a la Sala Che Guevara. Además de la presentación del jurado del Premio del año, momentos especiales nos depara el discurso inaugural.
La oratoria de un destacado o de una destacada intelectual, proveniente de América Latina, del Caribe u otras regiones del planeta, crea el ambiente necesario para expresar a un tiempo la solidaridad con el pueblo cubano, el aprecio por la labor continuada de la Casa de las Américas —que ya ha cumplido 56 años sin interrupción en sus convocatorias al Premio— y la idea fundamental que aporta su visión singular en torno al proceso cultural que sucede en Nuestra América y se redefine anualmente en estos encuentros.
He intentado localizar estos textos, que considero de gran interés e importancia para, de cierto modo, seguir un itinerario de ideas y percepciones de amplio espectro relacionados con Cuba; hasta ahora solamente he encontrado los discursos publicados en la propia revista Casa de las Américas a partir del año 2000 (no. 218, enero-marzo), que en esa ocasión fue hecho por Luisa Valenzuela y ya aparece digitalizado. Sigo intentando recuperar los anteriores.
Las revistas Casa que contienen los discursos siguientes, hasta el 2004, aún no han sido procesadas, sin embargo, en ellas pueden leerse en los distintos números que corresponden a enero–marzo de cada año, las palabras de personalidades tales como el premio Nobel Wole Soyinka, autor nigeriano que tituló su texto sugerentemente “Escritor, brujo y hereje” (2001, no. 222, pp. 3-5). Una ampliación de sus datos personales y la reseña de una entrevista que concedió a la prensa cubana sobre temas relativos a África, aparecen en la sección Recientes, “Más de Soyinka en/con/ desde la Casa”.
El invitado a disertar en el 2002, fue el autor italiano Antonio Tabucchi. El eje de su exposición fue el “desasosiego” (“El hilo del desasosiego”, enero-marzo 2002, pp. 14-18, traducido del italiano por Carlos Gumpert). Utilizando ese concepto recorrió la obra de autores de diversa nacionalidad europea, que a lo largo del siglo XX intentaron definir en sus creaciones literarias aquel síntoma de intranquilidad social.
Un conocido escritor y periodista argentino, Miguel Bonasso, leyó su texto “Para dar testimonio”, en la inauguración del Premio Literario de 2003; en sus enjundiosas palabras recordó a otros argentinos vinculados a Cuba, el Che Guevara y Rodolfo Walsh. Hizo una definición concisa, pero profunda, al referirse a Cuba y a la Casa de las Américas: “La Revolución es el máximo hecho cultural porque transforma y hace posible la creación y el desarrollo de los otros productos culturales”. (2003, no. 230, pp. 4-6).
La historiadora haitiana Suzy Castor ofreció una generosa conferencia en el año del bicentenario (1804-2004) de la fundación de la República de Haití: “Significado histórico de la Revolución de Saint Domingue” (2004, no. 234, pp. 3-10). Entre los distintos aspectos que abordó, se destacan los tres últimos dedicados a la valoración conclusiva: “Un proceso histórico: la construcción de una nación”, “Un modelo híbrido” y “Pasada la época histórica”. Discurso utilísimo para el mejor conocimiento de la historia antiesclavista y anticolonialista caribeña.
Después de este año, la revista Casa de las Américas ya puede leerse en versión digital. Otras personalidades de alta representatividad en la cultura americana desfilaron en la ceremonia de la instalación del jurado del Premio Literario. Volodia Teitelboim, ya fallecido, honra con su disertación la inauguración del evento en el 2005. Y continúan los discursos plenos de sabiduría y actualidad, algo que no me es posible detallar, uno a uno, en este breve espacio.
Así llegamos a enero de 2015. Escuchamos ahora a Alfonso Múnera, historiador, profesor y diplomático colombiano (Cartagena de Indias, 1954), que actualmente es secretario general de la Asociación de Estados del Caribe, y cuyos vínculos con Cuba y la Casa son muy sólidos. Múnera expone con argumentos irrebatibles, cuánto nos urge la necesidad de la unidad cultural de los caribeños, del “ser caribeño”, de la pertenencia consciente al conjunto de estos “pueblos nuevos”, sobre los cuales teorizó acertadamente el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro.
Tres ideas esenciales relacionadas con la descolonización del pensamiento caribeño y la significación de la libertad cultural destacaré en esta pieza oratoria que recomiendo leer y estudiar atentamente: acelerar la construcción de la “identidad caribe”; atender a las similitudes en las emociones, sentimientos y prácticas culturales que comparten los pueblos del Caribe; y desarrollar los diálogos entre nuestras culturas.
Reitero: derroche de sapiencia, experiencia y de valiosos testimonios personales nos alcanzan los discursos del Premio. A veces esto se olvida, y se pierde un recurso intelectual que podría estar compilado digitalmente, y a la mano de muchos jóvenes interesados en el pensar “nuestroamericano” contemporáneo.
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